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Authors: Mike Lee Dan Abnett
¡Poseído por el abominable demonio Tz'arkan, el elfo oscuro Malus Darkblade debe pasar por una peligrosa búsqueda a fin de recuperar cinco objetos antiguos de poder con los que conseguirá que le devuelvan su alma! Con dos objetos ya en su poder, Darkblade se da ahora a la tarea de encontrar la
Daga de Torxus
, un alma maldita que otorga a quien la posee un terrible poder. Con los señores de esclavos de Karond Kar pisándole los talones, Darkblade se dirige a las tierras de los túmulos, una antigua necrópolis donde descansan los príncipes elfos oscuros. Pero ¿qué tiene que temer un monstruo como Malus Darkblade?
Dan Abnett, Mike Lee
Devorador de almas
Crónicas de Malus Darkblade 3
ePUB v1.0
Bercebus17.11.11
1. El barco de los condenados
Los susurros arrancaron a Malus Darkblade del feliz olvido. Con un gruñido, abrió los ojos legañosos y buscó a tientas, en la oscuridad, la botella que había junto a él; hizo una mueca de disgusto al saborear por anticipado la acritud del vino. Y entonces se dio cuenta, con una sacudida, de que la voz baja e impaciente no estaba dentro de su cabeza, sino en algún lugar de la habitación contigua.
Malus se desembarazó de un salto de las sábanas enmarañadas e hizo caer con gran estrépito al suelo de madera las botellas vacías que había sobre aquel desastre de cama. La cabeza le daba vueltas, y durante unos instantes de náusea, el movimiento giró en contraposición al cabeceo y balanceo del barco. El vello de la nuca se le erizó ante un posible peligro, incluso mientras apretaba los dientes reprimiendo las ansias de vomitar. Malus pestañeó en la oscuridad del camarote del capitán, y de su boca escapó un gemido involuntario.
La voz volvió a susurrar, esa vez algo más alto y de manera más inteligible.
—Perdón por despertaros, mi señor...
Malus miró con los ojos entornados hacia el lugar del que provenía la voz. La silueta de un hombre se alzaba a los pies de la cama destartalada, rodeada por el débil resplandor de una linterna de luz bruja que ardía en el pasillo al otro lado de la puerta abierta del camarote. El noble miró con frialdad la aparición, intentando centrar sus pensamientos confundidos por el vino.
—Por los dioses del inframundo, Hauclir —rechinó—. Si pudiera matarte con la mirada, ya serías un charco humeante en cubierta. ¿Tienes idea de la hora que es?
—Algo más tarde de medianoche, mi señor —dijo el criado—. Por eso estoy aquí. Ha vuelto a suceder.
Las palabras hicieron que el noble se levantara rápidamente, mientras un atroz juramento moría en sus finos labios. Inclinó la cabeza y exhaló un único suspiro sibilante, invocando la fría claridad de su ira. Cuando se levantó de la cama dando tumbos, su cabeza todavía estaba abotargada y la boca le sabía a estiércol, pero sus pensamientos eran fríos y claros.
El camarote del capitán del barco corsario
Saqueador
estaba en un estado lamentable y lleno de basura. Había pocos recursos. Después de la batalla que había librado en la isla de Morhaut hacía casi un mes, siempre había reparaciones más urgentes que hacer mientras la barcaza herida volvía a casa renqueando. Había trozos de lona de triple capa clavados a los marcos rotos de las ventanas a proa y a popa del camarote. Las puertas arrancadas de otros camarotes del barco tapaban agujeros en el mamparo de proa y en el techo, en las partes donde los proyectiles de las catapultas habían atravesado la madera de roble hechizada del barco. Uno de ellos había atravesado el camarote y había destrozado el cabecero de la cama de madera de espino tallada antes de descansar sobre la pila de colchones de crin de caballo; el otro aún estaba medio incrustado en cubierta y entre la cama y la enorme mesa de mapas de la estancia. Había baúles, pilas de ropa, trozos de armadura y armas inservibles apilados entre trozos de madera astillada y loza rota. Malus, que todavía llevaba una ennegrecida cota de malla de buena calidad sobre el kheitan de cuero oscuro y el traje, tan sólo se detuvo un momento a ponerse las botas; a continuación, con una familiaridad fruto de la práctica, revolvió entre las pilas de desechos y sacó su pesada capa y el cinto de la espada de la mesa de mapas chamuscada.
—Vámonos —dijo mientras pasaba junto a su criado y salía al pasillo.
Un gruñido largo y gutural resonó en el estrecho pasillo mientras el
Saqueador
se hundía entre dos olas. Malus adaptó sus pasos a la cubierta inclinada sin detenerse y se arrebujó en la capa marinera de lana. En el fondo de su mente nublada por el vino comenzó a contar los segundos mientras el barco llegaba al final de su descenso. El
Saqueador
se debatía en los agitados mares, en vez de cabalgar las crestas de las olas como debería. El noble contó hasta cinco antes de sentir cómo el casco temblaba, mientras el barco golpeaba contra la ola que venía y más tarde comenzaba a remontar de nuevo.
Malus se preguntó cuánta agua habría caído sobre la cubierta superior y se habría introducido en el barco, añadiendo de este modo su peso al del oro y la plata que transportaba si el peso era excesivo, y al barco le estallarían las junturas, lo que permitiría el paso de todavía más agua al interior, hasta que llegara el momento en que finalmente el
Saqueador
se hundiría en una fosa y se abriría paso hacia la sima de los Dragones.
«El saqueo ha sido un mal necesario», pensó Malus, con pesar, mientras jugueteaba con las espadas. Había conducido nueve barcos y más de mil hombres hasta los mares del norte, para encontrar y destruir la guarida de una banda de piratas contaminada por el Caos llamada skinriders. El enfrentamiento con la flota de guerra personal de su líder en el fondeadero de la isla había sido una batalla brutal y cuerpo a cuerpo entre los ágiles corsarios druchii y los barcos de guerra más grandes y pesados de los skinriders. Al final, sólo los del
Saqueador
y menos de cien marineros provenientes de los otros nueve barcos habían sobrevivido. Si Malus hubiera intentado negarles a los druchii el botín de su victoria, no tenía dudas de que lo habrían matado en el acto.
Tal como estaban las cosas, era capitán sólo porque no había otro. El verdadero capitán del
Saqueador y
su primer oficial estaban muertos, y él lo comandaba en virtud de su condición de noble y de la cédula real del drachau de Hag Graef que portaba. Malus llegó a la escalera que había al final del pasillo y se armó de valor para subir a cubierta. Se preguntó cuánto tiempo se mantendrían su autoridad y la creciente presión en los bajos del barco.
La escalera ascendía a través de la ciudadela del corsario, la sección de cubiertas de popa que alojaba los camarotes de los oficiales, la sala de mapas y el espacio de trabajo del cirujano del barco. Malus subió hasta la cubierta principal y descendió por un pasillo estrecho y mal iluminado que terminaba en una sólida puerta de roble. Había dos corsarios a ambos lados de la puerta, iluminados por el débil fulgor de una lámpara bruja de luz parpadeante, con los chubasqueros chorreando constantemente agua salada sobre la cubierta. Los marineros druchii se pusieron firmes de mala gana mientras Malus se aproximaba, con los ojos bajos y la expresión plomiza. El noble los rozó al pasar sin siquiera mirarlos, suponía que eran parte de la guardia y, como tal, no pintaban nada fuera de sus puestos. Si reconocía su presencia significaba que tendría que ocuparse de la infracción y en aquel momento no estaba seguro de cómo acabaría semejante enfrentamiento. Aquella certeza lo hirió profundamente, pero su ira estaba silenciada bajo el peso de varios litros de vino malo. En aquel momento, Malus no sabía con certeza si aquello era bueno o malo, pero definitivamente era algo necesario, mientras el equilibrio de poder en el barco continuara siendo precario.
Malus abrió la puerta y recibió un chorro de agua fría en la cara y el cuello que cortó el zumbido de su cabeza como un cuchillo de desollar. Una ráfaga de aire húmedo amenazó con arrancarle la puerta de las manos.
El noble, arrebujándose en su capa, que sujetaba firmemente con la mano blanquecina, se abrió paso en la noche con cuidado. Soplaba un viento cortante desde el norte, que hacía vibrar y golpear las velas del
Saqueador
, agitándose como un espíritu atormentado entre las jarcias deshilachadas allá arriba. El viento gélido golpeaba al noble desde arriba y desde atrás, y bajo sus pies, la cubierta subía y bajaba mientras el barco zozobraba entre las olas frías y plomizas. Débiles linternas de luz bruja creaban piscinas de luz verdosa por toda la cubierta principal, pero más allá de los rieles destrozados y astillados del barco tan sólo había oscuridad y el choque con el mar. Era una suave noche de verano, tratándose de los mares del norte.
El noble se detuvo, intentando mantener el equilibrio. Hauclir pasó junto a él rozándolo, mientras se dirigía hacia el mástil principal. El antiguo capitán de la guardia llevaba una camisa oscura y un kheitan teñido de añil oculto bajo una fina cota de malla ennegrecida. No llevaba ninguna capa pesada para resguardarse del viento y del agua; después de varios años de montar guardia en las almenas de Hag Graef estaba acostumbrado a climas más adversos que ése. Al igual que la de los marineros, su piel estaba curtida, debido a toda una vida a merced de los elementos, pero las cicatrices en forma de cruz que tenía en las manos daban testimonio de batallas de otro tipo.
El oficial era robusto para ser druchii, con brazos y piernas vigorosos. Llevaba la espada corta de rigor, y un pesado garrote de mango colgando del cinto. Era lo contrario del oficial avaricioso y con aspecto de petimetre que Malus se había encontrado en primer lugar en el portón de Hag Graef hacía más de cinco meses, donde había preferido la utilidad y la eficiencia antes que las armas cargadas de joyas y las ropas elegantes. Llevaba el pelo largo y oscuro recogido en una gruesa trenza metida por debajo del kheitan, y sus pómulos angulosos estaban cubiertos de una elegante barba, que se había dejado crecer desde la batalla en aquella isla perdida.
Aparte de tener una total falta de respeto por el rango de Malus y una vena insolente, que era casi suicida por su franqueza, Hauclir había resultado ser un guardia personal sorprendentemente eficiente y leal desde que había entrado al servicio del noble. Era un juego difícil actuar con la mayor insubordinación posible y hacerse indispensable sólo lo justo para no resultar muerto, y Malus no tenía otro remedio que admirar la dedicación y la habilidad de aquel hombre.
Hauclir condujo a Malus al mástil principal, pero alteró su rumbo en el último momento para evitar una parte de la cubierta cercana a la base metálica del mástil. Malus pisó un charco de sangre espesa y pegajosa.
—Tened cuidado dónde pisáis, mi señor —murmuró cuando ya era demasiado tarde, y a continuación señaló hacia la mitad del mástil—. Mirad allí.
Había una sombra más oscura contra la vela negra del
Saqueador
; Malus pensó que podía oír el crujir de una cuerda mientras el cuerpo daba bandazos siguiendo el movimiento del viento cambiante. Al mirar arriba notó cómo algo caliente goteaba y se estrellaba contra su cara pesadamente, algo que olía a cobre fundido. A pesar de no ver los detalles, sabía muy bien lo que colgaba allá arriba; un hombre desnudo, abierto en canal, destripado, y que en vez de ojos, tenía unos agujeros rojos y descarnados vaciados por unas manos desnudas. Malus emitió un gruñido profundo. La bruma del vino malo estaba comenzando a disiparse y un zumbido doloroso empezaba a extenderse por la parte posterior de su cabeza.