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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (13 page)

BOOK: Devorador de almas
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Sin esperar una respuesta, espoleó a
Rencor
, que partió al trote y se internó en los sombríos caminos de la necrópolis.

En torno a Malus, se alzaban edificios de piedra gris, estructuras que no habrían desentonado en Hag Graef ni en ninguna otra próspera ciudad de los druchii. Unas torres altas, como espadas, subían hacia el cielo plomizo más allá de los edificios cuadrados, dispuestas aquí y allá, a izquierda y derecha, mientras la ciudad de los muertos se iba abriendo camino por el sinuoso valle, ascendiendo cada vez más entre las montañas invisibles detrás de nubes de niebla y lluvia. Al principio, Malus sintió una especie de dislocación tan potente que apartó de su mente todo otro pensamiento. La sensación de llegar a casa era tan poderosa que se encontró mirando al cielo para ver las torres agrupadas del Hag.

Avanzó por una especie de avenida, un camino de piedra negra que recorría el fondo del valle entre apretadas filas de criptas y monumentos. Cada tanto partían del camino principal calles laterales que llevaban a tumbas específicas. El noble se giró en la montura para ver a los tres guías supervivientes, que venían pisándole los talones, y a continuación condujo a
Rencor
por un camino lateral sumido en las sombras crepusculares.

Unos veinte metros más adelante la calle se bifurcaba a la derecha, llevando a lo que parecía un jardín de piedra decorativo. En una esquina había una gran estructura, posiblemente una representación de una casa de placer o de un pabellón de deportes. Ventanas cuadradas e inusualmente altas se alineaban en las fachadas del edificio, que daban a ambas calles como negras oquedades en la sonrisa de una calavera gris. Con una mueca, Malus decidió que serviría para sus fines.

Detuvo a
Rencor y
se volvió hacia los hombres. El noble señaló con la espada a dos de ellos y, apuntando hacia el camino lateral del jardín, les ordenó:

—Vosotros dos id por ahí y haced todo el ruido que podáis.

Los hombres asintieron, respirando agitadamente. El tercero —el druchii calvo que había sido partidario de abandonar a Malus— levantó la vista hacia el noble.

—Y nosotros, ¿qué? —preguntó.

Malus señaló el edificio con la barbilla.

—Adentro. Cuando las sombras se hayan disipado les haremos probar de su propia medicina. —Se volvió hacia los dos señuelos—. Al oír el bramido de
Rencor
, volved y ayudadnos a degollar a algunos.

Los hombres esbozaron una sonrisa aviesa y se internaron en el jardín, chapoteando con sus botas en los charcos diseminados por la calzada.

Malus se dejó caer de la silla y condujo al nauglir hasta la ventana más próxima. La bestia de guerra olfateó la oscuridad que había al otro lado del portal antes de saltar por la abertura con sorprendente agilidad. El noble le hizo al druchii una seña de que entrara y, a continuación, lo siguió pisándole los talones.

En el interior, el aire olía a humedad y a cerrado. Lo único que se veía eran unos cuadrados de débil luz grisácea que el poniente pintaba en el suelo. De las largas hendiduras que formaban extraños dibujos en el suelo de piedra salían nubes de polvo, y Malus oyó un gruñido tenebroso que llegaba de las vigas del techo. «Es un milagro que esos viejos edificios no se hayan venido abajo en todo este tiempo —pensó—. Estaría bueno haber llegado hasta aquí y morir por apoyarse contra la columna equivocaba y quedar sepultado por una tonelada de piedra.»

Se oía el ruido de un cuerpo pesado deslizándose sobre la piedra al moverse
Rencor
en la oscuridad.

—¡Alto! —dijo en un susurro, y la respuesta fue un golpe sordo al sentarse el nauglir sobre la piedra.

—¿Y ahora qué toca? —susurró el druchii calvo.

—Esperar y observar —dijo Malus en tono apenas audible—. Quédate al otro lado de la luz y observa la calle. No te muevas a menos que yo te lo diga.

El noble recibió sólo un gruñido como respuesta. Le pasó por la cabeza que al guía calvo no se le presentaría una mejor oportunidad de cortarle el gaznate y salir corriendo, pero apartó la idea de su cabeza. Contaba con que el deseo de venganza del druchii pudiera más que su cobardía y se dedicara a vigilar el sombrío callejón.

De inmediato, Malus cayó en la cuenta de que su plan tenía un fallo. La lluvia dejaba suspendida en el aire una neblina gris que creaba en los dos callejones pozos impenetrables de oscuridad. Sólo quedaba en ellos una franja central plenamente iluminada. Los sigilosos autarii eran capaces de sortear, amparados en las sombras, la emboscada de Malus si éste no extremaba las precauciones. El noble respiró hondo y trató de concentrarse, poniendo máxima atención en el panorama más amplio que se abría ante él y no en una zona específica o un conjunto de detalles. Cuando llegara el momento se anunciaría con cambios sutiles en la escena exterior, movimiento que seguramente no percibiría de frente, sino en los campos de visión periférica.

Pasó un buen rato sin que sucediera nada. Malus podía oír claramente a sus señuelos por el jardín o sus inmediaciones, llamándose a voces. En las sombras exteriores nada se movía. ¿Sería posible que los espectros ya se hubieran deslizado a su lado pasando desapercibidos? Eso no había forma de saberlo.

Rencor
se removió apenas. Malus estaba a punto de volverse para imponer silencio a la bestia cuando su vista captó un atisbo de movimiento, un sutil cambio en la profundidad de las sombras que había al otro lado del edificio en el que se encontraban. Podría tratarse de un efecto engañoso de la luz, o de una mala jugada de su mente cansada, pero entonces volvió a verlo. Los espectros se arrastraban por el camino y se dirigían silenciosamente hacia los hombres que estaban en el jardín.

Malus hizo una mueca en la oscuridad.

—Arriba,
Rencor
—susurró, y al mismo tiempo que el nauglir se ponía de pie, él desenvainó la espada—. ¡Ahora! —gritó corriendo hacia la ventana.

El noble se lanzó de un salto a la calle con un penetrante grito de guerra y blandiendo la espada. La respuesta fue media docena de disparos de ballesta, pero los espectros habían sido tomados por sorpresa y ningún virote dio en el blanco; se estrellaron contra las paredes del edificio, de donde arrancaron cortantes esquirlas de piedra.

Malus contó por lo menos diez autarii en las sombras fuera del edificio. Seis de ellos intentaban volver a cargar sus armas mientras los demás atacaban al noble con espadas cortas que emitían destellos feroces en sus manos. Un año antes, la visión lo habría aterrorizado, mientras que ahora la batalla hizo que su corazón se llenara de un júbilo salvaje.

El largo de la espada curva de Malus superaba en más de un palmo al de las que empuñaban los espectros, y el noble aprovechó al máximo esa ventaja. Se lanzó contra el autarii que tenía más cerca, descargando en la cabeza del hombre una profusión de golpes. El espectro reaccionó con la rapidez de una serpiente, bloqueando a diestro y siniestro con enérgicos movimientos. Entonces, Malus describió un amplio arco con su espada y alcanzó al hombre justo debajo de la rodilla. La espada de magistral factura atravesó capa tras capa de la vestimenta y penetró en la carne; cortó la pierna y produjo una efusión de sangre oscura. El espectro se desplomó con un grito de angustia, pero Malus ya se lanzaba en busca del siguiente par de enemigos.

Éstos lo asaltaron por ambos flancos al mismo tiempo. Malus saltó sobre el hombre que tenía a la derecha e hizo retroceder al espectro con un relampagueante mandoble dirigido a sus ojos. El noble dio un paso adelante, exponiendo su flanco derecho al segundo autarii, oportunidad que aprovechó éste para lanzarse sobre él en un intento de atravesarle la garganta con su arma. El espectro no consiguió su objetivo; el noble esperó hasta que el hombre lanzara el ataque, y entonces, giró sobre sus talones con un revés de su espada, que limpiamente le separó la cabeza del cuerpo. Giraba ya para hacer frente a su segundo enemigo cuando vio, sorprendido, que el cuerpo decapitado del que acababa de matar seguía trastabillando y, cayéndole encima, lo derribaba a tierra.

A Malus se le llenaron la cara y la boca de sangre caliente y salada cuando aterrizó sobre las resbaladizas piedras de la calzada debajo del cuerpo desmadejado. Oyó entonces el ruido inconfundible del acero hundiéndose en la carne: el otro espectro había acudido raudo y en su precipitación había clavado el arma en el blanco equivocado. Malus se revolvía debajo del cadáver, tratando de sacárselo de encima al mismo tiempo que intentaba alcanzar al otro autarii. De un salto, el espectro se puso fuera de su alcance, que era todo lo que Malus podía esperar. De un puntapié arrojó al muerto contra su adversario ganando toda la distancia posible para ponerse de pie nuevamente.

La tierra se sacudió y una pata escamosa del tamaño de un gran escudo se estampó contra el suelo a escasos centímetros de la cabeza de Malus.
Rencor
lanzó un atronador bramido y se incorporó a la refriega; le dio una dentellada al autarii portador de la espada. El espectro gritó, despavorido, y trató de salir corriendo, pero no contó con la sorprendente velocidad del nauglir.
Rencor
arremetió contra él, lo asió por un hombro y lo sacudió como lo haría un terrier con una rata cogida en sus fauces. Las costillas y las cervicales se partieron en una serie de crujidos, y el espectro cayó inerme.

Malus cambió de dirección; se apartó con una voltereta del nauglir desbocado y se puso de pie con dificultad. Oyó el sonido de ballestas que se disparaban, y más virotes atravesaron el aire. Uno rebotó en el espaldarón izquierdo del noble y fue a dar sobre el lado opuesto del edificio. Otros virotes alcanzaron a
Rencor
en la clavícula y en el costado, a lo que respondió la furiosa bestia con un rugido de pura rabia. El noble vio cómo el gélido giraba en redondo y arrancaba con el puntiagudo hocico el virote clavado en su hombro. Ya fuese por accidente o adrede, el látigo de su cola golpeó de lleno a uno de los ballesteros y lo lanzó sobre el pavimento transformado en un amasijo sanguinolento. El noble entrevió al druchii calvo en un combate cuerpo a cuerpo con otro de los espectros; la espada corta de cada uno de ellos amenazaba el gaznate del contrario.

Un gruñido y un chasquido metálico hicieron que Malus volviera la vista a la derecha, donde otro autarii trataba de recargar su ballesta. El noble se lanzó sobre él con un enloquecido aullido.

El tiempo pareció detenerse mientras atravesaba la calle, cubriendo la distancia que lo separaba del ballestero tan rápidamente como le fue posible. Malus no dejaba de aullar como un demonio esperando conseguir con eso que el otro se pusiera tan nervioso que no pudiera cargar el arma a tiempo. Era una carrera a muerte, y Malus la perdió.

El autarii apuntó la ballesta y disparó mientras Malus estaba todavía algunos metros fuera de tiro. Trató de esquivar el proyectil volviéndose de lado, pero éste atravesó el espacio como un relámpago. Sintió un fuerte impacto contra el hombro y, a continuación, un dolor tan ardiente que lo dejó sin aire.

Malus se tambaleó mientras trataba de respirar, pero se rehízo y saltó hacia adelante. El fiero gesto del espectro se convirtió en un rictus de agonía cuando el noble le hundió la punta de su espada en la ingle. El hombre cayó redondo en medio de un charco de sangre que no paraba de crecer mientras el noble se daba de bruces contra la pared del otro lado de la calle. Allí permaneció apoyado un momento, tratando de recuperar el aliento y viendo las grandes gotas de sangre que se deslizaban por el asta del proyectil que tenía clavado en el hombro izquierdo. Caían a sus pies como gotas de lluvia mientras el dolor palpitaba al unísono con su agitado corazón.

Un espectro apareció amenazador a su izquierda. Malus se lanzó a por él con feroz determinación, apuntándolo con la espada ensangrentada. En el último momento reconoció al guía calvo, que se apartó de él con un grito de terror.

—¡Lo hemos conseguido! —dijo el druchii, blandiendo su cuchillo—. ¡Huyen para salvar el pellejo!

Malus a duras penas se mantenía de pie y trataba de centrarse en otra cosa para olvidarse del dolor. Se oían gritos aterrorizados que superaban incluso el ruido que hacían las mandíbulas de
Rencor al
saciar éste el hambre con uno de los espectros muertos. Un momento después, el noble se dio cuenta de que los autarii se retiraban hacia el jardín de piedra. Frunció el entrecejo y meneó la cabeza con aire perplejo. Aquello no tenía sentido.

Entonces, oyó el ruido de combate dentro del propio jardín y cayó en la cuenta de lo que había pasado.

—Los malditos espectros han tendido su propia trampa —gruñó—. Vieron hacia dónde íbamos y enviaron a la mayor parte de sus hombres por el camino principal para distraernos.

No había habido tiempo de comprobar nada durante el combate, pero estaba claro que ninguno de los espectros gemelos se contaba entre los muertos de los que estaba sembrada la calle.

La expresión del guía calvo pasó del triunfalismo al temor en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Y ahora qué? —preguntó con voz que transpiraba desesperación.

—En primer lugar, tira con fuerza del maldito virote y sácamelo —dijo Malus con voz entrecortada, apoyándose en la pared.

El guía agarró con reservas el asta ensangrentada.

—De acuerdo —dijo, reuniendo valor—. Cuando cuente tres.

—¡Tira de una vez, maldita sea! —rugió Malus, y el guía arrancó el proyectil.

El mundo empezó a dar vueltas. En lo profundo de su pecho, Malus sentía que el demonio se retorcía extasiado, flotando en un mar de delicioso dolor.


¡Rencor!

A la llamada de Malus, el nauglir acudió trotando obediente al lado del noble. De los cuatro virotes que tenía clavados en el flanco rezumaba profusamente un icor oscuro, pero la bestia de guerra parecía conservar toda su fuerza y velocidad. Malus avanzó dando tumbos hacia su cabalgadura y rápidamente le arrancó los proyectiles antes de alzarse con dificultad sobre la montura. Ya había cesado el ruido de combate en el jardín. Se les estaba agotando el tiempo.

El noble clavó los talones en los ijares del gélido y se reincorporó al primer camino lateral.

—¡De prisa! —le dijo al guía, y se volvió hacia la derecha, alejándose de la avenida principal.

Pasaron ante más edificios antiguos y desiertos en diversos grados de abandono. Malus fue estudiándolos uno por uno, buscando un lugar que dos hombres pudieran defender sin dificultad. Transcurrieron algunos momentos tensos en los que daba la impresión de que a Malus se le había agotado la suerte, pero entonces, al final del camino, atisbo un edificio cuadrado, sin ventanas, cubierto por los cuatro lados de elaborados bajorrelieves, que representaban una procesión de nobles druchii danzantes. El único acceso era una puerta estrecha cuya simplicidad contrastaba con el esplendor circundante. Malus lanzó a
Rencor
al galope en el preciso momento en que en el extremo del callejón que quedaba a sus espaldas se oía un coro de aullidos. El noble se volvió y consiguió ver a unos treinta autarii que formaban un grupo compacto en torno a dos figuras inconfundibles. Los dos espectros gemelos se habían echado hacia atrás las capuchas y aullaban al sollozante cielo como un par de lobos. A pesar de lo lejos que estaban, a Malus le pareció que sus tatuajes relucían con un luz fantasmal.

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