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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Devorador de almas (2 page)

BOOK: Devorador de almas
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—¿Cuántos van ya? —preguntó fríamente.

Hauclir cruzó los brazos y su rostro se crispó en una mueca.

—Ocho, mi señor.

Malus estiró el cuello y distinguió las otras siluetas que colgaban de los palos del barco maltrecho como horripilantes trofeos. El primer asesinato había tenido lugar la noche después de que el
Saqueador
partiera de la isla perdida y comenzara su tortuoso viaje de vuelta a casa. En aquel momento, ni Malus ni Hauclir habían sabido qué hacer. ¿Era un ajuste de cuentas, o una oscura ofrenda a los Dragones de las Profundidades para regresar sanos y salvos a casa? El noble sólo había realizado dos viajes por mar en toda su vida: el tradicional crucero iniciático de su paso a la edad adulta, y un único viaje de tráfico de esclavos hacia el Viejo Mundo muchos años después. Era un novato en las costumbres del mar, y Hauclir jamás había pisado un barco antes de la expedición contra los skinriders. Bruglir, el ilustre hermano de Malus, había comandado el
Saqueador
, pero él y su guardia personal habían muerto en la batalla y la tripulación veía a Malus como poco más que un intruso. El noble era reacio a azotar al puñado de supervivientes para obtener información. Por eso, se había reprimido; prefería ignorar el asesinato, tomarlo como un hecho aislado y concentrarse en arribar a Naggaroth. Al principió le había parecido la forma correcta de actuar, pero tres días después apareció otro cuerpo.

Hauclir estudió los cadáveres y especuló con la posibilidad de que todo eso tuviera que ver con el tesoro que se guardaba en la bodega de los corsarios. Todos los marineros que había a bordo podían reclamar el rescate de un drachau en oro como parte de botín, pero la avaricia es una fiebre que sólo crece cuando se alimenta, y los marineros estaban acostumbrados a apostar para pasar el tiempo. El anterior guardia llegó a la conclusión de que los muertos eran pobres almas a las que habían pillado haciendo trampas a los dados o a hassariya y habían sido colgados en un acto de justicia marinera para advertir a otros jugadores.

Malus reunió a todos los marineros a la mañana siguiente y ordenó que detuviesen los asesinatos, y a continuación, Hauclir, apoyado por un grupo reducido, requisó las espadas de la tripulación y las guardó bajo llave en la armería del barco. A la tripulación no le gustó la orden, pero obedeció, y después de pensarlo detenidamente, Malus desistió de llevar las cosas más allá ordenando que bajaran los cadáveres. A cientos de leguas de Hag Grae, sabía perfectamente que el límite de su autoridad lo imponían la tradición marinera y la buena disposición de la tripulación.

Fue después de la quinta muerte cuando Hauclir se dio cuenta de la existencia de una tendencia preocupante: había sólo un puñado de marineros a bordo leales a Malus y todos estaban siendo destripados y colgados uno a uno.

Se hicieron interrogatorios. Azotaron a varios marineros. Los ánimos de la tripulación empeoraron, pero nadie sabía quién estaba detrás de las muertes y ni siquiera por qué se estaban produciendo. Malus ordenó que se bajaran los cuerpos, pero al día siguiente todavía colgaban de los palos. Ante la opción de insistir sobre el asunto y quizá provocar un enfrentamiento, Malus había apretado los dientes y lo había dejado pasar, reacio a arriesgarse a perder aún más autoridad. Decidió ordenarle a Hauclir y sus hombres de confianza que se quedaran esperando a los asesinos, con la intención de pillarlos con las manos en la masa y después torturar públicamente a los responsables de la manera más brutal que se pudiera imaginar.

Desde entonces, habían muerto tres hombres más. Malus se frotó la frente, intentando aclarar su mente y deshacerse del dolor de cabeza que cada vez era más fuerte.

—¿Cómo ha podido ocurrir? —preguntó con voz amenazante.

Hauclir se disponía a responder, pero se detuvo. Después de un instante, negó con la cabeza.

—No lo sé —dijo con expresión sombría, mostrando una dentadura perfecta—. Estaba vigilando desde la cubierta de la ciudadela. Tenía hombres en los mástiles superiores e incluso en proa. Duras recorría la cubierta cada quince minutos, pero justo después del cambio de guardia, ahí estaba.

—Por lo menos deben de haber sido dos hombres —gruñó Malus, apretando los puños—. El cuerpo está abierto en canal como un cerdo en la matanza, y sin embargo, ¿no hay rastro de sangre?

El antiguo capitán de la guardia se encogió de hombros.

—Podría haber estado envuelto en un trozo sobrante de velamen y atado ya por las muñecas. Todo lo que tendrían que haber hecho es lanzar la cuerda por encima del palo del mástil y elevarlo —La mirada de Hauclir se paseó por la penumbra, que era como la de una caverna; su expresión era de rabia y frustración—. Podrían haberlo hecho en menos tiempo del que lleva contarlo y está tan oscuro como boca de lobo ahí fuera. Yo podría haber estado junto al mástil y aun así no haberme dado cuenta.

Malus podía sentir la rabia creciendo lentamente en su pecho a medida que los efectos del vino se disipaban.

—Ya es suficiente —siseó—. Mi paciencia se ha terminado. Escoge diez hombres al azar y comienza a despellejarlos. Quiero nombres.

—No podemos hacer eso —dijo Hauclir.

El noble se dio la vuelta y golpeó a su guardia personal en la cara con el dorso de la mano. El potente restallido se perdió en el viento al instante, pero Hauclir se balanceó sobre los pies mientras brotaba sangre de su labio partido.

—Soy el capitán de esta nave —dijo Malus con brusquedad—. Y nadie vierte la sangre de esta tripulación salvo yo, por ley y por costumbre. Debería haber empezado a despellejar vivos a los hombres tan pronto como esto empezó.

—No podríamos haberlo hecho entonces, y no nos atrevemos a hacerlo ahora —dijo Hauclir, poniéndose a su misma altura y limpiándose un hilillo de sangre oscura con el dorso de la mano. Los ojos le brillaban de dolor, pero su rostro tenía una expresión fría y disciplinada—. Cuando completamos nuestra tripulación con los supervivientes del resto de la flota había quizá un hombre entre diez en cuya lealtad podíamos confiar. Ahora hay dos. Creedme mi señor, me he enfrentado a más de un motín en mis tiempos y sé de buena tinta que una vez que has enseñado la mano sólo pueden pasar dos cosas: o bien los hombres se amilanan y aceptan tu autoridad sin cuestionarla, o se vuelven contra ti como una manada de nauglirs hambrientos. Si insistís en el tema, no creo que haya muchas dudas acerca de lo que pasará.

—¿Y crees que es mejor que parezca débil y que deje estos asesinatos sin castigo?

Hauclir respiró profundamente.

—Creo que es preferible evitar una pelea que sabemos que no ganaremos, mi señor —Señaló con la cabeza hacia el timón del barco—. El viejo Lachlyr dice que no estamos a más de veinte leguas de la costa norte de Naggaroth; no me preguntéis cómo lo sabe, pero los lobos de mar tienen un instinto especial para estas cosas. Dice que avistaremos tierra probablemente mañana al alba y, a partir de ahí, hay otro día o dos bajando por el estrecho de los Esclavistas y entrando en el Mar Frío. Podríamos atracar en Karond Kar en tres días, pagarle a la tripulación y deshacernos de ella. No habrá ningún otro asesinato antes, así que podéis evitar un enfrentamiento y, al mismo tiempo, conservar el pellejo.

—A menos que estos hombres estén siendo asesinados porque hay un motín en marcha y los asesinos estén eliminando a los miembros leales de la tripulación hasta que decidan hacer su jugada. —Malus observó el cadáver colgante con expresión pensativa—. Podrían estar colgando a las víctimas como advertencia para los otros, a fin de mantenerlos a raya. Avistar tierra mañana puede ser la señal para moverse y apoderarse del barco y de la totalidad del oro.

El capitán de la guardia negó con la cabeza.

—No, ya había pensado en eso. ¿Por qué esperar? Si suficientes miembros de la tripulación estuvieran dispuestos a matarnos y reclamar todo el oro, lo podrían haber hecho en cualquier momento. ¿Por qué tomarse tanto trabajo en cazar a los leales? Éstos no son hombres sutiles, mi señor. Si cabe, se han vuelto más feroces desde que dejamos esa maldita isla.

Malus pronunció una oscura maldición entre dientes, pero tuvo que admitir que Hauclir tenía razón. Al principio, la moral de la tripulación era alta, cuando comenzó la batalla y con el saqueo que vino después, pero una vez que volvieron a mar abierto el estado de ánimo de los marineros había sido cada vez más tenso. Primero habían sido sólo los hombres originales del
Saqueador
, pero se había extendido poco a poco a otros supervivientes también, como una extraña fiebre. El dolor que le producían sus pensamientos y el zumbido en la cabeza eran cada vez más fuertes. El noble rechinó los dientes.

—Hay algún propósito en estas muertes, Hauclir. Si no es un motín, entonces, ¿qué es? Es demasiado constante para ser otra cosa que no obedezca a un plan... —La voz del noble se fue haciendo menos audible a medida que se iba dando cuenta de algo. Entornó la mirada.

La pausa hizo que Hauclir girase la cabeza.

—¿Mi señor?

—Los asesinatos —dijo Malus—. ¿Cómo sabes que no habrá otro antes de que lleguemos a Karond Kar? Hauclir frunció el ceño.

—Bueno, cada hombre fue asesinado más o menos con cuatro días de diferencia, justo en... —El guardia personal abrió mucho los ojos—. Justo en el cambio de luna.

Malus asintió, mientras su rostro adquiría una expresión asesina.

—Exacto. Esto no es un motín, Hauclir. Esto es brujería. —El noble giró sobre sus talones y volvió por donde había venido, avanzando a grandes pasos.

Le llevó un tiempo asimilar del todo lo que Malus había dicho. Hauclir abrió mucho los ojos y se apresuró a seguir al noble.

—Pero ¿qué significa, mi señor? ¿Adónde vais?

—A la fuente —dijo Malus con enfado—. Mi querido hermano tiene cosas que explicarme.

La puerta de roble se había convertido en un santuario horripilante.

Al principio, habían sido tan sólo tallas; los marineros tallaban sus nombres en la puerta o en el marco, esperando una bendición, o escribían pequeñas oraciones por la muerte de sus amigos. Algunas de las oraciones habían sido adornadas a lo largo del tiempo al volver sus autores con el deseo de consagrarse de nuevo a su dios. Líneas fluidas de drucasto, talladas elegantemente por manos callosas, estaban rodeadas de representaciones vividas de escenas de batallas compuestas de más y más líneas artísticas talladas en la madera. Incluso Malus se sintió impresionado por el arte y la habilidad de los marineros devotos, que se habían pasado horas trabajando en sus oraciones en la dura superficie de la puerta.

Más tarde, sin embargo, las oraciones habían pasado a ser menos artísticas y más directas. Había nombres escritos con sangre, o algunas veces, incluso, el aspirante plantaba una mano sangrienta en la superficie de madera de la puerta. Entonces, alguien cogió un clavo de carpintero y puso una mano cortada que había pertenecido a un skinrider. Las orejas cortadas adquirieron popularidad, al igual que los cueros cabelludos.

A partir de ahí fue sólo cuestión de tiempo que los devotos comenzaran a apilar cabezas al pie de la puerta de Yasmir.

El hedor era insoportable. Malus no había estado en aquella parte del barco desde que el
Saqueador
había dejado la isla de Morhaut, y el espectáculo sangriento ya había sido lo bastante horripilante entonces. El noble contó, por lo menos, veinte cabezas de skinriders antes de detenerse asqueado. El dolor que sentía iba de mal en peor, le latía el fondo de los ojos como un tambor y parecía tener una carga eléctrica invisible por todo el cuerpo que le ponía los pelos de punta. De repente, sintió ganas de saborear de nuevo aquel pésimo vino.

Malus hizo una pausa ante la puerta empapada de sangre. Por lo que podía ver, hacía tiempo que no había sido abierta, quizá desde que dejaron la isla. Durante los pocos momentos sobrios que había tenido en las últimas semanas le había parecido una bendición no tener a Urial vagando por la cubierta principal como un pájaro de mal agüero. Ahora no estaba tan seguro.

Urial llevaba semanas encerrado en aquella habitación con su hermanastra. Malus no apreciaba en absoluto a Yasmir; sin embargo, la idea lo perturbaba enormemente.

El noble pensó con amargura que todavía debía de estar borracho mientras se frotaba la cara con la mano. Yasmir era indescriptiblemente hermosa y astuta como una víbora. Cuando estaba en Hag Graef había tenido a los jóvenes nobles de la corte comiendo en la palma de su mano y los había hecho sangrar como diversión. Pero fue su amor por su hermano Bruglir lo que la hizo útil para Malus. Necesitaba la flota de Bruglir para alcanzar la isla y vérselas con los skinriders, y con el apoyo de Yasmir se aseguraba la cooperación de Bruglir. Urial, por otro lado, era un hombre amargado y retorcido que tenía tantas razones para odiar a su familia como Malus. El niño deforme, que había sido entregado al templo de Khaine como sacrificio humano, había sobrevivido a la inmersión en el caldero de los sacrificios, una señal del favor del dios. Se había convertido en sirviente del templo y había aprendido muchas artes arcanas, y por esa razón, Malus también lo necesitaba. Así pues, Malus había tejido una red de promesas y mentiras que había atado a sus hermanos a él. O eso había imaginado.

Con la influencia de Urial como sirviente del templo, Malus pudo persuadir al drachau de Hag Graef para que le otorgara un poder de hierro, de modo que pudiera comandar la flota de Bruglir y buscar la isla perdida. La influencia de Yasmir era realmente el hierro que había tras la orden, sin embargo; una fuerza a la que Bruglir no podía oponerse. Urial, a su vez, amaba a Yasmir, y Malus le había prometido que cuando finalizara la campaña, Bruglir no se interpondría en su camino.

Al final, todos fueron traicionados de un modo u otro.

Bruglir resultó muerto en la batalla a manos del jefe de los skinriders, pero no antes de que lo traicionara su señora del mar, Tanithra. Yasmir fue traicionada por la deslealtad de Bruglir y su odio hacia él despertó una parte de ella que había permanecido dormida durante sus años de refugio en el Hag. Sus ansias asesinas se habían transformado en una manifestación viva de la muerte: en palabras de Urial, una santa del Dios de Manos Ensangrentadas. Incluso Malus se vio obligado a admitir que su habilidad para matar con sus largos cuchillos tenía algo de sobrenatural dadas su terrible elegancia y habilidad. La tripulación la vio luchar durante un abordaje desesperado en medio de un temporal a finales del invierno y después sus aposentos se convirtieron en un santuario dedicado al Señor del Asesinato.

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