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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (12 page)

BOOK: Devorador de almas
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—Él..., él es Malus, hijo de Lurhan, el vaulkhar de Hag Graef —dijo Vor, mirando a Malus con nerviosismo—. Es un noble, de un antiguo linaje y viene a honrar a sus ancestros en las moradas de los muertos.

La mano de Malus se movió lentamente hacia la empuñadura de su espada bajo la capa. No le gustaba el rumbo que estaba tomando aquello.

El muchacho agitó la cabeza, pero fue la muchacha la que contestó.

—Ése es uno de sus nombres —dijo con voz oscura y ronca como el humo—, pero conocemos otro. En las colinas se lo conoce como An Raksa.

Malus se tragó un juramento. Contempló brevemente las probabilidades que tenía de matar a ambos espectros allí mismo. Pensó que era posible que hubiera una docena más observando desde las sombras y que seguramente no llegaría a dar dos pasos antes de que el proyectil de una ballesta le atravesara el cuello. Hizo un esfuerzo por sonreír.

—Me dieron ese nombre como reconocimiento a un favor que le hice al urhan Beg —dijo en tono casual—. Es raro, pero no recuerdo haberos visto en la casa de su clan.

—Toda la colina sabe que mataste al urhan y a su hijo —dijo el muchacho con frialdad—. Enséñanos tus manos.

El noble dudó. Vor, enfadado, miró a Malus.

—¡Hazlo! —siseó.

Malus se apartó lentamente la capa y levantó las manos con las palmas hacia arriba. Las dos sombras las estudiaron atentamente, como si estuvieran buscando alguna señal oculta visible sólo para ellos.

Después de un instante, el muchacho frunció el entrecejo.

—Sus manos no están manchadas con la sangre del urhan —le dijo a su hermana.

—Eso no lo convierte en inocente; sólo en listo —replicó ella—. Todavía debe responder ante los parientes del urhan. —Se volvió hacia Vor—. Has aceptado el oro de este hombre. —Era una afirmación más que una pregunta.

Vor la miró, y después a Malus, y luego a ella de nuevo.

—Yo..., sí —tartamudeó—. Pero sólo eso. No llevo su collar ni le he hecho ningún juramento.

La voz del druchii lleno de cicatrices sonaba ligeramente suplicante, pero los autarii eran inconmovibles.

—Adiós, Hathan Vor —dijo la muchacha con expresión seria.

A continuación, las dos sombras se giraron y se adentraron lentamente en la noche.

Durante un instante, nadie se movió. Incluso dio la impresión de que Hathan Vor había dejado de respirar durante un buen rato.

—No tocaron ni la carne ni la sal —dijo, finalmente, con la voz hueca por el miedo—. Ahora somos intrusos. —Vor miró a sus parientes—. Bendita Madre de la Noche, ¿qué vamos a hacer?

Malus se levantó y lentamente desenvainó la espada. La sostuvo, dejando que la luz de la hoguera jugara en su filo, y dirigió la mirada hacia la oscuridad.

—Si yo fuera vosotros, pondría centinelas y mantendría el fuego encendido —gruñó—. Va a ser una larga noche.

El siseo de alarma de
Rencor
fue como el silbido de un hervidor de agua, y sacó a Malus de un sueño sin sueños. Pestañeó a la débil luz del falso amanecer, y su mano se cerró sobre la hoja desnuda que descansaba sobre su regazo.

Había una silueta oscura varios metros más allá, con los hombros encogidos bajo la lluvia. Le llevó un instante reconocer la cara llena de cicatrices del druchii. ¿No acababa de cerrar los ojos? Comprendió que no; estaba todavía oscuro cuando finalmente había decidido que los espectros no iban a tratar de arrasar el campamento.

—¿Qué pasa? —refunfuñó.

—Selavhir se ha ido —dijo Vor con expresión seria.

—Se ha ido —repitió Malus—. ¿Quieres decir que ha muerto?

—Quiero decir que se ha ido. Que ha desaparecido.

Malus se incorporó, frotándose la cara con la mano mojada.

—¿Era uno de los centinelas?

—Tenía la primera guardia; después, lo sustituyó Hethal a la hora del lobo. Lo vi volver a su petate. —Vor miró, aterrado, hacia uno de los chamizos que había al otro lado de la hoguera agonizante—. Pero ahora ya no está allí.

Malus miró con expresión distraída la bruma que había sobre ellos, intentando despejarse.

—Así que volvió a su petate, cogió sus cosas y se fue mientras no mirabais.

Vor rió amargamente.

—Ni siquiera yo sería tan estúpido de intentar caminar por estos bosques por la noche, especialmente cuando están repletos de espectros enfadados —dijo con brusquedad—. No me dijisteis que los autarii tenían una disputa con vos.

—Tú no me dijiste que nos sentaríamos alrededor de una hoguera con un par de espectros cuando te contraté en Karond Kar —le contestó.

Vor enseñó los dientes con un rugido contrahecho.

—Los espectros tienen a Selavhir —gruñó—. Vinieron aquí y se lo llevaron delante de nuestras mismísimas narices. Sólo la Madre Oscura sabe lo que le pueden haber hecho. —Miró fijamente a Malus—. Ahora ya no verás las moradas de los muertos, noble. Vamos a desmontar el campamento y a marcharnos mientras podamos.

Malus miró al hombre con frialdad.

—No te pagué para que salieras corriendo al primer signo de peligro, Hathan Vor. Continuaremos hacia la cripta de Eleuril como planeamos.

El guía rió de nuevo, pero esa vez había un tono de desesperación en su voz.

—¡Estáis loco, noble! Vamos a volver al Camino de los Esclavistas tan rápidamente como podamos... Podéis ensillar a ese reptil y venir con nosotros, o podéis estar colgando de uno de los ganchos de carne de los espectros cuando anochezca.

Ahora Malus estaba totalmente despierto.

—Escúchame, estúpido trozo de carne —rugió, levantándose lentamente—. Tengo hombres esperando mi regreso a Karond Kar. Si te dejas caer por allí sin mí, o no te dejas ver en unas semanas, te garantizo que te encontrarán y te harán sufrir de maneras que harían implorar piedad a un espectro, después de que maten a todo bicho viviente que te haya preocupado alguna vez. La única esperanza que tienes de sobrevivir a esta expedición es que me lleves a la cripta de Eleuril y me saques sano y salvo de estos bosques.

—¡¿Estáis dispuesto a arriesgar la vida por llegar a esa maldita cripta?! —exclamó Vor.

—No se trata de eso —dijo Malus con dureza—. De lo que se trata es de que estoy dispuesto a arriesgar la tuya y mucho más. Ahora pon a tus hombres en marcha.

Salieron de las ruinas con paso ligero. Malus se mantenía cerca de Vor; tres hombres exploraban por delante y tres más cubrían la retaguardia. Vor ordenó a los hombres que se mantuvieran a la vista los unos de los otros en todo momento, pero la tupida maleza y la lluvia constante lo hacían casi imposible. Los guías viajaban con las armas dispuestas, y Malus caminaba con una mano sobre el flanco de
Rencor
, fiándose más de los sentidos del nauglir que de los suyos propios. La sensación de que los observaban era abrumadora; parecía que venía de todas las direcciones al mismo tiempo.

Durante horas, la pequeña fila se fue adentrando en el denso bosque, recorriendo con dificultad el terreno, que iba subiendo a un ritmo constante. A media mañana, Vor ordenó una breve pausa.

Los druchii se agruparon bajo las ramas que chorreaban agua, bebiendo ansiosos de sus cantimploras y masticando tiras de carne seca. Vor los contó.

—¿Dónde está Uvar? —preguntó, mirándolos uno por uno. Uno de los hombres miró hacia atrás, hacia el camino por el que habían venido.

—Era el último de la fila —dijo, temeroso—. Lo vi justo antes de que nos detuviéramos. ¡Lo juro!

—No importa —dijo Malus con expresión sombría—. Se ha ido. —El noble miró a Vor—. ¿Cuánto queda para llegar a las afueras de la necrópolis?

—Unas cuatro o cinco horas más —dijo Vor sin pensar—. ¿Por qué?

—Entre estos malditos árboles los autarii tienen ventaja —dijo en voz baja—. Una vez que lleguemos a las calles y las torres de las criptas, puede que consigamos igualar las cosas. Los espectros son como fantasmas en la espesura, pero, créeme, si los cortas sangran como cualquier hombre. ¡Ahora vamos!

Los hombres se pusieron en pie y apretaron el paso, siguiendo un ritmo brutal. Tal como estaban las cosas, el plan de Malus les daba al menos una oportunidad de sobrevivir y los mantuvo en movimiento a pesar de que el terreno era cada vez más escarpado y traicionero. La lluvia no paraba. Más de una vez, Malus pensó en coger su ballesta de su envoltorio engrasado y cargarla, pero sabía que las condiciones de humedad dañarían el arma a la larga, y además no tenía objetivos a los que disparar.

Dos horas más tarde, Vor ordenó otra parada. Cuando contó a los hombres faltaba otro. Huril, un druchii alto y robusto, con una cuchilla en cada una de sus manos llenas de cicatrices, se había puesto en cabeza tras la última parada y había desaparecido rápidamente en la espesura. Nadie sabía cuándo lo habían atrapado los espectros.

El miedo se adueñó de los supervivientes. Malus se puso delante de ellos con la espada preparada y dijo:

—Levantaos. ¡Podéis poneros en marcha y probar suerte con los espectros, o quedaros aquí y morir por mi mano! ¡Vosotros elegís!

Los guías le dirigieron a Malus miradas de odio reconcentrado, pero se levantaron con esfuerzo y se pusieron en marcha. Esa vez todos se mantuvieron bien cerca, sin preocuparse ya por las mandíbulas babeantes de
Rencor
o su cola flagelante. Vor iba corriendo detrás de Malus, girando la cabeza de un lado a otro, y tratando de mantener a la vista a todos sus hombres.

Incluso con menos de un metro entre uno y otro, la densa maleza seguía dificultando que todos estuvieran visibles constantemente. Malus se concentró en poner un pie delante del otro, apresurándose a través de la maraña de vegetación tan de prisa como podía y esperando tropezar tras el siguiente muro de vides colgantes o del seto de helechos con calles urbanas de piedra gris.

Casi tres horas después, la única ensoñación del noble se vio interrumpida por gritos de alivio que provenían de delante. Se dio prisa en atravesar un seto de altos arbustos y se encontró con la dura superficie de los adoquines escondidos entre la hierba que había a sus pies. Más adelante podía ver que la maleza había desaparecido casi por completo y los mismos árboles eran cada vez más escasos; daban paso a edificios altos y oscuros, y torres esbeltas como dagas rodeadas por montones de peñascos ennegrecidos. Malus pudo ver a los dos druchii que iban en cabeza agitando los brazos hacia él, llenos de excitación.

—¡Eso es! —dijo Malus, mostrando los dientes con una fiera sonrisa—. ¿Lo ves, Vor? Los espectros no son infalibles. Intentaron detenernos con todas sus fuerzas y fallaron. Si nos siguen dentro de la necrópolis, te prometo que se lo haremos pagar.

El guía lleno de cicatrices no dijo nada. Malus se volvió, con una sonrisa burlona en los labios, pero cuando miró hacia atrás le falló la voz.

Allí no había nadie. Hathan Vor había desaparecido.

7. Las moradas de los muertos

—Bendita Madre de la Noche —dijo Malus sin aliento, escrutando las profundidades de la noche como si Vor pudiera aparecer en cualquier momento entre la maleza.

En ese preciso instante, los matorrales de helechos se removieron y apareció uno de los guías que cerraba la marcha con los ojos desorbitados por el miedo. El druchii se paró en seco.

—¿Dónde está Vor? —preguntó con una voz que el pánico había transformado en un hilo.

—¡Corre! —dijo Malus, que, con un ágil movimiento, se montó en la silla de
Rencor
.

El guía druchii se lo quedó mirando, sin terminar de entender la desaparición de Vor. Asestándole en el hombro un golpe de plano con la espada, Malus gritó:

—¡Corre! ¡Maldita sea!

El hombre se puso en movimiento, y Malus espoleó su montura, que emprendió un trote veloz.
Rencor
iba sorteando con facilidad la vegetación cada vez más rala, dejando atrás con sus grandes zancadas a los guías druchii avanzados hasta penetrar en los aledaños de la necrópolis. Los pies del gélido golpearon el abigarrado pavimento cuando el noble invirtió la marcha de su montura para contar las cabezas de los druchii que lo seguían con dificultad. Vio a tres de los hombres de Vor; los druchii encargados de cerrar la marcha de la columna todavía no estaban a la vista. Malus se agazapó en la montura tratando de ofrecer el menor blanco posible al mismo tiempo que escudriñaba la línea arbórea intentando detectar alguna señal de movimiento.

—Vuestro señor se ha marchado —dijo el noble a los aterrorizados guías—. Los malditos espectros nos lo arrebataron de las manos.

Los hombres intercambiaron miradas de pánico.

—¿Qué hacemos ahora? —inquirió uno.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? Les haremos pagar por esto —le espetó Malus—. Han estado jugando con nosotros desde anoche, pensando que éramos una presa fácil. Ahora tenemos la ocasión de hacer que lamenten su arrogancia.

—No —dijo otro de los guías, un hombre de edad más avanzada con la cabeza totalmente calva y una muesca en lugar de su fosa nasal derecha—. Esto es una locura. ¡No podemos derrotar a los autarii!

Malus atravesó al hombre con la mirada.

—¿Y qué propones que hagamos, entonces? ¿Ofrecernos como corderillos para que nos estofen? Estos salvajes se comen a los druchii de la ciudad del mismo modo que nosotros desollamos y comemos a un cochinillo. ¡Se trata de luchar o morir, mentecato!

—Fue tu tozudez lo que nos metió en esto —le replicó el hombre—. Si hubiéramos hecho lo que dijo Vor, ahora estaríamos en el Camino de los Esclavistas. —Se volvió hacia sus compatriotas—. Propongo que corramos hacia allí y dejemos al noble librado a su suerte. ¡Es a él y no a nosotros a quien quieren los espectros!

Malus cerró con fuerza la mano sobre la empuñadura de su espada. Se disponía a degollar a aquel insolente cuando un grito agudo resonó en el bosque. El último de los guías avanzó tambaleándose entre los árboles, lívido y con los ojos desorbitados. Vio a Malus y a los suyos, y avanzó a trompicones hacia ellos, tratando de decir algo sin que de su boca saliera sonido alguno. Después de unos cuantos pasos, tropezó con una raíz y trató de sujetarse a un tronco, pero se le resbaló la mano sobre la corteza húmeda y cayó de bruces en la hierba. Tenía clavados en la espalda tres virotes de ballesta y la ropa empapada de sangre. El hombre tuvo una última convulsión y ya no se movió.

El noble se volvió hacia los guías reunidos.

—Éste es el destino que os aguarda si volvéis a los bosques —dijo—. Si queréis vivir, permaneced cerca de mí. Y ahora: ¡andando!

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