Read Devorador de almas Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
El noble se encontró negando con la cabeza. De repente, le resultaba difícil respirar. ¿Podía ser verdad lo que Urial estaba diciendo?
—Más de lo que crees —dijo Tz'arkan, con una risita horripilante—. ¿Qué son los hombres, después de todo, sino los juguetes de los dioses?
Malus miró a Yasmir y se quedó sin aliento.
—¿Y qué destino os tiene reservado tu preciado Señor del Asesinato? ¿Acabaréis con el mundo?
El druchii de pelo blanco tan sólo sonrió.
—Nada tan insignificante —dijo sonriendo. Sostuvo el cráneo amarillento—. Ésta es una de las reliquias más antiguas del templo, hermano. En justicia, sólo por mirarla tu vida está condenada. Es todavía más antigua incluso que la perdida Nagarythe, y nuestra tradición proclama que es el Cráneo de Aurun Var, el primero de nuestra raza que juró servir al Señor del Asesinato. Fue él el primero que escuchó la profecía de los labios del mismo Khaine, y la leyenda dice que su sombra hablará con el elegido y lo conducirá hacia su destino cuando llegue la hora.
Malus miró a su hermano con expresión cansada. Una sonrisa apagada se extendió por su cara angulosa.
—Pero el cráneo todavía no te ha hablado, ¿verdad?
Durante un efímero instante, la seguridad de Urial se tambaleó.
—La profecía lo dice muy claro: el cráneo hablará cuando llegue el momento y no antes. El noble asintió.
—Sí, por supuesto. Pero mientras tanto aún necesitarás mi ayuda.
—Has hecho todo lo que el Señor del Asesinato precisaba que hicieras, Malus Darkblade. Ya no necesitamos nada de gente de tu calaña.
Malus descubrió los dientes ante el viejo insulto.
—¿Crees que Lurhan, sencillamente, te permitirá encerrar a su hija en uno de tus templos? Es el señor de la guerra más poderoso de Naggaroth, hermano. Necesitarás mi influencia para ayudarte a convencerlo de que ella estará mejor con las sacerdotisas. —Abrió las manos en un gesto conciliador—. Sólo pido un pequeño favor a cambio.
—¿Y cuál sería?
Malus se acercó a Urial.
—Deseo hacer uso de tus conocimientos arcanos, hermano —dijo en voz baja—. Estoy buscando una serie de artefactos, reliquias antiguas que han estado perdidas durante cientos de años. Una de ellas es un arma mágica llamada la
Daga de Torxus
. —El noble se encogió de hombros—. Las razones de mi búsqueda no son relevantes, pero...
—Buscas liberar al demonio Tz'arkan de su prisión —dijo Urial con frialdad.
Malus se tambaleó hacia atrás como si lo hubieran golpeado. La cabeza le dio vueltas.
—¿De qué estás hablando?
—¿Me tomas por tonto, hermano? —dijo Urial con sarcasmo—. Adiviné cuál era tu plan incluso antes de abandonar Naggaroth. Lo sospeché cuando irrumpiste en mi torre con aquella bruja, Nagaira, y robaste el cráneo de Ehrenlish. Te envió al norte en busca de su prisión, ¿verdad? —Resopló, asqueado—. Cuando me contaste que era una sacerdotisa del culto de Slaanesh supe que tenía razón. Fuiste a la isla para recuperar el
Ídolo de Kolkuth
y ahora vas tras la
Daga de Torxus
. ¿Qué más queda? ¿El
Octágono de Praan
? ¿El
Amuleto de Vaurog
? —Sus ojos cobrizos brillaron con desprecio—. Vine contigo hasta aquí por el bien de Yasmir. No recibirás más ayuda por mi parte.
—Pero Lurhan...
—Lurhan te quería muerto antes de dejar Naggaroth —soltó Urial, lleno de impaciencia—. Si no hubiera sido por la cédula real que obtuviste del drachau mediante amenazas, habría encontrado una manera de matarte antes o después. ¿Cómo crees que reaccionará cuando sepa que fuiste la causa de la muerte de su amado hijo y heredero? —Meneó la cabeza—. No, Malus, estás acabado. No tienes valor para mí.
—Ya veo —dijo Malus.
A continuación, con dos rápidas zancadas, atravesó el espacio que había entre ambos y le arrebató el cráneo a Urial.
Los ojos del druchii de pelo blanco se abrieron desmesuradamente por la sorpresa y la ira. Malus comenzó a hablar..., pero su cuerpo se sacudió con una descarga eléctrica mientras un poder mágico partía el aire de la habitación en dos con un rugido furioso y una voz lo golpeaba como un puño.
—ID A LAS MORADAS DE LOS MUERTOS, VOS, ¡OH, ERRANTE!, Y DERRAMAD LA SANGRE DEL PADRE DE LAS CADENAS.
Malus y Urial se tambalearon ante la fuerza de las palabras. El aire olía a cobre candente mientras hilillos de humo se elevaban desde la sangre que había sobre las runas por todo el camarote. El noble miraba de un lado a otro, buscando la fuente de aquella terrible voz.
—LA DAGA SE HALLA DETRÁS DE LA LUNA ASTADA. TU CAMINO ESPERA EN LA OSCURIDAD DE LA TUMBA.
Era Yasmir. La vestimenta de órganos vivos se le había caído al levantarse, y había dejado al descubierto su silueta desnuda y luminosa. Líneas de sangre brillaban sobre su cuello, hombros y pechos. La boca abierta de labios carnosos temblaba y sus ojos eran dos ascuas encendidas.
La voz se desvaneció tan rápidamente como había llegado y sobrevino un silencio devastador. Malus se tambaleó, esforzándose por comprender lo que acababa de pasar.
Su mirada se encontró con la de Yasmir y lo único que vio en sus ojos fue muerte. Los cuchillos brillaban en sus manos.
—¡Blasfemo! —exclamó Urial con la voz distorsionada por la angustia. El druchii de pelo blanco avanzó dando tumbos y le arrebató el cráneo a Malus—. ¡Peón del demonio! —Elevó la reliquia por encima de su cabeza y varios arcos de fuego carmesí surcaron la superficie—. ¡El derecho es mío por nacimiento! ¡Mía será la espada y mía la Novia de la Perdición! ¡La profecía se cumplirá!
Malus se alejó de Urial y Yasmir tropezando. Ella lo observaba con la mirada sin alma de un depredador, y él no se hacía ilusiones acerca de lo que pasaría si lo alcanzaba con sus finos cuchillos.
De la boca de Urial salieron crepitantes palabras de poder. Una mano invisible atrapó a Malus y lo lanzó por los aires. Atravesó volando la estrecha entrada, se golpeó dolorosamente en el hombro contra el marco de la puerta y se estrelló contra la pared que había al otro lado del pasillo.
Cuando volvió en sí unos instantes más tarde, todo lo que Malus pudo ver más allá de la puerta fue un vórtice de luz rojiza. De la puerta salía un viento caliente como el aliento de un dragón, que portaba el débil grito de Urial el Rechazado.
—¡Dejad que la Puerta Bermellón se abra de par en par! Levantaos, ¡oh, devotos de Khaine!, y allanad el camino de la Novia de la Perdición con la sangre del sacrificio.
Un gruñido resonó a través de la cubierta por debajo de Malus, como si el casco del barco herido se estuviera hundiendo bajo un peso imposible. Entonces, oyó el débil sonido de los gritos y del choque de acero contra acero que provenía de la cubierta principal, por encima de ellos. Maldiciendo amargamente, el noble se incorporó y corrió en dirección a los sonidos de la batalla.
Malus recordó las palabras de Urial mientras irrumpía en la cubierta principal con la espada en la mano: «Me preguntaba cuándo vendrías. Unos instantes más y habrías llegado demasiado tarde».
Se estaba librando una batalla campal en la cubierta, y en el fragor del combate las siluetas tuvieron un breve momento de alivio cuando se vieron arrastradas bajo el resplandor de las luces brujas. Las dagas brillaron bajo la luz verdosa mientras los guardias nocturnos luchaban mano a mano con las formas marchitas que una vez habían sido compañeros marinos.
Los hombres colgados habían vuelto a la vida.
Malus observó cómo un marinero que luchaba a brazo partido con un monstruo de piel grisácea lo apuñalaba con una daga una y otra vez en el pecho. El monstruo agarró al hombre por el hombro, asiéndolo con gran fuerza, y haciendo caso omiso de los golpes del marinero, le puso una mano en la cara. Lenta e inexorablemente el demonio le empujó la cabeza hacia atrás, hasta que los gritos del druchii quedaron silenciados por el sonido de los huesos al astillarse. El marinero momificado arrojó el cadáver sobre la cubierta y avanzó a tumbos hacia el puente de mando, donde había dos guardias con lanzas dispuestos a defender el timón del barco.
—Madre de la Noche —maldijo Malus, valorando la situación de la batalla.
Los hombres que se encontraban de guardia estaban a punto de ser derrotados y el resto de la tripulación estaba bajo cubierta, ignorante del peligro. Todos iban a ser sacrificados a Yasmir.
El noble miró las siluetas que luchaban a su alrededor, incapaz de distinguir unos hombres de otros en la oscuridad. La tripulación estaba en clara desventaja, armada únicamente con cuchillos en vez de con las espadas curvas que normalmente llevaban al cinto.
—¡Hauclir! —exclamó Malus, mientras se ponía en movimiento para interceptar al muerto viviente que se aproximaba a las escaleras de la ciudadela.
—¡Aquí, mi señor! —se oyó un grito que provenía de la oscuridad, cerca del mástil principal.
—¡Ve abajo y despierta al resto de la tripulación, y a continuación, abre el arsenal! ¡De prisa!
El guardia personal gritó una respuesta, pero Malus no le prestó atención, concentrado como estaba en la figura que se arrastraba hacia las escaleras y extendía las manos desgarradas y marchitas hacia la barandilla. Le salían gusanos de las cuencas vacías de los ojos y le colgaban restos de entrañas arrugadas de la cavidad abierta en el desgarrado abdomen. Malus se abalanzó sobre el monstruo con un grito de guerra y le asestó al cadáver un poderoso golpe en la nuca. La hoja de la espada penetró en la carne, pero a continuación llegó a la espina dorsal de la criatura y rebotó con un sonido metálico que retumbó enviando una dolorosa descarga al brazo de Malus. La cabeza de la criatura se giró y pareció fijarse en él por primera vez. El hombre desollado se sacudió la espada de la nuca como si fuera una mosca, y luego fue a agarrar al noble con una velocidad sorprendente.
Malus esquivó la mano que intentaba atraparlo y le lanzó un tajo con la espada. Una vez más, el filo atravesó la carne pútrida con facilidad, para después rebotar en el hueso con un chirrido metálico. La espada se desvió de la muñeca de la criatura y se llevó un trozo de carne correosa del antebrazo del cadáver, con lo que pudo atisbar un brillo metálico del color del cobre bruñido. La magia que había vuelto a la vida a los hombres desollados había transformado sus huesos en cobre macizo.
Una vez más, el cadáver reaccionó con una rapidez sorprendente, agarrando la espada del noble con gran fuerza. El acero afilado rechinó contra los huesos de metal, mientras el monstruo quitaba la espada de en medio y agarraba a Malus por el cuello.
Malus dejó escapar un grito ahogado. Sólo le dio tiempo a tragar aire una sola vez antes de que los dedos se cerraran como un cepo. Se retorció entre las garras del monstruo, tirando en vano de la espada que la criatura tenía atrapada en su mano. La presa que le atenazaba el cuello seguía apretando cada vez más.
Tz'arkan se revolvió, desenroscándose lentamente en el pecho de Malus.
—Te superan, Darkblade —siseó el demonio con malicia—. Urial se ha pasado un mes entero creando a sus ejecutores, pero tú has sido muy estúpido; has estado demasiado inmerso en la bebida para ver el peligro antes de que fuera ya tarde.
La boca del noble se movió, pero no consiguió que pasara ningún sonido a través de las garras sofocantes del cadáver. La sangre le rugía en los oídos y en sus ojos la oscuridad subía como la marea.
La voz de Tz'arkan siseó como una serpiente en los oídos de Malus.
—¿Deseas que te haga olvidar tu insensatez, pequeño druchii? ¿Dejo que esta pequeña marioneta de bronce y carne te quite la vida? ¿O quieres que te preste mi fuerza? —La risita del demonio se filtró en su cerebro como un veneno—. ¿Qué debo hacer? Dímelo, Darkblade. Dime qué debo hacer.
Malus agarró el antebrazo del monstruo con la mano que tenía libre, apoyó los pies contra su cadera y empujó con todas sus fuerzas. Podía sentir cómo se debilitaban sus miembros y la oscuridad amenazaba con vencerlo. Un terror puro y absoluto le recorrió la espina dorsal como un rayo.
De repente, la criatura se tambaleó hacia atrás. Malus perdió el apoyo en el abdomen del cadáver y se desplomó en la cubierta, y sin previo aviso, el monstruo volvió a tambalearse de nuevo. El noble se esforzó por ponerse en pie, y mientras lo hacía, se fijó en el astil de roble negro pulido que sobresalía de la clavícula derecha de la criatura. El guardia que había en lo alto de la escalera de la ciudadela le había clavado la lanza en el hombro y la había fijado contra el duro hueso. Entonces, el corsario dejó caer todo su peso contra el astil de la lanza y casi consiguió tirar al torpe monstruo contra la cubierta. Al ver eso, Malus también apoyó todo su peso contra la criatura, y eso fue suficiente para hacerle perder el equilibrio. El cuerpo momificado cayó hacia atrás y aterrizó pesadamente en la cubierta... durante un breve instante la presión se relajó.
Malus consiguió respirar brevemente, y sus ojos brillaron de odio mientras decía con voz áspera:
—Préstame tu fuerza, demonio. ¡Ahora!
El poder de Tz'arkan fluyó dentro de Malus como un torrente de agua helada y nauseabunda. Su cuerpo se puso tenso; abultadas venas negras surcaban cuello y manos, y reptaban como vides trepadoras por la parte izquierda de su cara. Sus ojos se convirtieron en estanques de la noche más negra y le salía vapor helado de los labios. El mismo aire parecía helarse a su alrededor, contaminado por el contacto con el demonio. Mientras el poder recorría sus miembros, podía sentir cómo lo devoraba por dentro, abriéndose camino como el agua a través de la roca de una montaña. Algún día sería su perdición, pero mientras tanto era algo glorioso.
La mano libre de Malus aferró la muñeca del monstruo. La carne muerta quedó reducida a pulpa y los fluidos putrefactos le gotearon entre los dedos. Los huesos de bronce crujieron, se doblaron y, al fin, se hicieron pedazos. El noble retrocedió dando tumbos y se arrancó la mano muerta y mutilada de la garganta, que tenía hinchada. Al quitarle la espada de la mano al cadáver, lanzó cinco dedos de bronce sobre la cubierta.
El monstruo todavía intentó levantarse, boqueando hambriento. Malus le dio un tajo con la espada y le cortó el cuello de un solo golpe. El cuerpo se desplomó, sin vida, mientras la cabeza daba botes por la cubierta. Al final, acabó en el riel de babor, todavía boqueando sin parar. El noble la alcanzó de dos zancadas rápidas y la lanzó al mar de una patada.