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Authors: Laura Gallego García

Tríada (66 page)

BOOK: Tríada
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—He venido a buscar a Christian —dijo ella.

—Se ha ido. Dijo que te esperaría en la Torre de Kazlunn.

—Bien —asintió Victoria.

Iba a dar media vuelta para marcharse, pero él la retuvo.

—Contaba con que me permitirías ofrecerte mi hospitalidad, aunque sólo sea por esta noche —dijo—. Ya se está poniendo el último de los soles. Mañana podrás reemprender tu viaje.

Victoria se volvió hacia él y lo miró, pero no dijo nada.

—Sé que nuestro primer encuentro no fue muy agradable para ti —prosiguió Ashran—. Pero no vale la pena pensar en el pasado.

»Quiero hablar de tu futuro, Victoria. Puedo llamarte Victoria, ¿verdad?

Ella no respondió.

—Eres el último unicornio que queda en el mundo —continuó él, sin aguardar respuesta—. Has perdido a tu dragón. La misión para la que fuiste creada ya no puede llevarse a cabo. Pero mi hijo te ama.

Victoria seguía sin hablar. Ashran sonrió.

—Sé lo que pretendes. Sé que deseas morir, deseas abandonar este mundo, seguir a tu dragón porque sientes que no vale la pena vivir sin él. Pero lo has intentado y no puedes. Porque hay algo que todavía te ata a la vida... y ese algo es Kirtash.

»Todavía lo amas, ¿verdad? Y te odias a ti misma por ello, por amar a aquel que le arrebató la vida a tu dragón, aquel que te dejó herida de muerte. Y querrías morir, pero no puedes, no mientras él siga vivo para que tú puedas amarlo. Por eso quieres enfrentarte a él, quieres morir a sus manos o matarlo tú misma para que ya no haya nada que te ate a este mundo, y puedas morir en paz.

»Kirtash cree que no te conozco. Pero te conozco, oh, sí, y te comprendo, mucho mejor de lo que ambos creéis. Pobre criatura desamparada... Ya no perteneces a este mundo, Victoria. Eres la última de tu raza, y tu dragón te ha dejado sola. ¿Qué será de ti?

Victoria le dio la espalda, sin una palabra, y se dispuso a entrar de nuevo en la torre. Pero algo invisible la detuvo y le impidió avanzar. Se volvió de nuevo hacia Ashran.

—No he terminado de hablar —dijo él con suavidad—. Te ofrezco otra alternativa, Victoria. Un futuro. Si estás dispuesta a escucharme.

Se asomó a las almenas y alzó las manos ante él. Algo se estremeció en el aire, entre sus dedos, y Victoria vio cómo se formaba una burbuja que parecía una gran gota de agua. Cuando Ashran bajó las manos, la burbuja quedó flotando en el aire, temblando como una perla de rocío, frente a él.

—Mira a través de ella —la invitó.

Victoria se acercó y miró.

Descubrió que la burbuja mágica actuaba en realidad como una especie de catalejo que enfocaba a un sector del bosque.

Y apreció, entre las últimas luces del atardecer y las prime ras brumas de la noche, a un grupo de hadas que recorrían el bosque, rozando los árboles con las puntas de los dedos, cantando a las flores y acariciando las hojas de las plantas, curando con su magia feerica las heridas de Alis Lithban. Por allí cerca, entre los troncos de los árboles, se deslizaba el cuerpo ondulante de un shek.

—Se han propuesto resucitar el bosque —dijo Ashran con suavidad—. Son pocas las hadas que han decidido dejar de luchar en una guerra que ya han perdido, para unirse a nosotros, y lo han hecho sólo porque les ofrecimos la posibilidad de cuidar lo que queda de Alis Lithban. No trabajan para mí, trabajan para el bosque. En realidad, la idea fue de Zeshak. —Se encogió de hombros—. Cuando le pregunté por qué tenía tanto interés en curar al bosque, me dijo, simplemente, «porque una vez fue bello».

»Así son los sheks, Victoria. Los humanos los ven como a monstruos, pero ellos aprecian la belleza más que ninguna otra criatura en Idhún. Quedan cautivados por ella... donde quiera que ésta se encuentre. Aunque sea en el fondo de la mirada de un unicornio.

Clavó en ella sus ojos plateados. Victoria no hizo el menor gesto.

Pero algo se agitó en su corazón.

—No podrán hacerlo solos —añadió Ashran, señalando el bosque—. Pero tal vez sí lo consigan si tú los ayudas.

Victoria no contestó, pero desvió la mirada hacia la lente mágica que le mostraba aquella escena tan sorprendente.

—Los dioses decidieron para ti un destino lleno de dolor, odio y muerte. Te crearon para matar, para destruir. «Matarás a Ashran el Nigromante», ésas fueron las palabras que susurraron en tu oído cuando te salvaron de la conjunción de los seis astros.

»Yo te ofrezco otro futuro muy distinto, Victoria. Un futuro lleno de paz, de vida... de amor, si quieres. Ya no vais a ganar esta guerra. Y tampoco puedo devolverte lo que has perdido. Pero, si te unes a nosotros, podrás dedicar tu vida a algo hermoso, a devolver a Alis Lithban la belleza y la vida que poseyó antaño.

»Y te ofrezco amor también. Te ofrezco a Kirtash, mi hijo, que dio su vida por ti y volvería a hacerlo, una y otra vez, mientras tú existas. No puede amar a ninguna otra mujer en el mundo, porque no es un shek, pero tampoco es humano. Es como tú, un híbrido. Y ahora que el dragón ya no existe, él es la única persona a la que puedes amar.

»Únete a nosotros, y heredarás mi imperio, lo gobernarás junto a Kirtash.

Victoria lo miró un momento.

—No sabes lo que dices —murmuró.

—Sé exactamente lo que digo —sonrió Ashran—. Hace tiempo quise matarte, porque los Seis te hicieron parte de la profecía que iba a destruirme. Pero esa profecía ya no existe. Ya no eres una amenaza. Eres una criatura única, y sería una lástima que desaparecieras del mundo.

»Y estoy seguro de que Kirtash lo lamentaría más que nadie.

—Ya lo está lamentando —respondió ella en voz baja—. Fue él quien, al matar a Jack, acabó también con mi vida.

—Y él es el único que puede devolvértela.

Victoria negó con la cabeza.

—Es demasiado tarde.

—Nunca es demasiado tarde. ¿Qué vas a hacer con esa espada, Victoria? ¿Clavársela a mi hijo en el corazón? ¿Hundirla en el pecho del hombre al que amas? Ni siquiera tú serías capaz de hacer eso por venganza.

—Sin embargo, voy a hacerlo.

—Pero no por venganza. Lo harás porque en el momento en que mates a Kirtash te estarás matando a ti misma. Y lo sabes perfectamente. Lo que quieres hacer no es un asesinato, Victoria. Es un suicidio.

Victoria desvió la vista, pero Ashran la tomó de la barbilla y le hizo alzar la cabeza para mirarla a los ojos.

—Ya veo. La luz de tus ojos se ha apagado —murmuró—. Ahora sólo irradian tinieblas. Sin embargo, solo aquel que ha apagado tus ojos puede iluminarlos de nuevo. Kirtash es la luz que estás buscando. Si la extingues, todo habrá acabado, no sólo para vosotros dos, sino también para Idhún.

Victoria reaccionó por fin. Se separó de él con un movimiento brusco.

—No es posible que puedas ver eso en mis ojos —dijo, temblando.

Los humanos no podían ver la luz del unicornio. Ni siquiera los hechiceros poderosos como Ashran. Era un privilegio que sólo poseían los dragones, los sheks y los feéricos.

Clavó su mirada en los iris argénteos de Ashran, buscando en ellos la respuesta a su extraño poder.

Y descubrió entonces cuál era el secreto de sus ojos.

Aquellos iris plateados no eran naturales. Eran una especie de lentes metálicas que ocultaban su auténtica mirada, una barrera entre el alma de Ashran y el resto del mundo, tal vez una coraza, o tal vez un disfraz. Más allá de aquellos iris argentados, más allá de los sorprendentes ojos de Ashran, Victoria percibió el poder de aquel hombre, y hasta la más ínfima fibra de su ser se estremeció de terror. Se apartó de él con brusquedad.

—Tú... ¿quién eres tú? —susurró.

Ashran sonrió. Retrocedió un paso. Sus ojos brillaron un momento, y después el espejismo cesó, y Victoria los vio de nuevo como siempre, unos extraños ojos de plata.

—Ve a ver a mi hijo —dijo él—. Míralo a los ojos, como me has mirado a mí, y busca en ellos la luz que has perdido.

Victoria no dijo nada más. Dio media vuelta y se internó ti< nuevo en la torre, y en esta ocasión Ashran la dejó marchar.

La joven no se quedó a dormir en la Torre de Drackwen. Se reunió con el semimago, que la esperaba en la entrada, y ambos se perdieron de nuevo en las sombras del bosque de Alis Lithban.

Ashran los vio marchar desde las almenas.

Permaneció allí un buen rato más. Cuando las tres lunas ya brillaban en el firmamento, una forma sinuosa y ondulante recortó contra ellas en su vuelo de regreso a la torre.

Ashran aguardó a que Zeshak se posara junto a él.

«El unicornio ha estado aquí», dijo el shek.

—Sí, y se ha marchado. Se reunirá con Kirtash en la Torre de Kazlunn.

«Van a enfrentarse por fin.»

—Sí. Kirtash ya no va a eludirla más. Ha llegado la hora de saber si Victoria es capaz de llevar a cabo su venganza... o su inmolación, según se mire.

«Confieso que no le deseo ningún mal a esa muchacha, no es una amenaza para nosotros y, aunque esté tan contaminada de humanidad, es lo único que queda de la raza de los unicornios.»

—Lo sé, Zeshak. Aún abrigo la esperanza de que se una a Kirtash. Si lo hace, no sólo habremos salvado lo que queda de la magia, sino que también habremos vencido definitivamente esta guerra. Los Seis ya no tendrán ningún poder en Idhún. Y la rebelión se rendirá en cuanto vean entre nosotros a su adorada doncella unicornio.

El shek entornó los ojos.

«¿Qué ocurrirá si ella lo mata?»

—Que morirá con él —Ashran alzó hacia Zeshak sus pupilas plateadas—. Y si es él quien finalmente acaba con ella, tampoco la sobrevivirá. Y así ha de ser. Kirtash sólo nos será útil si tiene a *u lado a Victoria. Sin ella..., puede convertirse en un problema y en una amenaza.

«Es inestable, imprevisible. Demasiado independiente.»

—Sí. Pero lo daría todo por esa muchacha, como ya ha demostrado en más de una ocasión. Si la ganamos a ella, los ganamos a los dos. Si la perdemos... los perderemos a los dos.

Zeshak siseó con suavidad, mostrando su asentimiento.

Tres días después, Christian llegó a la Torre de Kazlunn.

La torre se protegía sola, y no necesitaba mucha vigilancia. Gerde había dejado allí un destacamento de soldados szish y un reducido grupo de hechiceros, suficientes para mantenerla, mientras estuvo con los Shur-Ikaili.

Ahora que estaba de vuelta, Ashran le había anunciado que su hijo se dirigía hacia allá, y el hada lo aguardaba con impaciencia. Después de la experiencia con los bárbaros y la derrota a manos de Allegra, la perspectiva de ver de nuevo a Kirtash la ponía de buen humor.

No se habían visto desde aquella noche en el bosque de Awa, aquella noche en que él le había dado un beso a cambio de su espada. Habían pasado muchas cosas desde entonces.

Kirtash había matado a Jack, aquel irritante muchacho contra el que Gerde se había enfrentado en alguna ocasión. Y eso había vuelto loca de dolor a Victoria.

Kirtash se había quedado solo. Su dama lo buscaba para matarlo. Ella, que tanto decía amarlo, lo había traicionado.

Mientras se preparaba en sus aposentos para la llegada de Kirtash, peinando su largo y suave cabello aceitunado, Gerde se preguntó cuáles serían las intenciones del hijo de señor.

Tiempo atrás, ambos habían pasado una noche juntos. Gerde había conocido a otros hombres, antes y después, pero no había podido olvidar aquella noche. En la Torre de Drackwen mientras Victoria agonizaba, prisionera de Ashran, Kirtash había buscado su calor.

Después había huido de la torre, llevándose a la chica consigo, traicionando a los suyos definitivamente. Pero por una gloriosa noche, Kirtash había sido suyo.

Había sido muy claro al respecto. Para él no era importante, sólo placer, le advirtió con antelación. Y sólo por aquella noche. No habría ninguna más.

Gerde había entendido enseguida lo que quería decir. Kirtash podía tener deseos humanos, y de vez en cuando los satisfacía. Pero no podría llegar a amarla jamás, porque su parte shek le impedía sentir amor por nadie que no fuera como él.

Aun así, ella había aceptado sus condiciones. La decisión había sido suya. Kirtash no la había presionado en ningún momento, lo había dejado a su elección, le había dejado bien claro lo que podía esperar de él.

Cerró los ojos y se estremeció profundamente al evocar, de nuevo, lo que ambos habían compartido aquella noche. Incluso a pesar de saber que él no sentía nada por ella y, por tanto, no repetiría la experiencia para que Gerde no se acostumbrara a su presencia, el hada comprendió que ella no se conformaría con eso.

Sabía lo que era Kirtash, sabía que era un shek y que jamás podría verla como a una igual. Se preguntó una vez más, de dónde procedía su obsesión por él. Al principio le había impresionado por ser el heredero de Ashran, un joven interesante y atractivo. Después se había sentido cada vez más y más fascinada... se había enfurecido al descubrir su relación con Victoria, que daba al traste con su deseo de ocupar el puesto de reina de Idhún Junto a Kirtash..., ¿o era algo más? Cuanto más crecía su atracción hacia Kirtash, más celosa se sentía y odiaba a Victoria.

Y aquella noche, cuando él la había mirado a los ojos y le había dicho, con total frialdad, que compartiría su lecho, si ella lo deseaba, pero— que no la amaría nunca, Gerde había aceptado. No necesitaba su amor, pensó entonces, sólo lo quería a él, y de todas formas, si era incapaz de amar, le daría igual elegirla a ella por compañera que a cualquier otra.

Pero en el fondo de su corazón, una parte de ella se estremeció de pena.

Había tratado de reprimir aquel sentimiento. Sin embargo, tiempo después, en el bosque de Awa, él se había rendido a su hechizo. Gerde lo sabía, sabía que lo había tenido en sus manos, que podría haber habido una segunda vez, una tercera vez, que podría haber sido suyo. Si Victoria no los hubiera interrumpido...

Los dedos de Gerde se crisparon sobre el peine. Le gustaba el Kirtash frío y despiadado. Kirtash, el shek. Lo admiraba, por ser tan poderoso, tan indomable, por estar por encima de casi todas las cosas. Pero sólo el ser a quien Victoria llamaba «Christian», con sus debilidades humanas, se había rendido a ella.

Movió la cabeza, pensativa. Llevaba semanas pensando en ello. Estaba al tanto de que Kirtash había recuperado a Haiass, que había despertado su parte shek en Nanhai, y que ésta se había reforzado al matar al dragón.

Pero también tenía noticias de que Kirtash ya no estaba con Victoria, que ella no lo había perdonado.

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