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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (44 page)

BOOK: Devorador de almas
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Malus observó la demostración de poder con los ojos desorbitados de admiración. Cuando Eldire se volvió hacia él tenía la cara tensa por el esfuerzo, pero su voz era tan tranquila como siempre.

—Nagaira trató de matarme porque creía que yo era la única con poder suficiente dentro de la ciudad para detenerla. Usó su poder para hacer de ti su arma, alimentando el designio con las propias energías del demonio, pero borrando de tu mente los recuerdos de la posesión de Tz'arkan para que no sospecharas nada..., hasta que ya fuera demasiado tarde.

La cara del noble se crispó al pensar en el demonio. Todavía podía sentir a Tz'arkan dentro de sí, débil, pero presente. Entonces, la importancia de las palabras de Eldire lo golpeó como un ataque físico.

—¡Tz'arkan! —exclamó—. ¿Tú lo sabías?

—Por supuesto — dijo con aspereza—. Fueron mis maquinaciones las que te hicieron ir al norte.

Por un momento, Malus se quedó sin habla. El fuego se extendía y la ciudad moría a sus espaldas, pero lo único que podía hacer él era repasar mentalmente una y otra vez las palabras de su madre.

—Entonces, ¿Nagaira estuvo haciendo tu voluntad todo este tiempo? —preguntó.

—Estoy segura de que al principio no se dio cuenta, pero así fue —replicó Eldire.

De repente alargó la mano y tocó a Malus en la mejilla. Ese leve contacto hizo que la piel le ardiera, pero no pestañeó. La mano estaba tan fría como el mármol.

—Ella fue un peón más en un juego que llevo muchos años jugando —dijo Eldire, orgullosa—. Tú eres la culminación de toda mi labor, hijo. Desde convertirme en concubina del Rey Brujo, pasando por volverme al Hag con Lurhan y envenenar a su esposa y a sus hijos pequeños hasta llegar a ser la patrocinadora secreta de Nagaira, todo esto lo hice, y más aún, para convertirte en lo que eres esta noche.

Malus trató de imaginar la maraña de manipulaciones descrita por Eldire y la magnitud de los hechos lo dejó sin respiración.

—Pero ¿por qué? —preguntó. Entonces recordó las acusaciones de Urial aquella fatídica noche a bordo del
Saqueador
—. ¿Tiene algo que ver con aquella maldita profecía? ¿Con mi destino?

—Tú labras tu propio destino, hijo, lo cual puede ser muy beneficioso para ti —le soltó Eldire—. Todo en este mundo está definido por acción y reacción. Por causas y efectos. Si apuñalas a un hombre, él muere, ¿no es cierto? Cuando un hombre reacciona a las fuerzas del mundo que lo rodea se convierte en un eslabón en una cadena de acontecimientos que se remontan al principio de los tiempos. Cuando es acuchillado, muere. Es su destino. ¿Lo ves?

Malus frunció el ceño.

—Cuándo las acciones de un hombre están determinadas por los acontecimientos que lo rodean, está actuando según el destino.

—Exacto —dijo Eldire—. La adivinación no tiene nada que ver con las brujerías, Malus, aunque es un talento que pocos poseen. Los videntes leen intuitivamente en el entramado de causas y efectos, y ven cómo se desarrollarán los acontecimientos futuros. Una profecía es un posible resultado, es decir, una consecuencia de una secuencia de acontecimientos que podrían ocurrir dentro de un año, o de diez, o de mil años. Pueden producirse por iniciativa propia, u obedecer a un designio si hay alguien con la previsión necesaria para orquestarlo.

Al noble le daba vueltas la cabeza mientras trataba de entender las implicaciones.

—¿Y tú pusiste deliberadamente en marcha esta profecía? ¿Me impusiste este destino?

—Sí.

Malus se tambaleó, y el horror se reflejó en su cara.

—¿Me hiciste presa de Tz'arkan para cumplir el plan de alguna diosa renegada?

—Eres mi hijo, Malus —dijo Eldire, fríamente—. Puedo hacer contigo lo que quiera.

El noble luchó con un nuevo atisbo de rabia.

—Entonces, si sabes tanto, si cada uno de mis pasos ha sido planeado por ti incluso antes de que naciera, dime: ¿puedes ver mi futuro?

Eldire miró la ciudad en llamas.

—¿Quieres decir tu destino? Sí.

—¿Y adonde me conduce?

—A tu destrucción. Al fuego, la desgracia y la esclavitud.

—¡Madre de la Noche! — dijo Malus sin aliento, luchando desesperadamente contra la desaparición que amenazaba con invadirlo—. Pues no. Te equivocas, madre. ¡No voy a permitirlo!

El noble observó con sorpresa que una sonrisa enigmática aparecía en el rostro de la vidente.

—¿De modo que rechazas tu destino?

—¡Por supuesto! —dijo Malus con un hondo gruñido.

—Bueno —dijo Eldire, asintiendo con aire pensativo—. Eso es fácil decirlo, pero no tanto hacerlo. Llevas demasiado tiempo dejándote llevar por las acciones de los demás. Has vivido constantemente creyéndote demasiado rápido o demasiado listo como para ser víctima de las consecuencias de tus acciones —dijo, y otra vez sonrió—, pero siempre estuviste a merced del destino, y mira adonde te ha llevado. —Se volvió y miró hacia la ciudad incendiada—. Ella ha aprendido la lección, hijo. Y eso la ha hecho realmente peligrosa.

Malus sopesó las palabras de Eldire.

—Y si yo rechazo mi destino y elijo mi propio camino..., entonces ¿qué?

Eldire lo miró, con los ojos encendidos.

—A ti te toca decidirlo — dijo—. Con el tiempo verás que lo que te ha sucedido hasta este momento ha sido un regalo. Se te ha otorgado el potencial para tener un gran poder, y con la muerte de Lurhan has perdido todo lo que alguna vez valoraste o deseaste. —Le cogió la mano y la alzó hasta su cara. Malus vio las venas gruesas, negras, abultadas, y la piel oscura, corrompida—. El destino ya no puede tocarte a menos que lo permitas. Elige tu camino en lugar de que lo elijan por ti —dijo—. Tienes al alcance de la mano glorias inimaginables.

Malus estudió a su madre un instante, tratando en vano de adivinar qué se escondía tras sus ojos negros. Lentamente, apretó el puño.

—Muy bien —dijo por fin—. Primero, el demonio.

Eldire asintió.

—Primero el demonio. Nagaira tiene las tres reliquias y las está usando como instrumentos clave de su conjuro.

El noble enarcó una ceja.

—¿Pueden usarse para hacer conjuros?

—No, exactamente. Sus capacidades pueden usarse como instrumentos para hacer posible ciertos conjuros — explicó Eldire—. Las reliquias eran algo más que meras posesiones atesoradas por los cinco hechiceros que apresaron a Tz'arkan, eran parte integral del proceso que lo ataba al reino físico. Es por eso por lo que debe encontrarlas si quiere deshacer esa vinculación que le han impuesto.

Rebuscó en la manga de su túnica y sacó un fino anillo de plata.

—Toma —le dijo, poniéndole el anillo en el dedo—. Después de esta noche no podrás volver a Hag Graef. Con este anillo podremos comunicarnos cuando brille la luna. Ahora debes irte —concluyó, empujándolo suavemente—. Una vez que te hayas ocupado de Nagaira y que hayas recuperado las reliquias, debes buscar la Espada de Disformidad de Khaine en la ciudad de Har Ganeth. Ándate con cuidado en la Ciudad de los Verdugos. Tu hermano Urial te aguarda allí y piensa hacer suya la espada.

—Junto con mi encantadora novia — dijo Malus con amargura—. Espero con ansiedad la reunión.

Se acercó al borde de la torre sujetando muy bien sus armas. Había nueve metros de altura hasta el patio oscuro.

—Supongo que a estas alturas el drachau habrá llamado a la guardia y seguramente estarán buscando en el convento.

—Sí —dijo Eldire—. Estarán aquí dentro de poco.

Malus miró a Eldire y sonrió con tristeza.

—Dales mis recuerdos —dijo, y saltó hacia la noche teñida de rojo.

Su capa se agitó en el aire como las alas de un dragón mientras se hundía en la oscuridad.

La magia de Eldire envolvió a Malus en su caída, frenando su descenso hasta que el aterrizaje fue casi como abandonar una escalera. Tocó el suelo y sin perder un segundo echó a correr hacia la torre de Nagaira.

Ya en el suelo, los estragos de los gusanos eran mucho más evidentes. De los adoquines del pavimento subían oleadas de calor y el suelo temblaba de repente. Un vapor ponzoñoso salía de las grietas del suelo y obligaba a Malus a cubrirse la cara con la capa y a corregir el rumbo a cada tanto. El aire traía un sonido ululante que incluso se imponía al rugido de la tierra torturada: se estaba preparando un ciclón. Por el cielo se iba extendiendo un rojo profundo, sangriento, de uno a otro horizonte, a medida que se incendiaban los edificios. Por lo que Malus podía ver, el daño todavía se limitaba a unas cuantas porciones de la ciudad, pero a menos que se hiciera algo y pronto Hag Graef sería destruida.

En un momento, a poca distancia de la torre de la bruja, todo el patio se levantó delante de él y una ráfaga de calor como el de un horno lo echó atrás como si hubiera dado contra un muro de piedra. Mientras observaba, horrorizado, una ampolla incandescente de carne, más grande que un nauglir, se elevó y se hundió delante de él como una serpiente marina en un océano de piedra. Se hundió casi con tanta rapidez como había surgido, desapareciendo en medio de una nube de vapor nocivo. No vio ni la cabeza ni la cola y dio gracias a la Madre Oscura por esas pequeñas bendiciones.

Tenía la sensación de haber estado la mitad de la noche corriendo por el patio en ruinas de la fortaleza, hasta que por fin llegó a la torre estragada de su hermana. Con toda la destrucción que había a su alrededor, quedó sorprendido de que la estructura semifundida se mantuviera todavía en pie, pero entonces cayó en la cuenta de que si Nagaira estaba dentro seguramente habría tomado precauciones para asegurar su propia supervivencia. Tal como decía el viejo proverbio, los muertos no saboreaban nada. La venganza era un placer que sólo podía gustar a los vivos.

Llegó a la puerta abierta y se detuvo al sentir el cosquilleo de la magia sobre la piel. Tz'arkan estaba casi dormido en su pecho, ya que había sido despojado de gran parte de su vitalidad, primero por el designio de Nagaira y después por el conjuro de Eldire, de modo que sabía que no podía contar con su fuerza. Su armadura estaba hecha una pena y colgaba sobre su maltrecho kheitan. Después de pensar unos instantes, se despojó de lo que quedaba de ella, ya que más que protegerlo de los conjuros de Nagaira lo que hacía era entorpecer sus movimientos. Estaba empezando a sentir el dolor de sus heridas y la fatiga lo iba invadiendo como una ola lenta y negra. Si no actuaba pronto, no podría hacerlo.

En realidad, no tenía la menor idea de cómo iba a detenerla. El recuerdo de su hermana matando a uno de los hombres de Fuerlan con una sola palabra revivió patente en su cabeza. ¿Cómo iba a enfrentarse a semejante poder?

La tierra tembló y se quejó, y un silbido de piedra fundida se expandió por el aire al quebrar nuevamente la superficie uno de los gusanos. Malus escuchó el terrible sonido y un plan empezó a tomar forma en su cabeza. Sujetando con fuerza la empuñadura de sus armas, entró en la ruinosa torre.

La cámara de entrada estaba desierta como él había supuesto. Malus se dirigió a la escalera y descendió hacia la oscuridad.

No había bajado más que unos cuantos escalones cuando oyó los cánticos, seis voces entonando un coro frenético, entrelazando palabras de poder en un conjuro continuado. A medida que Malus iba descendiendo por la escalera de caracol, la oscuridad empezó a teñirse de una leve luminiscencia azulada. Al cabo de unas cuantas vueltas, salió al espacio abierto muy por encima del suelo de la caverna y vio el poder mágico de Nagaira en toda su terrible gloria.

Se encontraba en el centro de un sigilo enorme tallado en el suelo de la caverna. La plata burbujeaba y hervía a lo largo de las marcas arcanas, y su poder mágico despedía un resplandor azulado. Nagaira tenía en la mano la
Daga de Torxus
, y a sus pies estaban el
Octágono de Praan
y el
Ídolo de Kolkuth
. A Malus no se le ocurría qué papel podían desempeñar en sus maquinaciones, pero tampoco le importaba.

Por fuera del círculo mágico, había otro más amplio atendido por seis acólitos supervivientes de Nagaira. Fueron sus cánticos los que oyó cuando dieron la espalda a su hermana y alzaron sus manos, amenazadores, contra las sombras de la caverna.

El noble hizo un gesto afirmativo con la cabeza al ver confirmadas sus sospechas: ellos eran su protección. Ella despertaba a los gusanos, y sus acólitos evitaban que se lanzaran sobre ella. Malus apretó los dientes y bajó los escalones que quedaban de dos en dos. Cuando tocó el suelo de la caverna iba a toda carrera y cargó sobre el acólito más próximo. El druchii estaba casi perdido en un trance, concentrado en mantener su parte de la compleja salmodia. En el último momento abrió mucho los ojos al darse cuenta del peligro, y su cántico se transformó en un grito momentáneo antes de que Malus le partiera el cráneo con el hacha.

Los cánticos cesaron y a Malus le pareció sentir que la protección se desmoronaba, deslizándose por su piel en pequeñas chispas de poder. Antes de que el primer hombre llegara al suelo ya estaba atacando al segundo, mientras aullaba como un condenado. El druchii gritó y sacó un cuchillo de hoja ancha. Malus se rió del hombre indefenso mientras le cortaba la mano en que sujetaba el cuchillo con un golpe de su hacha y, a continuación, le clavaba la espada en el pecho. Cayó al suelo gorgoteando en tanto se le formaba en los labios una espuma rosada, pues le había perforado un pulmón.

Entonces, el mundo se convirtió en un estallido de dolor cuando un rayo de luz verde golpeó a Malus en la espalda. Se tambaleó, y al volverse a medias, vio a un acólito en el otro lado del círculo que echaba la mano hacia atrás y entonaba un cántico furioso, preparando otro rayo. Con un rugido, el noble le lanzó el hacha, y la feroz expresión del acólito se convirtió en conmoción cuando el arma fue a clavarse en su abdomen.

Malus vaciló cuando unas manos invisibles lo sujetaron a la altura del pecho y de las piernas. Se debatió por instinto, como si pudiera desasirse de los vínculos embrujados, pero lo único que consiguió fue caer al suelo. Entonces, un latigazo de fuego verde y brillante lo alcanzó en la cadera y la pierna izquierda, lo que arrancó un grito de agonía a su torturada garganta. Desde el otro extremo del círculo, los acólitos supervivientes se acercaban a él con las manos ardientes de malévola fuerza.

A través de una nube de dolor, Malus vio que Nagaira se había dado cuenta de lo que estaban haciendo sus acólitos. Se volvió a ver sobre quién estaban canalizando sus energías. Rodeada por una corona de poder, el tono de su cántico cambió de la ira a la sorpresa al ver a Malus en el suelo, dentro de su círculo de protección.

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