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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Último intento (31 page)

BOOK: Último intento
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—¿Cuál fue el verdadero propósito que la llevó a encontrar la casa de los Chandonne? ¿Qué pensó que eso podría decirle? —Pregunta Berger.

—Si yo supiera lo que me diría, no necesitaría investigar —contesto—. En cuanto a la muestra de agua, como usted debe de saber por los informes de laboratorio, encontramos diatomeas o algas microscópicas en la ropa del cuerpo no identificado que apareció en el puerto de Richmond… el cuerpo de Thomas. Yo quería obtener una muestra de agua de un lugar cercano a la casa de los Chandonne para comprobar si existía alguna posibilidad de que el mismo tipo de diatomea estuviera presente en ese sector del Sena. Y era así. Las diatomeas del agua concordaban con las que encontré en el interior de la ropa del cadáver, el cadáver de Thomas, y nada de esto importa. Usted no está querellando a Jean-Baptiste por el asesinato de su supuesto hermano, puesto que eso sucedió probablemente en Bélgica. Usted ya lo puso bien en claro. —Pero la muestra de agua es importante. —¿Por qué?

—Cualquier cosa que haya ocurrido me revela más cosas acerca del acusado y posiblemente conduce al motivo. Lo que es más importante, a la identidad y lo intencional.

Identidad e intencionalidad. Esas palabras rugen en mi mente como un tren. Yo soy abogada y sé lo que esas palabras significan.

—¿Por qué tomó usted la muestra de agua? ¿Es habitual en usted andar por todos lados recogiendo pruebas que no están directamente asociadas con un cadáver? Tomar muestras de agua no es algo que pertenezca a su jurisdicción, en especial en un país extranjero. Para empezar, ¿para qué fue a Francia? ¿No es eso algo un poco fuera de lo común para una médica forense?

—Interpol me llamó. Usted misma lo señaló.

—Más específicamente, el que la llamó fue Jay Talley.

—Él representa a Interpol. Es el enlace del ATF.

—Me estoy preguntando cuál fue la verdadera razón por la que él orquestó su viaje a París. —Hace una pausa para permitir que ese temor helado llegue a mi cerebro. Se me ocurre que Jay puede haberme manipulado por razones que no estoy segura de poder soportar. —Talley tiene muchas facetas —Agrega crípticamente Berger—. Si Jean-Baptiste fuera juzgado aquí, me temo que sería más probable que Talley fuera utilizado por la defensa que por la acusación. Posiblemente, para desacreditarla a usted como testigo.

El calor me trepa por el cuello. La cara me arde. El miedo me hiere como metralla y me destroza cualquier esperanza que yo pueda haber tenido de que algo como esto no pasaría.

—Permítame preguntarle algo. —Mi furia es total. Es lo único que puedo hacer para serenarme la voz. —¿Hay algo que usted no sepa sobre mi vida?

—Sí, bastante.

—¿Por qué tengo la sensación de que yo soy la que va a ser acusada, señora Berger?

—No lo sé. ¿Por qué siente eso?

—Estoy tratando de no tomar nada de esto personalmente. Pero le confieso que cada vez me resulta más difícil.

Berger no sonríe. La decisión convierte sus ojos en pedernal y endurece su tono.

—Se va a poner muy personal. Le recomiendo que no lo tome de esa manera. Usted, más que nadie, sabe cómo funcionan estas cosas. La auténtica comisión de un crimen es incidental al verdadero daño que provocan sus efectos. Jean-Baptiste Chandonne no le infligió ni un solo golpe a usted cuando entró por la fuerza en su casa. Es ahora que él empieza a lastimarla. Él la ha herido. La va a herir. Aunque esté preso, le infligirá golpes diariamente. Él ya ha iniciado un proceso letal y cruel: la violación de Kay Scarpetta. Ya comenzó. Lo siento. Es un hecho de la vida que usted conoce demasiado bien.

En silencio le devuelvo la mirada. Tengo la boca seca y mi corazón parece latir fuera de ritmo.

—No es justo, ¿verdad? —dice ella con el dejo filoso de una fiscal que sabe cómo desmantelar a los seres humanos en forma tan completa como lo hago yo—. Pero, bueno, estoy segura de que a sus pacientes no les gustaría estar desnudos sobre su mesa y bajo su cuchillo, que les explore sus orificios, si ellos lo supieran. Y, sí, hay muchísimo que no sé de su vida. Y, sí, a usted no le va a gustar nada que yo la investigue. Y, sí, usted cooperará conmigo si es la persona que me han dicho que es. Y, sí, maldito sea, desesperadamente necesito su ayuda o este caso se va a la mierda.

—Porque usted va a tratar de incluir todos sus otros malos actos, ¿verdad?

—Me animo a decirlo.

Ella vacila. Sus ojos se demoran en mí y se iluminan por un instante, como si yo acabara de decir algo que la llena de felicidad o, quizá, con un nuevo respeto. Entonces, con la misma rapidez, esos ojos de nuevo me excluyen, y ella dice: —Todavía no estoy segura de lo que voy a hacer.

No le creo. Yo soy la única testigo viva. La única. Ella se propone chuparme a su caso, incluir en el juicio a cada uno de los crímenes de Chandonne, todo magníficamente presentado dentro del pequeño contexto de una pobre mujer que él asesinó en Manhattan hace dos años. Chandonne es inteligente, pero es posible que haya cometido un error fatal en el video. Le dio a Berger las dos armas que ella necesita para hablar de identidad e intencionalidad. Yo puedo identificar a Chandonne. Sé perfectamente bien cuál era su intención cuando se metió en mi casa. Soy la única persona viva que puede contradecir sus mentiras.

—De modo que ahora martillamos mi credibilidad.—Este juego de palabras de mal gusto es deliberado. Ella me está atacando del mismo modo en que lo hizo Chandonne, pero, desde luego, por una razón completamente diferente. No quiere destruirme. Ella quiere asegurarse de que yo no esté destruida.

—¿Por qué se acostó con Jay Talley? —Otra vez con lo mismo.

—Porque él estaba allí, maldita sea —Le retruco.

Ella estalla en una repentina erupción de risa, carcajadas profundas y roncas que la hacen echarse hacia atrás en la silla.

Yo no trato de ser cómica. En todo caso, estoy disgustada.

—Ésa es la pura verdad, señora Berger —Agrego.

—Por favor, llámeme Jaime —dice y suspira.

—No siempre sé las respuestas, incluso para las cosas en que debería saberlas. Como por ejemplo, por qué tuve mi momento con Jay. Pero es algo de lo que me avergüenzo. Hasta hace algunos minutos, me sentía culpable por eso, temerosa de haberlo usado, de haberlo lastimado.

Para esto ella no tuvo respuesta.

—Yo debería haber sabido cómo era él —Continúo mientras mi indignación se desenvuelve sin tapujos delante de nuestros ojos—. No es mejor persona que esos chicos adolescentes que la otra noche miraban embobados a mi sobrina en el centro comercial. Hormonas ambulantes. De modo que Jay fanfarroneó acerca de lo que había pasado conmigo, estoy segura; se lo contó a todos, incluyendo a usted. Y, permítame agregar… —Callo un momento. Trago. La furia es una bola en mi garganta. —Permítame agregar que algunos de los detalles no son asunto suyo y nunca lo serán. Le pido, señora Berger, por una cuestión de cortesía profesional, que no se meta en lugares en los que no le corresponde.

—Si tan sólo otros lo cumplieran.

A propósito vuelvo a mirar mi reloj. Pero no puedo irme, no antes de hacerle la pregunta más importante.

—¿Usted cree que él me atacó? —Ella sabe que esta vez me refiero a Chandonne.

—¿Hay alguna
razón
por la que no debería creerlo?

—Como es obvio, mi relato como testigo presencial hace que todo lo demás que él dijo se transforme en la mentira que es —contesto—. No fueron ellos. No había ellos. Sólo ese maldito hijo de puta que simuló ser policía y me persiguió con un martillo. Me gustaría saber cómo demonios puede explicar eso. ¿Le preguntó usted cómo era que había en mi casa dos martillos cinceladores? Por el recibo de la ferretería yo puedo demostrar que compré sólo uno. —Insisto de nuevo en ese punto.—Entonces, ¿de dónde salió el otro?

—Permítame que, en cambio, le haga una pregunta. —Una vez más, ella evita responder a la mía. —¿Existe alguna posibilidad de que usted sólo haya dado por sentado que él la atacaba? ¿Que al verlo usted entró en pánico? ¿Está segura de que él tenía un martillo cincelador y que la perseguía para atacarla? La miro fijo.

—¿Que «sólo di por sentado» que él me estaba atacando? ¿Qué posible explicación podía haber por el hecho de que él estuviera dentro de mi casa? —Bueno, usted le abrió la puerta. Hasta ahí lo sabemos, ¿no? —Usted no me está preguntando si él era un huésped invitado, ¿no? —La miro con expresión desafiante y siento pegajoso el interior de mi boca. Me tiemblan las manos. Cuando ella no me contesta, empujo hacia atrás mi silla. —Yo no tengo por qué quedarme aquí sentada oyendo esto. Ha pasado de lo ridículo a lo sublimemente ridículo.

—Doctora Scarpetta, ¿qué sentiría usted si se sugiriera públicamente que usted, de hecho, invitó a Chandonne a su casa y lo atacó? ¿No por alguna razón especial sino porque, quizás, entró en pánico? O peor. Que usted es parte de una conspiración, tal como él lo aseguró en la grabación: usted y Jay Talley. Lo cual también ayuda a explicar por qué usted fue a París y se acostó con Talley y, después, conoció a la doctora Stvan y tomó pruebas de la morgue.

—¿Qué sentiría yo? No se me ocurre qué más decir.

—Usted es la única testigo, la única persona viva que sabe que lo que Chandonne dice son mentiras y más mentiras. Si usted dice la verdad, entonces este caso depende completamente de usted.

—Yo no soy una testigo del caso suyo —Le recuerdo—. No tuve nada que ver con la investigación del homicidio de Susan Pless.

—Necesito su ayuda. Esto va a insumir mucho tiempo.

—Yo no la ayudaré. No si usted va a poner en tela de juicio mi veracidad o mi estado de ánimo.

—En realidad, yo no pongo nada en tela de juicio, pero la defensa sí lo hará. Y seriamente. Dolorosamente. —Con mucha cautela ella se abre camino por los bordes de una realidad que todavía no ha compartido conmigo. El abogado de la parte contraria. Sospecho que ella ya sabe quién es. Sabe exactamente quién va a terminar lo que Chandonne empezó a desmantelar, la humillación de mi persona para que todo el mundo la vea. Mi corazón late con golpes sordos. Me siento muerta. Mi vida acaba de terminar frente a mis ojos.

—En algún momento necesitaré que venga a Nueva York —está diciendo Berger—. Más vale pronto que más adelante. Y, a propósito, le aconsejo que tenga muchísimo cuidado acerca de con quién habla en este momento. Por ejemplo, no le recomiendo que comente con nadie nada de estos casos sin hablar primero conmigo. —Comienza a recoger sus papeles y libros. —También le aconsejo que no se ponga en contacto con Jay Talley. —Su mirada se cruza con la mía cuando cierra su portafolios. —Lamentablemente, creo que todos vamos a recibir un regalo de Navidad que no nos va a gustar nada. —Nos ponemos de pie y quedamos frente a frente.

—¿Quién? —Me decido y se lo pregunto con voz cansada. —Usted sabe quién va a representarlo a él, ¿no es verdad? Por eso se quedó toda la noche levantada con Chandonne. Usted quería llegar a él antes de que su abogado le cerrara la puerta en las narices.

—Muy cierto —me contesta con un dejo de irritación—. La cuestión es si no habré sido una incauta. —Nos miramos por encima de la superficie lustrada de la mesa. —Me parece demasiada coincidencia que, menos de una hora después de mi entrevista con Chandonne, me entere de que él ya contrató a un abogado. Sospecho que él ya sabía quién iba a ser su abogado y hasta es posible que ya le haya pagado un adelanto. Pero Chandonne y la basura que ha contratado sin duda sabían que este video —Palmea su portafolios lastimarnos a nosotros y ayudarlo a él.

—Porque o bien los jurados le creen a Chandonne o bien lo consideran paranoico y loco —resumo yo.

Ella asiente.

—Por supuesto. Si todo lo demás falla, alegarán insania. Y nosotras no queremos que el señor Chandonne esté en Kirby, ¿verdad?

Kirby es un famoso hospital psiquiátrico forense de Nueva York. Es allí donde Carrie Grethen fue encarcelada antes de que escapara y asesinara a Benton. Berger acaba de tocar otro punto doloroso de mi historia.

—Entonces usted está enterada de lo de Carrie Grethen —Le digo, frustrada, cuando salimos de una sala de reuniones que ya nunca me parecerá la misma. También ese lugar se ha convertido en escena de un crimen. La totalidad de mi mundo lo es ya.

—Yo la he investigado a usted bastante —dice Berger casi con tono de disculpa—. Y tiene razón, sé quién va a representar a Chandonne, y no es una buena noticia. De hecho, es pésima. —Se pone su abrigo de visón cuando salimos al pasillo. —¿Conoce usted al hijo de Marino? Me freno en seco y la miro, atónita.

—No creo que nadie haya conocido nunca a su hijo —respondo. —Vamos, que usted tiene una reunión. Se lo explicaré mientras salimos. —Berger acuna sus libros y carpetas y camina despacio sobre una alfombra silenciosa. —Rocco Marino, afectuosamente conocido como «Rocky», es un abogado defensor de fama excepcionalmente mala que suele defender a pandilleros y a otra gentuza a quien él le vale la pena sacar en libertad cueste lo que cueste. Es ostentosamente vulgar y le encanta la publicidad. —Me mira. —Pero, más que nada, le encanta herir a la gente. En eso radica su poder.

Apago las luces del pasillo y quedamos un momento en la oscuridad hasta que lleguemos al primer conjunto de puertas de acero inoxidable.

—Me dijeron que hace algunos años, en la Facultad de Derecho —Continúa ella—, Rocky se cambió el apellido a Caggiano. Supongo que como rechazo final al padre que desprecia.

Vacilo un momento y la enfrento en las sombras. No quiero que ella vea la expresión de mi cara, que detecte que me siento perdida. Siempre supe que Marino odiaba a su hijo. Son muchas las teorías que he barajado sobre el motivo. Tal vez Rocky es gay o drogadicto o sencillamente un perdedor. Lo que está muy claro es que Rocky es algo así como un anatema para su padre, y ahora lo sé. Me impresiona lo amargo de la ironía, lo vergonzoso que es todo. Por Dios.

—¿Rocky «Caggiano» se enteró del caso y se ofreció a defender a Chandonne? —Pregunto.

—Podría ser. También podría ser que las vinculaciones de la familia Chandonne con el crimen organizado lo hayan conducido a su hijo o, demonios, es posible que Rocky ya esté conectado con ellos. Puede ser una combinación de ambas cosas. Pero se parece un poco como arrojar a padre e hijo en el Coliseo.

Parricidio frente al mundo, si bien en forma indirecta. Marino no necesariamente tendrá que prestar testimonio en el juicio de Chandonne en Nueva York, pero podría suceder, dependiendo de cómo se desarrolla todo esto.

BOOK: Último intento
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