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Authors: Laura Gallego García

Tríada (46 page)

BOOK: Tríada
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Ella sacudió la cabeza.

—¿Y por qué me dices todo esto?

—Estoy intentando ayudarte, eso es todo.

Victoria no preguntó nada más. Se recostó contra él, apoyando la cabeza en su pecho. Ambos disfrutaron de la presencia del otro, durante unos momentos en los cuales Victoria sintió que su amor por Christian la inundaba de nuevo por dentro, con más intensidad que nunca.

—Te quiero, Christian —susurró.

—Lo sé —sonrió él.

—¿Crees que Jack lo aceptará algún día?

—Tendrá que hacerlo. Tendrá que aceptar lo nuestro, o renunciar a ti. Lo que sientes por mí es tan tuyo como tu mirada, como tu sonrisa, como tu voz. No puedes deshacerte de ello, como quien se despoja de una vieja capa. Y no sigas intentándolo, porque sólo os causará dolor a los dos.

Victoria calló un momento. Después, alzó la cabeza para mirar a Christian.

—¿Y tú? ¿Qué piensas de todo esto? Dime, ¿qué soy yo para ti?

El joven respondió sin dudar: —Luz.

Victoria esperó que añadiera algo más, pero Christian permaneció en silencio.

—No lo entiendo —dijo ella.

—No es necesario que lo entiendas. Por el momento, me basta con que lo sepas.

Tras unos momentos de silencio, Victoria habló de nuevo.

—Es extraño. Nos aguarda un destino que tal vez acabe con todos nosotros, y sin embargo yo no puedo dejar de pensar en lo mucho que te he echado de menos, y en cómo voy a encontrar una solución a lo que siento.

Christian la miró con una media sonrisa.

—¿Por qué lo haces tan complicado? Nos quieres a los dos, punto. ¿Qué tiene eso de malo?

—¿Me estás diciendo que podríamos convivir los tres juntos? —replicó Victoria, casi riéndose—. ¿Teniendo en cuenta lo bien que os lleváis Jack y tú?

—En ningún momento he dicho que yo pueda convivir con vosotros, Victoria. De hecho, dudo mucho de que pudiera convivir con nadie; ni siquiera contigo. Y que te quede bien claro una cosa: a pesar de lo que crea Jack, no eres tú quien nos tiene enfrentados, al contrario. Si no fuera por ti, nos habríamos matado el uno al otro hace ya mucho tiempo. ¿Lo entiendes?

—Creo que sí. Y sé lo que siento, sé que es hermoso y que debería aceptarlo como un regalo, y alegrarme de compartir algo tan especial con dos personas que para mí significan tanto. Pero, entonces, ¿por qué me siento culpable de estar ahora contigo?

—Porque Jack te hace sentir así con esos estúpidos celos suyos. Y lo peor de todo es que en realidad una parte de él lo acepta y lo comprende. Pero me odia por instinto, y como tiene que buscar una explicación racional a ese odio, te utiliza a ti como excusa para justificarlo. Y no es así. Si alguna vez luchamos el uno contra el otro, criatura, quiero que sepas que tú no tendrás la culpa en ningún caso. De hecho, que yo sepa, con tu amor has logrado algo que nunca nadie había conseguido antes: que un shek y un dragón pudieran luchar en el mismo bando.

Victoria lo miró fijamente durante un momento antes de preguntar:

—¿Por cuánto tiempo, Christian?

Él vaciló, y la chica supo que había dado en el clavo.

—Te has dado cuenta —murmuró el shek.

—Has vuelto más poderoso, más frío y más seguro de ti mismo que cuando te marchaste del bosque de Awa —dijo ella en voz baja—. Has recuperado tu parte shek. Y todavía quieres matar a Jack. Ahora más que nunca.

—Sí, lo deseo con todo mí ser —confesó Christian, y en sus ojos brilló un destello de odio—. Casi tanto como deseo amarte a ti —añadió, y de nuevo clavó en ella su mirada de hielo, con tanta intensidad que Victoria jadeó y retrocedió un poco, el corazón latiéndole con fuerza.

Pero no se movió cuando él se acercó a ella para besarla, sino que se quedó esperándolo, temblando como una hoja. También ella deseaba con toda su alma dejarse llevar. Y seguramente no habría tenido fuerzas para resistirse a Christian, si él no se hubiera apartado de ella para mirarla con su serena sonrisa. Comprendió entonces que él seguiría controlándose por los dos, y lo agradeció para sus adentros. Le aterraba la simple idea de que la presencia de Christian la alterara hasta el punto de hacerle perder el dominio de sí misma.

—Si sobrevivimos a esto —dijo él, devolviéndola a la realidad—, si sobrevivimos al odio, y a Ashran, y a los sheks...

—¿Qué? —susurró ella.

—No me importará que permanezcas junto a Jack. Que vivas con él, si es eso lo que deseas. Pero —añadió, con una sonrisa mientras siga viendo en el fondo de tus ojos que sientes algo por mí... acudiré a verte de cuando en cuando. A veces buscaré el calor de tu cuerpo, la suavidad de tu piel... otras veces necesitaré solamente hablar, o mirarte a los ojos, o simplemente estar contigo y disfrutar de tu compañía... aceptaré siempre lo que tú quieras darme. No necesito más. Pero tampoco voy a conformarme con menos.

La miró intensamente, y Victoria sintió que enrojecía. Sacudió la cabeza, con una sonrisa entre perpleja, azorada y divertida.

—¿Te hace gracia? —prosiguió él, muy serio—. Una parte de tu corazón me pertenece. Y no pienso renunciar a ella, ¿comprendes? Podrías elegir, es cierto. Pero ya te pedí en una ocasión que vinieras conmigo, y tus sentimientos por Jack te impidieron aceptar. No creo que las cosas hayan cambiado, y sé que no van a cambiar en el futuro.

»O podrías pedirme que me alejara de ti para siempre, para no estorbar tu relación con Jack. Y lo haré, si es lo que deseas. Pero no es eso lo que quieres, ¿no es cierto?

Victoria desvió la mirada, confusa.

—No, no es lo que quieres —prosiguió Christian—. Y Jack sabe en el fondo, que, aunque renunciaras a mí, jamás serías completamente suya. Mírame.

Victoria giró la cabeza, pero él la obligó, con suavidad, a mirarlo a los ojos. Los dos compartieron, de nuevo, una mirada intensa, profunda.

—¿Lo ves? —susurró Christian—. Una vez te dije que no me perteneces. Puedes hacer con tu vida y con tus sentimientos lo que te plazca, y jamás te exigiré que te ates a mí. Pero en el fondo de tu alma, hay algo que sí es enteramente mío. Y regresare a buscarlo... mientras siga ahí. Y no me importa cuántos Jacks haya a tu lado, no me importa cuántas veces trates de negarlo o de alejarme de ti. El día que dejes de amarme desapareceré de tu vida, pero mientras siga viendo ese sentimiento en tus ojos cuando me miras volveré a buscar aquello que es mío y que me pertenece solamente a mí.

Victoria dejó escapar un suave suspiro. Dejó que él la besara de nuevo. «Mientras siga ahí», pensó. Le echó los brazos al cuello y se acercó más a él, esta vez sin dudas, sabiendo que no podía negar el hecho de que seguía amándolo, y que, de todas formas, nunca podría engañar a Christian al respecto.

—Un unicornio y un shek —murmuró el joven, rodeando con los brazos la cintura de Victoria—. Resulta extraño, ¿no crees? Y sin embargo... de alguna manera era inevitable, a pesar de todo lo que ha pasado.

—Sé lo que eres y lo que has hecho —susurró ella—. Y aun así... no, no puedo evitarlo, no soy capaz de dejar de sentir lo que siento. Tienes razón: no puedo negarlo. Y seguiré queriéndote siempre, Christian. Por mucho daño que puedas llegar a hacerme. Sólo hay una cosa que jamás podría perdonarte. Sabes qué es, ¿verdad?

—Sí —respondió él con suavidad—. Lo sé.

Victoria enterró el rostro en su hombro, con un suspiro, pero no llegó a ver la sombra que cruzó fugazmente la expresión de Christian.

Alexander no perdió el tiempo en celebraciones. Habían tenido muchas bajas, y sabía que pronto llegarían más batallas. Que Ziessel movilizaría a todo el ejército de Dingra, y que probablemente pediría ayuda a los otros sheks; a Eissesh, por ejemplo. Si sus superiores le daban permiso, el gobernador de Vanissar no dudaría en enviar a Nurgon todo el ejército del rey Amrin. Eissesh todavía recordaría cómo la Resistencia se le había escapado en las montañas, cómo la gente de Denyal lo había engañado con un dragón artificial, el dragón que había pilotado Garin. Y no perdonaría fácilmente la ofensa.

Por otra parte, la noticia de que el príncipe Alsan había vuelto y estaba iniciando una rebelión había corrido por todo Nandelt y seguía extendiéndose con rapidez. En los días siguientes acudió más gente a Nurgon para unirse a los rebeldes. La mayoría eran refugiados del bosque de Awa, que respondieron al llamamiento del pueblo feérico. Pero también acudió mucha gente de la arrasada Shia, que había sido duramente castigada por su revuelta contra los sheks; muchos de sus habitantes habían emigrado a otros reinos y, aprendida la lección, se habían integrado en la vida cotidiana de las naciones sometidas por los sheks. No obstante, en los corazones de otros muchos ardía aún el deseo de venganza, y éstos fueron quienes vieron en Alexander y su grupo de rebeldes la oportunidad de luchar por la memoria de su tierra y de sus gentes.

Se presentó también gente escapada de Dingra, e incluso de Nanetten y Vanissar; en menos de una semana, la Fortaleza era un hervidero de gente.

Los sheks tardaron bastante tiempo en dar señales de vida, y los espías de Alexander le informaron de que su hermano, el rey Amrin, estaba preparando a sus ejércitos para la batalla.

—Es cruel —opinó Denyal cuando lo supo—. Los sheks envían a los hombres de Vanissar y Dingra a luchar contra nosotros. Quieren enfrentarnos en una guerra fratricida.

—No es cruel —repuso Alexander con calma—. Es práctico. Muchos de los sheks que vigilaban Nandelt están ahora en Awinor, buscando al dragón y al unicornio. Eissesh y Ziessel no pueden reunir a un ejército de sheks, pero pueden dirigir a uno formado por humanos y szish.

Alexander, por su parte, también se preocupó de buscar aliados en otros lugares. Tiempo atrás, antes de abandonar Vanissar, había enviado a un par de emisarios a tratar con los bárbaros de Sur-Ikail. Los mensajeros habían regresado con una oreja menos cada uno, y la respuesta de Hor-Dulkar, el más poderoso señor de la guerra de la región: los bárbaros no unirían sus fuerzas a las de un príncipe extranjero, a no ser que éste les demostrase que de verdad era un digno aliado contra las serpientes. Aquellos emisarios habían acudido a proponerles una alianza con las manos vacías, y aquello suponía una tremenda ofensa para los bárbaros, pues si alguien se consideraba lo bastante poderoso como para osar pactar con Hor-Dulkar, debía presentarle antes un brillante historial de victorias que avalara sus méritos.

Los mensajeros habían tenido suerte de regresar con vida si Hor-Dulkar se había contentado con cortarles una oreja en castigo por su atrevimiento era porque en el fondo sentía curiosidad hacia Alexander y estaba dispuesto a esperar a ver que hacía.

Alexander sabía muy bien lo que se jugaba, y había dejado, bien claro que era peligroso tratar con los bárbaros; los mensajeros que habían acudido a Sur-Ikail eran conscientes del riesgo, que corrían y se habían presentado voluntarios para la misión. Pero Alexander no se habría molestado en tratar de ganarse a los bárbaros si no hubiera sabido que éstos, tras la caída de la Torre de Kazlunn, se hallaban en una situación muy delicada. Hasta entonces habían conseguido mantener cierta independencia ante la invasión shek. Al fin y al cabo, no eran más que un conglomerado de tribus que pasaban el tiempo luchando unas contra otras, a causa de antiguas rencillas cuyo origen se había olvidado hacía siglos, demasiado disgregadas como parte formar un ejército que peleara contra las serpientes y supusiera para ellas algo más que una pequeña molestia. Por otra parte, a pesar de que nunca habían confiado del todo en los magos, hasta Hor-Dulkar reconocía, aunque a regañadientes, que la cercanía de la Torre de Kazlunn les había otorgado cierta protección pero ahora que Kazlunn había sido conquistado por los sheks, y su nueva dueña era leal a Ashran, la independencia de sus bárbaros corría serio peligro.

Hor-Dulkar estaría más receptivo que de costumbre a una posible alianza con un príncipe de Nandelt. Y dado el talante que solía gastar habitualmente, perder una oreja no era lo peor que les podía haber pasado a los mensajeros.

Alexander estaba dispuesto a darle al jefe bárbaro lo que le había pedido. Así, cuando juzgó que la noticia de la reconquista de Nurgon se había extendido suficientemente a lo largo y ancho de Nandelt, envió nuevos mensajeros a Sur-Ikail para parlamentar con el jefe bárbaro.

Sabía que, en esta ocasión, regresarían con las dos orejas en su sitio.

Una noche que Christian se había perdido en la oscuridad, para pasar unos momentos a solas, como era su costumbre, dejándolos a ambos junto a la hoguera, Jack no pudo aguantar más y le dijo a Victoria:

—Algún día tendrás que tomar una decisión, ¿no?

Ella alzó la cabeza y lo miró largamente. Por un momento, a Jack le pareció que sus ojos eran tan profundos como la noche que los rodeaba.

—No lo entiendes —dijo la muchacha con suavidad—. Ya hace mucho tiempo que tomé una decisión.

Jack parpadeó, un tanto desconcertado.

—¿Ah, sí? Primera noticia.

Pero el corazón le latía con fuerza. Tal vez ella quería decir que había elegido en el bosque de Awa, y que al decidir acompañarlo hasta Awinor le había entregado su corazón... a él, y no al shek. No obstante, algo en la mirada de Victoria le hizo sospechar que no era eso lo que ella tenía en mente.

—Ya hace tiempo que tomé mi decisión —repitió ella—. Ahora eres tú quien debe decidir.

—¿Decidir, el qué?

—Si la aceptas o no. Estás en tu derecho de no estar conforme. Yo respetaré tu decisión, sea cual sea. Sólo te pido que respetes tú la mía.

Jack comprendió, de golpe, lo que ella le estaba diciendo: que ya había elegido. Y los había elegido a los dos.

Se quedó sin habla.

—No, no, eso no puede ser. No puedes quedarte con los dos.

—No he decidido quedarme con nadie, Jack. He decidido amaros a los dos, estéis o no estéis conmigo, porque es lo que me dice el corazón. Si correspondéis o no a mi amor, es cosa vuestra. Christian me quiere de todas formas. ¿Y tú?

Jack se llevó las manos a la cabeza, mareado.

—No puedes pedirme que te comparta con un shek.

—No te lo he pedido, Jack. Puedes hacer lo que quieras; te querré igualmente, lo aceptes o no. Pero comprendería que tú no soportases esa situación.

—Sin embargo, de alguna manera nos obligas a estar los tres juntos.

—Porque hemos de luchar juntos. Si nuestro vínculo se rompe, seremos vulnerables.

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