Authors: Laura Gallego García
Jack había pensado mucho acerca de Ashran, Sheziss y Christian. El mismo había conocido a sus padres humanos, los padres que Elrion había matado. Su madre nunca había llegado a saber que, en algún momento de su embarazo, el espíritu de Yandrak se había introducido en el cuerpo de su bebé aún no nacido, fusionándose con su alma humana. Sus padres jamás habían tenido nada que ver con Idhún, nunca habían sospechado que su hijo albergara en su interior el espíritu de un dragón. A pesar de ello, estaban muertos.
Los padres dragones de Jack también estaban muertos. El muchacho no podía dejar de preguntarse si lo habrían aceptado, en el caso de que estuvieran vivos... o lo considerarían un monstruo, poco más que un hombre, mucho menos que un dragón.
Jack había percibido la helada cólera de Sheziss cada vez que mencionaba a Kirtash. Nunca la había oído referirse a él como a su hijo. Para ella era demasiado monstruoso como para ser suyo.
Los sheks habían permanecido largo tiempo en Umadhun. Ashran les había ofrecido las dos cosas que más anhelaban: regresar a Idhún y la muerte de todos los dragones.
Y había cumplido.
Jack tenía muy claro por qué Ashran había creado a Kirtash. Los espíritus de Yandrak y Lunnaris habían sido enviados a la Tierra; había que mandar a alguien a buscarlos, pero a ningún shek le estaba permitido atravesar la Puerta interdimensional. Por otro lado, de haber enviado sólo un espíritu, éste podría haberse encarnado en cualquier bebé humano, y habría crecido, como Jack y Victoria, desconociendo su identidad. Por eso había sido necesario crear al híbrido antes, adiestrarlo... y después enviarlo a través de la Puerta.
Los sheks no podían negarse. Se lo debían todo a Ashran. Y, por otra parte, la huida del dragón y el unicornio podía dar al traste con todo aquello por lo que habían luchado. Si sólo existía una manera de llegar hasta ellos, tenían que llevarla a cabo... por mucho que les molestase.
Jack no intuía las razones por las cuales había sido Sheziss la elegida para aportar la cría de shek que necesitaban para el conjuro. Ni tampoco qué habría sido de los otros huevos. Pero estaba claro que el dolor de la pérdida sufrida había sido para ella tan intenso que le había llevado a traicionar a su propia raza, superar su odio hacia los dragones en aras de una empresa que ella consideraba más importante: su venganza contra Ashran.
Cuanto más pensaba en ello, más extraño le parecía. Kirtash, el shek contra el cual había luchado a muerte en tantas ocasiones. Christian, el aliado a quien Victoria estaba tan unida. Ambos seres eran uno solo, y Jack había sido rescatado por su madre (una de ellas) para matar a su padre (uno de ellos). Y Jack sospechaba que si bien Christian sabía de sobra quién era su padre humano, desconocía la identidad de su madre shek.
«Estoy con ella, Christian —pensaba a veces—. Me está enseñando a ser fuerte, como tú, como Victoria, para derrotar a Ashran. Pero no te aprecia. ¿Qué dirías si la vieras ante ti? ¿Si supieras que es la madre del shek que habita en tu interior?
Eran pensamientos confusos, y a menudo Jack sentía que no llegaría a ninguna conclusión que le fuera de utilidad.
Llegó por fin a la cueva y lanzó el cuerpo de la bestia a su interior. Oyó un siseo furioso.
«¿Qué es esto?», dijo Sheziss, irritada.
Jack recuperó su cuerpo humano. Había aprendido que bajo su forma humana, le resultaba más sencillo tolerar la presencia de la shek.
—La cena —respondió—. Está ya un poco chamuscada; antes de que protestes más, te diré que no ha sido culpa mía. No ha sido mi llama, es que...
«... le ha caído un rayo encima —completó Sheziss— Si ya veo.»
Pero no parecía interesada. Jack detectó enseguida que estaba inquieta.
—¿Sheziss? ¿Qué pasa?
Ella salió de las sombras con los movimientos sinuosos que la caracterizaban.
«Tenemos problemas, niño», dijo solamente. Jack se irguió, tenso.
—¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?
«He captado información de la red telepática de los shek,, Dicen que van a encontrarse pronto.»
—¿Quienes?
Sheziss lo miró como si fuera rematadamente estúpido. «Los otros dos híbridos, por supuesto.» —¿Christian y Victoria? Pero... —¿no estaban juntos?
Había dado por sentado que Victoria se había quedado junto a Christian. Si él la había dejado sola... se sintió furioso de pronto, y eso le sorprendió. De repente le molestaba más que Christian hubiera abandonado a Victoria que la posibilidad de que continuara a su lado... como su pareja.
«¿Juntos? —Sheziss lo miró, riéndose por dentro——. El unicornio ya no percibe tu presencia en el mundo, niño; cree que estás muerto, que Kirtash te ha matado. Y va tras él buscando venganza. »
Jack se quedó helado.
El recuerdo le trajo las palabras pronunciadas por Victoria, en Limbhad, mucho tiempo atrás: « Si se atreve, Jack, te juro que lo mataré».
Se dejó caer sobre una roca, abatido.
—No creía que estuviera hablando en serio —murmuro—. Pero... no, Victoria será incapaz de matarlo, Ella...
«... lo ama, lo sé. Pero también siente algo muy intenso por ti, ¿no es cierto?»
—A veces me resulta difícil creerlo —sonrió Jack, todavía perplejo.
«Estúpido —murmuró ella, aburrida—. Sois los tres únicos híbridos que existen en el mundo. Si cae uno de vosotros, caéis los tres. ¿Todavía no lo entiendes?»
Jack movió la cabeza.
—Siempre pensé que si yo desaparecía. Christian y Victoria permanecerían juntos. No sé por qué, su vínculo me pareció tan firme, tan real...
«Lo es, niño. Si tú hubieras matado a Kirtash, ella tampoco te lo habría perdonado.»
—¿Habría tratado de matarme?
«Seguramente. Nunca juegues con los seres queridos de un unicornio, Jack. Ah, no te imaginas lo peligrosas que pueden llegar a ser esas criaturas.»
Jack cerró los ojos. Se imaginó por un momento a Christian y Victoria luchando entre ellos, a muerte.
—El nunca haría daño a Victoria —dijo—. A no ser, claro..., que volviese a dominarlo su parte shek. Aunque... no, ni por ésas. Ni siquiera como shek podría hacerle daño. No otra vez
«Entonces, ella lo matará.»
—No será capaz. No, no podrá —por alguna razón, la simple idea le parecía espeluznante.
«Por ti lo haría, Jack. Lo sabes.»
Jack apretó los puños.
—Lo habría matado yo mismo —murmuró—. Todavía deseo matarlo. Pero no quiero que muera a manos de Victoria. No es...
Calló, buscando la palabra adecuada.
«... ¿Natural? —lo ayudó Sheziss—. Tú lo odias, igual que me odias a mí. Lo natural para ti es luchar contra los sheks, matarlos. Pero el unicornio no odia a Kirtash. Lo ama. Por eso te parece tan terrible que ella tenga intención de acabar con su vida.»
Jack hundió el rostro entre las manos.
—No, maldita sea; Christian se dejaría matar por ella antes que hacerle daño. Pero no puedo permitir que Victoria lleve a cabo esa venganza. —Alzó la cabeza, decidida—. Y no voy a dejar tampoco que muera ese condenado shek, ni hablar. Sheziss lo miró con interés.
«¿Por qué?», preguntó.
Jack se puso en pie.
—Porque, por mucho que lo odie, mi amor por Victoria es más fuerte. Y si he de dejarme llevar por un sentimiento, prefiero que sea el amor antes que el odio.
Los ojos tornasolados de Sheziss brillaron con aprobación
«El amor tampoco es un sentimiento que hayas elegido —dijo sin embargo—. Es irracional, al igual que el odio que sientes por los sheks. No tienes motivos para amar.»
—No —concedió Jack—. Pero si me despojaran de mis sentimientos, del amor y del odio, y pudiera escoger cuál de los dos recuperar... tengo muy claro cuál sería mi elección.
Sheziss esbozó una sinuosa sonrisa.
«Bien —dijo—. Todavía tienes mucho que aprender, pero ya no hay tiempo. Tenemos que evitar que se enfrenten esos dos. Esa muchacha es el último unicornio, el último reducto de la magia en Idhún. Hay que preservarla con vida a toda costa.»
Sin añadir más, Sheziss dio media vuelta y se internó por el túnel. Jack la siguió, un poco inquieto. Parecía claro que regresaban al corazón de la montaña, a la Puerta interdimensional. Echó un vistazo al cadáver de la bestia que dejaban atrás. No era propio de Sheziss actuar de forma tan precipitada.
—¿De verdad te importa Victoria? —le preguntó—. Más allá de su implicación en la profecía, quiero decir. Tenía entendido que la magia no significa gran cosa para los sheks y los dragones. Nuestro propio poder es superior al de un mago consagrado por un unicornio.
«Cierto —respondió ella—. El mundo sobrevivirá a la pérdida del último unicornio, la energía seguirá fluyendo. Pero no de la misma manera que antes. No de la misma manera.»
Jack no entendió muy bien la respuesta, pero la simple idea —de que Victoria pudiera morir le producía tal angustia que cambió de tema.
—¿Y qué sucederá si es Victoria quien vence en la lucha? preguntó con suavidad—. ¿Lamentarás la muerte de tu hijo?
Notó cómo el cuerpo escamoso de ella se ponía tenso de pronto.
«Eso no es hijo mío», dijo.
—Pero una vez lo fue.
Sheziss no respondió.
—¿Qué fue de los otros huevos, Sheziss? ¿Qué hizo Ashran con ellos?
La shek se detuvo un momento y se volvió hacia Jack, con una brusquedad que no era propia de ella. El joven retrocedió un paso, y su instinto se disparó, alertándole de un posible peligro. Sintió el odio palpitando en sus sienes. También lo vio en los ojos de Sheziss.
Pero la serpiente se limitó a bajar un ala hasta Jack, con suavidad.
«Sube —le ordenó—. Vas demasiado lento.»
Jack dudó.
«¿Quieres reunirte con tu unicornio, sí o no?»
«Por Victoria», pensó el muchacho, y trepó por el ala de Sheziss hasta acomodarse sobre su frío lomo. Los dos reprimieron un estremecimiento de asco.
El cuerpo ondulante de Sheziss siguió reptando por el corredor; cuando Jack ya estaba a punto de adormilarse, acunado por el vaivén del movimiento de la serpiente, ella habló, con suavidad, en algún rincón de su mente.
«No fue por mí. No se trataba de mis hijos, de mis huevos. Eran los hijos de él, y por tanto, él debía sacrificarlos. Era lo justo.»
—¿Él? —repitió Jack.
«Mi compañero. Claro que eran nuestros huevos, de los dos. Pero no podía exigir un sacrificio así de ningún shek. Ya que era él quien había pactado con Ashran, debían ser sus huevos los que utilizaran para el experimento. No habría sido justo coger los de ningún otro shek. Al fin y al cabo, Ashran había ofrecido a su propio hijo.»
Sheziss calló un momento. Después, prosiguió, pensativa.
«Yo le dije que no sólo eran sus huevos. También eran mis huevos. Y yo no había pactado con aquel humano. Por otra parte, eran los únicos huevos que pondría en toda mi vida. Mientras que él podía tener otros hijos, con otras sheks.»
—Pero no te escuchó, ¿verdad? —preguntó Jack, con suavidad.
«Me aseguró que sólo necesitarían uno. Que me devolverían los demás. “Entonces llévate uno solo”, le dije. “No te lleves a todos mis hijos.”»
Jack tragó saliva. Sabía que Sheziss se había quedado sin todos sus huevos, y se preguntó, por un momento, si no existirían más híbridos, como Christian, ocultos en algún lugar de Idhún
«Vino con varios más. Entraron en el nido, se llevaron todos los huevos. Todos ellos. No pude detenerlos.»
A partir de ahí, las palabras, los conceptos y las imágenes, inundaron la mente de Jack como un torrente desbordado. El muchacho jadeó, tratando de ordenar y asimilar toda aquella información. Pero la mente de Sheziss seguía transmitiendo su historia, de una manera tan caótica, tan impropia de que Jack comprendió, de pronto, que aquélla era la forma que tenían los sheks de llorar.
Pero no fue justo. No se trataba sólo de unir dos espíritus sino de unirlos en un solo cuerpo. Y el cuerpo elegido era el cuerpo del niño humano, del hijo de Ashran. Su alma no tendría que abandonar su frágil envoltura humana, sería el espíritu del shek el que dejaría atrás su propio cuerpo para entrar en el de él. Así que, cuando mis crías nacieron, Ashran extrajo el espíritu de la primera de ellas. Murió de inmediato. Y Ashran no logró introducir su esencia en el cuerpo del niño, porque los espíritus deben fusionarse cuando la criatura aún no ha nacido, cuando su cuerpo aún no ha asimilado del todo su alma. Pero aquel niño tenía ya varios años, su alma ya estaba asentada en su cuerpo, y no toleró aquella intrusión. El espíritu de la primera cría se perdió, se perdió... y ya no pudieron recuperarlo. Tomaron entonces a la segunda cría, repitieron el intento. Pero el alma del niño humano expulsó de nuevo el espíritu del shek. Una... y otra... y otra vez... Desde el interior de mi nido, yo sentía a mis hijos pidiendo un auxilio que no podía proporcionarles. Apenas acababan de salir del huevo, cuando Ashran los mataba, uno tras otro, arrebatándoles el alma. Sólo el último sobrevivió. El espíritu del niño humano ya no tuvo fuerzas para rechazar la esencia del último de mis hijos. Sí, el alma de mi hijo sobrevivió... fusionada con la de un humano. Estaba mejor, Muerto.»
Se hizo el silencio en la mente de Jack.
El joven se sintió muy débil de pronto, y tuvo que aferrarse nacimiento de las alas de Sheziss para no caerse.
«Ni siquiera tuve ocasión de ponerles nombre» añadió ella.
—Es horrible —susurró Jack.
Sheziss no respondió.
—Me cuesta creer que su padre sacrificara a sus crías voluntariamente —dijo él.
«Era su deber, o al menos eso creía él» —explicó Sheziss.
—¿Por qué?—
Enseguida sintió que ella reía de nuevo, con amargura, y supo que no iba a contestar a su pregunta. Reflexionó, esforzándose en atar cabos, y entonces lo comprendió todo.
—Es él, ¿verdad? —exclamó—. Zeshak, el rey de los sheks, era tu compañero, fue el padre de tus huevos. Por eso tenían que ser sus hijos, y no los de ningún otro shek. Porque él había pactado con Ashran, y porque Ashran, su aliado, había entregado a su propio hijo. Y por eso... por eso quieres matarle. Por eso odias a Zeshak incluso más de lo que odias a Ashran, o a los dragones.
«Ya ves —dijo ella con sencillez—. Ahora tal vez entiendas porque comprendo tan bien a tu chica unicornio. Cuando alguien a quien amas hace daño a alguien a quien amas... no lo odias, sin más. Lo amas y lo odias al mismo tiempo. Zeshak me arrebató a mis hijos para acabar con la profecía, para asegurar el futuro de todos los sheks. Tenía sus motivos, y los comprendo. Pero no puedo dejar de odiarlo... y tampoco puedo dejar de amarlo. Es el padre de mis hijos. Por eso debe morir... no solo por mis hijos, sino también por mí.»