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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Último intento (30 page)

BOOK: Último intento
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¿Sabe?, tengo miedo de que ella sea la siguiente víctima. Ellos lo hicieron en París. Allí trataron de asesinar a la médica forense, una mujer. Pero ella tuvo mucha suerte.

—Señor, mantengámonos en el tema de lo que pasó aquí, en Richmond. Dígame qué sucedió a continuación. Es el viernes 17 de diciembre a media mañana, o sea el viernes pasado. ¿Qué hizo usted después de que el taxi lo dejó? ¿Qué hizo el resto del día?

—Vagabundear un poco. Encontré una casa abandonada que daba al río y entré en ella, tanto como para resguardarme del clima.

—¿Sabe dónde está esa casa?

—No puedo decírselo, pero no lejos del vecindario de ella.

—¿Del vecindario de la doctora Scarpetta?

—Sí.

—Usted podría volver a encontrar esa casa, la casa en que se quedó, ¿verdad que sí?

—Está en construcción. Es muy grande. Una mansión en la que en este momento no vive nadie. Sé dónde está. Berger me dice a mí:

—¿La casa en que piensan que se estuvo quedando todo el tiempo que estuvo aquí?

Asiento con la cabeza. Conozco la casa. Pienso en sus pobres dueños y no puedo imaginar que quieran volver a vivir allí nunca. Chandonne dice que él se escondió en la mansión abandonada hasta que oscureció. Varias veces esa noche se aventuró a salir y eludió el portón con el guardia de mi vecindario siguiendo el río y las vías de ferrocarril que hay del otro lado. Asegura haber llamado a mi puerta temprano por la tarde y no haber recibido respuesta. En ese punto, Berger me pregunta a qué hora volví a casa esa noche. Le digo que fue después de las ocho. Después de salir de la oficina había pasado por la ferretería Pleasants. Quería ver herramientas porque me habían dejado perpleja las extrañas heridas que encontré en el cuerpo de Diane Bray y en las transferencias sangrantes que hice al colchón cuando el asesino apoyó la herramienta ensangrentada con que la había golpeado. Fue durante esa recorrida por la ferretería que encontré un martillo cincelador, compré uno y me fui a casa, le digo a Berger. Chandonne sigue asegurando que empezó a tener miedo de venir a verme. Que había muchos autos policiales patrullando el vecindario y que, en determinado momento, cuando vino a mi casa tarde, había dos autos policiales estacionados en el frente. Esto fue porque mi alarma había sonado… cuando Chandonne trató de abrir la puerta de mi garaje para que la policía viniera. Por supuesto, él le dice a Berger que no fue él quien hizo sonar la alarma. Fueron ellos, tienen que haber sido ellos, dice. Ya es cerca de la medianoche. Nieva mucho. Él se esconde detrás de los árboles que hay cerca de casa y espera a que la policía se vaya. Dice que es su última oportunidad y que tiene que verme. Está convencido de que ellos están en los alrededores y me matarán. Así que se acerca a la puerta del frente y llama.

—¿Con qué golpeó la puerta? —Le pregunta Berger.

—Recuerdo que había un llamador y creo haberlo usado. —Chandonne bebe lo que quedaba de su Pepsi y Marino, en la grabación, le pregunta si quiere otra. Chandonne sacude la cabeza y bosteza. Habla acerca de venir a casa para romperme la cabeza y el muy desgraciado bosteza.

—¿Por qué no tocó el timbre? —Pregunta Berger. Esto es importante. El timbre de mi puerta de calle activa el funcionamiento de una cámara. Si Chandonne hubiera tocado el timbre, yo habría podido verlo en una pantalla de video que tengo en el interior de casa.

—No lo sé —responde él—. Vi el llamador y lo utilicé.

—¿Dijo algo?

—No al principio. Entonces oí que una mujer preguntaba «¿Quién es?».

—¿Y qué contestó usted?

—Le di mi nombre. Dije que tenía información con respecto al cuerpo que ella estaba tratando de identificar y que, por favor, me permitiera hablar con ella.

—¿Le dio su nombre? ¿Se identificó como Jean-Baptiste Chandonne?

—Sí. Le dije que había venido de París y que había estado tratando de comunicarme con ella en su oficina. —Vuelve a bostezar.—Entonces pasa una cosa increíble —Continúa—. De pronto la puerta se abre y ella está allí. Me dice que pase y, tan pronto lo hago, cierra la puerta detrás de mí y no puedo creer lo que veo. De pronto tiene este martillo y trata de golpearme con él.

—¿De pronto ella tiene un martillo? ¿De dónde lo sacó? ¿Apareció por arte de magia?

—Creo que lo tomó de una mesa que había cerca de la puerta. No lo sé. Todo sucedió tan rápido. Y yo trato de alejarme de ella. Entro en el living y le grito que no siga, y en ese momento pasa esa cosa terrible. Todo fue muy rápido. Sólo recuerdo que yo estaba del otro lado del sofá y que algo voló hacia mi cara. Era un líquido que me quemó los ojos. Nunca sentí algo tan, tan… —Hace un ruido con la nariz. —Tanto dolor. Yo gritaba y trataba de sacármelo de los ojos. Traté de salir de la casa. Sabía que ella me iba a matar y de pronto caí en la cuenta de que ella era uno de ellos. Ellos. Por fin me cazaron. ¡Y yo caminé justo hacia la trampa! Todo el tiempo estaba planeado que ella recibiría el cuerpo de mi hermano porque ella es parte de ellos. Me arrestarían y finalmente ellos tendrían la oportunidad que querían. Finalmente la tendrían.

—¿Y qué era lo que querían? —Le pregunta Berger—. Dígamelo de nuevo, porque me está costando mucho entenderlo y, más todavía, creerle esa parte.

—¡Ellos quieren a mi padre! —dice con la primera voz emocionada que le he oído—. ¡Conseguir a papá! Encontrar una razón para seguirlo, arrestarlo y destruirlo. Hacer que parezca que mi padre tiene un hijo asesino, así pueden llegar a mi familia. ¡Todo esto durante años! Yo soy un Chandonne y, ¡míreme! ¡Míreme! Extiende los brazos en una pose de crucifixión, el pelo flotando de su cuerpo. Lo miro, horrorizada, cuando él se quita los anteojos oscuros y la luz penetra en sus ojos sensibles y quemados. Miro fijo esos ojos rojos, químicamente quemados. No parecen enfocarse y las lágrimas le corren por la cara.

—¡Estoy arruinado! —grita—. ¡Soy feo, estoy ciego y me acusan de crímenes que no cometí! ¡Ustedes, los norteamericanos, quieren ejecutar a un francés! ¡Eso es! ¡Para sentar un ejemplo! —Se oye un chirriar de las sillas contra el piso y Marino y Talley están sobre Chandonne, sujetándolo a su silla. —¡Yo no maté a nadie! ¡Ella trató de matarme a mí! ¡Miren lo que ella me hizo! Y Berger le dice, con voz calma:

—Hace una hora que estamos en esto. Ahora pararemos. Es suficiente. Cálmese, cálmese.

La imagen oscila y se llena de barras antes de que se vuelva del color azul brillante de una tarde perfecta. Berger apaga la casetera. Yo me quedo sentada, muda y anonadada.

—Detesto decirle esto. —Berger quiebra el sorprendente conjuro que Chandonne ha lanzado contra mi pequeña y privada sala de reuniones.—En el mundo hay algunos idiotas paranoicos y antigubernamentales que van a creerle a este tipo. Confiemos en que ninguno de ellos termine integrando el jurado. Sólo haría falta uno. Jay Talley. —Berger me sobresalta al nombrarlo. Ahora que Chandonne se ha desvanecido de entre nosotros con sólo apuntar el control remoto, esta fiscal de Nueva York no pierde tiempo en enfocar su interés en mi persona. Hemos regresado a una realidad más pequeña: una sala de reuniones con una mesa redonda de madera, bibliotecas de madera y una pantalla de televisión vacía. Carpetas de distintos casos y fotografías truculentas están desplegadas frente a nosotros, olvidadas, ignoradas, porque Chandonne se ha apropiado de todo y de todos durante las últimas dos horas. —¿Quiere hablar espontáneamente o prefiere que yo le diga lo que sé? —me enfrenta Berger.

—No estoy segura de qué es lo que usted quiere que diga. —Me siento sorprendida, después ofendida y luego nuevamente furiosa cuando pienso en la presencia de Talley en la entrevista a Chandonne. Imagino a Berger hablando con Talley antes y después del interrogatorio a Chandonne, y también durante el descanso que él se tomó para comer algo. Berger ha estado horas con Talley y Marino. —Y, más concretamente —Agrego—, ¿qué tiene esto que ver con su caso de Nueva York?

—Doctora Scarpetta.—Ella se echa hacia atrás en su silla y yo tengo la sensación de que he estado en esta habitación con ella durante la mitad de mi vida y estoy retrasada. Llegaré tardísimo a mi reunión con el gobernador. —Por difícil que esto le resulte —dice Berger—, le estoy pidiendo que confíe en mí. ¿Puede hacerlo?

—Ya no sé en quién confiar —Le contesto con sinceridad.

Sonríe un poco y suspira.

—Muy honesto de su parte. No tiene razones para confiar en mí. Quizá no tiene motivos para confiar en nadie. Pero tampoco tiene ninguna razón real para no confiar en mí como una profesional que lo único que quiere es hacer que Chandonne pague por sus crímenes… si es que asesinó a esas mujeres.

—¿«Si» las mató? —Pregunto.

—Tenemos que probarlo. Y cualquier cosa que pueda averiguar de lo que sucedió aquí, en los casos de Richmond, será invalorable para mí. Se lo prometo. No es mi intención ser
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ni violar su privacidad. Pero debo tener el contexto completo. Francamente, necesito saber exactamente a qué me enfrento, y la dificultad radica en que no sé quiénes son todos los personajes ni qué son ni si alguno de ellos puede, de alguna manera, tener algo que ver con mi caso en Nueva York. Por ejemplo, ¿podría la adicción de Diane Bray a las drogas recetadas ser indicativa de otra actividad ilegal posiblemente relacionada con el crimen organizado, con la familia Chandonne? ¿O incluso tener cierta relación con la razón por la que el cuerpo de Thomas Chandonne terminó en Richmond?

—A propósito —Primero me importa aclarar otro asunto, vale decir, mi credibilidad—. ¿Cómo explica Chandonne el que en mi casa hubiera dos martillos cinceladores? Sí, yo compré uno en la ferretería, como ya le conté. ¿De dónde salió el otro entonces, si él no lo trajo consigo? Y si yo quería matarlo, ¿por qué no usé la pistola? Mi Glock estaba justo sobre la mesa del comedor. Berger vacila y esquiva por completo mis preguntas.

—Si yo no conozco toda la verdad, me será muy difícil seleccionar qué tiene que ver con mi caso y qué no. —Sí, eso lo entiendo.

—¿Podemos empezar con el grado de relación que mantiene usted con Jay?

—Él me llevó en su auto al hospital. —Me doy por vencida. Es obvio que yo no seré la que hace las preguntas en esta situación. —Cuando me fracturé el brazo. Se presentó en casa con la policía, con el ATF, y hablé un momento con él el sábado por la tarde, cuando la policía todavía estaba en casa.

—¿Tiene alguna idea de por qué él consideró necesario venir aquí en avión desde Francia para asistir a la cacería de Chandonne?

—Sólo puedo suponer que es porque está muy familiarizado con el caso. —Lo como una excusa para verla a usted?

—Eso tendría que responderlo él.

—¿Usted lo está viendo?

—No desde el sábado por la tarde, como ya le dije. —¿Por qué no? ¿Considera que la relación ha terminado? —Ni siquiera considero que haya empezado. —Pero usted se acostó con él —dice y levanta una ceja. —De modo que soy culpable de una mala elección.

—Él es apuesto, inteligente. Y joven. Es más probable que algunas personas la acusen de buen gusto. Es soltero. También lo es usted. No es como si usted cometiera adulterio. —Hace una pausa. ¿Estará aludiendo a Benton, al hecho de que yo he sido culpable de adulterio en el pasado? —Jay Talley tiene mucho dinero, ¿no es así? —Golpea su marcador sobre el bloc, una suerte de metrónomo que mide el mal rato que estoy pasando. —Supuestamente lo heredó de su familia. Tendré que verificarlo. Y, a propósito, creo que debe saber que yo conversé con él, con Jay. En extenso.

Capítulo 16

—Lo único que supongo es que usted habló con todo el mundo. Lo que todavía no entiendo es cómo tuvo tiempo de hacerlo.

—Hubo bastante tiempo en el hospital de la Facultad de Medicina de Virginia.

Me la imagino bebiendo café con Talley. Me parece ver la expresión de su cara, la actitud de él. Me pregunto si se siente atraída hacia Jay.

—Hablé tanto con Talley como con Marino mientras Chandonne tenía sus distintos períodos de descanso. —Sus manos están plegadas sobre un anotador que lleva el logo de su oficina. Ella no ha escrito nada, ni una sola palabra durante todo el tiempo que hace que estamos en esta habitación. La defensa tiene derecho de ver todo lo que está escrito, así que, no escribas nada. Cada tanto hace garabatos. Ya llenó dos hojas con garabatos desde que entró en mi sala de reuniones. De pronto, en mi mente aparece una señal roja de alarma. Berger me está tratando como si yo fuera una testigo. Y yo no debería ser testigo, no en su causa de Nueva York.

—Tengo la impresión de que usted se está preguntando si, de alguna manera, Jay está involucrado… —Comienzo a decir. Berger me interrumpe y se encoge de hombros.

—No hay que dejar nada sin revisar —dice—. ¿Es posible? A esta altura, estoy por creer que cualquier cosa es posible. En qué espléndida posición estaría Talley si estuviera en connivencia con los Chandonne, ¿verdad que sí? Interpol, ah, eso es útil para un cartel criminal. Él la llama a usted, la lleva a Francia, quizá para averiguar qué sabe usted sobre Jean-Baptiste. De pronto, Talley está en Richmond para la cacería de un hombre. —Berger cruza los brazos y de nuevo me lanza una mirada penetrante.—Ese hombre no me gusta. Me sorprende que a usted sí.

—Mire —digo, con un dejo de derrota en la voz—.Jay y yo tuvimos en París una relación que duró, cuando mucho, veinticuatro horas.

—Usted tomó la iniciativa en el aspecto sexual. Esa noche se peleó con él en un restaurante y se fue, furiosa y llena de celos porque él miraba a otra mujer… —¿Qué? —Salto—. ¿Él le dijo eso?

Berger me mira en silencio. Su tono no es distinto del que utilizó con Chandonne, un monstruo terrible. Ahora me está entrevistando a mí, una persona terrible. Es así como me siento.

—No tuvo nada que ver con otra mujer —le digo—. ¿Cuál otra mujer? Y, por cierto, no sentí celos. El se mostró demasiado petulante y para mí fue suficiente.

—Fue en el Café Runts de la rué Favard. Y usted hizo una escena.—Ella continúa mi historia o, al menos, la versión que Talley le dio de lo sucedido. —Yo no hice ninguna escena. Me puse de pie y me fui, punto. —Desde allí volvió al hotel, tomó un taxi y fue a la isla San Luis, donde vive la familia Chandonne. Se puso a caminar por allí en la oscuridad, observando la mansión de los Chandonne, y después tomó una muestra de agua del Sena.

Lo que ella acaba de decir envía impulsos eléctricos a cada una de mis células y la transpiración cae en gotas heladas debajo de mi blusa. Yo nunca le dije a Jay lo que hice después de abandonar el restaurante. ¿Cómo puede Berger saber todo esto? ¿Cómo lo supo Jay, si él fue quien se lo contó? Marino. ¿Cuánto de todo esto le dijo Marino voluntariamente?

BOOK: Último intento
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