—Julia, trae otro plato. —Se soltó un instante la pinza que sujetaba su melena para volvérsela a recoger—. Nos apañaremos con la cena.
Thomas se sintió incómodo, no porque lo invitaran a la mesa, cosa que deberían haber hecho desde un principio; era más bien una sensación extraña. Al fin y al cabo, estaba invadiendo un espacio personal, bastante feo y envejecido, por no hablar de los discutibles elementos decorativos que lo hacían sentirse fuera de lugar.
—No, muchas gracias —contestó.
—No seas tonto. —Olivia se acercó a él y tratándolo como si fuera un niño pequeño lo obligó a sentarse. Colocó un plato delante de sus narices, los cubiertos y una servilleta de papel—. Julia, pásame la ensalada. Toma, sírvete a tu gusto.
Thomas se encontró con un enorme bol de ensalada en sus manos sin saber qué hacer. Las dos estaban en su territorio y aunque Julia seguía mirándolo con recelo y obedeciendo a su tía con evidente disgusto, ésta se mostraba cordial, algo extraño después de cómo la había tratado.
—Y dime, ¿has llegado esta mañana?
—Sí.
Al oír la respuesta, Olivia miró a su sobrina. Más tarde arreglaría cuentas con ella.
—Huy, qué despiste. ¿Una cerveza? —Él asintió—. Julia, saca una del frigorífico.
Thomas la aceptó encantado. No conocía esa marca pero estaba fría. Era evidente que su hermana lo podía haber tratado con la misma cortesía por la mañana. Incluida la bebida fría.
—¿Qué te ha parecido el pueblo?
«Una mierda.»
—Pintoresco. —Y para no seguir mintiendo pinchó con el tenedor y se llevó un cherry a la boca.
—A mí siempre me ha parecido deprimente —dijo Olivia sorprendiéndolo—, pero supongo que llevo demasiado tiempo aquí y he terminado por acostumbrarme. ¿Un pinchito de tortilla? —le ofreció sonriendo.
—Gracias. —Eligió el trozo más pequeño.
—No seas tímido, hombre. ¡Que estamos en familia!
Julia tosió.
Thomas se atragantó.
Olivia los miró a los dos e hizo una mueca. Qué tontos, por Dios. Vista su reacción, prefirió no tocar ciertos temas durante el resto de la cena. Era evidente el motivo de la llegada del abogado, pero eso prefería dejarlo para el día siguiente. Tenían que solucionar las cosas, sí, pero estaba cansada.
—Supongo que te quedarás a dormir aquí —dijo Olivia recogiendo las tazas de café.
—No lo creo —murmuró Julia—. Me apuesto lo que quieras a que tiene habitación en el parador. ¿No has visto el coche que conduce?
—¡No seas tonta! ¿Cómo va a quedarse allí teniendo aquí una habitación libre?
—Pero no creo que quiera amoldarse a nuestras humildes costumbres.
—Deja ya de decir tonterías. Voy a preparar la habitación. No se hable más —sentenció Olivia dejando a los dos hermanos solos.
Thomas, que había contemplado el partido de tenis verbal entre ambas, se quedó prudentemente callado. Era evidente que le convenía más de ese modo, pues a pesar de que su hermana lo consideraran un esnob (que lo era), no tenía otro sitio donde quedarse aquella noche.
—A pesar de lo que piensas, a mí no me la das —espetó su hermana cruzándose de brazos.
—No voy a entrar al trapo. Si esto es un concurso para saber quién es más desagradable, lo reconozco, ganas por abrumadora mayoría.
—Ya, claro. Ahora no te conviene levantar polvo, ¿no? Hay mucho en juego…
Thomas se sirvió otro café antes de responder.
—Lo sé —dijo tranquilamente—. Y mi intención es dejar todo resuelto. —Se levantó, se acercó a la pila y lavó la taza—. Ahora, si eres tan amable, dime cuál es mi cuarto.
—Dale un voto de confianza —sugirió Olivia mucho más tarde mientras saboreaban un helado contemplando la noche.
Se habían sentado en el césped de la parte trasera, sobre una esterilla, para poder disfrutar del aire nocturno.
—No puedo. Papá hablaba bien de él, presumía de su hijo. Pero en el fondo yo sé que sólo lo hacía por disimular. Thomas se negó una y otra vez a venir y hablar con él. Y ahora, cuando hay algo que repartir, se presenta raudo y veloz. ¿Cómo quieres que piense lo contrario?
—De todas formas podías haber sido un poco más educada, ¿no? —murmuró su tía estirándose en la esterilla tras descalzarse.
—Podría, sí, pero no me da la real gana. Pero ¿lo has visto bien? Es un relamido, un pijo y va de soberbio.
—Cuánto adjetivo para tan poco tiempo. —Al ver la cara de su sobrina añadió—: Vale, está bien. Es todo eso, pero no vamos a ninguna parte enfrentándonos con él. Además, piensa un poco, es tu hermano, y Robert siempre deseó que os conocierais, que llegarais a entablar una relación…
—Lo sé —admitió con tristeza al pensar en los deseos de su padre—. Pero no creo que haya venido con esa intención.
—No tardaremos mucho en averiguarlo, ¿no crees? —dijo Olivia sonriendo—. De cualquier manera, yo ahora no me preocuparía por eso.
—Eres demasiado confiada —sentenció Julia.
Olivia miró a su sobrina, a pesar de la edad, a veces parecía ella la adulta.
—No te digo que no —convino.
El tema ya no podía dar más de sí, por lo que se dedicaron a disfrutar de la noche en silencio. Se relajaron, escuchando el cricrí de los grillos tan típico del campo, agradeciendo las breves corrientes de aire que refrescaban su piel en aquella noche tan calurosa…
—Ahora que me acuerdo, esta tarde te ha llamado Juanjo.
Olivia hizo una mueca. El hijo del alcalde no se daba ni por vencido ni por enterado de que lo suyo había terminado.
Después de casi cinco años juntos ella notó que su relación estaba estancada, que se había convertido en una simple rutina. No había cosa más triste que aburrirse con la pareja y Olivia hacía ya tiempo que lo evitaba.
Ella intentó buscar algo que avivara la chispa, se esforzó por encontrar algo que la hiciera verlo como al principio, pero ya no era una veinteañera inexperta y complaciente. Ahora buscaba algo diferente, no sabía definir el qué exactamente, pero desde luego estaba segura de que no se trataba de ser la nuera del alcalde. Incluso había llegado a comprarse un montón de libros picantes para ver si él reaccionaba, pero tampoco hubo suerte. Juanjo era de los tradicionales. Siempre decía que si algo está bien, ¿para qué cambiarlo?
El problema es que no estaba bien. A menos en lo que a ella se refería. Había optado por fingir, ya que, en muchas ocasiones (la mayoría), cuando intentaba decirle que ya no se excitaba como antes, él siempre respondía que era culpa suya, que tenía tantas cosas en la cabeza que no se concentraba. Por eso el hecho de que él le hubiera puesto los cuernos con una compañera de trabajo había sido la excusa perfecta para romper con él.
—¿Por qué no le das otra oportunidad? —preguntó Julia.
¿Cómo explicarle a una adolescente que aún no se ha enamorado que las relaciones de pareja necesitan un continuo renovarse o morir?
—Juanjo y yo estamos mejor así. —No quería entrar en más detalles.
—Sé que esa guarra de Celia va tras él, pero si tú quisieras…
—Todo para ella —Y no lo decía en broma. Su compañera estaba coladita por su ex desde hacía tiempo. Y sabía que Juanjo había tonteado con ella mucho antes de salir juntos, por lo que tampoco la sorprendió.
También sospechaba que ambos habían jugado a darse celos mutuamente y que Olivia, ajena a ese tejemaneje juvenil, había empezado a salir con él sin conocer esa relación, y con el paso del tiempo había llegado a instalarse en una cómoda rutina. Cómoda pero aburrida rutina.
—No deberías dejar que te lo quitara tan fácilmente. ¡Ha sido tu novio! No sé cómo puedes soportar verlos juntos.
«Porque están hechos el uno para el otro.»
—Me da igual. Estoy bien así. Si vuelve a llamar dile que… nada, no le digas nada.
—Me da apuro… siempre se ha portado bien conmigo, siempre pensé que os casaríais.
Sintió un pequeño escalofrío sólo de pensarlo. Toda su vida junto a él… aburriéndose… disimulando… reprimiéndose…
Los del pueblo, tan aficionados a los refranes, decían siempre que el buey solo, bien se lame.
Abrió los ojos y comprobó la hora. Su Rolex no mentía. Las siete y media de la mañana. Quien tampoco mentía era su cuerpo. Le dolían hasta las uñas de los pies. Ese colchón no tenía un solo muelle en su sitio.
Joder, qué tortura…
La noche anterior se fijó en que la casa disponía de tres dormitorios en la planta superior. De no ser así, hubiera pensado que esas dos le habían asignado la peor de las habitaciones. Quizá debería dar un paseo por el ático y ver si allí encontraba otra habitación más cómoda.
Acostumbrado a iniciar la jornada temprano, y puesto que no estaba de vacaciones, se levantó. Salió de su cámara de tortura y se dirigió al aseo.
No se molestó en vestirse, ya que no se oía una alma. Con su propia toalla bajo el brazo (ni se le ocurriría utilizar una diferente) y el neceser, caminó hasta la puerta del fondo y entró.
Dos cosas pasaron simultáneamente.
Él abría la puerta del baño y ella apartaba la cortina de la ducha.
—¡Pervertido! —le espetó gritando a pleno pulmón su hermana, agarrando rápidamente su albornoz.
—¡Lo siento! —se disculpó dando un paso atrás y cerrando. ¿Quién podría haber supuesto que madrugaría igual que él?
—¿Qué pasa? No son horas para armar jaleo —murmuró una voz somnolienta a sus espaldas.
—¡Joder! —dijo, a falta de algo mejor. No estaba más que con sus bóxers, descalzo y con cara de pocos amigos, demasiado indefenso como para enfrentarse a dos mujeres algo piradas. La una podía tener excusa, era una adolescente, pero la otra… allí, de pie, mirándolo con el pelo hecho un desastre (cosa que podía pasar por alto) y ese pantaloncito corto, y la jodida camiseta de tirantes que marcaba todo…
Ella bostezó sin ningún disimulo.
—Veo que también eres de los que madrugan.
Y, dejándolo pasmado, le regaló una vista de su culo respingón, provocándole con ello una maldita erección (porque ante todo era un hombre, y uno que hacía tiempo que no mojaba), y entró en el cuarto de baño.
—Excelente —se dijo a sí mismo; tampoco podía decir en voz alta lo que en realidad pensaba.
Se volvió a su cámara de tortura con la intención de aplacar su nada oportuna respuesta natural y se sentó en la cama. A saber cuánto tiempo iban a tardar esas dos en despejar el baño.
Como pronosticar el tiempo que una mujer necesita en el aseo es misión imposible, y dado que en ese caso había dos féminas dispuestas a hacerlo esperar, decidió sacar su traje de la funda y su ropa interior limpia de la maleta.
Después se ocupó de la cama y, como no tenía nada más que hacer, se fue a la cocina en busca de café.
Podía ser vengativo y preparar sólo su taza, pero optó por llenar la cafetera. Al fin y al cabo, le costaba lo mismo.
—Todo tuyo —dijo su hermanastra con voz de mafiosa—. ¡Huy, qué bien! Si has hecho café…
A Thomas le debería importar un pimiento la alimentación de la adolescente. Pero se impuso el sentido común.
—No puedes tomar café.
—Oye, tú no eres quién para decirme qué puedo o qué no puedo desayunar, ¿me entiendes?
Al final se encogió de hombros y la dejó allí plantada, sin molestarse siquiera en responder, ya que estaba mucho más interesado en darse una ducha.
Salió de la cocina y se encontró con Olivia, que ya se había vestido, aunque en realidad, taparse, lo que se dice taparse… más bien poco.
Bueno, tampoco era asunto suyo. Si quería ir enseñando toda la mercancía, allá ella.
Olivia tardó un poco más de la cuenta mientras lo observaba. Mejor dicho, no le quitó ojo, mientras subía la escalera.
—¿Por qué le has dicho que tomas café? —preguntó a su sobrina, que estaba abriendo el armario para sacar el bote de cacao—. No te gusta.
Julia se encogió de hombros.
—Me repatea que venga e intente organizar mi vida.
—Lo sé, pero es mejor que no lo provoques —le aconsejó con toda la razón—. No merece la pena.
—No puedo evitarlo. ¡No lo soporto! —exclamó al más puro estilo de adolescente consentida, cosa que no era.
—No seas tan teatral —respondió Olivia riéndose mientras se servía un café—. Por cierto, hoy llegaré tarde, tendrás que ocuparte tú de la comida.
—Y ¿tengo que servirle también a su señoría? —demandó señalando el piso superior.
—No lo sé. Pregúntale si viene a comer —murmuró sin preocuparse demasiado.
—Jo… peta, ¿no pretenderás que coma a solas con él?
—Antes de pensar lo peor, entérate de si se queda o no. Te estás precipitando.
—Claro, ¡como tú hoy te libras! —protestó Julia.
—Oye, que sepas que preferiría comer tranquilamente en casa en vez de un bocadillo rápido en la cafetería.
Las dos se callaron al oír los pasos de alguien bajando la escalera. Teniendo en cuenta que sólo tenían un invitado, no había muchas dudas sobre quién podría ser…
—Tengo que rechazar tu amable ofrecimiento para comer, hermanita. —Dicho lo cual se puso las gafas de sol y se marchó.
Olivia se quedó dudando si eran de Gucci o de Versace.
—Gilipollas —espetó Julia sacándole al mismo tiempo la lengua, a pesar de que sabía que ni la oía ni la veía.
—Sí, no te quito la razón, pero hay que reconocer que viste divinamente… —dijo Olivia.
—Pero ¿qué chorradas dices?
—El traje que llevaba cuesta, tirando por lo bajo, por lo menos tres de mis sueldos.
—Viste como un… abogado gilipollas y pedante. Parece un abuelo.
Olivia no pensaba lo mismo. En el pueblo y alrededores no estaban acostumbrados a ver hombres vestidos de esa forma. La gente se ponía traje los domingos para ir a misa, el día de la fiesta del pueblo o cuando había una boda. De ahí que el concepto de traje a medida fuera desconocido y a todos se les notaba la falta de costumbre.
De acuerdo, Thomas era, utilizando el excelente vocabulario aportado por Julia, un gilipollas. Pero tenía que admitir que tenía un gusto excelente a la hora de vestir.
Estaba claro que, si bien no en sentido literal, estaba durmiendo con su enemigo, pues la consentida y recién descubierta hermana no iba a darle tregua, lo cual, siendo sincero, era lo mejor. Y, llegado el caso, hasta prefería marcharse sabiendo que ella siempre le dedicaría su mejor repertorio antes que entablar lazos fraternales que luego no iba a corresponder.