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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (9 page)

BOOK: Devorador de almas
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Syrclar y seis de sus hombres irrumpieron en la habitación pisándole los talones, con los rostros congestionados y las espadas preparadas. El noble pasó por delante de la bandeja y su mano se cerró sobre un mango curvo de madera, tras lo cual se giró para encarar a sus perseguidores.

Malus les enseñó los dientes a los hombres de la torre y levantó el largo tenedor para trinchar que había cogido por error. Los esclavos se dispersaron hacia las esquinas de la habitación. Los autarii permanecían inmóviles, observando la escena desde las profundidades de sus capuchas.

—Supongo que querréis discutir los términos de vuestra rendición —dijo el noble.

Syrclar sonrió.

—Cortadle las manos y arrancadle la lengua —les dijo a sus hombres—. Dejaremos que su padre pague un rescate por ellas metidas en un frasco.

Malus retrocedió mientras los seis guerreros atravesaron cautelosamente la habitación. Continuó haciéndolo hasta que tocó la pared del fondo con la espalda y luego esperó, con el tenedor de trinchar preparado. Los guerreros se distribuyeron en un semicírculo, temerosos de sus extrañas habilidades, pero confiados en su superioridad numérica.

Estaban a mitad de camino del fondo de la habitación cuando los autarii actuaron de manera repentina. Sin mediar palabra, sacaron largos cuchillos de la manga y saltaron a por los hombres de la torre. Los guerreros, cogidos por sorpresa, fueron abordados y arrojados al suelo. Las hojas de los cuchillos brillaron, cortando tendones, muñecas y gargantas. La sangre empapó las alfombras en pocos segundos. Los guerreros se retorcían, dando patadas a las bandejas y las botellas mientras agonizaban.

Syrclar retrocedió, horrorizado, ante la matanza que contemplaban sus ojos. La espada del joven noble tembló y, a continuación, cayó al suelo. Se volvió para correr, pero Malus cruzó la habitación en tres zancadas rápidas, pasando por encima de los cuerpos de los hombres agonizantes, y sujetó al aristócrata por el pelo largo y negro.

Los dientes gemelos del tenedor se hundieron profundamente en un lateral de la garganta de Syrclar. El noble se puso rígido y escupió sangre arterial de un color rojo brillante. Malus lo soltó, giró y cogió la espada de Syrclar mientras éste caía de rodillas.

Malus estudió la hoja y asintió con aprobación.

—Más vale tarde que nunca —dijo con un suspiro, y luego se giró y le cortó la cabeza a Syrclar.

El cuerpo sin cabeza continuó erguido unos instantes; después cayó de lado, aún chorreando sangre.

El noble admiró su trabajo un instante. Acto seguido, se giró hacia las figuras encapuchadas.

—¿Sería mucho pedir una copa de vino? —preguntó.

5. Ardides y estratagemas

—¡Ah!, ahí está —dijo Malus mientras escoltaba a Hauclir a la habitación cubierta de alfombras que había en el subsuelo de la casa de placer—. ¡Ya pensaba que te habrías metido en un lío! —El noble cogió una gorda uva tileana de una bandeja que estaba al lado del cojín que ocupaba y le hizo un gesto a su guardia personal para que se sentara—. Toma vino y come algo. No te fijes en los cuerpos.

Hauclir dejó cuidadosamente en el suelo uno de los viejos baúles de Bruglir, y fue mirando, uno tras otro, los cuerpos ensangrentados. Los guardias de Syrclar todavía estaban tendidos donde habían caído, retorcidos en posturas que hablaban de una muerte violenta. El guardia personal señaló con la cabeza el cuerpo que Malus estaba usando como escabel.

—¿Supongo que eso es parte del joven lord Syrclar?

—El mismo —dijo, girándose para escupir una semilla de uva a la cabeza cortada de Syrclar—. Resultó ser un cazador muy hábil, pero al final ocurrió que la presa a la que había acorralado era demasiado para él.

Los hombres que rodeaban a Malus dejaron escapar unas risitas ahogadas. Con la llegada de su señor se habían deshecho de sus vestimentas autarii, dejando a la vista unas armaduras negras esmaltadas y torques plateados de acero en los que estaba grabado el símbolo de un nauglir, la insignia personal de Malus. Bebían vino en copas de oro, jugueteaban con las jóvenes esclavas agachadas junto a ellos y observaban a Hauclir con la mirada depredadora de una manada de lobos.

El noble señaló a sus secuaces con un gesto lánguido de la mano.

—Ya conoces a algunos de estos perros viejos: Silar Sangre de Espinas, mi senescal; Dolthaic el Despiadado, y Arleth Vann. Los demás entraron a mi servicio mientras estábamos en alta mar... Todo lo que puedo decir de éstos es que son hábiles con el cuchillo, lo cual hace que mi estima por ellos crezca mucho.

Hauclir asintió con expresión ausente mientras lo asimilaba todo. El secuaz asignado para cuidar de él pasó junto al antiguo capitán de la guardia y ocupó de nuevo su sitio entre alfombras y cojines.

—¿Qué significa todo esto, mi señor? —preguntó, descargando un paquete grande y pesado del hombro y dejándolo junto al baúl.

El noble se encogió de hombros y tomó otra uva del racimo que tenía en la mano izquierda. Había una botella de vino y una copa rebosante en una mesa baja a su derecha. Silar se la había servido hacía horas y todavía no la había tocado.

—Planificación anticipada —explicó, metiéndose otra uva en la boca—. Antes de dejar Hag Graef sabía que si quería regresar vivo a casa, mi ilustre hermano mayor tendría que morir prematuramente, así que lo organicé todo para encontrarme con Silar aquí en vez de ir directamente a casa para comunicarle a mi padre la feliz noticia. —Honró a sus hombres con un gesto de fingida reprobación—. Han estado aquí gastándose mi dinero y viviendo como conquistadores durante más o menos un mes.

La habitación se llenó de sonrisas lobunas y risas contenidas. Dolthaic el Despiadado, un joven druchii con facciones angulosas y una larga coleta recogida en un moño de corsario, levantó su copa en un brindis.

—Si así es como matáis a vuestros parientes —dijo con una risa sepulcral—, ¡entonces doy gracias a la Madre Oscura de que tengáis una familia tan numerosa!

Los demás se unieron a las risas, algunos levantando las copas a su vez, hasta que una voz sonora las cortó como un cuchillo.

—Bebed y actuad como necios mientras podáis —dijo Silar Sangre de Espinas—. Nada será lo mismo después de esto. Será la guerra o el exilio ahora que Malus ha matado al hijo favorito de Lurhan.

Malus se giró ligeramente para mirar a su lugarteniente. Silar era un guerrero joven, alto y bien parecido, con un rostro que milagrosamente no tenía cicatrices de guerra. Era un hombre severo e impertinente, como mínimo, pero leal y honesto, y sobre todo, totalmente carente de ambición o subterfugio. Por sí solo no hubiera durado ni un mes en la sociedad druchii, pero Malus le había dado una posición honorable en una casa influyente, y en gran parte estaba protegido de la crueldad de la vida diaria. Estaba sentado a la derecha de Malus, escrutando con expresión sombría las profundidades de su copa. El noble le escupió una semilla.

—¿Era de extrañar que te dejara en Hag, Silar? —dijo Malus con un gruñido amable—. ¿Qué estás diciendo de una guerra? Bruglir murió en batalla, no por mi espada.

Hauclir dejó escapar un resoplido. Malus lo miró fijamente con expresión furiosa y éste bajó la mirada.

—Murió en una batalla a la que vos lo enviasteis —dijo Silar, enérgico—. Bruglir era un héroe de los pies a la cabeza, tanto que incluso el drachau lo envidiaba. Todo lo que le va a importar a Lurhan es que os llevasteis a su hijo mayor y heredero a los mares del norte y dejasteis que lo mataran, junto con la mayor parte de su flota. —Silar meneó la cabeza, mirando su copa como si estuviese llena de veneno—. Vuestro padre intentó mataros una vez y si los rumores en el Hag son ciertos, lo avergonzasteis frente al drachau cuando forzasteis a Uthlan Tyr a daros una cédula real. ¿Qué creéis que hará cuando oiga las últimas noticias? —El joven soldado respiró hondo y echó un largo trago de vino.

El ambiente en la habitación se ensombreció. Incluso la sonrisa avariciosa de Dolthaic se esfumó ante el severo juicio de Silar. Malus frunció el entrecejo, agraviado.

—Hablando de rumores infames, ¿qué otras noticias me traéis del Hag?

Silar se encogió de hombros.

—El Rey Brujo declaró la temporada de campañas una semana antes de lo esperado, ya que el invierno estaba siendo tan suave. La tregua entre Hag Graef y el Arca Negra de Naggor todavía se mantiene, de forma milagrosa. Los drachau incluso llegaron a liberar a su rehén Fuerlan y lo devolvieron al arca. —Silar tomó otro sorbo de vino, evitando juiciosamente hablar del incidente causado por Malus cuando había torturado a Fuerlan hasta casi matarlo por un asunto de etiqueta hacía varios meses—. Sin feudos importantes que conquistar, los nobles de la ciudad que no se han hecho a la mar están en el campo buscando algo que les permita probar sus espadas.

—Antes de que nos fuéramos se decía que vuestro padre estaba reuniendo a sus propios hombres para hacer una expedición al norte —lo interrumpió Dolthaic—. Probablemente se dirigirían a una de las atalayas septentrionales para cazar dragones o algo parecido.

—¿De veras? —dijo Malus, enarcando una ceja—. Eso podría ser casualidad. Pero ¿qué hay de mi hermano Isilvar? Lurhan juró registrar la ciudad en busca de los seguidores de Slaanesh que se reunían en la torre de Nagaira. ¿Descubrieron a Isilvar como su hierofante?

—No —dijo Silar con expresión seria—. Lurhan organizó un espectacular registro de todas las torres de la ciudadela drachau, pero los sirvientes de Isilvar juraron que éste había dejado la ciudad hacía días. Por supuesto, ninguno de ellos sabía adonde había ido, y vuestro padre pareció satisfecho dejando las cosas en ese punto.

—¿Y el drachau?

—Lurhan sacó de sus casas a una docena de acólitos y los llevó ante el drachau arrastrándolos por el pelo por toda la ciudad. Algunos de ellos eran nobles de alto rango (todos ellos, ¡qué coincidencia!, eran conocidos enemigos del propio drachau). Uthlan Tyr los mandó empalar en los muros del Hag y dio el asunto por zanjado.

—Estúpido miope —siseó Malus—. Así pues, Isilvar escapó de la ira del drachau. Está claro que tiene más influencia sobre Lurhan de lo que había sospechado, o quizá el vaulkhar teme que si Isilvar está implicado eso empañará la reputación de Bruglir. —Malus hizo una pausa, dándose golpecitos en la boca con una uva redonda y morada, y con expresión pensativa—. Sería interesante ver cómo cambian las cosas una vez que se extienda la noticia de la muerte de Bruglir. De todos modos, Isilvar sigue siendo una amenaza que hay que eliminar.

—¡Parece como si pretendierais volver a Hag Graef cabalgando, sin más, y presidir desde vuestra torre como si nada ocurriera! —dijo con incredulidad Silar.

—Pues, Silar, eso es precisamente lo que pretendo hacer.

—¡Entonces, sois un necio! Vais a meter la cabeza en las fauces del nauglir —exclamó Silar, poniéndose en pie, vacilante. El vino que había en su copa medio vacía se derramó, lo que añadió otra mancha a las que ya había en las alfombras—. Y las nuestras también, llegado el caso. Hasta ahora habíais sido bastante bueno yendo un paso por delante de las consecuencias que vuestros actos irreflexivos habían provocado, pero esto... —La voz de Silar tembló mientras su sentido de la propiedad entraba en conflicto con frustraciones reprimidas—. Esto es algo de lo que no podréis escapar hablando. ¿Acaso no lo veis?

Nadie se movió. Dolthaic le dio la espalda a Silar, ocupándose de rellenar su copa. Los secuaces más nuevos miraban alternativamente a Silar y a Malus con la misma sorpresa y expectativa, esperando ver morir al senescal en cualquier momento. Pero Malus simplemente se quedó mirando a su lugarteniente en silencio durante un tiempo largo, sin que la expresión de su rostro revelara sus pensamientos.

—Silar, me has servido lealmente y bien durante muchos años —dijo por fin. Sin pensar, cogió la copa de la mesa que tenía junto a él e inspeccionó su contenido lánguidamente—. Creo que debes de estar muy, muy borracho para haber hablado de manera tan imprudente, porque normalmente no te atreverías a hablar de lo que no te corresponde, así que no ordenaré a estos hombres que te desollen vivo y le den de comer tus partes íntimas a sus nauglirs, como tendría el derecho de hacer. —Miró fijamente a Silar—. Estás aquí para servir. Nunca jamás lo olvides.

El senescal apretó con fuerza la copa. Los músculos de la mandíbula se tensaron mientras luchaba por reprimir más palabras imprudentes. Finalmente, respiró hondo y tiró la copa a un lado.

—Por supuesto, mi señor —dijo con tono fatalista—. Perdonad mi impertinencia. No volverá a suceder.

Malus esbozó una sonrisa.

—Estoy seguro de ello. Pero —continuó, levantando un dedo para enfatizar— tus preocupaciones son bien acogidas, aunque infundadas, así que déjame explicarte cómo son las cosas.

Se irguió sobre los cojines e hizo una pausa, dándose cuenta de que se había llevado la copa a los labios. El olor del vino oscuro y seco se elevó desde la copa, llenó su nariz e hizo que pensara en la advertencia del demonio. Después de pensarlo un instante, fingió tomar un sorbo, y dejó la copa a un lado deliberadamente.

—Pensemos en la situación tal y como está —les dijo a sus hombres—. Por consideración a Silar, hablaremos sin tapujos: mi padre, el vaulkhar, me odia amargamente y nada le gustaría más que verme muerto. Hasta hace poco se lo han impedido... ciertos acuerdos alcanzados con mi madre, Eldire.

—¿Qué acuerdos? —preguntó Hauclir, al parecer poco consciente de la impertinencia de semejante pregunta.

—No lo sé con certeza —contestó Malus.

Hasta ahí era cierto; tenía sospechas de que Eldire había puesto sus poderes mágicos al servicio de Lurhan a cambio de que le fuera concedido un hijo, pero no tenía pruebas de que fuera así.

—Sin embargo, con Bruglir muerto, Silar tiene la impresión de que Lurhan me acusará de la muerte de su heredero y se verá plenamente justificado en su búsqueda de venganza.

De hecho, se verá obligado a actuar, o se arriesgará a que lo interpreten como un signo de debilidad; así que, como veis, mi lugarteniente ha hablado con algo de sentido común.

Hauclir asintió, pensativo, cruzando los brazos y apoyándose en el baúl. Los demás intercambiaron miradas de preocupación..., todos excepto Silar, que comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.

—Sería un acontecimiento muy grave si llegara a suceder. —Malus volvió a recostarse, acomodándose sobre los cojines—. No estoy del todo convencido de que así sea. Debemos recordar que, sobre todo, Lurhan, el vaulkhar, es un hombre soberbio y ambicioso que necesita un heredero para cimentar su legado como caudillo de Hag Graef. Ése era Bruglir, pero ahora ya no está. ¿Quién queda? Isilvar ha vivido toda la vida como una rata a la sombra de su hermano mayor y ahora mismo permanece oculto debido a sus ataduras con un culto prohibido. Urial está muy vinculado al templo y al mismo drachau, pero eso no cambia el hecho de que sea un tullido cuya autoridad no aceptaría ninguna de las otras casas.

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