Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
—¡Hola, hermana! —dijo con voz ahogada mientras el ruido de los truenos aumentaba dentro de la cámara—. Hay alguien a quien me gustaría que conocieras.
La rabia hizo que la voz de Nagaira adquiriera un tono más grueso, y en ese momento, la pared que había cinco metros más allá de ella se disolvió en una oleada de calor y vapor cáustico al entrar en la cámara uno de los grandes gusanos. Los tres acólitos que quedaban lanzaron gritos de agonía al ser presas de las llamas, y la propia Nagaira retrocedió vacilante, alzando su mano libre como para parar la oleada de aire abrasador que recorrió la caverna.
Al morir los acólitos, las líneas de fuerza que sujetaban a Malus desaparecieron. Le ardió la garganta por efecto del vapor ponzoñoso, pero con un supremo esfuerzo se puso en movimiento. De un salto se levantó y se lanzó sobre Nagaira con sus últimas fuerzas. Le cayó encima, y ambos se desplomaron en el suelo, en el centro del círculo mágico. Ella se debatía como una serpiente bajo el peso de su cuerpo, revolviéndose y pronunciando palabras de poder. Llevado por la desesperación, Malus apretó la garganta de su hermana, haciendo morir el encantamiento en su garganta, y a continuación le arrebató el cuchillo que llevaba en la mano y se lo clavó en el pecho.
El cuerpo de Nagaira se sacudió y la bruja lanzó un grito de agonía antes de apoyar ambas manos sobre el pecho de Malus y lanzarlo por los aires con una descarga atronadora de poder.
Malus aterrizó en un montón humeante a varios metros de ella. Las quemaduras y las costillas magulladas hacían que le doliera todo el cuerpo. Todavía tenía la
Daga de Torxus
en la mano, cuyos dedos estaban manchados de icor negruzco en vez de sangre. El noble miró hacia el centro del círculo mágico y vio, horrorizado, que Nagaira se estaba poniendo de pie lentamente. Un líquido negro rezumaba del orificio triangular abierto en su kheitan.
La bruja aulló de rabia y dolor mientras extendía la mano y le lanzaba un espectral dardo negro a la cabeza. Antes de que hubiera recorrido la mitad de la distancia hacia su blanco, el conjuro falló y se disolvió en el aire. Nagaira cayó sobre una rodilla, y bajo la mirada de Malus, las sombras que envolvían sus facciones desaparecieron. Se encontró mirando al fondo de unos ojos que eran orbes de negrura absoluta. Su cara, angulosa y feroz como la de su padre, tenía ahora un color gris pálido. Una red de gruesas venas rojas palpitantes surcaba sus mejillas y su garganta. Un terror espantoso atenazó el corazón de Malus. Su hermana ya no era una simple druchii. ¡Se había convertido en huésped de un demonio!
Nagaira trató de reír. Un delgado hilo de icor le corría por la barbilla.
—La daga no puede apoderarse de lo que ya no está allí —dijo con una risa exenta de alegría—. Tengo que darte las gracias, querido hermano. De no haberme obligado a buscar refugio en las tormentas del Caos jamás habría visto a los Dioses Oscuros en toda su terrible gloria. Y me consideraron digna, Malus. —Un eco terrible reverberaba en su voz dando una idea del poder sobrenatural que circulaba por sus venas—. Me han bendecido con un poder que no puedes ni imaginar y me han dado este mundo para que lo queme en su nombre.
Malus miró a su hermanastra, conteniendo un estremecimiento de terror.
—No me asustas, bruja —dijo, tratando de sonar despreciativo a pesar del miedo—. Incluso con todo tu poder, tu plan ha fracasado. Eldire sigue viva, y la ciudad será reconstruida. No soy un warlock, pero incluso yo sé que los Poderes Malignos no toleran el fracaso.
La risa de Nagaira sorprendió a Malus.
—Tonto insignificante —dijo con los ojos llenos de odio—. Todo obedece al plan, Malus. El único fracaso es el tuyo. —La bruja poseída por el demonio se irguió, mirándolo con altiva expresión de rabia—. Has conseguido un pequeño indulto, hermano. Puedes esconderte entre los escombros o huir a los remotos confines de la tierra, pero cuando llegue el momento te encontraré. Tz'arkan se inclinará ante mí y el mundo se acabará. —Nagaira sonrió y dejó al descubierto unos dientes manchados de sangre negra y coagulada—. Así se ha previsto.
Colocó una mano manchada de icor sobre su herida y pronunció una sola y terrible palabra. Unas sombras salidas del aire mismo la envolvieron. Cuando se desvanecieron, ella ya no estaba.
No era más que otra de las figuras magulladas, cubiertas de sangre, que se abrían paso penosamente entre el caos de las calles cubiertas de escombros de Hag Graef. Soldados y ciudadanos pasaban corriendo a su lado, tratando de apagar los muchos incendios de los que estaba llena la ciudad. Nadie reparó en él cuando atravesó con paso tambaleante la puerta norte de la ciudad y desapareció en la oscuridad. Llevaba las reliquias de Tz'arkan, que pesaban como grandes bloques de hielo, en una bolsa que colgaba de su cinturón.
Dos horas más tarde, Malus llegó al campamento naggorita. Había grandes montones de cadáveres y las carretas seguían ardiendo allí donde las habían volcado prendiéndoles fuego. En cierto modo, la devastación reinante entre las tiendas chamuscadas le produjo más impresión que todos los edificios derruidos de Hag Graef. La ciudad sería reconstruida muy pronto, pero el orgulloso ejército a cuyo frente había marchado Malus desde el Arca Negra, nunca volvería a cabalgar.
Malus encontró a
Rencor
un poco al oeste del campamento, no muy lejos de donde había estado su tienda. El nauglir se estaba dando un festín de carne muerta, y en su gruesa piel había media docena de heridas menores, pero se puso de pie de inmediato y acudió al trote en cuanto el noble lo llamó.
Se encaminaron a los bosques, deshaciendo el camino que había recorrido Nagaira esa misma noche. El claro con el afloramiento rocoso parecía un lugar tan bueno como cualquier otro para descansar unas horas.
Después de buscar durante media hora, consiguió encontrar madera seca suficiente para una hoguera. Cuando volvió al campamento,
Rencor
había encontrado más carroña que comer. El cuerpo de Fuerlan había desaparecido de cintura para abajo, y el nauglir había escupido las placas de su armadura, que se agitaban ya en un montón. Mientras la bestia comía, el noble encendió el fuego y se sentó en el suelo húmedo con la vista fija en las llamas.
No oyó la llegada de la chica autarii, que se sentó al otro lado del fuego. Estaba solo, y de repente, cuando seguía con la mirada una danzarina lengua de fuego, se encontró ante un par de ojos color violeta.
Se miraron un instante y hubo entre ellos una mirada de reconocimiento mutuo.
La chica autarii se inclinó un poco hacia adelante, con las manos sobre las rodillas.
—Soy Ahashra Rhiel, del clan del dragón de la colina —dijo con tono grave—. Mi hermano era Nimheira.
—Te conozco bien, Ahashra. —Malus suspiró y con cansancio agregó —: ¿Quieres compartir carne y sal conmigo?
—Sabéis que no —replicó con su voz inexpresiva—. Entre nosotros hay una deuda de sangre. El espectro de mi hermano pide venganza.
—Sí, claro —dijo Malus—. Es una pena; hubiera disfrutado mucho con tu compañía en otras circunstancias.
Ahashra lo observó con mirada fría y felina.
—No, de ahora en adelante marcharás solo, Malus de Hag Graef. Ahora veo cuánto has perdido. Has perdido tu nombre y tu honor. Tus sueños yacen en el polvo. En esta vida sólo te esperan soledad, miedo y dolor.
Malus frunció el entrecejo.
—O sea que después de todo no vas a matarme.
El espectro lo estudió en silencio algunos instantes.
—No —dijo, por fin—. No mereces ese acto piadoso.
Dicho esto se puso de pie y volvió a desaparecer en las sombras ante los ojos de Malus.
El noble se quedó largo rato mirando fijamente la pequeña hoguera, absorto en sus pensamientos. Por mucho que lo intentó, le resultó difícil encontrar alguna manera de rebatir la lógica de la autarii.
—¡Madre Bendita!, necesito un trago — dijo con voz ronca, poniéndose de pie trabajosamente.
Rencor
había dejado de comer y lo miró con indiferencia cuando empezó a rebuscar en las alforjas, hasta que encontró la frasca medio vacía. Cuando volvía hacia la hoguera tropezó con algo blando que salió rodando por el suelo. La cabeza de Fuerlan se detuvo dentro del círculo iluminado por las llamas. Todavía conservaba la expresión de terror.
Malus se sentó junto a la cabeza de su primo. El pelo negro empezaba a chamuscarse con el calor del fuego, y atrajo hacia sí el macabro trofeo. Ahashra tenía razón. La muerte era el fin de todo sufrimiento, pero también el fin de la ambición. Recogió la cabeza y miró los ojos sin vida de Fuerlan.
—Ambos lo hemos perdido todo —dijo—, pero a diferencia de ti, yo puedo recuperarlo.
Primero había que pensar en Har Ganeth y la Espada de Disformidad de Khaine. En cuanto se corriera la voz del desastre de Hag Graef, era posible que Urial lo creyera muerto. Sonrió. Era una ventaja que tenía que aprovechar.
Malus puso la cabeza de Fuerlan en el suelo y sacó su espada. De un solo golpe bien calculado, le levantó la tapa de los sesos. Dejó la espada a un lado, con la mano a modo de cuchara vació el cráneo de lo poco que había dentro y lo arrojó al fuego. A continuación, se puso en cuclillas, sacó el tapón de la frasca con los dientes y se sirvió una dosis abundante en el receptáculo de los sesos de Fuerlan.
—¡Por el destino! —dijo, y alzando el cráneo en un brindis a la oscuridad, lo vació de un trago.