Tríada (44 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
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—Jack, no empieces otra vez... —protestó Victoria, pero Christian la cortó con un gesto.

—No, espera. Tiene razón.

Antes de que pudieran detenerlo, Jack saltó de la roca y corrió hacia el río, mientras desenvainaba a Domivat con un entusiasmo siniestro. La espada de fuego llameó ante él.

Christian y Victoria se apresuraron a ir tras él. Siguiendo su instinto, Jack Fue directo a una pequeña oquedad entre las rocas. Christian frunció el ceño.

—¡Ahí no cabe un shek! —exclamó Victoria, extrañada. Pero se oyó un siseo, y Jack, sin dudarlo, alzó su espada sobre la serpiente.

La mano de Christian detuvo su brazo, con autoridad.

—¡Suéltame! —protestó el muchacho—. ¡Es un shek!

—Míralo otra vez —dijo Christian con calma.

Jack se sacudió la mano de su compañero, exasperado, y miró con más atención a la criatura que se ocultaba entre las piedras.

Era una serpiente, fluida como un arroyo, de escamas plateadas como rayos de Erea, no más grande que una pitón terrestre. De su lomo nacían dos pequeñas alas membranosas. Siseaba, furiosa, mientras las agitaba, esforzándose por alzarse en el aire, sin conseguirlo.

—Es un shek —concluyó Jack, alzando la espada de nuevo.

—¡Es un bebé! —intervino Victoria—. Jack, es muy pequeño, no puede hacernos daño.

—Seguro que estos bichos son venenosos ya desde que salen del huevo. No es más que un proyecto de serpiente gigante asesina...

No había terminado de hablar cuando la cría se abalanzó sobre él e hincó sus colmillos en su brazo. Jack se la sacudió de encima, con un grito, y descargó su espada sobre ella, furioso.

El filo de Domivat chocó contra la gélida Haiass.

Jack retrocedió un paso, temblando de ira. Christian se había interpuesto entre él y el pequeño shek, y parecía muy dispuesto a defenderlo. La serpiente se había enroscado en torno a su pierna, y desde allí, sintiéndose algo más segura, enseñaba a Jack sus colmillos, siseando amenazadoramente.

—¿Quieres pelea? —dijo Jack, sombrío—. Muy bien; por mí, encantado.

—No seas estúpido —repuso Christian con calma—. Sólo es una cría. Además, conviene que te cure Victoria, o se te hinchará el brazo y pronto no podrás usarlo.

—Pero ¡me ha mordido!

—¡Lo has asustado! ¿Qué esperabas que hiciera si lo amenazas con esa espada?

Jack, temblando de rabia, se sobrepuso a duras penas. Envainó la espada y se apartó de Christian y el pequeño shek para ir a sentarse sobre una roca. Desde allí les dirigió una mirada asesina.

Sintió que Victoria se colocaba tras él, sintió las manos de ella sobre sus hombros, y cómo la energía fluía a través de su cuerpo. Cerró los ojos para disfrutar del momento. Una parte de él hasta agradeció a la cría de shek aquel oportuno mordisco, que le permitía ahora compartir un momento íntimo con Victoria. Porque ser curado por ella era como recibir una dulce caricia.

Además, la curación vino acompañada por una caricia de verdad. Cuando Victoria terminó su trabajo, sus manos rozaron al retirarse, el cuello de Jack, con cariño.

El muchacho sonrió. Se sentía mucho mejor.

Echó un vistazo a Christian y se topó con una escena curiosa

El joven se había sentado junto al río. La pequeña serpiente a la que había salvado había trepado por su brazo, y ahora se alzaba ante él, mirándolo fijamente a los ojos. Jack se dio cuenta de que ambos estaban compartiendo algún tipo de infamación telepática. Eso lo inquietó.

—¿Estás seguro de que es prudente mirar a esa víbora a los ojos, shek? —le preguntó cuando rompieron el contacto visual.

—Es demasiado pequeño para estar unido a la red telepática de los sheks adultos —contestó Christian—. Sólo quería saber cómo ha llegado hasta aquí.

—¿Y? —preguntó Victoria.

—Se ha perdido. Su nido está muy lejos de aquí. Está solo y confuso...

—No me digas que quieres adoptarlo —soltó Jack. Christian sostuvo su mirada, pero no dijo nada. —¡Por favor, si es una serpiente!

Christian se levantó y reemprendió la marcha, sin una palabra. La cría de shek descansaba sobre sus hombros, y había enrollado su cola en torno a su brazo izquierdo. Parecía sentirse cómoda y segura allí.

Jack gruñó por lo bajo. Victoria se rió.

—Sólo es un bebé.

—Y si vuelve la madre, ¿qué?

—No lo entiendes, dragón —le llegó la voz de Christian mi poco más allá—. La madre no volverá nunca más.

Shail y Zaisei encontraron Kosh sumido en el caos. Parecía que uno de los caudillos locales, un tal Brajdu, había sido ejecutado por el shek que gobernaba la región, y todo lo que había levantado en aquellos años se estaba viniendo abajo. La gente que había trabajado para él asistía, con creciente confusión, a las luchas entre los que habían sido los lugartenientes de Brajdu, que ahora se disputaban su puesto.

Entretanto, los szish estaban trabajando duro para poner orden en la ciudad. Se rumoreaba que los aspirantes a heredar el pequeño imperio de Brajdu estaban luchando en vano, porque sería Sussh, el shek, quien acabaría por asumir el mando de manera definitiva.

Kosh nunca había sido una ciudad especialmente acogedora, pero en aquel momento era incluso más hostil que de costumbre. Se decía también que, bajo la aparente intención pacificadora de los soldados szish que recorrían la ciudad, se ocultaba en realidad una búsqueda, la búsqueda de La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad.

En aquellos días, Shail había asistido, con sorpresa, al nacimiento de una leyenda entre los yan. Los rumores acerca de la mujer mestiza a la que se le había entregado la magia se conocían ya en todo Kosh. Nadie se atrevía a contar la historia en voz alta por temor a los szish, pero, aun así, se relataba en rápidos susurros por las esquinas, en el mercado o en la taberna, cuando no había ninguna serpiente cerca.

Y cada vez se conocían más detalles. Cualquiera habría pensado que eran debidos a la imaginación de los que relataban aquellos hechos, que cada narrador añadía un elemento de su cosecha; pero Shail sabía que todas las cosas que contaban eran verídicas: la descripción de la chica unicornio y del báculo que portaba, así como del joven dragón que la acompañaba... eran demasiado precisas y se ajustaban tanto a la realidad que Shail entendió que era cierto que la mujer mestiza, la nueva hechicera consagrada por Victoria, continuaba en la ciudad y, a pesar de que las serpientes la estaban buscando, seguía relatando su historia a quien quisiera escucharla.

Y era una historia llena de esperanza y de fe en el futuro, algo que los yan jamás habían tenido. Acostumbrados desde tiempo inmemorial a habitar en el tórrido desierto que era su hogar, los yan sólo se preocupaban del presente, y desconfiaban de todo lo que el futuro pudiera depararles. Pero el mensaje de La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad decía con claridad que la magia había vuelto al mundo, que un unicornio seguía vivo, que la profecía podía cumplirse... y que Kash-Tar había sido el lugar que aquellos elegidos habían escogido para manifestar su poder por primera vez.

Shail no quería pasar la noche en Kosh, ya que incluso la posada más honrada de la ciudad era un lugar poco recomen dable, y le hubiera gustado ofrecer a Zaisei un lugar mejor donde pernoctar. Pero ella insistió en que era importante que permanecieran en Kosh hasta poder entrevistarse con Kimara, la semiyan, a quien las gentes del desierto llamaban La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad. La primera maga en Idhún después de quince años.

Tardaron un tiempo en averiguar que Kimara recibía, de cuando en cuando, a aquellas personas que quisieran escuchar su historia de sus labios. Y les costó todavía más que alguien les revelara la hora y el lugar de la siguiente cita. Fue una anciana semimaga humana quien accedió a darles aquella información; y lo hizo porque sabía que Shail era un mago y, por tanto, ellos dos compartían con Kimara el secreto que sólo conocían aquellos que, alguna vez en su —vida, habían visto un unicornio.

Por lo que habían oído, cada reunión se celebraba en un sitio diferente, y en aquella ocasión la cita tuvo lugar en las ruinas de un templo antiquísimo, dedicado al dios Aldun, a las afueras de la ciudad.

A Shail le sorprendió la cantidad de gente que acudió aquella noche a escuchar a Kimara. Todas aquellas personas estaban jugándose la vida en aquella reunión, y sólo para que la mujer mestiza, La-Que-Ha-Visto-La-Luz-En-La-Oscuridad, hiciera renacer la llama de la esperanza en sus corazones.

Shail y Zaisei se sentaron en un rincón, el uno junto al otro, y escucharon la historia que Kimara había ido a contar a aquel lugar. Llena de entusiasmo, la joven de los ojos de fuego contó una vez más cómo había conocido a Jack y Victoria en un campamento limyati; cómo los había acompañado a través del desierto, evitando a las serpientes, en dirección a Awinor. Relato todos los detalles del viaje, sí, pero también habló del carácter v la determinación del muchacho dragón, de la serenidad y la valentía de la chica unicornio, y del intenso amor que los unía a ambos.

Shail y Zaisei cruzaron una mirada y sonrieron. A la sacerdotisa no se le escapó el brillo de nostalgia que iluminaba los ojos de Kimara cuando hablaba de Jack. Y ella, que podía leer con facilidad los sentimientos de las personas, supo que Kimara tenía el corazón roto, pero que no guardaba rencor a Jack, que la había tratado siempre con cariño y con respeto, y tampoco a Victoria, que, a cambio de haberse llevado al joven lejos de ella, le había entregado lo más valioso que alguien, en aquellos tiempos, podía poseer.

La mano de Shail buscó la de Zaisei durante la narración, y la estrechó con fuerza. La joven celeste sonrió con dulzura.

—Jack me pidió que acudiera al norte, a Nandelt —concluyó Kimara—, para decir a todo el mundo que el dragón y el unicornio han regresado y que pronto se enfrentarán a Ashran y a los sheks. En Nandelt, el príncipe Alsan ha iniciado una rebelión para reconquistar los reinos humanos. Muy pronto viajaré hasta allí para unirme a él. Pero antes —añadió, clavando en la concurrencia la intensa mirada de sus ojos rojizos— quería decir a mi gente, a las gentes de Kash-Tar, las gentes del desierto, que la magia ha regresado al mundo, y ha sido aquí, en nuestra tierra. Que, por una vez en la historia, los yan, los hijos de Aldun, no hemos sido los últimos... sino los primeros.

Al final de la reunión, Shail y Zaisei se acercaron a hablar con Kimara y le contaron quiénes eran y qué estaban buscando. La semiyan sonrió, contenta de encontrar a alguien que conociera a Jack y Victoria. Les relató lo que no contaba en las reuniones, y era que Brajdu había apresado a Victoria, y acto seguido había enviado a Jack a realizar una tarea imposible para salvarla.

—Sé que Victoria escapó —concluyó—, porque Sussh ha ejecutado a Brajdu. No lo habría hecho si ella estuviera muerta, o la hubiera entregado a los sheks. Por otro lado, me he enterado también de que alguien está haciendo un gran negocio con placas de caparazón de swanit en el mercado negro —añadió—, así que creo... quiero creer... que Jack consiguió matar a una de esas criaturas. No sé si fue por eso por lo que Brajdu decidió liberar a Victoria... pero lo dudo mucho.

—No —dijo de pronto una voz a sus espaldas—. No fue por eso.

Se volvieron, con un ligero sobresalto, y vieron allí al anciano mago que había asistido a la reunión.

—Me llamo Feinar —dijo el mago—, y doy fe de que la muchacha escapó de Brajdu. Yo mismo le abrí la puerta. No sé si es verdad que esos chicos tienen poder para desafiar a Ashran y los sheks, y soy demasiado cobarde como para unirme abiertamente a la rebelión. Pero sí tengo clara una cosa, y es que... vaciló un momento antes de añadir, en voz baja— no podía quedarme quieto viendo morir al último unicornio que queda en el mundo.

Christian se despertó de madrugada, inquieto. Miró a su alrededor, buscando aquello que lo había sacado de su sueño, pero todo parecía estar en orden. Las lunas iluminaban suavemente la noche, la hoguera se había apagado hacía rato y Victoria dormía en un rincón; temblaba de frío, pero no había querido acercarse a Jack.

El dragón.

Christian frunció el ceño al ver que no estaba con ellos. Se levantó de un salto y se deslizó entre los árboles, como una sombra, dispuesto a encontrarlo.

Vio a Jack algo más lejos, en un lugar donde el bosque se abría un poco. Las lunas iluminaban su figura, y Christian vio el fuego que llameaba en sus ojos cuando se volvió para mirarlo.

El joven supo que él lo estaba esperando. Y tenía claro para qué.

Desenvainó a Haiass, y sintió que su parte shek se estremecía de alegría. Todo su cuerpo, su alma, su ser, le exigían que luchase contra el dragón. Jack extrajo a Domivat de la vaina y plantó cara, con una sonrisa siniestra. Los dos sabían que tenían que matarse el uno al otro, era irremediable. Y ahora que Victoria no estaba para interponerse entre ellos, nadie iba a impedir el enfrentamiento que sus respectivas naturalezas les estaban exigiendo a gritos.

Fue una lucha breve, pero intensa. El dragón era poderoso no cabía duda. Pero Christian llevaba demasiado tiempo esperando aquel momento, soñando con él, y no pensaba dejarlo escapar. Cuando, con un grito de triunfo, hundió a Haiass en el corazón de Jack, los ojos de su enemigo se abrieron un momento, sorprendidos... y su sangre bañó el filo de Haiass, que palpitaba, complacida.

Con una sonrisa, Christian sacó su espada del cuerpo de Jack, y contempló cómo caía al suelo, sin vida. Sintió la vibración de su espada, exultante de poder y de energía. Se miró las manos y las vio cubiertas de sangre.

Sangre de dragón.

Christian se despertó, con el corazón latiéndole con fuerza, y se miró las manos. Estaban limpias.

Respiró hondo y se sobrepuso. Sólo había sido un sueño.

Miró a su alrededor y vio a Victoria, dormida, acurrucada sobre sí misma, temblando de frío, lejos de él, y lejos de Jack, que también dormía cerca de los restos de la hoguera. El odio palpitó de nuevo en su interior, pero se esforzó por reprimirlo y volvió a tumbarse.

Cerca de él, el pequeño shek al que había rescatado se alzó un momento desde su rincón, al abrigo de una roca, y sus ojos relucieron hipnóticamente en la oscuridad.

14
El último de los dragones

¿Le vas a poner nombre? —preguntó Victoria

Christian miró la cría de shek, pensativo. Se había hecho un ovillo en el regazo de la muchacha, parecía estar a gusto allí. En cambio, a Jack no lo soportaba, y el sentimiento era mutuo.

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