—A eso de las diez de esta mañana —me responde Anna.
—Interesante —digo—. Más o menos a la misma hora en que Chandonne fue llevado desde aquí a Nueva York. Y, después, el servicio fúnebre de Bray y el momento en que conocí a Berger.
—¿Qué saca usted en limpio de todo esto? —McGovern escucha atentamente todo con su mirada astuta y experimentada fija en mí. Ella era una de las mejor dotadas investigadoras de incendios del ATF antes de ser ascendida a supervisora, precisamente por las mismas personas que con el tiempo la obligarían a dejar su trabajo.
—No estoy segura —contesto—. Salvo que a Berger le interesaba mucho ver quién asistía al servicio de Bray. Ahora me pregunto si quería ver si yo iría, y si eso indicaría que ella sabe que estoy siendo investigada y me está verificando por su cuenta. —Suena la campanilla del teléfono de Anna. —residencia Zenner —contesto.
—¿Qué sucede? —Pregunta Marino a los gritos por encima del sonido de su televisor.
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar —respondo.
Por el tono de mi voz él enseguida se da cuenta de que no debe hacer preguntas sino subirse a su pickup y venir aquí enseguida.
—Llegó la hora de la verdad. Basta de juegos y de secretos —Le digo.
Lo esperamos frente al fuego del living de Anna, donde un árbol está cubierto de luces blancas y guirnaldas y decorado con animales de cristal y frutas de madera, y regalos a los pies. En silencio repaso cada una de las palabras que le he dicho a Anna y trato de recordar lo que seguramente ella dirá cuando Righter le pregunte sobre mí frente a los jurados que han sido elegidos y han prometido decidir si yo debería ser acusada de asesinato en un juicio. Mi corazón está estrujado por los dedos helados del miedo cerval, a pesar de lo cual sueno razonable cuando hablo. Exteriormente estoy tranquila mientras Anna entra en detalles acerca de cómo le tendieron una trampa. Todo empezó cuando Righter se puso en contacto con ella el martes 14 de diciembre. Anna pasa como quince minutos explicando que Righter la llamó «como amigo», como «un amigo preocupado». La gente estaba hablando de mí. Y él oía «cosas» que sintió la necesidad de verificar, y sabía que Anna y yo éramos muy amigas.
—Esto no tiene sentido —dice Lucy—. Diane Bray ni siquiera había sido asesinada todavía. ¿Por qué Righter habló con Anna tan temprano?
—No lo entiendo —dice McGovern—. Algo huele muy mal.
Ella y Lucy están sentadas en el piso, frente a la chimenea. Yo estoy en mi habitual mecedora y Anna está sentada muy rígida sobre la otomana.
—Cuando Righter llamó el 14, ¿qué te dijo exactamente? —Le pregunto a Anna—. ¿Cómo sacó el tema?
Ella me mira a los ojos.
—Habló de lo mucho que le preocupaba tu salud mental. Eso fue lo primero que dijo.
Yo asiento. No me ofende. Aunque es verdad que anduve bastante mal después del asesinato de Benton, nunca he padecido una enfermedad mental. Tengo plena certeza de mi cordura y de mi habilidad para razonar y pensar. Sólo he sido culpable de escaparle al dolor.
—Sé que no manejé bien la muerte de Benton —reconozco.
—¿Cómo se puede manejar «bien» una cosa así? —Pregunta Lucy.
—No, no. Buford no se refería a eso —dice Anna—. No me llamó para saber cómo manejaste tu duelo, Kay. Quería saber qué relación tenías tú con Diane Bray.
—¿Qué relación? —Enseguida me pregunto si Bray habrá llamado a Righter. Sería una trampa más que ella me preparó.
—Yo apenas si la conocía.
La mirada de Anna está fija en la mía y las sombras del fuego de los leños oscila sobre su cara. De nuevo me impresiona lo vieja que parece, como si hubiera envejecido diez años en un día.
—Tuviste una serie de enfrentamientos con ella. Me lo dijiste —responde ella.
—Instigados por ella —me apresuro a aclarar—. Nosotros no teníamos una relación personal. Ni siquiera una relación de tipo social.
—Me parece que, cuando uno libra una guerra contra alguien, eso es personal. Incluso las personas que se odian mutuamente tienen una relación personal, si entiendes lo que quiero decir. Y no cabe ninguna duda de que ella se había vuelto muy personal contigo, Kay. Echaba a correr rumores. Mentía con respecto a ti. Creó una columna médica falsa en Internet que parecía escrita por ti y en la que te ponías en ridículo y te metías en problemas con el secretario de Seguridad Pública, incluso con el gobernador.
—Yo acabo de estar con el gobernador. No creo tener ningún problema con él. —Digo esto y al mismo tiempo me resulta curioso. Si Mitchell sabe que estoy siendo investigada por un jurado especial de acusación, y sé que tiene que saberlo, entonces ¿por qué no aceptó mi renuncia y agradeció a Dios verse librado de mí y de mi complicada vida?
—Ella también puso en peligro la carrera de Marino porque él es tu compinche.
Lo único que se me ocurre pensar es que a Marino no le gustaría nada ser considerado mi compinche. Casualmente, en ese momento suena la chicharra del intercomunicador, que anuncia que Marino está junto al portón del frente.
—En otras palabras, saboteó tu carrera —dice Anna y se pone de pie—. ¿No es así? ¿No es eso lo que acabas de decirme? —Oprime un botón de una consola que hay en la pared, de pronto llena de energía. La furia termina con su depresión. —¿Sí? ¿Quién es? —dice en el micrófono.
—Yo, preciosa. —Los sonidos groseros de Marino y de su pickup llenan el living.
—Si vuelve a llamarme «preciosa» lo mataré —dice Anna y levanta los dos brazos.
Se dirige a la puerta y un momento después Marino entra en el living. Salió de su casa tan apurado que no se molestó en ponerse un abrigo; sólo lleva puesto un conjunto gris de gimnasia y zapatillas. Queda helado cuando ve a McGovern sentada junto al fuego, mirándolo desde su posición al estilo indio en el piso.
—Casi no puedo creerlo —dice Marino—. Miren lo que entró el gato.
—Qué bueno verte, Marino —contesta McGovern.
—¿Alguien puede decirme qué está pasando? —Acerca un sillón a la chimenea, se sienta y observa una cara después de otra para tratar de comprender la situación y después se hace el tonto, como si no supiera nada todavía. Yo estoy convencida de que sí lo sabe. Sí, claro, ahora es evidente por qué se ha estado portando de manera tan rara.
Entramos en tema. Anna sigue relatando lo que ocurrió en los días previos a la llegada de Jaime Berger a Richmond. Berger sigue dominando la escena, como si estuviera entre nosotros. Yo no confío en ella. Y, al mismo tiempo, tengo la sensación de que es posible que mi vida esté en sus manos. Trato de recordar dónde estaba yo el 14 de diciembre y retrocedo a partir de hoy, 23 de diciembre, hasta que termino en aquel martes. Yo estaba en Lyon, Francia, en las oficinas centrales de Interpol, donde conocí a Jay Talley. Repaso mentalmente ese encuentro y nos veo a los dos solos frente a una mesa en la cafetería de Interpol. Marino enseguida le cobró antipatía a Jay y se fue. Durante el almuerzo le hablé a Jay de Diane Bray, de mis problemas con ella y de que estaba haciendo todo lo posible por perseguir a Marino, incluyendo hacerlo volver a tener que usar uniforme y trabajar en el turno noche. ¿Cómo fue que Jay la llamó? «Un desecho tóxico en ropa ajustada». Al parecer los dos tuvieron algunos encontronazos cuando ella estaba en la policía de D.C. ya él lo asignaron a la central del ATF Jay parecía saber todo lo referente a ella. ¿Puede ser una coincidencia que el mismo día en que yo hablé con él sobre Diane, Righter llamó a Anna y la interrogó acerca de mi relación con Bray e hizo implicaciones sobre mi salud mental? —Yo no iba a contarte esto —Continúa Anna con voz tensa—. No debería decírtelo, pero ahora que es obvio que me van a usar en tu contra…
—¿Qué quiere decir con eso de «ser usada en contra de ella»? —Pregunta Marino.
—Originalmente, yo confiaba en poder guiarte, en ayudarte a mitigar todas esas implicaciones acerca de tu salud mental —me dice Anna—. Yo no opinaba nada así. Y si hubiera tenido alguna duda, y quizás había una pequeñísima duda porque hacía tanto tiempo que no te veía, entonces quería hablar contigo de todas formas, por lo preocupada que estaba. Tú eres mi amiga. Buford me aseguró que cualquier cosa que yo pudiera encontrar no era algo que él planeara usar. Se suponía que nuestras conversaciones eran privadas, las suyas y las mías. Él no dijo nada, absolutamente nada, acerca de acusarte.
—¿Righter? —Salta Marino—. ¿Él le pidió que fuera una soplona asquerosa? Anna niega con la cabeza. —Una guía. —Vuelve a usar esa palabra.
—No me extraña. El tipo es un perdedor. —La furia de Marino explota. —Él necesitaba saber si Kay era mentalmente estable. Se entiende que él tuviera que saberlo si ella iba a ser su testigo estrella. ¡Yo siempre pensé que esto tenía que ver con el hecho de que fueras un testigo estrella, no una sospechosa! —Sospechosa un cuerno —dice Marino con aspecto ceñudo. Ahora ya no disimula. Sabe exactamente lo que está pasando.
—Marino, sé que se supone que no debes decirme que estoy siendo investigada por un jurado especial de acusación por el asesinato de Diane Bray —Le digo, muy tranquila—. Pero, por curiosidad, ¿cuánto hace que lo sabes? Por ejemplo, cuando la noche del sábado me acompañaste a salir de casa ya lo sabías, ¿verdad que sí? Por eso me vigilaste como un halcón en el interior de mi propia casa. ¿Para que yo no hiciera nada raro como librarme de pruebas o sólo Dios sabe qué? ¿Por eso no me dejaste conducir mi auto? ¿Porque ustedes necesitaban ver si en él no había pruebas, quizá sangre de Diane Bray? ¿Fibras? ¿Pelo? ¿Algo que me ubicaría en su casa la noche en que la asesinaron? —Mi tono es frío, pero virulento.
—¡Por el amor de Dios! —Explota Marino—. Sé que tú no hiciste nada. Righter es un imbécil de porquería y se lo dije. Se lo he estado diciendo todos los días. ¿Qué le hiciste a él, eh? ¿Me quieres decir por qué demonios te hace esto? —¿Sabes qué? —digo y lo miro fijo—. No quiero oír ni una sola vez más que todo es culpa mía. Yo no le hice nada a Righter. No sé por qué se le puso en la cabeza hacer esta barbaridad, a menos que haya sido Jay el que le metió ideas. —Y supongo que eso tampoco es culpa tuya. Me refiero a acostarte con él. —Jay no hace esto porque me acosté con él —Le retruco—. Si hace algo, es porque sólo lo hice una vez.
McGovern frunce el entrecejo, recostada contra la chimenea. Dice:—El querido Jay. El Señor Limpito, chico bonito. Es curioso, pero nunca me cayó bien.
—Le dije a Buford que decididamente no eres una enferma mental —dice Anna, aprieta la mandíbula y me mira fijo—. Él quería saber si yo pensaba que eras suficientemente competente como para asistirlo, si opinaba que eras estable. Ves, mintió. Se suponía que esto era con respecto a que lo asistiéramos en el juicio a Chandonne. Nunca lo imaginé. No puedo creer que Buford se haya escurrido de debajo de una piedra y me haya citado a declarar. —Se pone una mano en el pecho, como si su corazón le molestara, y por un momento cierra los ojos.
—¿Te sientes bien, Anna?
Ella sacude la cabeza.
—Nunca volveré a sentirme bien. Nunca debería haber hablado contigo, Kay, si hubiera pensado que una cosa así sucedería.
—¿La grabó usted, tomó notas? —Pregunta McGovern. —Por supuesto que no.
—Bien.
—Pero si me preguntan… —empieza a decir ella.
—Lo entiendo —respondo—. Anna, lo entiendo. Lo hecho, hecho está.—Es ahora cuando le tengo que hablar a Marino de las otras noticias. Ya que estamos con temas terribles, más vale que lo oiga todo. —Tu hijo, Rocky. —Pronuncio su nombre y nada más. Quizá lo que trato es de ver si Marino también sabe esto.
Él se petrifica.
—¿Qué pasa con él?
—Parece que va a representar a Chandonne —contesto.
La cara de Marino se oscurece y adquiere un color rojo intenso. Por un momento, nadie habla. Él no lo sabe. Entonces Marino dice, con un tono monocorde y duro:
—Muy propio de él hacer una cosa así. Lo más probable es que también tenga algo que ver con lo que te está pasando a ti, si ello fuera posible. Es curioso, pero de alguna manera me pregunté si él habría tenido que ver con el hecho de que Chandonne terminara aquí.
—¿Por qué te preguntaste eso? —Le pregunta McGovern, sorprendida.
—Porque es un pandillero, por eso. Seguro que conoce al Gran Papá Chandonne allá en París y nada le gustaría más que causarme problemas aquí.
—Creo que es hora de que hables de Rocky —Le digo.
—¿Hay
bourbon
en esta casa? —Le pregunta Marino a Anna.
Ella se pone de pie y sale del living. —Tía Kay, ya no puedes quedarte más aquí —me dice Lucy en voz baja y apremiante.
—Usted no puede hablar más con ella, Kay —Agrega McGovern.
Yo no contesto. Desde luego, tienen razón. Ahora, encima de todo, he perdido a mi amiga.
—¿Y? ¿Le dijiste algo a ella? —me pregunta Marino con un tono acusador que ya me resulta muy conocido.
—Le dije que el mundo estaba mejor sin Diane Bray —respondo—. En otras palabras, básicamente le dije que me alegra que esté muerta.
—Lo mismo opinan todos los que la conocieron —dice Marino— Y yo tendría todo gusto en decírselo a ese maldito jurado especial de acusación.
—Bueno no es un comentario beneficioso, pero tampoco significa que asesinó a alguien —me dice McGovern.
—Sí, es verdad que no es beneficioso —murmura Marino—. Maldición, espero que Anna no le diga a Righter que te alegras de que a Bray la liquidaran —me dice.
—Esto es tan absurdo —es mi respuesta.
—Bueno —dice Marino—, sí y no, Doc.
—Tú no eres quién para hablarme de esto —le digo—. No te coloques en una mala posición, Marino.
—A la mierda —dice él—. Sé que tú no mataste a esa hija de puta. Pero tienes que mirarlo desde el otro lado. Tuviste problemas con ella. Ella trató de hacer que te echaran. Desde que Benton murió te has estado portando un poco rara, o al menos eso es lo que la gente ha estado diciendo, ¿correcto? Tuviste un enfrentamiento con Bray en un estacionamiento. La teoría es que sentías celos de esa nueva policía tan importante. Ella te hacía quedar mal y se quejaba de ti. Así que la mataste y arreglaste las cosas para que pareciera que lo hizo el mismo tipo que liquidó a Kim Luong. Y, ¿quién mejor que tú para hacerlo? ¿Quién era más
capaz
de un asesinato perfecto que tú? Y tenías acceso a todas las pruebas. Pudiste haberla matado a golpes y plantado pelos del hombre lobo en su cuerpo, incluso haber cambiado las muestras de ADN. Y tampoco te favoreció el que tomaras esas pruebas de la morgue de París y las trajeras aquí. O que tomaras esas muestras de agua. Lamento decirte que Righter cree que estás chiflada. Y debo añadir que él no te tiene nada de simpatía ni te la tuvo nunca porque tiene las pelotas de una soprano y no le gustan las mujeres fuertes. Si quieres que te diga la verdad, tampoco le cae bien Anna. Lo de la Berger es algo así como la mejor venganza. Él realmente la odia. Silencio.