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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (6 page)

BOOK: Devorador de almas
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Era la temporada baja de incursiones y el fondeadero de la torre estaba prácticamente vacío. Casi todos los invasores druchii pasaban el invierno en la ciudad de Ciar Karond y seguramente acababan de partir en sus naves hacía pocas semanas. La parte oriental del fondeadero estaba en penumbra por las sombras que proyectaban los cascos de la flota que defendía la torre, barcos de casco alargado y elegante que guardaban cierto parentesco con el estropeado
Saqueador
. Malus observó desde la cubierta del puente de mando mientras uno de los barcos de la torre levaba anclas y desplegaba las velas. La cubierta del barco estaba abarrotada de guerreros, y la luz del sol proveniente del norte se reflejaba en sus armaduras de bien definidas placas y en las puntas de sus lanzas.

Hauclir se apoyó en una de las ballestas fijadas a la popa, con los brazos cruzados, mirando con aprensión el barco de guerra que se aproximaba.

—¿Es esto normal?

Malus asintió.

—Querrán inspeccionar la carga por si hay alguna enfermedad, buscar buenas oportunidades para proponer a sus jefes, amenazarnos para obtener algún que otro soborno, ese tipo de cosas. —Miró de reojo al guardia personal—. Todo lo que solías hacer en Hag Graef, pero sobre el agua.

El antiguo capitán de la guardia asintió, comprendiendo.

—¿Saco algunas monedas de la bodega?

Para su sorpresa, Malus negó con la cabeza.

—¿Recuerdas aquellos trofeos que guardábamos en la bodega de popa? Llévate a algunos hombres y que los saquen a la superficie cuando lleguen los inspectores.

Hauclir hizo una mueca, pero asintió.

—Como deseéis, mi señor. —Se dirigió a la barandilla que daba a la cubierta principal y, gritando, dio unas cuantas órdenes con voz militar, para descender a continuación.

El barco de guerra los alcanzó en cuestión de minutos; les pasó por la proa y dio la vuelta para situarse después a estribor. Los guerreros y los oficiales que se apelotonaban en la barandilla del barco miraban a Malus y al
Saqueador
atentamente, fijándose en los daños que había sufrido el barco y en el estado de la tripulación. En un momento dado, la mirada del noble se cruzó con la de un oficial alto y de aspecto imponente que estaba de pie junto al timón del barco que pasaba. El noble inclinó la cabeza a modo de saludo, pero sólo obtuvo una mirada feroz y llena de arrogancia como respuesta.

Después de completar su detallada inspección, el barco de guerra de la torre atravesó la estela del
Saqueador y
se deslizó por el lado del puerto. Un marinero druchii de anchos pectorales curvó las manos alrededor de su boca y bramó:

—¡Arriad velas y echad el ancla en nombre de los señores de la torre y preparaos para ser abordados! —El tono de voz de aquel hombre dejaba claro lo que pasaría si la tripulación del
Saqueador
no lo hacía.

—¡Arriad velas! —ordenó Malus, lo suficientemente alto como para que se lo oyera en ambas naves.

La agotada tripulación se puso en marcha y, en pocos minutos, las velas rasgadas del barco estaban recogidas. Para cuando el ancla de popa cayó al agua de la bahía, el barco de guerra de la torre había hecho descender un bote largo cargado de tropas que los remeros hacían avanzar sobre las olas entre los dos barcos.

Malus respiró profundamente. Por un instante, se preguntó si quizá debería haberle ordenado a Hauclir que preparase un soborno, pero descartó la idea.

—Bajad las escalas y preparaos para recibir al grupo de inspección —ordenó, y a continuación, se dirigió a la cubierta principal para esperar la llegada del inspector.

El bote largo llegó junto a ellos en pocos minutos y tan pronto como su casco golpeó contra el lateral del
Saqueador
tensaron las escalas de cuerda y los hombres armados pasaron por encima de la barandilla de babor. Los guerreros formaron una fila de rostros severos a lo largo de la barandilla, con las espadas desenvainadas. Al contrario que muchos corsarios, los hombres de la torre llevaban una armadura completa de placas sobre el kheitan y la cota de malla, lo cual les daba mayor protección, siempre y cuando no cayeran por la borda. Malus se fijó en que la armadura era de alta calidad, cubierta por un esmalte verde como el mar y decorada con la insignia de un dragón enroscado alrededor de una torre estrecha, el símbolo del mismísimo drachau de Karond Kar.

Diez hombres armados se agolpaban en la cubierta principal con las armas apuntando hacia afuera, antes de que el inspector en persona apareciera sobre la barandilla. Malus se sorprendió al ver que era el mismo capitán. El oficial llevaba una pesada capa de piel de dragón, fijada a su armadura con broches de oro con forma de dragones marinos. Su armadura verde mar estaba decorada con una serie de ostentosas inscripciones, y las empuñaduras de sus espadas gemelas llevaban gemas incrustadas. Parecía muy joven para ser capitán de barco, y su rostro no presentaba cicatrices de batalla. «Eso quiere decir que tiene buenos contactos», dedujo Malus.

El oficial druchii subió a bordo del
Saqueador y
se dio cuenta del estado de la cubierta principal de un solo vistazo mientras fruncía el entrecejo. El capitán era alto y fibroso, de rostro demacrado y una nariz afilada y puntiaguda. Sus ojos brillaban como trozos de obsidiana mientras manoseaba los guanteletes de su armadura y clavaba en Malus una mirada crítica.

—¿Dónde está vuestro capitán? Soy Syrclar, hijo de Nerein el Cruel, drachau de Karond Kar. —Miró a Malus de arriba abajo, con una mueca desdeñosa—. No tengo por costumbre hablar con subalternos.

En ese momento, Malus hubiera deseado arrojar a aquel hombre al mar, pero en vez de eso consiguió sonreír con frialdad.

—Tengo el honor de comandar este barco, lord Syrclar —dijo con una leve reverencia.

Una expresión consternada asomó al rostro de Syrclar. —Pero éste es el
Saqueador
. Lo reconocería en cualquier parte.

—Así es, mi señor.

—Entonces, ¿dónde está Bruglir, hijo de Lurhan, el vaulkhar? Éste es su barco.

La sonrisa de Malus se hizo más amplia.

—¡Ah!, ahora entiendo vuestra confusión, señor. Bruglir murió luchando en una campaña contra los skinriders al norte.

Justo en ese momento las puertas de la ciudadela se abrieron, y Hauclir apareció a la cabeza de un grupo de marineros, arrastrando varios fardos envueltos en lonas manchadas. Malus hizo una seña a Hauclir.

—Os complacerá saber, señor, que la campaña tuvo éxito.

Antes de que el joven druchii pudiera contestar, Hauclir arrojó uno de los fardos a sus pies. Cuando se abrió, quedó a la vista un montón de cabezas cortadas, en descomposición y cubiertas de sangre seca, que despedían un olor hediondo. Los guardias de Syrclar retrocedieron ante semejante hedor; muchos murmuraron entre dientes maldiciones u oraciones a los Dragones de las Profundidades.

Malus se agachó y observó las cabezas como si fuera un sirviente comprando melones en el mercado. Cogió una de las más grandes y se la arrojó al joven capitán.

—Tomad, lord Syrclar, con mis respetos. Colgadla de una pica en el barrio de los Esclavistas como señal de que los skinriders ya no nos molestarán más.

—¡Por los Dragones de las Profundidades! —exclamó Syrclar mientras el macabro trofeo golpeaba con un ruido blando contra su pechera y dejaba una mancha marrón sobre el esmalte verde.

Luego, la cabeza golpeó contra la cubierta y rebotó sobre los pies de los guardias, lo que hizo que se dispersaran en todas direcciones. La tripulación del
Saqueador
que estaba en cubierta observó la confusión de aquellos hombres y dejó escapar una risa burlona entre dientes.

Syrclar palideció de ira mientras frotaba frenéticamente los fluidos que ensuciaban su armadura.

—¿Estáis loco? ¿A quién se le ocurre traer estas cosas apestosas a bordo?

—Tenemos suficientes trofeos abajo para decorar las murallas de todas las ciudades de Naggaroth —dijo Malus, orgulloso—. Pensamos que sería lo adecuado, como símbolo de la gran victoria de Bruglir.

—¡Estarán infectados con alguna enfermedad, estúpido! —exclamó Syrclar—. Podríais estar todos contagiados.

Malus miró a sus hombres, sabiendo que eran conscientes de que Urial había desinfectado los cuerpos completamente antes de llevarlos a bordo. Se volvió hacia Syrclar con una mirada de estudiada inocencia.

—Pero ninguno de nosotros se ha puesto enfermo —dijo tajantemente—. Bueno, excepto Irhan y Ryvar. —El noble miró de manera significativa a Hauclir.

El guardia personal lo comprendió en seguida.

—Pero encerramos a Ryvar en el almacén de popa cuando empezó a caérsele la piel a trozos —dijo, inexpresivo.

Syrclar abrió los ojos, aterrorizado.

—¿Y qué hay de Irhan? —preguntó.

—Bueno, no hubiera sido correcto encerrarlo, temido señor. Era el cocinero.

El joven druchii presionó la superficie de su pechera con una mano temblorosa.

—¡Volved al barco! —Ordenó a sus hombres—. ¡De prisa! —Mientras comenzaban a retirarse pasando por encima de la barandilla, Syrclar apuntó imperiosamente a Malus —: ¡Echad el ancla aquí, en la bahía! No intentéis atracar en el muelle, o usaremos el aliento del dragón y os quemaremos enteros.

—Pero nos harán falta comida y suministros —dijo Malus con voz apenada—. Estos hombres necesitan bajar a tierra...

—Lo que vuestros hombres necesitan es un sacerdote —dijo Syrclar, con la voz tensa por la ira—. Si tienen sentido de la decencia, rezarán para que los dragones os maldigan a vos y a vuestra casa hasta el fin de los tiempos. —Casi una cuarta parte del grupo de inspección había desaparecido, y el joven capitán estaba pasando ya una pierna por encima de la barandilla. Se detuvo un instante, y le lanzó a Malus una mirada furiosa—. ¿Cuál es vuestro nombre? Mi padre, el drachau, tendrá noticias de esto.

El noble reprimió un gesto de consternación. «El truco ha estado a punto de funcionar a la perfección», pensó, suspirando por dentro.

—Malus, hijo de Lurhan, el vaulkhar de Hag Graef —dijo con expresión grave.

Syrclar hizo una pausa.

—¿Tú eres Malus? ¿Ese al que llaman Darkblade?

—Lo soy —respondió el noble sin esforzarse en esconder su enfado.

El joven oficial estudió a Malus un instante; se debatía entre la indecisión y el miedo. Finalmente, volvió a pasar la pierna por encima de la barandilla y les hizo un gesto a los hombres que quedaban.

—Apresadlo —les ordenó.

Hauclir se puso delante de Malus, con semblante grave y con las manos preparadas para sacar las armas. Malus lo detuvo posando una mano sobre su hombro.

—Recuerda mis órdenes —dijo en voz baja, empujando a su guardia personal a un lado—. ¿Prenderme? —dijo Malus al joven oficial—. ¿Con qué cargos?

—¿Acaso no erais el capitán del corsario
Espada Espectral
el verano pasado?

El noble respiró profundamente.

—Lo era —dijo.

—¿Y no volvisteis a Naggaroth hace cinco meses con un cargamento de carne?

—Sí —admitió Malus.

—Pero no os detuvisteis aquí, tal y como marca la ley de la comarca. Los señores de la torre reciben un diezmo de todos los cargamentos de esclavos que se traen a Naggaroth, aunque no sean vendidos aquí.

—Soy perfectamente consciente de las leyes —dijo Malus, lacónico—. Sencillamente, decidí ignorarlas.

Syrclar le dedicó al noble una sonrisa lobuna.

—Entonces, fuisteis doblemente estúpido al volver aquí, infectado o no —dijo—. Los señores de la torre tienen excelente memoria y no olvidan a aquellos que los agravian —asintió con la cabeza a sus hombres.

Dos guerreros rechinaron los dientes y cogieron a Malus por los brazos, mientras un tercero lo despojaba de sus armas.

—Por la ley de la torre seréis prisionero en las mazmorras de Karond Kar hasta que vuestros parientes paguen el diezmo que retuvisteis —dijo Syrclar con una sonrisa satisfecha—. No me cabe duda de que vuestro padre el vaulkhar no malgastará su tiempo en pagar vuestra fianza, así que no tendréis que pasar más de un mes encadenado.

Los caballos piafaban y resoplaban sobre los adoquines del muelle, molestando a las gaviotas que se posaban con su comida en las filas de estatuas alineadas frente al muelle. Éstas graznaban, desdeñosas, desde los yelmos y las hombreras de las armaduras de los corsarios de piedra, o daban saltitos sobre las espaldas de los esclavos tallados inclinados bajo el peso de las cadenas de granito. Syrclar y sus hombres no prestaron atención a los pájaros, esperando con impaciencia en sus monturas mientras dos marineros ayudaban a Malus a subir a la suya. Cuando estuvo sentado, uno de los marineros le ató las manos a una argolla en la parte trasera de la silla de montar con varias vueltas de cuerda cubierta de alquitrán y un nudo bien apretado. El segundo marinero le pasó las riendas a uno de los hombres de Syrclar, que asintió con la cabeza a su amo. El joven señor levantó la mano.


Sa'an'ishar
—exclamó—. ¡Formad y emprended la marcha!

Unos minutos después la procesión comenzó a abrirse paso por el muelle y se dirigió a la calle Dolorosa.

Malus sintió cómo se removía el demonio mientras su caballo se ponía en marcha casi al final de la fila.

—Parece que una vez más has conseguido superarte —se burló Tz'arkan—. ¿De verdad pensabas que ese pequeño necio no iba a preguntar tu nombre?

—Era un riesgo calculado —susurró entre dientes—. Y casi funcionó.

—Casi funcionó —repitió el demonio con voz burlona—, o lo que es lo mismo, falló.

—No del todo. Al menos el barco está aislado. La tripulación no podrá largarse con el oro. Y conseguí bajar a tierra, lo que me acerca un poco más a mi objetivo.

—¿Pretendes decirme que esto forma parte de tu plan?

Malus rechinó los dientes.

—No del todo —admitió.

La procesión llegó al final del muelle oriental y torció por una amplia avenida que conducía tierra adentro en dirección a la torre. Aquél era el principio de la calle Dolorosa, el camino que tomaban todos los esclavos mientras los conducían hacia el mercado como a reses y el camino que todos seguían de vuelta a los barcos que los llevarían con sus dueños por todo Naggaroth. Era media tarde y la avenida estaba casi desierta. Algunos grupos de mercaderes cubiertos con gruesas capas, que llevaban carretas cargadas con herramientas y se dirigían hacia los muelles o salían de ellos, dejaban bien despejado el camino a las tropas armadas y a caballo mientras pasaban. Una compañía de guardias se cruzó con ellos; llevaban las lanzas sobre el hombro. Su oficial saludó a Syrclar con una inclinación de cabeza y miró a Malus con recelo en tanto avanzaban hacia los muelles.

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