Tríada (69 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Tríada
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—No sabía que los sheks pudierais amar tan intensamente —dijo Jack, impresionado—. Parecéis tan fríos.

«No expresamos nuestros sentimientos de la misma manera que vosotros —dijo ella—. Pero los tenernos, ah, sí, por supuesto que los tenemos.»

Jack recordó entonces que Alexander le había dicho, tiempo atrás, que los sheks no podían amar. Ahora sabía que se equivocaba. No podían amar a los humanos, pero sí podían amarse entre ellos... y odiarse.

—Pero ahora me estás ayudando a mí —dijo Jack con suavidad—. Tus hijos murieron para evitar el cumplimiento de la profecía. Si al final destruimos a Ashran... ¿no habrá sido en vano tu pérdida?

«No —repuso ella—. Porque le habré demostrado a que estaba equivocado... tan equivocado...»

La voz mental de Sheziss se apagó. Jack no preguntó nada más.

Ambos siguieron avanzando por el túnel, hacia el corazón de Umadhun, sumidos en sus sombríos pensamientos.

El viaje se le hizo eterno.

Jack no sabía cuánto tiempo llevaban viajando a través de los túneles. Sheziss seguía avanzando, incansable, deslizándose por oscuras y húmedas galerías que a él le parecían siempre iguales. Había estado inconsciente durante casi todo el viaje de ida, y por eso no había llegado a darse cuenta de lo lóbrego y monótono que era Umadhun.

Hacía mucho que Jack había perdido la noción del tiempo. No había días ni noches en aquel mundo, ni siquiera en el exterior, cuyos cielos, eternamente turbulentos y partidos por los rayos, no mostraban el paso de las horas. El joven se había acostumbrado a comer cuando tenía hambre y dormir cuando tenía sueño.

Pero allí, en los túneles, parecía reinar una noche perpetua. Por si fuera poco, Sheziss permaneció en silencio la mayor parte del viaje. Tal vez pensara que ya había hablado demasiado, tal vez se arrepintiera de haber confesado tantas cosas, o quizás era sólo que los recuerdos la habían sumido en un estado melancólico del que no tenía ganas de salir. En cualquier Caso, no resultaba una compañía muy animada.

Jack terminó por adormecerse, a caballo entre el sueño y la vigilia, dejando, simplemente, que pasara el tiempo.

En cierta ocasión, cuando se detuvieron a descansar junto a un torrente subterráneo, Sheziss habló por fin.

«Será difícil cruzar la Puerta», dijo.

Jack se irguió.

—¿Por qué? La crucé cuando vine de Idhún, ¿no?

«Entonces estabas medio muerto. Tu cuerpo estaba prácticamente helado. Tu llama casi se había apagado. En ese momento, los sheks de Umadhun no sabían quién eras. Te tomaron por un humano moribundo, alguien demasiado poco importante. Solamente las crías sintieron curiosidad y se acercaron a ti.»

Jack recordó los pequeños sheks reptando a su alrededor, y como Sheziss los había espantado.

«De todas formas en Umadhun sólo quedan crías y sheks demasiado viejos o cansados que no deseaban regresar a Idhún. Más bien pocos.»

—Entonces, ¿dónde está el problema?

«El problema está en que ya se ha corrido la voz de tu muerte en los Picos de Fuego, niño. Los sheks saben que caíste a través de la Puerta. Creen que estabas muerto, y que, si no lo estabas, las crías se encargaron de acabar contigo. Pero te reconocerían en cuanto te vieran.»

Jack se apoyó contra la pared de roca, pensativo.

—¿Cómo hacemos para regresar, pues?

Sheziss cerró los ojos un momento.

«Hay túneles secundarios —dijo—. Poco transitados. Supondrá dar un rodeo, es cierto, pero tendremos muchas posibilidades de alcanzar la frontera antes de que nos descubran.»

—¿Y no sería mejor utilizar el factor sorpresa, lanzarnos hacia la Puerta interdimensional todo lo deprisa que podamos? No nos esperan, no saben siquiera que estoy vivo.

Sheziss lo miró, casi riéndose.

«Tienes prisa, ¿eh?»

Jack desvió la mirada.

—Creo que he pasado demasiado tiempo aquí.

«Pero estamos muy cerca, niño. ¿Te lo jugarías todo a una acción tan temeraria? Después de todo lo que has aprendido. ¿Te arriesgarías a que te maten junto a la Puerta de regreso a Idhún?»

Jack suspiró.

—Está bien, lo haremos a tu manera.

No tardó en arrepentirse de haber cedido tan pronto.

Sheziss abandonó los túneles anchos para elegir galerías pequeñas, estrechas e incómodas. A veces, Jack tenía que apretarse contra el lomo escamoso de la shek para no rozarse con el techo del túnel. Eso le producía una indecible angustia. Tenía la sensación de que, si se transformara en dragón, quedaría ahogado allí dentro. Sus alas, sus garras y sus cuernos quedarían trabados en el túnel, impidiéndole avanzar. Y la simple idea de no poder transformarse lo hacía sentir asfixiado e indefenso.

—Tengo que salir de aquí —le dijo cuando no aguantó más —Me ahogo. Es demasiado estrecho para mí.

Sheziss lo miró. El muchacho podía caminar por el túnel cómodamente, de pie. Pero su rostro había palidecido y se le notaba realmente angustiado, como si estuviera atrapado en un espacio mucho más pequeño. La shek entendió sin necesidad de más explicaciones.

«Esa esencia de dragón tuya...», siseó, molesta. Su propio cuerpo, esbelto y flexible, no encontraba problemas a la hora de deslizarse por las galerías. Pero un dragón era otra cosa.

«Está bien —dijo ella finalmente—. Saldremos a un túnel grande. No estamos ya lejos de nuestro destino.»

El corazón de Jack se aceleró un momento. Victoria. La simple idea de que volvería a verla muy pronto le henchió el pecho de alegría. Sheziss lo notó.

«Mantén la cabeza fría, Jack. Recuerda todo lo que te he enseñado.»

El joven asintió. Miró un momento a la serpiente, que se había enroscado sobre sí misma, y lo observaba calmosamente con los ojos entornados. Y, por encima del odio, que aún palpitaba en algún rincón de su alma, un nuevo sentimiento lo 1enó por dentro.

—Gracias por todo, Sheziss —le dijo con sinceridad.

Le pareció que la serpiente sonreía. Se le antojó hermosa. «No hay tiempo para tonterías —dijo sin embargo—. No podemos quedarnos aquí mucho rato.»

Se pusieron en marcha de nuevo. Jack se esforzó por controlar angustia, hasta que salieron a un túnel un poco más ancho. Respiró profundamente. Su alma de dragón lo agradeció también. Sabía que ahora tenía espacio suficiente para transformarse, si así lo deseaba.

Sheziss le indicó que subiera a su lomo. Jack obedeció, y controló su instinto cuando las alas de la shek se replegaron sobre su espalda, cubriéndolo como una capa membranosa. Avanzaron así un largo trecho. Jack empezó a percibir la presencia de otros sheks en las cercanías. El corazón le latió con más fuerza, pero se esforzó por dominarse. «Sólo son sheks —se dijo a sí mismo—. El odio que siento hacia ellos no es importante tiene una razón de ser. Estoy por encima de todo eso.»

Se repitió a sí mismo varias veces estas palabras. Doblaron un recodo. Una débil luz rojiza iluminó el túnel. Jack contuvo el aliento.

«Esa luz procede de la Puerta», dijo Sheziss.

«Lo suponía», pensó Jack simplemente; no se atrevió a hablar en voz alta, pero dejó que ella captara sus pensamientos. Sheziss se agazapó contra la pared del túnel. Jack se atrevió a echar un vistazo por entre las alas de la serpiente. La brecha interdimensional estaba allí.

Tenía el aspecto de una inmensa pantalla rojiza que cubría la pared rocosa más allá, tan larga que no se veía su fin. Su textura era extraña. Parecía como si al otro lado algo hirviera y burbujeara. Algo tan caliente como el corazón de una caldera.

Y la luz rojiza que irradiaba, tórrida y sangrienta, bañaba la enorme caverna en la que desembocaba el túnel. Y la caverna estaba llena de sheks.

Algunos dormitaban en los rincones, enroscados sobre sí mismos. Otros vigilaban que las crías no se acercaran demasiado a la Puerta. Había alguno que volaba entre las inmensas estalactitas, rizando su largo cuerpo para no chocar con ellas.

Jack se dio cuenta de que todas aquellas serpientes, a excepción quizá de las crías, estaban muy aburridas. Entendió entonces por qué Umadhun resultaba tan espantoso para los sheks. Su aguda inteligencia necesitaba nuevos retos, cosas que aprender y que observar, y aquel frío mundo de piedra había dejado de resultarles interesante mucho tiempo atrás.

«¿Por qué no se van?», se preguntó.

«La mayoría son viejos —respondió Sheziss—. Otros no han conocido otra cosa que Umadhun y no se atreven a ir más allá. Otras son hembras que volvieron aquí para poner sus huevos; creen que este lugar es más seguro que Idhún, al menos que las crías crezcan.»

Jack percibió su amargura cuando mencionó a las madres con las crías. No hizo ningún comentario.

«En cualquier caso, todos, a excepción de los más ancianos, acabarán por regresar a Idhún —prosiguió ella—. Mientras tanto aguardan cerca de la Puerta. A menudo regresa algún shek desde Idhún, trae noticias y algunas otras cosas. Cada vez que alguien vuelve contando cosas sobre el mundo de los tres soles varios sheks de Umadhun se deciden a acompañarlo cuando regresa. »

Jack contempló la Puerta con más atención. Recordó entonces que al otro lado había una sima de lava.

—¿Cómo...? —empezó, pero calló enseguida.

«¿Cómo atravesaremos la sima sin quemarnos? —pregunto mentalmente—. ¿Y cómo la atravesé yo?»

«Los dragones sellaron la Puerta con fuego y lava para que no pudiésemos volver —dijo Sheziss—. Pero con el paso de los siglos, el frío de Umadhun y los sheks ha ido debilitando la llama. Cuando murieron los dragones, la llama casi se apagó por completo. Se puede atravesar esa puerta, la lava no calienta tanto como parece. Su fuego es sólo aparente. Pero el calor siendo desagradable para los sheks; muchos no se atreven a aventurarse por la Puerta de fuego; y los que lo hicieron una vez, no suelen volver muy a menudo.»

«¿Y tú? —preguntó Jack—. ¿Has estado en Idhún alguna vez?» Ella tardó un poco en contestar.

«Volví una vez —dijo—. Una sola vez, hace quince años. Fui a ver... fui a ver a mi hijo.»

Como un relámpago, en la mente de Jack apareció la imagen de un chiquillo de unos dos o tres años que se acurrucaba temblando, empapado de sudor, en un rincón de una habitación. Jack supo que lo estaba observando desde la ventana, supo que lo estaba observando desde la mirada del recuerdo de Sheziss.

El niño sufría espasmos extraños, y su piel cambiaba a cada instante, mostrando una textura escamosa. Jack lo oyó gemir y sollozar por lo bajo. Sintió la angustia y el dolor de Sheziss al contemplar a aquella criatura.

Entonces, el pequeño se volvió hacia ella en un movimiento brusco, casi feroz. Jack reconoció el cabello castaño claro, los ojos azules, los rasgos de Kirtash, o Christian.

Súbitamente, el niño lanzó la cabeza hacia delante con un siseo, mostrando en su rostro humano unos colmillos afilados, una lengua bífida y unos ojos irisados, redondos, de serpiente, unos ojos que momentos antes habían sido azules como cristales de hielo.

Jack jadeó y sacudió la cabeza para hacer desaparecer aquella visión.

«No duró mucho —dijo entonces Sheziss, para tranquilizarlo, o bien para consolarse a sí misma—. En apenas varios días ya volvía a mostrar un aspecto completamente humano. El espíritu de mi hijo y el alma de ese niño se habían fusionado en el interior de aquel cuerpo. Y mi hijo... ya no era mi hijo. Ya no era más que un monstruo. »

—Como yo —dijo Jack en voz baja.

Sheziss lo miró. Jack creyó detectar un breve rastro de emoción en sus ojos tornasolados.

El muchacho respiró hondo, y volvió la cabeza hacia la caverna... y hacia la Puerta.

«Está tan cerca», pensó.

«Calma, Jack— lo detuvo ella—. Calma.» Pero no hubo tiempo para calmarse.

De pronto, una sombra se alzó en la entrada del túnel. Sheziss siseo y se echó para atrás. Jack distinguió la figura de un shek, un macho anciano, y todas las alarmas de su instinto se dispararon a la vez. Se esforzó por controlarse y pensar con la cabeza fría. Seguramente entre él y Sheziss podían plantar cara al viejo shek, pero eso no era lo peor.

El shek lo había visto. Y lo había reconocido.

Y eso quería decir que todos los sheks de Umadhun sabían ya que estaban allí.

Tras un breve instante de pánico, Jack gritó:

—¡Vuela, Sheziss, VUELA!

El shek se abalanzó sobre ellos. Sheziss lo esquivó con un ágil quiebro, desplegó las alas y echó a volar hacia la caverna.

Jack se quedó sin respiración un instante. Nunca había volado a lomos de un shek, y era una experiencia extraña. Pero no tuvo tiempo de disfrutarla, porque pronto todos los sheks se le echaron encima.

Sintió deseos de metamorfosearse en dragón; sin dominó su instinto, porque sabía que, si se transformaba se quedaría allí, a luchar. Y en aquel momento, lo más importante era escapar de aquel lugar.

Sheziss batió las alas, con desesperación, en dirección a la puerta de fuego. Jack se volvió sobre su lomo para ver si el fuego intimidaba a los sheks, pero sufrió una pequeña decepción el odio alimentaba los ojos de las serpientes aladas, y el instinto las empujaría a perseguir a Jack, para matarlo, a través de la Puerta y más allá.

«Agárrate bien, niño», dijo entonces Sheziss.

Y se impulsó hacia delante. Jack se aferró a sus escamas apretó los talones contra el cuerpo ondulante de la serpiente y se inclinó sobre su lomo todo lo que pudo. La Puerta parecía estar tan cerca...

Los furiosos siseos de los sheks también se oían muy cerca

«Sheziss...»

«Tranquilo, dragón; saldremos de ésta.»

Hizo un quiebro y se elevó en el aire. Los sheks de más edad vieron venir la maniobra y la siguieron, pero los jóvenes quedaron atrás. Sheziss descendió entonces en picado... hacia la Puerta, y hacia la libertad.

Uno de los sheks lanzó un mordisco y logró morder la cola de Sheziss, que emitió un siseo de dolor. Jack se incorporó y arrojó su lanza, pero el arma rebotó contra las escamas del shek sin dañarlo. El chico maldijo entre dientes.

Sheziss aleteó, desesperada. Los otros sheks se le echaban encima.

Jack no tenía otra opción.

Se transformó. Con rabia, con violencia. Inhaló aire y acto seguido vomitó una llamarada contra las serpientes que perseguían.

Factor sorpresa. Los sheks silbaron y sisearon, aterrorizados. Los que estaban más cerca ardieron en llamas. La serpiente que aferraba la cola de Sheziss la soltó. Jack estiró las garras y logró sostenerla justo antes de que cayera.

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