Pero antes de volver a los Tupra —o a Tupra y Beryl, mejor dicho—, Peter añadió todavía algo de su cosecha al rodeo, él lo habría llamado sin duda
excursus:
—No sé si te das cuenta —dijo mientras reavivaba la brasa de su cigarro con una nueva cerilla, luego lo dijo envuelto en una humareda ferroviaria— de que todo eso que has descrito en lo conyugal, en lo privado, se da también en casi cualquier otro ámbito, en lo laboral, en lo público, en lo político. La negación de todo, de quién eres y de quién has sido, de lo que haces y lo que has hecho, de lo que pretendes y pretendiste, de tus motivos y tus intenciones, de tus profesiones de fe, tus ideas, tus mayores lealtades, tus causas... Todo puede ser deformado, torcido, anulado, borrado, si uno ha sido ya sentenciado sabiéndolo o sin saberlo, y si uno ni siquiera lo sabe entonces está inerme, perdido. Es lo que sucede en las persecuciones, en las purgas, en las peores intrigas, en las conspiraciones, tú no sabes lo espantoso que es eso cuando quien decide negarte tiene poder e influjo, o cuando son muchos puestos de acuerdo, o puede no hacer falta siquiera el acuerdo, basta con una insidia que prenda y contagie, es como un incendio, y convenza a otros, es una epidemia. Tú no sabes lo peligrosa que es la gente persuasiva, nunca te enfrentes a quienes lo sean a menos que estés dispuesto a volverte más ruin que ellos y creas que tu imaginación, no, tu capacidad de fabulación es superior a la suya, y que tu brote de cólera se esparcirá más rápido y en la dirección correcta. Has de tener presente que la mayoría de la gente es tonta. Tonta y frívola y crédula, no sabes hasta qué punto, una permanente hoja en blanco sin la menor huella ni resistencia, por mucho que te parezca saberlo no puedes saberlo bien, hasta qué punto, tú no has vivido guerras, espero que no te toquen. El persuasor cuenta con ello, cuenta incluso más de la cuenta y sin embargo no se equivoca nunca, cuenta hasta la exageración y hasta el último extremo y eso le confiere una audacia casi sin límites. Pero si es bueno, nunca yerra. —Se calló un momento, dejó que se aplacara el humo que parecía salirle ahora de su pelo pastelero blanco, entonces me miró muy fijo, con una mezcla de curiosidad y confirmación, cómo si me viera por primera vez y al mismo tiempo me reconociera (quizá como sujeto de la última frase que había dicho), o me comparara con alguien o consigo mismo, o me bendijera acaso—. Pero tú también tienes eso, tú eres persuasivo. Es mejor no enfrentarse contigo. —Volvía a tirar bien el puro, observó con satisfacción su enrojecida brasa y aún la sopló por gusto, por verla más ruborizarse—. Hoy no se emplea mucho, ¿verdad?, la expresión 'caer en desgracia'. Caer en desgracia. Es interesante, es extraño que esté un poco en desuso, cuando lo que designa, y mejor que ninguna otra, sucede sin tregua, incesantemente y en todas partes y quizá más que nunca, aunque con mayor disimulo o con menos ruido que en el pasado, y a menudo supone la destrucción del que cae, que es ya literalmente un caído, cómo decir, es ya una baja, una no-persona, un árbol talado. Yo lo he visto mucho, es más, he participado en ello unas cuantas veces, quiero decir que he contribuido a que más de uno cayera en desgracia, y aun en odiosa desgracia de la que jamás se sale. Y hasta lo he propiciado yo, eso. Y determinado. O bien he ayudado a que se cumpliera la desgracia que otros dictaron. A que se llevara a cabo.
—¿Aquí, en la Universidad?
—No. Bueno, sí, pero no sólo. También en frentes en los que esa caída era más grave, y traía más consecuencias que no ser invitado a cenas —dijo
'high tables',
las 'cenas alzadas' o de gala en los
colleges,
había yo sufrido en su día bastantes— o convertirse en objeto de murmuraciones y críticas o padecer un vacío social o académico o verse desprestigiado profesionalmente. Pero de esto hablaremos asimismo mañana, tal vez, un poco, lo justo. O tal vez no, no lo hablemos, no sé, se verá. Se verá mañana.
No sé cómo lo miré, sé que no le gustó mi mirada. Pero no tanto por lo que expresara —quizá sorpresa, curiosidad, leve incredulidad, leve recelo, no creo que en ningún caso reprobación o censura, hacia él me era imposible tener esos sentimientos intuitivamente— cuanto por el mero hecho de que la hubiera. Era como si le hiciera dudar de su anterior confirmación o comparación o reconocimiento, cuando ya era tarde o no tocaba.
—¿Usted ha esparcido brotes de cojera? —Esa fue la pregunta que acompañó a mi mirada.
Apoyó la punta del bastón en el suelo, se agarró a la barandilla, el puro y el mango en la misma mano, iba a levantarse pero no lo hizo. Se quedó así, con los dos brazos en alto, como si estuviera colgado de ambos apoyos o en un gesto reminiscente del que sirve para proclamar la inocencia o anunciar que se va desarmado: 'A mí que me registren'. O 'Yo no he sido'.
—Eres demasiado listo, Jacobo, para que ni por asomo piense que has podido entender esa expresión en otro sentido que en el debidamente metafórico. Claro que los he esparcido. —Y tras la enrevesada pulla jamesiana y la subsiguiente afirmación desafiante vino rápido el rebajamiento de ésta, o su merma, o un amago de explicación nebulosa y parcial, como si Wheeler tampoco quisiera que mi visión de él se enturbiara o se estropeara por un malentendido o por una metáfora antipática. No sé cómo pudo ocurrírsele que fuera a tomarlo por un desalmado—. De eso hace mucho tiempo —dijo—. Nunca te olvides de que yo nací en 1913. Antes, figúrate, de que empezara la Gran Guerra. No parece posible, ¿verdad?, que siga todavía vivo. A mí mismo no me lo parece, algunas tardes. En una vida como la mía da tiempo a demasiadas cosas. Bueno, no da tiempo a nada y a la vez sí da: a demasiadas cosas. Mi memoria está tan llena que a veces no lo soporto. Quisiera perderla más, quisiera vaciarla un poco. O no, eso no es cierto, prefiero que aún no me falle. Lo que quisiera es que no se me hubiera llenado tanto. De joven, ya sabes, uno tiene prisa y teme no vivir lo suficiente, no, disfrutar de experiencias lo bastante variadas y ricas, uno se impacienta y acelera los acontecimientos, si puede, y se carga de ellos, hace acopio, la urgencia del joven por sumar cicatrices y forjarse un pasado, esa urgencia es bien extraña. Nadie debería tener ese miedo, los viejos deberíamos enseñárselo a la gente, aunque no sé cómo, hoy no los escucha nadie. Porque al final de cualquier vida más o menos larga, por monótona que haya sido, y anodina, y gris, y sin vuelcos, habrá siempre demasiados recuerdos y demasiadas contradicciones, demasiadas renuncias y omisiones y cambios, mucha marcha atrás, mucho arriar banderas, y también demasiadas deslealtades, eso es seguro. Y no es fácil ordenar todo eso, ni siquiera para contárselo a uno mismo. Demasiada acumulación. Demasiado material brumoso y amontonado y a la vez muy disperso, demasiado para un relato, aun para uno solamente pensado. Y no hablemos de las infinitas cosas que caen bajo el punto ciego del ojo, cada vida está llena de episodios literalmente invisibles, uno ignora lo que pasó porque simplemente no lo vio, no hubo posibilidad de verlo, buena parte de lo que nos afecta y nos determina está tapado, cómo decir, no se ofreció a la visión, se sustrajo, no hubo ángulo. La vida no es contable, y resulta extraordinario que los hombres lleven todos los siglos de que tenemos conocimiento dedicados a ello, empeñados en contar lo que no se puede, sea en forma de mito, de poema épico, de crónica, anales, actas, leyenda o cantar de gesta, romances de ciego o corridos, de evangelio, santoral, historia, biografía, novela o elogio fúnebre, de película, de confesiones, memorias, de reportaje, da lo mismo. Es una empresa condenada, fallida, y que quizá nos haga menos favor que daño. A veces pienso que más valdría abandonar la costumbre y dejar que las cosas sólo pasen. Y luego ya se estén quietas. —Se detuvo, como si se diera cuenta de que se alejaba ya mucho de su conversación proyectada. Pero no habría perdido de vista a Tupra y a Beryl, eso sin duda, él podía permitirse excursos de excursos de excursos y regresar al cabo donde quería. Volvió a ser desafiante y a amortiguar el desafío en seguida—: Claro que los he esparcido, brotes de cólera, y de malaria, y peste. Te recuerdo que aquí tuvimos una guerra larga contra Alemania hace muchos menos años de los que yo he cumplido, ya era un adulto entonces. Y que antes también pasé por la vuestra. También era un adulto entonces, echa cuentas.
Las eché mentalmente en un instante. "Wheeler celebraba su cumpleaños el 24 de octubre, y así aún no había alcanzado los veintitrés de edad en julio del 36, al estallar la Guerra, y en abril del 39, a su término, tenía veinticinco años. También esto era una revelación, jamás me había contado nada. 'Antes también pasé por la vuestra', había dicho, luego había tomado parte, había combatido o tal vez espiado o hecho propaganda tan sólo, o quizá había sido corresponsal, o enfermero de la Cruz Roja, había conducido ambulancias. No podía dar crédito. No al hecho, sino a no haberlo sabido hasta aquella noche, tras muchos años de conocernos.
—Nunca me había dicho que estuviera en la Guerra de España, Peter, cómo es posible. —
'The Spanish War',
dije, obedeciendo en exceso a la lengua en que hablaba, pues así se la llama coloquialmente en inglés casi siempre—. Nunca me lo había mencionado. —En verdad no daba crédito—. Cómo se explica. Ni me lo había dado a entender siquiera.
—No. Creo que no lo he hecho —me confirmó Wheeler con seriedad, como si tampoco ahora tuviera la menor intención de añadir nada más. Y a continuación resplandeció su rostro con una sonrisa de indisimulado deleite que lo hizo aparecer más juvenil todavía, le encantaba intrigarme para dejarme luego ignorante, supongo que lo hacía con todo el mundo si la ocasión se le presentaba, en eso era también como Toby Rylands, quien a menudo sugería hechos deplorables de su pasado, actividades semiclandestinas remotas, frecuentaciones inesperadas o en principio impropias de un catedrático, sin abordar del todo ningún relato. Insinuaba y callaba, encendía la imaginación pero no la atizaba ni alimentaba, y si empezaba con alguna historia parecía que fuera su memoria tan sólo, y no su voluntad —su memoria en voz alta, articulada—, la que lo llevara a ello, y entonces reaccionaba y se frenaba en seguida, y así no llegaba nunca a contar nada completo de sus posibles días inclementes o aventureros, sólo permitía vislumbres. Pertenecían a la misma escuela y a la misma época ya pretérita, él y Wheeler, no era de extrañar su amistad tan larga, cuánto debía de echarlo de menos, el vivo al muerto, inmensamente—. Pero tampoco te lo he ocultado —añadió Wheeler con su gran sonrisa, al tiempo que espachurraba por fin el puro verticalmente contra el cenicero, con fuerza y de un solo golpe, como si fuera un bicho indeseable. Había acabado por fumárselo íntegramente—. Si alguna vez me hubieras preguntado al respecto... —Y, aún más divertido, se hizo a sí mismo el regalo de dedicarme un reproche—: Nunca has mostrado el menor interés por saberlo. Ninguna curiosidad has tenido, por mis andanzas peninsulares.
Cuando lo veía jugar solía seguirle el juego, del mismo modo que procuraba prolongarle la complacencia si lo veía complacido. Así que le dije lo que él quería que le dijera, pese a saber ya su respuesta o precisamente para que pudiera dármela:
—Pues le pregunto ahora, Peter, y con vehemencia. Le aseguro que nada en el mundo podrá jamás interesarme tanto. Venga, cuénteme sin demora esas desconocidas andanzas suyas de la Guerra Peninsular Segunda.
—No exageres, por desgracia no tuvimos tanta participación como en la Primera. —No hace falta decir que había captado la broma, así conocen en Inglaterra lo que para nosotros es la Guerra de la Independencia, contra la ocupación napoleónica:
The Peninsular War,
ellos han escrito un montón de libros sobre esa campaña, a diferencia de nosotros, la consideran suya. Es significativo cómo varían los nombres según el punto de vista, empezando por el de las contiendas. La que se conoce en todas partes como Primera Guerra Mundial o Guerra del 14 o incluso Gran Guerra, es oficialmente para los italianos
La Guerra del Quindici-Diciotto,
porque no fue hasta 1915 cuando ellos entraron en liza—. Ahora es demasiado tarde —Wheeler no se apartó de su chinchosidad prevista—, y mañana no nos dará tiempo, tenemos asuntos que despachar, varias causas. Deberías haber aprovechado otras ocasiones pasadas, ¿ves? Las cosas hay que pensarlas a tiempo, o anticiparlas. —Seguía sonriendo. Tomó impulso y se levantó, apoyándose a la vez en el bastón y en el pasamano. En verdad estaba fuerte para su edad, se alzó sin casi trabajo ni pena, y al hacerlo así, con celeridad, los calcetines o medias de sport le sucumbieron por fin del todo, vi cómo le resbalaban ambos sincrónicamente hasta los tobillos. Ya los dos de pie (también yo me levanté de mi escalera de mano, no iba a permanecer sentado, una educación ya pretérita también, la mía), se reclinó sobre la barandilla y blandió el bastón con la mano izquierda, la punta hacia arriba, como si fuera un látigo más que una lanza, me recordó a un domador de pronto—. Pero antes de despedirnos —añadió—, una cosa respecto a Tupra y Beryl: entiendo por tus comentarios, deduzco —cada palabra la pronunciaba ahora lentamente, tal vez las estaba eligiendo con gran cuidado, o más probablemente las disfrutaba, todas y cada una, con burlón cinismo—, que por lo visto no llegué a decirte que Tupra no venía finalmente con su nueva novia como me anunció en principio, sino con su ex-mujer, Beryl. Beryl es su ex-mujer más reciente, no lo sabías, ¿verdad? No llegué a comunicarte el cambio, ¿verdad? Bueno, es obvio.
Ahora sonreí yo también o incluso reí seguramente, encendí otro cigarrillo, más humo, acompaña y acoge el humo, debo reconocer que la desfachatez en alto grado me hace a veces bastante gracia. Claro que depende de en quién la vea, en las cosas menores hay que saber ser injusto.
—Vamos, Peter, sabe perfectamente que no me lo dijo, y a santo de qué iba a comunicarme semejante cambio, que en modo alguno era de mi incumbencia, ahora empiezo a pensar que sí lo era, por algún motivo que conocerá usted pero yo ignoro. Usted mencionó por teléfono a su nueva novia, de manera muy casual eso fue todo. Dígame qué se trae entre manos, me parece que aquí hay poco casual, ¿no es cierto? ¿Algún juego, alguna prueba, un acertijo, una apuesta? —Y entonces caí en la cuenta de un detalle mínimo: por eso Wheeler, siempre tan formal en las presentaciones, se había permitido omitir el apellido de Beryl al hacer las nuestras. No resultaba del todo impropio si era el mismo que el de su acompañante y así podía sobreentenderse. 'Mr Tupra, cuya amistad se remonta en el tiempo aún más lejos. Ella es Beryl', había dicho, y era posible entender 'Beryl Tupra' si ese era todavía su nombre, si no lo había sustituido al casarse con otro, por ejemplo. De haberse tratado de la nueva novia, Peter se habría encargado de averiguarlo completo para presentarla debidamente. No era nada imitativo de las innovaciones ñoñas, de hecho lo había oído despotricar contra la actual costumbre, propia de adolescentes pero implantada entre muchos adultos bobos, de privar de sus apellidos en sociedad a las personas, en primera instancia, el equivalente del generalizado tuteo en mi lengua.