Último intento (28 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Último intento
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—¿Ellos? ¿Siempre se refiere a las mismas personas? ¿A los agentes del orden?

—A los agentes federales norteamericanos.

—Volvamos a Susan —dice Berger.

—Yo soy una persona tímida. No sé cuánto detalle quiere que le dé en este punto. —Levanta su Pepsi y sus labios se curvan alrededor de la pajita como si fueran gusanos grisáceos.

No puedo imaginar que alguien pueda querer besar esos labios. No puedo imaginar que alguien quiera tocar a este hombre.

—Quiero que me cuente todo lo que recuerde —Le dice Berger—. La verdad, señor.

Chandonne baja la Pepsi y yo me estremezco un poco cuando la manga de Talley entra de nuevo en el cuadro. Él le enciende otro Camel a Chandonne. Me pregunto si Chandonne sabe que Talley es un agente federal, que es una de las personas que él dice han estado siguiéndolo y arruinándole la vida.

—Sí, está bien, entonces se lo contaré. No quisiera hacerlo, pero trato de cooperar —dice Chandonne y suelta una bocanada de humo.

—Por favor, continúe. Y déme todos los detalles que recuerde.

—Nos besamos durante un rato y la cosa progresó rápidamente. —No dice nada más.

—¿Qué quiere decir con eso de que «progresó rápidamente»?

Por lo general, es suficiente que alguien diga que tuvo relaciones sexuales y todo queda en eso. Por lo general, el funcionario o abogado que dirige la entrevista o las repreguntas directas no suele considerar relevante pedir detalles explícitos. Pero la violencia sexual ejercida contra Susan y con todas las mujeres que creemos Chandonne asesinó hacen que sea importante conocer los detalles, todos los detalles de lo que puede ser su idea del sexo.

—Preferiría no hablar de eso —dice Chandonne, jugando de nuevo con Berger. Él quiere que se lo suplique.

—¿Por qué? —Le pregunta Berger.

—Yo no hablo de esas cosas, y por cierto no delante de una mujer. —Sería mejor para todos nosotros que usted me considerara una fiscal en lugar de una mujer —Le dice Berger.

—Yo no puedo hablarle a usted y no pensar que es una mujer —dice él con dulzura. Le sonríe un poco. —Usted es muy bonita. —¿Puede verme? —La veo apenas, no mucho. Pero intuyo que es bonita. Y he oído decir que lo es.

—Señor, le pido que no vuelva a hacer referencias personales de mí. ¿Está claro?

Él la mira fijo y asiente.

—Señor, ¿qué hizo usted exactamente después de ponerse a besar a Susan? ¿A continuación, qué? ¿La tocó, la acarició, la desvistió? ¿Ella lo tocó, lo acarició, lo desvistió? ¿Qué? ¿Recuerda qué usaba ella esa noche?

—Pantalones marrones de cuero. La mejor manera de describirlos es que eran del color del chocolate belga. Eran ajustados, pero no de una manera grosera. Tenía puestas botas, botas de media caña, de cuero marrón. Y un top negro. De mangas largas. —Mira hacia el cielo raso. —Cuello volcado un poco bajo. Un top que se abría entre las piernas.

—Un enterito —Lo ayuda Berger.

—Sí. Al principio estuve un poco confundido cuando traté de tocarla y no pude sacarle el top.

—Trataba de meterle las manos debajo del top, pero no pudo hacerlo porque era un enterito que se abría entre las piernas.

—Sí, eso es.

—¿Y cuál fue la respuesta de ella cuando usted trató de soltarle el top?

—Se echó a reír de mi confusión y se burló de mí.

—¿Ella se burló de usted?

—Bueno, no de mala manera. Pensó que yo era divertido. Hizo una broma al respecto. Dijo algo de los franceses. Se supone que somos amantes maravillosos, como sabe.

—Entonces ella sabía que usted era de Francia.

—Pero desde luego —responde Chandonne.

—¿Ella hablaba francés?

—No.

—¿Se lo dijo o usted sólo lo supone?

—Durante la cena le pregunté si hablaba francés.

—De modo que entonces ella se burló de usted por lo del enterito.

—Sí. Lo hizo. Llevó mi mano a sus pantalones y me ayudó a abrir el cierre. Recuerdo que ella estaba excitada y que me sorprendió un poco que le sucediera tan rápido.

—¿Y usted sabe que ella estaba excitada porque…?

—Estaba mojada —dice Chandonne—. Muy mojada. En realidad no me gusta decir todo esto. —Tiene la cara animada. Le encantada decir todo esto. —¿Realmente es necesario que yo continúe con tantos detalles?

—Por favor, señor. Dígame todo lo que recuerde. —Berger se muestra firme y helada. Chandonne podría estar hablándole acerca de un reloj que desarmó.

—Empiezo a tocarle los pechos y le desprendo el corpiño.

—¿Recuerda cómo era ese corpiño?

—Era negro.

—¿Las luces estaban encendidas?

—No. Pero el corpiño era oscuro, creo que negro. Aunque podría estar equivocado. Pero no era de color claro.

—¿Cómo se lo desprendió?

Chandonne calla un momento y sus anteojos oscuros perforan la lente de la cámara.

—Se lo desprendí en la espalda. —Y hace el movimiento con los dedos.

—¿Lo sea que no se lo desgarró?

—Por supuesto que no.

—Señor, el corpiño de Susan estaba desgarrado en la parte de adelante. Rasgado adelante. Literalmente roto en dos.

—Yo no lo hice. Eso lo debe de haber hecho alguien más después de que yo me fui.

—Está bien. Volvamos al momento en que le saca el corpiño. ¿A esa altura ella tiene los pantalones desprendidos?

—Desprendidos, sí, pero todavía puestos. Yo le levanto el top. Verá, yo soy muy oral. A ella eso le gustó bastante. Era difícil contenerla.

—Por favor, explíqueme qué quiso decir con eso de que era difícil contenerla.

—Ella trató de agarrarme. Me metió las manos entre las piernas, trató de bajarme los pantalones, y yo no estaba listo. Todavía tenía mucho que hacer.

—¿Mucho que hacer? ¿Qué otra cosa tenía que hacer, señor?

—Yo no estaba listo para que terminara.

—¿Qué quiere decir «para que terminara»? ¿Para que la relación sexual terminara? ¿Para que qué terminara?

«Para que la vida de ella terminara», pienso yo.

—Para que el acto de amor terminara —contesta él.

Odio esto. No puedo soportar oír sus fantasías, sobre todo cuando pienso que él debe de saber que yo las estoy escuchando, que él me expone a mí a ellas tal como expone a Berger, y que Talley está escuchando, sentado allí, observándolo todo. Talley no es demasiado diferente de Chandonne. En el fondo, los dos odian a las mujeres, por mucha lujuria que sientan hacia ellas. Yo no descubrí la verdad sobre Talley hasta que era demasiado tarde, hasta que él estaba en mi cama en mi habitación de hotel en París. Lo imagino junto a Berger en el pequeño cuarto de entrevistas del hospital. Ya casi puedo ver lo que piensa mientras Chandonne nos hace un relato pormenorizado de una noche erótica que probablemente jamás vivió ni una sola vez en toda su existencia.

—Ella tenía un cuerpo hermoso y yo quería disfrutar de él un rato, pero ella se mostró muy insistente. No podía esperar. —Chandonne se regodea con cada palabra. —Así que volvimos al dormitorio. La acosté en la cama, nos quitamos la ropa e hicimos el amor.

—¿Ella se quitó la ropa o usted lo hizo? ¿Además de ayudarla con el cierre del pantalón? —Pregunta ella con un dejo de incredulidad con respecto a la veracidad de lo relatado por Chandonne.

—Yo le quité toda la ropa. Y ella me quitó la mía —dice él.

—¿Hizo ella algún comentario sobre su cuerpo? —Pregunta Berger— ¿Usted se lo había afeitado todo?

—Sí.

—¿Y ella no se dio cuenta?

—Tenía la piel muy lisa. Ella no lo advirtió. Debe comprender que desde entonces me han pasado muchas cosas por culpa de ellos. —¿Qué fue lo que le sucedió?

—Me han perseguido, acosado y golpeado. Unos hombres me atacaron varios meses después de la noche con Susan. Me golpearon mucho la cara. Me partieron el labio y me aplastaron huesos de la cara, aquí. —Se toca los anteojos indicando sus órbitas. —De chico tuve muchos problemas dentales por mi enfermedad y, como resultado, me hicieron muchos trabajos odontológicos. Tengo coronas en los dientes delanteros para que parezcan más normales.

—¿Esta pareja con la que dijo haber vivido pagó por ese tratamiento dental? —Mi familia los ayudó con dinero. —¿Usted se afeitó antes de ir a ver al dentista?

—Me afeitaba las partes que se veían. Como mi cara. Siempre, si salía durante el día. Cuando me apalearon, me rompieron los dientes de adelante, me rompieron las coronas y, con el tiempo, bueno, ya ve cómo me quedaron los dientes. —¿Cuándo ocurrió este ataque? —Yo todavía estaba en Nueva York.

—¿Recibió usted tratamiento médico o informó a la policía de ese ataque? —Le pregunta Berger.

—Eso habría sido imposible. Las autoridades máximas de las fuerzas del orden están, por supuesto, todas juntas en esto. Son ellos quienes me lo hicieron. Yo no podía informar de nada. No recibí ningún tratamiento médico. Me convertí en un nómade, siempre ocultándome. Arruinado.

—¿Cómo se llamaba su dentista?

—Oh, eso fue hace mucho tiempo. Dudo mucho de que todavía esté vivo. Se llamaba Corps. Maurice Corps. Su consultorio estaba en la Rué Cabanis, creo.

Le comento a Berger: —¿Corps como cadáver en inglés, y Cabanis en lugar de canabis o marihuana? —Sacudo la cabeza en señal de disgusto y asombro.

—De modo que usted y Susan tuvieron relaciones sexuales en el dormitorio de ella —dice Berger—. Por favor, continúe. ¿Cuánto tiempo estuvieron los dos en la cama?

—Diría que hasta las tres de la mañana. Entonces ella me dijo que yo tenía que irme porque necesitaba prepararse para ir al trabajo. Así que me vestí y convinimos en vernos de nuevo esa noche. Arreglamos encontrarnos a las siete en UAbsinthe, un lindo bistró francés que hay en el vecindario.

—Usted dice que se vistió. ¿Y ella? ¿Estaba vestida cuando usted la dejó?

—Tenía puesto un piyama negro de satén. Se lo puso y me besó junto a la puerta.

—¿Entonces usted bajó a la planta baja? ¿Vio a alguien?

—A Juan, el portero. Salí y caminé durante un rato. Encontré un café y entré a desayunar. Estaba hambriento. —Calla un momento. —Nell's, así se llamaba. Está justo enfrente del Lumi.

—¿Recuerda qué comió?

—Tomé un
espresso
.

—¿Estaba hambriento, pero sólo tomó un café? —Berger le hace saber que ella toma en cuenta la palabra «hambriento» y se da cuenta de que él se está burlando de ella, jugando con ella. El hambre de Chandonne no era de desayuno. Disfrutaba de la sensación agradable que le había dejado la violencia, el hecho de destruir carne y sangre, porque acababa de dejar atrás a una mujer que él acababa de morder y de matar a golpes. No importa lo que él diga, eso fue lo que hizo. El muy hijo de puta. El maldito hijo de puta mentiroso.

—Señor, ¿cuándo se enteró usted de que Susan había sido asesinada? —Le pregunta Berger.

—Esa noche ella no se presentó para la cena.

—Bueno, supongo que no.

—Entonces al día siguiente…

—¿Se refiere al 5 o al 6 de diciembre? —Pregunta Berger, quien ahora apura el ritmo, indicándole así a Chandonne que está harta de sus juegos.

—El 6 —contesta él—. Leí todo lo referente a ella en el periódico, la mañana siguiente a la noche en que debía reunirse conmigo en LAbsinthe. —Ahora simula tristeza. —Quedé helado —dice.

—Es obvio que ella no se presentó en LAbsinthe la noche anterior. Pero, ¿me está diciendo que usted sí fue?

—Sí. Tomé una copa de vino en el bar y esperé. Finalmente me fui.

—¿Le mencionó a alguien en el restaurante que estaba esperándola a ella? —Sí. Le pregunté al
maltre
si ella no había pasado por allí y quizá dejado un mensaje para mí. Ellos la conocían por haberla visto por televisión.

Berger lo interroga más sobre el mcúíre, le pregunta su nombre, qué usaba Chandonne esa noche, cuánto pagó por el vino y si lo hizo en efectivo y si, cuando preguntó por Susan, dio su nombre. Por supuesto que no. Ella se pasa cinco minutos en esto. Me menciona que la policía había sido contactada por el bistró, donde les dijeron que un hombre había entrado y comentado que estaba esperando a Susan Pless. Todo fue verificado con mucho cuidado en aquel momento. Todo era cierto. La descripción de la forma en que el hombre estaba vestido es idéntica a la descripción de Chandonne de qué se había puesto esa noche. Ese hombre sí pidió una copa de vino en el bar y preguntó si Susan había estado o dejado un mensaje, y no dio su nombre. Ese hombre también coincidía con la descripción del hombre que había estado en el Lumi con Susan la noche anterior.

—¿Le dijo usted a alguien que había estado con ella la noche en que la asesinaron? —Pregunta Berger en el videocasete.

—No. Cuando supe lo que había pasado, ya no pude decir nada.

—¿Y qué fue lo que supo usted que había sucedido?

—Ellos lo hicieron. Ellos se lo hicieron a ella. Una vez más me incriminaron.

—¿Una vez más?

—Yo tuve mujeres en París antes de todo esto. Y ellos también se lo hicieron a ellas.

—¿Estas mujeres fueron antes de la muerte de Susan?

—Quizás una o dos antes. Después, también algunas. Lo mismo les sucedió a todas porque me estaban siguiendo. Por eso empecé a esconderme cada vez más, y el estrés y las penurias hicieron que mi enfermedad empeorara mucho. Ha sido una pesadilla y yo no he dicho nada. ¿Quién me creería?

—Una buena pregunta —dice Berger con tono cortante—. Porque, ¿sabe una cosa? Tampoco yo le creo, señor. Usted asesinó a Susan, ¿verdad que sí?

—No.

—La violó, ¿no es así, señor?

—No.

—La golpeó y la mordió, ¿no es verdad?

—No. Por eso no le dije nada a nadie. ¿Quién podría creerme? ¿Quién creería que hay gente que trata de destruirme, y todo porque piensan que mi padre es un criminal, un mañoso?

—Usted nunca le dijo a la policía ni a nadie que tal vez fue la última persona en ver a Susan viva, porque usted la asesinó, ¿no es así?

—No se lo dije a nadie. Si lo hubiera hecho, me habrían culpado por su muerte, tal como usted lo está haciendo. Volví a París. Anduve peregrinando. Esperé que ellos me olvidaran, pero no lo hicieron. Usted puede ver que no lo hicieron.

—Señor, ¿sabe usted que Susan estaba cubierta con marcas de mordeduras y que su saliva se encontró en esas marcas, y que las pruebas de ADN en ellas y en el líquido espermático hallado en su vagina concuerdan con su ADN?

Él fija esos anteojos oscuros en Berger.

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