—Sí. Muy bien. Genial.
Thomas salió de la casa sabiendo a ciencia cierta que su querida hermanita no iba a hacer nada de lo hablado.
Pero no podía hacer otra cosa. Si la mujer trabajaba (y a saber dónde, ya que el comentario de Julia implicaba muchas posibilidades) no le quedaba otra alternativa.
La tía solterona tenía un empleo, curioso.
Pensando únicamente en la comodidad de una habitación de lujo, en un parador de turismo recomendado por todas las guías turísticas, condujo por la carretera mal asfaltada hasta Lerma.
La ciudad tenía su encanto y, si acababa pronto su cometido, como era su intención, buscaría unas horas para visitarla con detenimiento.
Antes de registrarse decidió que necesitaba algo refrescante, así que pasó por la cafetería y saboreó una buena cerveza fría.
Disfrutó de un ambiente elegante, un servicio impecable y un rato a solas para olvidarse de la maleducada que tenía por hermana.
Entonces, una vez más tranquilo, se acercó al mostrador de recepción para registrarse.
—No me lo puedo creer.
—Discúlpenos, señor Lewis. Ha debido de ser algún tipo de error informático o algún virus. El caso es que su reserva aparece cancelada. —La chica del mostrador le ofreció una sonrisa triste a modo de compensación.
—¿Cómo es posible? —Mostró los resguardos que Helen le imprimió—. Mi secretaria hizo la reserva por Internet la semana pasada y se cercioró llamándolos por teléfono. Ustedes no pusieron ninguna traba. —Se tragó un juramento.
—Nosotros tampoco nos lo explicamos, señor Lewis.
—Está bien. No importa. Deme otra habitación.
—Me temo que…
—¿Qué pasa?
—Verá, estamos en agosto, temporada alta y… bueno, ya se imagina, tenemos todo ocupado.
—¡Esto es increíble!
—Lo siento muchísimo, señor.
—Supongo que podrán alojarme en otro establecimiento de la ciudad —sugirió mostrándose más comprensivo de lo que debiera.
—Podemos intentarlo —dijo amablemente la recepcionista—. Si quiere, puede esperar en nuestro restaurante. En cuanto tengamos noticias se lo comunicaremos.
—Muy bien —respondió en tono seco.
Thomas accedió. Por el momento comería y esperaría a tener un sitio donde pasar la noche. Después reclamaría convenientemente. No iba a pasar por alto ese ejemplo de incompetencia.
Sólo esperaba que no lo alojasen en una pensión de mala muerte.
Disfrutó de la comida, aunque no todo cuanto habría querido, ya que no quitaba ojo de la puerta por si aparecía la señorita con buenas noticias.
Comprobó la hora. Más de las cuatro de la tarde y sin saber dónde pasar la noche.
A las cinco y media, por fin se dignaron a informarlo.
Se podían haber ahorrado la información.
—No sabe cuánto lamentamos todo este malentendido. Hemos buscado pero no hay ninguna cama disponible. Ya sabe, las vacaciones…
—Ya veo. —No iba a perder ni un minuto más aguantando a esa panda de inútiles.
—Queremos que comprenda la situación, en ningún momento ha sido nuestra intención que usted se encontrara algo así.
—Ahórrese las disculpas —la interrumpió de forma tajante—. Está claro que no vamos a arreglar nada perdiendo aquí el tiempo. A estas horas es ya casi imposible encontrar algo disponible. Pienso poner, ahora mismo, la reclamación pertinente.
Dicho esto se dirigió al despacho del encargado, después pensó, no sin cierto reparo, que tendría que volver a cierto pueblucho a pasar la noche.
Después de todo, la casa era mitad suya.
Afortunadamente, el calor ya iba remitiendo.
Una buena noticia en un día plagado de calamidades. Estaba cansado, no sólo físicamente, ya que llevaba levantado desde las seis de la madrugada, sino que se trataba más bien de un agotamiento producto de encontrarse una y otra vez con muestras de incompetencia.
Aparcó el coche frente a la verja. No estaba muy convencido de hacerlo ya que la casa estaba lo suficientemente apartada del pueblo para que alguien tuviera la tentación de tocarlo.
Atravesó la cancela metálica y subió los tres escalones. Intentando ser positivo, pensó que al menos no perdería tiempo buscando el timbre, no había.
—¡Voy!
Escuchó una voz al otro lado de la puerta.
Esta vez no tuvo que esperar tanto a que le abrieran.
Una adolescente, seguramente amiga de Julia, lo miraba esperando que al menos dijera algo. Pero ¿es que en ese pueblo nadie tenía gusto vistiendo? No, desde luego esa frase no era el saludo adecuado.
Joder, ¡qué pintas!
En la puerta se encontraba una morena con la consabida minifalda vaquera, deshilachada, que dejaba al descubierto unas piernas largas, pero no de esas flacuchas de modelo, no, ésas eran de mujer…
Una camiseta de tirantes bastante escotada contenía a duras penas un buen par de tetas…
Un extraño recogido, como si llevara un plumero en el cogote…
Y, para rematar la jugada, iba descalza mostrando unas uñas pintadas de azul.
Sin duda, una amiguita adolescente más desarrollada que su hermanastra.
—¿Te pasa algo? —preguntó la chica.
Y Thomas dejó de cuestionar algunos de los designios de la moda que jamás comprendería.
—Sí. Perdón, vengo a ver a Julia.
La joven cambió radicalmente su expresión, mudando de la alegría inicial a la extrañeza y desconfianza. ¿Qué quería ese tipo de Julia?
—Y… ¿podrías decirme para qué quieres verla? —preguntó ella, preocupada. Aquel hombre, con acento extranjero, ropa de marca y coche extracaro no podía pertenecer al círculo de amigos de una adolescente, y con las cosas que se oían más valía ir con cuidado.
—Mira, es algo personal. Entre ella y yo. No voy a dar explicaciones a sus amigas, ¿de acuerdo?
Ella se quedó un momento sin saber qué decir. Ese desconocido se la estaba buscando. Ya hablaría más tarde con Julia sobre con quién sí y con quién no debía relacionarse.
—Pues siento informarte que ella no…
—¿Qué pasa ahí afuera? Se está enfriando la cena….. —La voz que procedía del interior se fue acercando hasta situarse junto a la puerta y mirarlo—. ¡Ah, eres tú! —dijo con evidente disgusto al comprobar quién retrasaba la cena.
La morena se giró inmediatamente y miró a Julia de forma interrogativa.
—¿De qué conoces a este tipo? —preguntó evidenciando su malestar.
Thomas no entendía esa actitud tan manifiestamente protectora. Puede que fuera la mayor de las dos, pero… ¿desde cuándo las adolescentes eran tan responsables?
—Lo he conocido hoy —respondió Julia haciendo una mueca.
—¿Y le has dicho que venga a buscarte? —La otra mujer mantenía su tono de alarma.
—Pues no. Pero parece que tiene problemas de oído, claro, a su edad…
—Joder, ya vale —intervino Thomas.
Y sin esperar a que lo invitaran a pasar, arrastró su trolley y, empujando a las dos, se metió en la casa.
—¡Eh, un momento! ¿Dónde te crees que vas? —le interpeló la morena, que se giró al oír la risa tonta de Julia—. ¿Se puede saber de qué te ríes y de qué va esto? ¿Quién es ese hombre?
—Y ¿a qué dedica el tiempo libre? ¡No te digo! —contestó Julia riéndose.
Como estaba claro que así no iba a ninguna parte fue detrás del desconocido. No entendía de qué iba esa charada, pero tenía la intención de enterarse muy pronto.
Con Julia pegada a sus talones llegó hasta el salón y preguntó en actitud combativa:
—¿Se puede saber quién coño eres? Tienes tres segundos para decírmelo o llamo a la Guardia Civil, ¿entendido?
Thomas miró a su hermana entrecerrando los ojos, la muy inconsciente se estaba descojonando a su costa.
—Estoy esperando —lo apremió la morena.
—En todo caso soy yo quien debería pedir explicaciones, ¿no crees? —dijo Thomas. Al fin y al cabo, desde un punto de vista estrictamente legal… estaba en su casa.
—¡Será posible! ¿Tendrá morro? A ver, guapito de cara, no tengo ni idea de qué pretendes pero vas recogiendo tu maleta y te largas con viento fresco —espetó señalándole inequívocamente la puerta.
—Dile a tu amiguita que no se meta donde no la llaman —replicó Thomas acercándose a la metomentodo. Al hacerlo, se dio cuenta de que no era tan joven como aparentaba.
—Jo, esto es para grabarlo y colgarlo en el YouTube. Me parto el culo —acertó a decir Julia entre risas.
—Oye, niñata, mira a ver si dejas de reírte. No estoy de humor.
—¡Ya está bien! —se quejó la morena—. Julia, dime de una santa vez qué está pasando. Y no empieces con tonterías.
—¡Oh!, cuando te lo propones eres una aguafiestas. Está bien… —Se dejó caer en el viejo butacón de su padre y dijo de forma poco clara—: El hijo pródigo ha vuelto.
—¿Qué has dicho? —preguntó mirando al desconocido.
—El tipo este, aquí presente, resulta ser mi querido y estirado hermano mayor —anunció con retintín.
—¿Es eso cierto? —preguntó mirando al desconocido. Hum, ahora que se fijaba bien… Sí… tenía cierto parecido con Robert, y los ojos… Como no podía verlos bien se acercó, con descaro, se puso frente a él y lo comprobó.
—¡Eh! ¿Qué narices haces? —saltó Thomas molesto—. ¿Nadie te ha enseñado un poco de educación? —Bueno, él había examinado a la chica de arriba abajo, pero desde luego con mucha más discreción.
—No lo molestes. Se queja por todo —explicó Julia y se puso en pie—. Me voy a cenar —dijo dejándolos solos y sin presentarlos.
—¿No es hora de que te vuelvas ya a tu casa? —preguntó él retóricamente. Pero, a juzgar por la expresión de la chica, debía de haber dicho algo horrible. Y entonces cayó en la cuenta…
Joder, qué tonto había sido. Seguramente las dos pensaban montar algún tipo de fiesta, aprovechando que estaban solas, y claro, su inoportuna llegada estropeaba sus planes.
Lo que le dejaba una alternativa, que no le gustaba nada, pero ¿qué otra cosa podía hacer?
—Recoge tus cosas, te llevaré a casa de tus padres —dijo resignado.
—¿Perdón?
—Mira, no tengo ni tiempo ni ganas de discutir asuntos contigo cuando no te conciernen. Está muy bien eso de ser amigas, contároslo todo y demás. Pero hay cosas que deben tratarse en privado. Por lo tanto, andando.
Ella lo miró entrecerrando los ojos, estaba claro que iba a darle guerra y él no estaba acostumbrado a esos arrebatos. Aguantaba demasiadas tonterías en su despacho como para encima soportar la rabieta de una chica.
—¿Estás sorda?
—¡Se enfría la cena! —gritó Julia desde la cocina y ambos se percataron del tonito de guasa.
—Julia tiene razón, eres un estirado de cuidado —dijo y dio media vuelta en dirección a la cocina.
—¡No me lo puedo creer! —exclamó, saliendo tras ella. Ya le estaban tocando demasiado la moral como para mostrarse mínimamente razonable.
—Como por la mañana no me comentaste si vendrías o no… Pues no te he preparado nada —le explicó su hermana con evidente regocijo—. Aunque si tienes hambre creo que en el frigo quedan las sobras de mediodía.
—No te preocupes —respondió con sorna.
—Ah, vale. —Se encogió de hombros.
—¿Estás preparada? —preguntó Thomas a la amiguita solidaria.
—Soy lo suficientemente mayorcita para ir y venir a mi antojo. Pero, gracias, se agradece el detalle —espetó alzando la barbilla.
—No lo dudo —murmuró entre dientes contemplándola de nuevo. Había que tenerlos bien puestos para salir así a la calle—. Pero se hace tarde y…
—Mira, tío, no sé qué pretendes. Ésta es tu casa, vale, lo capto, pero no pienso dejar que me eches a la calle. Además ella —señaló a Julia—, tendrá algo que decir al respecto, ¿no?
—Punto uno, no te estoy echando, simplemente te estoy indicando amablemente que ya es hora de que vuelvas a tu casa y hasta me he ofrecido a llevarte. Punto dos, estoy seguro de que mañana podréis cotillear tan a gusto como queráis las dos, pero en este momento tengo que tratar asuntos familiares que, como comprenderás, no quiero hacer delante de extraños y, punto tres…
Las risotadas de Julia le hicieron fruncir el ceño y mirarla como si quisiera estrangularla por inoportuna y maleducada.
—Punto uno, me parece que desconoces un detalle muy importante, señor abogado de tres al cuarto. Punto dos, no vas a llegar y organizarnos la vida porque no te lo pienso consentir y punto tres, ¡vete a freír espárragos!
Enfadada con aquel tipo, se sentó de nuevo, no ganaba nada con discutir, únicamente una cena fría.
—Joder, ¡no me lo puedo creer! —murmuró incrédulo, pasándose un par de veces la mano por el pelo. Pero ¿cómo podía ser tan descarada?—. Se acabó. Te largas. Punto final.
—Deja, ya me encargo yo —dijo Julia poniéndose en pie.
—Punto uno, ella vive conmigo. Punto dos, porque yo quiero; y punto tres: no pienso echar a mi tía a la calle, por muchas razones, entre otras, que me cuida como si fuera mi madre. Punto cuatro: ¡vete al carajo! ¿Te queda claro?
¿Su tía? ¿Esa morena de falda corta y lengua larga era la tía soltera que cuidaba de su hermanastra?
Miró a su conspiradora hermana con expresión seria. No, no estaba mintiendo. Ella le había dado cuerda y él solito se había ahorcado.
Menudo gilipollas…
En fin, lo mejor era minimizar riesgos y no entrar en la dinámica de las recriminaciones. Ya vería más tarde la forma de devolverle la pelota a su queridísima hermana.
Las dos lo miraban, cada una con una expresión diferente en su rostro.
—Me alegro de que por fin nos hayamos conocido todos, aunque haya sido de una forma tan surrealista. —Ni se disculpaba ni cargaba la responsabilidad a nadie. Si quería compartir la casa y largarse de allí en dos días a lo sumo, necesitaba su cooperación.
La tía Olivia seguía mirándolo con una indudable desconfianza. Por supuesto él no apartó la vista. ¿Cuántos años tenía? Aunque fuese vestida como una
pop star
juvenil, estaba claro que no lo era.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —le preguntó Olivia, molesta ante el escrutinio al que estaba siendo sometida.
—Perdón —murmuró recomponiéndose rápidamente—. Supongo que a estas alturas las presentaciones son innecesarias.
Intentó sonar sin rastro de cinismo.
Olivia, aún sin estar convencida del todo, le hizo un gesto para que se sentara a la mesa de la cocina.