Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
La avenida tenía unos noventa metros de largo, y a ambos lados estaban las fachadas altas y estrechas de las tiendas, que ofrecían de todo, desde barriles a galletas; con tan pocos barcos en el puerto no hacían demasiado negocio. Los peones estaban fuera sin nada que hacer, jugando a los dados o a los huesos, o fumando en pipa y hablando en voz baja.
Malus estudió las tiendas atentamente, tratando de acompasarlas a la imagen mental que tenía de muchos años atrás. No había estado en Karond Kar desde su crucero iniciático, y gran parte del tiempo que había estado en tierra lo había pasado bastante borracho. Intentó recordar dónde estaba La Bruja Cortesana entre todas aquellas calles tortuosas y callejones del barrio de los Esclavistas y, por primera vez, se dio cuenta de que tal vez no existiera después de tanto tiempo.
Al final de la hilera de tiendas, la avenida se abría hacia una enorme plaza, que estaba dividida en filas de corrales vacíos y plataformas elevadas. Ésta era la primera y más grande de las plazas de esclavos, donde se traían los cargamentos y se calculaba su valor. Los esclavos aptos para oficios o trabajos duros se llevaban a continuación a la plaza que estaba al este. La procesión siguió a través de aquel espacio vacío, donde el eco hacía resonar el paso de los caballos, y dirigiéndose más al norte, se adentró en una calle más estrecha y sumida en la oscuridad gracias a las altas casas que la bordeaban. Un destello acudió a la memoria de Malus. «Sí —pensó—, esto me resulta familiar.»
La calle no era del todo recta; las ciudades druchii solían ser laberintos diseñados para confundir y matar a los intrusos. Los caballos se adentraron en la oscuridad bajo las altas casas, dominados por balcones y troneras a cada paso que daban. Los sirvientes y los mensajeros iban de un lado a otro atendiendo sus asuntos entre las residencias de los mercaderes y los talleres, agachándose en las entradas o en callejones para dejar que los jinetes pasaran.
Delante de Malus apareció una casa alta a la derecha, con la puerta tachonada de metal y decorada con un dragón de piedra en el arco. La cabeza amenazante del dragón sobresalía tanto que muchos de los guerreros que iban a caballo tuvieron que agacharse mientras pasaban. Más recuerdos emergieron: «¡El dragón! Recuerdo haberme dado en la cabeza con esa maldita cosa —pensó el noble—. Habrá una bifurcación de la calle principal un poco más arriba. Allí es donde tendrá que ocurrir».
Las manos enguantadas del noble se agarraron con más fuerza a la silla. Miró por encima del hombro. Había cuatro hombres en la parte de atrás, dos de ellos con ballestas sobre el regazo. Serían la verdadera amenaza.
Malus se irguió sobre la silla, intentando ver la calle secundaria. El guerrero que iba delante de él lo miró con el ceño fruncido a modo de advertencia y asió con más fuerza las riendas del caballo de Malus.
—Despierta, demonio —susurró Malus—. Necesito tu poder.
Tz'arkan se revolvió contra las costillas de Malus.
—Por supuesto —dijo con tono meloso—. Siempre a tu disposición, Malus; no sabes lo contento que estoy de ver que confías en mí en tiempos de necesidad.
—Cállate —rechinó Malus, enormemente molesto porque el demonio tenía razón. ¿Cómo había llegado al punto en el que el poder del demonio era una arma más de su arsenal?
La calle secundaria apareció antes de que se diera cuenta; era un callejón claustrofóbico que salía hacia la izquierda en ángulo desde la calle principal. El noble apretó los puños.
—¡Ahora! —dijo.
Un hielo negro martilleó en sus venas. Malus sintió que le ardían los ojos y que sus músculos reptaban como si fueran serpientes por debajo de su piel. A través de sus apretados dientes, empezó a salir vapor, y el noble se inclinó sobre su silla para aferrarse con fuerza, ya que el caballo había notado el cambio que se había producido en él y empezaba a volverse loco de terror.
El caballo que llevaba a Malus se encabritó y empezó a resoplar; aterrorizado, se alzó y comenzó a sacudir la cabeza. El guerrero que llevaba la montura se cayó de la silla y fue arrastrado por los adoquines, atrapado por las riendas que se había enrollado alrededor de la mano. En el aire resonaron más relinchos cuando otros caballos del grupo notaron el olor del noble y fueron presas del pánico.
Entre las paredes, muy cerca las unas de las otras, resonaban rudas maldiciones y órdenes dadas a gritos, mientras los guerreros druchii intentaban retomar el control de sus monturas. Malus luchó para permanecer sentado, con la cabeza inclinada sobre el cuello del caballo encabritado mientras éste giraba y corcoveaba. Rechinó los dientes al mismo tiempo que trataba de deshacerse de las cuerdas que ataban sus muñecas. Un dolor intenso le recorría los brazos en tanto tiraba de las cuerdas sin conseguir soltarlas.
El virote de una ballesta le pasó zumbando junto a la cabeza; lo hizo lo suficientemente cerca como para que notase una ráfaga de aire. Malus vislumbró a uno de los guerreros de la parte trasera de la fila, con el pálido rostro desfigurado por la ira mientras tiraba de las riendas de su caballo e intentaba disparar la ballesta con una sola mano. Observó, impotente, mientras el dedo del guerrero se cerraba sobre el gatillo y se le hizo un nudo en el estómago cuando el arma se disparó con un ruido seco apenas audible. En ese mismo momento, el caballo del ballestero dio un respingo hacia la derecha, lo que impidió que el hombre apuntara. El proyectil pasó junto a la cabeza de Malus como una mancha oscura, seguida por el inconfundible crujido de una cabeza impactando contra chapa de acero. Un hombre gritó y el olor a sangre llenó el reducido espacio.
Malus cerró los ojos y concentró su voluntad en las cuerdas que le cortaban la piel. El dolor de las muñecas sólo hacía que creciera su enfado; cuanto más le dolían más tensaba las cuerdas. Sangre tibia fluía por la fría piel de sus brazos; a continuación, notó un dolor intenso y algo que reventó súbitamente, y la cuerda cayó de sus manos ensangrentadas.
El noble intentó frenéticamente alcanzar las riendas mientras los guerreros a su alrededor daban la alarma. Una mano se cerró sobre su tobillo, y al mirar hacia abajo, Malus vio el rostro vociferante del guerrero druchii que había estado llevando a su caballo momentos antes. El hombre todavía tenía las riendas de Malus bien agarradas, y ahora trataba de tirar al noble de la montura. Malus liberó su bota y le dio una patada en la cara al guerrero. Hubo huesos rotos y la sangre manchó las patas del caballo mientras el hombre caía hacia atrás sobre los adoquines. Arrancándole las riendas de la mano al druchii inconsciente, Malus giró la cabeza del caballo para dirigirse hacia la calle secundaria.
—¡Corre, maldito jamelgo! —rugió, espoleando los flancos del caballo.
El animal se puso en marcha de un salto, relinchando de terror, lo que hizo que los criados y los comerciantes se refugiaran precipitadamente en los umbrales de las puertas y en los callejones mientras corría a gran velocidad por una calle tan estrecha que apenas le permitía el paso.
Maldiciones iracundas y gritos llenos de miedo resonaron a espaldas de Malus; en un momento dado, un cuenco de cerámica estalló contra la pared, cerca de su cabeza, pero eso sólo hizo que espoleara aún más a su caballo, sabiendo que la ventaja sobre sus perseguidores era de escasos segundos. Se estrujó el cerebro en busca de recuerdos mientras las puertas y los balcones pasaban rápidamente ante sus ojos. Pensó que había un desvío..., hacia el norte, pero ¿a qué distancia? Un sirviente que llevaba una cesta de mercancías del mercado se cruzó en el camino del caballo. Logró esquivarlo y empezó a gritar obscenidades mientras corría buscando la seguridad de un portal.
Gruñendo como un lobo, el noble cargó contra la figura que huía; arrojó al hombre contra un muro de piedra y lanzó por los aires una lluvia de fruta y carne. Malus volvió la vista atrás para ver la silueta maltrecha del sirviente, que rebotaba en el muro y caía redonda en medio de la calle. La puerta de la casa ya estaba abierta y otros dos sirvientes se apresuraron a salir para atenderlo, lo cual obstruyó el camino aún más.
Malus a punto estuvo de pasarse de largo la entrada a la calle de la derecha; tiró de las riendas justo a tiempo y las herraduras del caballo levantaron chispas al derrapar sobre los adoquines. El animal chilló y corcoveó, intentando tirarlo de la montura, pero gracias a la fuerza del demonio se sujetó a su lomo como una sanguijuela. Un gran alboroto que procedía del lugar del que había venido le dijo a Malus que sus perseguidores estaban a punto de alcanzarlo. Miró hacia la calle norte frenéticamente, buscando detalles que le resultaran familiares, pero no encontró ninguno. Maldiciendo entre dientes, espoleó la montura calle arriba en el mismo momento en que un guerrero druchii con una lanza apareció galopando por el camino por el que Malus acababa de pasar.
El guerrero arrojó su arma con un grito furioso, y Malus extendió la mano esperando cogerla al vuelo. La punta de la lanza pasó por encima de los omóplatos de Malus, arrancó anillas de la cota de malla y lo desequilibró ligeramente sobre la montura. Su mano intentó agarrar la lanza por el mango, pero el arma le rebotó en la palma, golpeó contra el muro que había enfrente y cayó fuera de su alcance mientras el caballo salía disparado hacia el norte calle arriba. El guerrero desenvainó una espada curva y lo siguió, aullando como un espectro vengativo. Más jinetes entraron en la calle y causaron un gran estruendo. Al igual que el guerrero, comenzaron a perseguirlo.
Un proyectil de ballesta rebotó contra la pared que había a la derecha de Malus y fue a dar contra el saliente de piedra que había sobre una entrada estrecha, lo que hizo caer fragmentos de muro sobre él. Esa calle era algo más ancha que la anterior, lo que daba cabida a dos caballos. Había más transeúntes druchii que entraban y salían de las tiendas alineadas en la calle. Muchos eran sirvientes domésticos, como se podía ver por las torques que brillaban en sus cuellos, mientras otros eran nobles, comerciantes o soldados fuera de servicio. Los sirvientes se dispersaron al oír el ruido de los caballos al galope, mientras los soldados miraban a Malus con curiosidad y desconfianza, y echaban mano de la empuñadura de sus espadas.
—¡Fuera de mi camino, malditos! —les gritó Malus a los que se cruzaban por delante, deseando por la Madre Oscura tener una arma en la mano para añadir algo de peso a la orden.
Más arriba, un soldado se opuso claramente al tono de Malus y desenvainó la espada. Al noble se le secó la boca. Hizo amago de cargar hacia el hombre, pero éste se mantuvo firme. En el último momento, Malus se desvió hacia la izquierda, y el soldado describió un arco con la espada. Partió la rienda derecha del caballo y pasó rozando el flanco del noble. Varias anillas metálicas se desprendieron con un crujido seco, pero la armadura y el grueso kheitan de cuero que llevaba debajo absorbieron el impacto. Malus maldijo con fiereza al hombre mientras pasaba junto a él como una exhalación, y obtuvo un gesto obsceno a cambio.
—Lo que daría por una espada —murmuró, enfadado.
Malus se aferró aún más a un mechón de crines del caballo con la mano derecha e inspeccionó las fachadas de las tiendas que había en la calle. Recordó una fila de tabernas que conducían a La Bruja Cortesana, pero lo único que vio fueron panaderías y pescaderías. Sufrió un apretón en el estómago al pensar que había tomado un camino equivocado.
—¿Quieres una espada? Nada más fácil —dijo Tz'arkan con voz tranquila y maliciosa.
«¡Sí!», pensó al instante, pero la palabra se le atragantó cuando recordó de qué modo le había proporcionado el demonio los medios para navegar por el laberinto allá en la isla del Morhaut.
—Pero no necesito una espuela de hueso afilado que me salga de la muñeca —dijo con brusquedad.
—No tiene que salir de tu muñeca...
—Déjame a mí lo de las armas, demonio —gruñó Malus.
El noble hizo describir al caballo un giro cerrado para tomar un desvío... y fue directamente hacia un grupo de obreros que estaban junto a un bloque de mampostería caído.
Malus tiró bruscamente de las riendas con un grito sobresaltado, pero el caballo iba demasiado de prisa como para poder parar. Los esclavos humanos y enanos se apartaron a izquierda y derecha mientras gritaban alarmados, y los látigos restallaron en tanto los supervisores druchii intentaban mantener en orden su mercancía. Uno de los esclavos no se movió con suficiente rapidez y fue arrollado por los cascos del caballo; sus gritos desgarradores se interrumpieron rápidamente cuando una de las herraduras le partió el cráneo en dos como una sandía.
La pila de ladrillos se desparramó por un tercio de la calle. Era parte de la fachada de una casa que se había desmoronado con una avalancha de piedras. Sin más opciones a la vista, Malus se inclinó sobre la silla y espoleó el caballo, haciéndolo subir por la inestable pila de ladrillos. El caballo trepó valerosamente hasta la cima, buscando apoyo con los cascos ensangrentados. Cerca de la cima, el caballo comenzaba a desfallecer cuando un látigo restalló sobre el brazo izquierdo de Malus con un chasquido. El noble rugió de dolor, pero el sonido sobresaltó al animal lo suficiente para que redoblara sus esfuerzos, de tal modo que se abalanzó sobre la cima del promontorio y se lanzó desde arriba.
Desgraciadamente para Malus, sus perseguidores conocían las obras. Cuando doblaron la esquina trazaron un ángulo hasta la parte más alejada del promontorio, y mientras el caballo del noble descendía por la parte opuesta de la pila de escombros, Malus vio que dos jinetes ya iban ligeramente por delante de él. Uno era el espadachín que había visto antes; el otro llevaba una lanza en ristre, listo para arrojarla o clavarla. Uno de ellos, el espadachín, era mejor jinete. Sorteaba con su montura esclavos aterrorizados y pequeños montones de piedra, y alcanzó a Malus justo cuando su caballo bajaba los últimos metros del promontorio de ladrillos.
Malus se echó a un lado mientras un tajo de revés lo alcanzaba justo debajo del omóplato. Maldiciendo con fiereza, espoleó al frenético caballo para que fuera más de prisa, pero el espadachín mantuvo el ritmo, inclinándose sobre los estribos y tirando un tajo con la espada hacia abajo. La hoja alcanzó a Malus con fuerza en el hombro izquierdo, justo debajo de la clavícula, y una punzada de dolor le recorrió la espalda mientras el filo le atravesaba la cota de malla y el kheitan. El noble sintió cómo el brazo se le quedaba entumecido por el golpe, y justo en ese momento, el caballo gritó de dolor y giró bruscamente a la izquierda, cruzándose en el camino del espadachín.