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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (10 page)

BOOK: Devorador de almas
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—El vaulkhar todavía podría encontrar un sucesor a través del matrimonio —señaló Silar.

Estaba claro que el lugarteniente se había pasado mucho tiempo reflexionando acerca de la situación mientras los sirvientes esperaban en Karond Kar.

—Lo hubiera hecho con anterioridad, pero Nagaira fue consumida por la tormenta del Caos que desató en su torre y Yasmir... —Malus hizo una pausa, intentando explicar en qué se había convertido su hermana—. Bueno, ella ha desaparecido. Urial se la llevó y no creo que Lurhan la vaya a ver hasta dentro de mucho.

La mirada del noble buscó a Arleth Vann, que estaba en cuclillas en una esquina de la habitación, apartado de los otros, para vigilar tanto la puerta como a todos los que estaban dentro. Al contrario que los demás, su rostro pálido permanecía oculto bajo la capa y no mostró interés por la comida, el vino o las esclavas. Malus se preguntó, de repente, qué podría saber el antiguo asesino del templo acerca de la profecía de la que había hablado Urial, o adonde conducía la Puerta Bermellón.

«Más tarde —pensó—. Él y yo tendremos una larga charla tras nuestro regreso al Hag.»

—¿Así que creéis que vuestro padre se verá obligado a proponeros una tregua porque sois la única esperanza que tiene como heredero? —preguntó Hauclir.

Malus sonrió.

—Exacto. Como puedes ver, los últimos acontecimientos me han situado en una posición bastante ventajosa si lo miras del modo adecuado. —Cambió de postura para mirar a Silar mientras pasaba por detrás de él—. Créeme Silar, no tengo intención de buscar el exilio, y mucho menos de hacerle la guerra a mi padre. Me conoces mejor que nadie. ¿Qué es lo que deseo más que nada en el mundo?

Silar miró fijamente a Malus.

—Ser vaulkhar de Hag Graef.

—Eso mismo —dijo Malus, con un brillo feroz en los ojos—. Y de ahí sólo hay un pequeño paso hasta el trono del drachau. Ese momento se acerca, Silar. Me he abierto camino hacia él con lentitud pero con seguridad durante muchos años. A lo que nos enfrentamos ahora no es a la calamidad, sino a la oportunidad, si tenemos la voluntad de cogerla. —Miró a su alrededor, a los miembros de su guardia personal allí reunidos, y sonrió ampliamente—. Ya os he convertido en hombres ricos. Pronto os convertiré también en hombres poderosos. ¿Estáis conmigo?

—¡Yo estoy con vos! —exclamó Dolthaic, levantando su copa a modo de saludo—. ¡Hacia la Oscuridad Exterior y más allá!

Malus se volvió hacia Hauclir.

—¿Y tú?

El guardia personal se encogió de hombros.

—Es una pregunta sin sentido. Hice mi juramento, así que por supuesto estoy con vos —dijo, y sonrió—. Sin duda, estaré contento de bañarme en riquezas y poder si vos me lo ordenáis.

Los otros hombres rieron, levantando sus copas.

—¡Malus! —exclamaron, y Malus rió con ellos. Sólo Silar los observaba en silencio, con expresión sombría.

—¿Cuál es vuestro plan, mi señor? —preguntó el lugarteniente con expresión seria.

El noble reflexionó sobre la pregunta un instante.

—¿Habéis traído todo lo que os pedí?

Silar asintió.

—Los nauglirs están alojados en los establos de los barracones de la ciudad y
Rencor
carga vuestros efectos personales.

—Excelente —contestó Malus.

Había aprendido, durante sus numerosos encuentros con bandidos en el trayecto de vuelta desde los Desiertos del Caos, que la mejor manera de proteger las posesiones de uno es cargarlas a lomos de un nauglir hambriento.

—Entonces, comed y bebed mientras podáis, porque todos tendremos que haber dejado Karond Kar por la mañana. Hay cosas que hacer antes de que Lurhan vuelva al Hag. Además —dijo, mirando el cuerpo que tenía bajo los pies—, antes o después, alguien echará de menos a este escabel mío y comenzará a hacer pesquisas.

Malus se puso en pie y se acercó a Hauclir y al baúl. Sus espadas, sacadas del caballo de lord Syrclar, estaban al lado, apoyadas contra la pared.

—Hauclir, tú conducirás a los demás de vuelta al
Saqueador
esta noche, donde supervisarás el pago a la tripulación. El resto del tesoro se sacará del barco y se llevará a tierra, a Hag Graef. Tú y Dolthaic os quedaréis a bordo y llevaréis el
Saqueador
a Ciar Karond. Te daré una carta autorizando las reparaciones de los calafates. Con los hombres pagados y el resto del oro trasladado, la tripulación seguramente batirá un récord de velocidad para alcanzar la Ciudad de los Barcos y disfrutar de un permiso en tierra.

—Muy bien, mi señor —dijo Hauclir sin demasiado entusiasmo.

—¿Quién hará de capitán del barco? —preguntó Dolthaic. Malus sonrió.

—Tú podrás tener ese honor. No creo que Hauclir quiera el trabajo aunque le ponga una daga en el cuello.

Le hizo un gesto con la mano a Hauclir para que se apartara del baúl y lo abrió; después comenzó a sacar las piezas de su armadura de placas. Sin pensar, Hauclir empezó a desatar la estropeada cota de malla que cubría el torso del noble.

—Silar, tú y el resto de los hombres llevaréis el oro de vuelta al Hag y esperaréis mi regreso —continuó—. Sin embargo, antes de que partáis mañana, os necesitaré para localizar y contratar a un guía que me lleve a las moradas de los muertos.

—¿Las moradas de los muertos? —preguntó Silar, frunciendo el ceño—. Pero ¿por qué?

Malus encogió exageradamente los hombros, sintiendo la mirada de Hauclir fija en la nuca.

—Es la época de campaña, como dijiste. Si Lurhan me va a ver como un heredero adecuado, tendré que comenzar a ganarme una reputación como algo más que un libertino, ¿no te parece?

—Pero ¿por qué ir solo? Cualquier guía que encontremos por aquí seguramente será un asesino o un ladrón.

—Razón de más para no tentarlos con un suculento botín, ¿no estás de acuerdo?

Malus se quitó la pesada cota de malla y comenzó a abrocharse la armadura. Por primera vez, se dio cuenta de lo bien que sentaba volver a tierra firme y tratar problemas familiares como la traición y la intriga.

—Además —dijo, sonriéndole a Silar por encima del hombro—, si eres capaz de encontrar a un solo druchii en esta ciudad olvidada por la diosa que sea más despiadado y malintencionado que yo, estaré realmente sorprendido.

Hathan Vor tenía una cara que parecía que le hubieran pasado una piedra de afilar.

—Justo aquí, querido señor, justo aquí —dijo Vor, volviéndose para mirar a Malus a través de la intensa lluvia.

Como el resto de sus
hermanos
, el guía despreciaba el uso de una capa o capucha y su pelo negro caía en mechones empapados a ambos lados de su rostro destrozado.

No había ni un trozo de piel, desde la frente estrecha hasta la barbilla puntiaguda, que no estuviera cubierto de cicatrices. Las orejas y la nariz eran poco más que bultos estragados, como si se las hubieran mordido las ratas. No tenía cejas y las cicatrices en los bordes de los ojos hacían que parecieran siempre entornados. Sus mejillas estaban cruzadas por hileras de cicatrices que parecían llegar hasta el hueso y brillaban como canalillos de agua a la débil luz del atardecer. Una cicatriz particularmente larga y de bordes desiguales tiraba de la comisura izquierda de su boca y le confería una sonrisa sarcástica permanente, dejando entrever una fila de dientes ennegrecidos y puntiagudos. Era una cara que costaba mirar, incluso para Malus; hasta los skinriders llevaban pieles que ocultaban su piel enferma bajo una capucha. El rostro de Vor era el de un compatriota druchii y estaba vivo. Eso inquietaba a Malus quizá más que una banda entera de piratas despellejados y contaminados por el Caos.

Los otros guías, los supuestos hermanos de Vor, no estaban mucho mejor. Todos tenían la cara llena de cicatrices propia de los delincuentes comunes. En Karond Kar, a los druchii cuyos delitos y posición social eran demasiado insignificantes como para merecer los esfuerzos de un torturador en condiciones, simplemente les hacían una cicatriz en la cara para marcarlos como alborotadores. A juicio de Malus, Vor debía de haber estado robando pan o haciendo trampas a las tabas a diario, y seguramente lo habrían marcado cada vez que lo habían pillado.

Malus se volvió a inclinar sobre su silla e intentó enderezar la espalda. Su capa de lana le pesaba más que la armadura de placas que llevaba debajo. La lluvia chorreaba sobre el cuello y los hombros musculosos de
Rencor
, lo que añadía un extraño brillo a las escamas verde oscuro de aquel gélido. Mientras Malus observaba, la criatura levantó el morro afilado y lleno de dientes hacia el cielo y dejó escapar una fina columna de vapor de la nariz. Nacidos y criados en cavernas oscuras y húmedas, muy por debajo de la tierra, los gélidos prosperaban en ambientes húmedos. En ese mismo momento, Malus envidiaba tanto al nauglir que le causaba dolor.

Habían avanzado por el Camino de los Esclavistas desde Karond Kar durante unas dos semanas, y Malus no conseguía recordar ni un solo momento en todo ese tiempo en el que hubiera dejado de llover. Había aprendido a comer, dormir y cabalgar bajo el agua. No había ni un trozo de su ropa que estuviera seco. Los petates estaban empapados, al igual que la mayor parte de la comida. Después del quinto día de lluvia ininterrumpida, Malus se dio cuenta de que no se había mojado tanto en más de un mes en el mar a bordo del
Saqueador
. Después de eso, se pasó el resto del tiempo buscando la oportunidad de asesinar a alguien.

El Camino de los Esclavistas recorría la sinuosa costa de dos mares contiguos. Empezaba en Karond Kar y seguía hacia el sur, y después hacia el oeste, primero a lo largo del Mar Frío y luego del Mar Maligno, hasta que finalmente terminaba en las puertas de Naggarond, la fortaleza del Rey Brujo. El viaje duraba muchas semanas a pie, con oscuros bosques y montañas altas y grises al oeste y el ancho mar al este. No había posadas ni tabernas a lo largo de la ruta, sólo fortalezas de recambio que guardaban comida y caballos descansados y listos para llevar mensajes urgentes desde Karond Kar hasta Naggarond y vuelta. Dormían en pequeñas cuevas o en claros del bosque separados de la carretera y se alimentaban de comida húmeda y fría porque no tenían madera seca para hacer fuego. Malus, que no hacía mucho había sido torturado durante una semana sin descanso, pensaba que el trayecto desde la Torre de los Esclavos había sido el momento más miserable de toda su vida.

Vor señaló, orgulloso, hacia el auténtico muro de árboles frondosos y follaje que había a menos de un metro de la carretera. Visto a través de la bruma gris de la lluvia, el bosque parecía una masa sólida.

—¿Qué se supone que tengo que ver? —dijo Malus con brusquedad, pensando que si el tipo intentaba decir algo inteligente, como ver los árboles y no el bosque, lo mataba ahí mismo.

—Aquí dejamos el camino —dijo el guía, hablando en un tono que se impuso al tamborileo de la lluvia—, para ir a las moradas de los muertos, arriba, en las montañas.

Malus observó los árboles con expresión cansada.

—Me habían dicho que había un camino.

—Sí, lo hay. Piedras de basalto negro y estatuas de fieras damas con afilados dientes —dijo Vor, asintiendo con énfasis—. El camino del túmulo. Pero eso son dos leguas al sur y está prohibido viajar por él. Aquí hay una senda de cazadores que nos llevará a donde necesitamos ir.

—¿Prohibido? —Malus frunció el ceño bajo la capucha caída—. ¿Por quién?

—Los autarii, por supuesto —dijo Vor, como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño—. Guardan la ciudad contra los intrusos.

—¿Qué? —preguntó Malus. ¡Nadie le había contado aquello!—. ¿Por qué les iban a importar las tumbas de los viejos reyes?

Vor se limitó a encogerse de hombros.

—¿Quién sabe? Son espectros, no hombres normales. Vamos —dijo, haciéndoles señas a sus hombres—. Notaréis menos la lluvia bajo los árboles.

Malus se detuvo un instante mientras Vor y sus siete hombres subían con dificultad cuesta arriba y se adentraban uno a uno en la densa maleza. Un sentimiento de pavor se instaló sobre sus hombros como un manto de hielo.

—Ese hombre espera cortarte la garganta —susurró el demonio.

—Por supuesto —dijo Malus, encogiéndose de hombros—. ¿Quién no lo quiere en Naggaroth?

—Supongo que no creerás en su historia de carreteras prohibidas. Mira las cicatrices de su rostro. Ha sido un proscrito durante muchos años. Sin duda, habrá asesinado a un centenar de nobles crédulos como tú.

—Tienes un extraño sentido del humor, demonio —dijo Malus con amargura—. Esas cicatrices son las marcas de un aficionado. Efectivamente es un proscrito, pero uno muy malo. No le tengo miedo.

Condujo con reticencia a
Rencor
hacia el bosque, alertado por la repentina tensión en la espalda y en los hombros del reptil. El noble pudo sentirlo también mientras pasaban debajo de las ramas que chorreaban agua.

Los estaban vigilando.

6. Sangre y sal

Llegaron a las ruinas antes de que Malus se diera cuenta. En un momento estaba caminando junto a
Rencor
, apartando la densa y húmeda maleza, y al siguiente estaba tirando de él frente a una pequeña hilera de cimientos de color gris oscuro que le llegaban justo hasta las rodillas. Al frente, los omnipresentes árboles empezaban a ser cada vez más dispersos para dejar paso a una especie de claro, limitado por un perímetro cuadrado de muros toscos y grises, cuyos ladrillos estaban redondeados por el paso del tiempo.

Los espacios vacíos en el muro estaban llenos de turba musgosa, que descendía de forma abrupta hacia un suelo relativamente plano a unos cinco metros de profundidad. Malus concluyó que el edificio debía de tener una planta más abajo en algún punto que la tierra estaba cubriendo poco a poco. El área circunscrita por las ruinosas murallas era bastante grande. Desde su posición ventajosa, Malus podía ver un foso para hacer fuego en el centro, rodeado de una serie de chamizos hechos de sólidos troncos y cubiertos de más turba. Había incluso un punto en la esquina que alguna vez había sido un pequeño recinto para los caballos, completado con una valla primitiva y una puerta hecha de cuerdas. Hathan Vor y sus hombres se movían por la zona con facilidad, como si estuvieran familiarizados con ella desde hacía mucho, y se dispersaron para inspeccionar los chamizos y limpiar de hojas el foso para el fuego.

Malus puso la mano en el cuello de
Rencor
y sintió la tensión en los potentes músculos del gélido. La sensación de que los vigilaban se había hecho más intensa a medida que el grupo se adentraba en el bosque, pero por mucho que lo intentó, el noble no vio ni oyó nada que le indicara quién, o qué, los estaba siguiendo. Podía ver que Vor y sus hombres lo notaban también, pero parecían aceptarlo como un inconveniente más, como lo era el constante repiqueteo de la lluvia de verano.

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