Un día perfecto (15 page)

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Authors: Ira Levin

BOOK: Un día perfecto
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El valor de lo que acababa de encontrar, a medida que empezaba a darse cuenta de ello, lo mantuvo inmóvil. Aquí, en este pequeño libro de tapas marrones sujetas por hilos, había doce o quince páginas de un idioma pre-U, de las cuales tenía una traducción exacta en el cajón de su mesilla de noche. Miles de palabras, de verbos con sus desconcertantes y cambiantes formas. ¡En lugar de suponer y tantear como había hecho con aquellos casi inútiles fragmentos de italiano, podía conseguir una base sólida para aprender en sólo unas horas su segundo idioma!

No dijo nada a los demás. Se metió el libro en el bolsillo y se reunió con ellos. Llenó su pipa como si no ocurriera nada extraordinario.
Le
pas
-fuera-lo-que-fuera-
avant
podía no ser, después de todo, «El próximo paso hacia delante». Pero lo era, tenía que serlo.

Lo era. Lo vio tan pronto como comparó las primeras frases. Permaneció toda la noche sentado en el escritorio de su habitación, leyendo y comparando cuidadosamente, con un dedo en las líneas del idioma pre-U y otro en las líneas traducidas. Leyó de aquel modo dos veces todo el ensayo de catorce páginas, y luego empezó a redactar una lista alfabética de palabras.

La noche siguiente estaba cansado y se durmió, pero la otra, tras una visita de Copo de Nieve, se quedó en vela y trabajó de nuevo.

Empezó a ir al museo por las noches entre las reuniones. Allá podía fumar mientras trabajaba, examinar otros libros en
français —français
era el nombre del idioma, aunque el rabito debajo de la
c
era un misterio para él— y merodear por los salones a la luz de su linterna. En el segundo piso encontró un mapa de 1951, artísticamente remendado en varios lugares, donde Eur era
Europe,
con la división llamada
France,
donde se hablaba el
français,
y todos los extraños y atractivos nombres de sus ciudades:
Paris, Nantes, Lyon
y
Marseille.

Todavía no les había dicho nada a los demás. Deseaba confundir a Rey y deleitar a Lila con un idioma plenamente dominado. En las reuniones ya no seguía trabajando con el italiano. Una noche Lila le preguntó al respecto, y dijo, sinceramente, que había abandonado sus intentos de desentrañar aquel idioma. Ella se dio la vuelta con expresión decepcionada, y él se sintió feliz, sabedor de la sorpresa que estaba preparando para ella.

Los sábados por la noche pasaba un tiempo inútil acostándose con Mary KK, y las noches de reunión eran también una pérdida de tiempo; aunque ahora, con Quietud muerta, Leopardo a veces no venía, y entonces Chip lo supervisaba para arreglarlo todo y luego se quedaba hasta tarde trabajando.

Al cabo de tres semanas podía leer rápidamente el
français,
con sólo una palabra aquí y otra allá que seguían indescifrables. Encontró varios libros en ese idioma. Leyó uno cuyo título, traducido, era
Los crímenes de la guadaña roja,
y otro,
Los pigmeos de la selva ecuatorial,
y otro,
El padre Goriot.

Aguardó hasta una noche en que Leopardo no vino, y entonces lo dijo. Rey se mostró como si hubiera recibido malas noticias. Sus ojos midieron a Chip y su rostro se mantuvo rígido y controlado, con un aspecto repentinamente más viejo y demacrado. Lila recibió la noticia como si le hubieran hecho un regalo ansiado durante largo tiempo.

—¿Has leído libros en ese idioma? —exclamó. Tenía los ojos muy abiertos y brillantes y los labios incitadoramente separados. Pero ninguna de sus reacciones le proporcionó a Chip el placer que había esperado. Se sentía grave con el peso de lo que ahora sabía.

—Tres —dijo a Lila—. Y voy por la mitad del cuarto.

—¡Es maravilloso, Chip! —exclamó Copo de Nieve—. ¿Por qué guardaste el secreto?

Y Gorrión añadió:

—No creí que fuera posible.

—Felicidades, Chip —dijo Rey, sacándose la pipa de la boca—. Es un auténtico logro, incluso con la ayuda de un ensayo. Me has demostrado que estaba equivocado. —Miró su pipa, giró la boquilla para ponerla derecha—. ¿Qué has hallado hasta ahora? —preguntó—. ¿Algo interesante?

Chip le miró fijamente.

—Sí —dijo—. Una buena parte de lo que se nos dice es cierto. Había crímenes y violencia y estupidez y hambre. Había una cerradura en cada puerta. Las banderas eran algo importante, y también los límites entre los territorios. Los niños esperaban que murieran sus padres para poder heredar su dinero. El desperdicio de trabajo y materiales era increíble.

Miró a Lila y le sonrió consoladoramente; su regalo tan ansiado se estaba quebrando.

—Pero con todo ello —dijo—, los miembros parecían sentirse más fuertes y felices que nosotros. Iban donde querían, hacían lo que deseaban, «ganaban» cosas, «poseían» cosas, elegían, siempre elegían... Eso, de algún modo, les hacía estar más vivos que nosotros.

Rey cogió un poco más de tabaco.

—Bien, eso es más o menos lo que esperabas encontrar, ¿no? —dijo.

—Sí, más o menos —admitió Chip—. Pero hay otra cosa.

—¿Qué? —preguntó Copo de Nieve.

Mirando a Rey, Chip dijo:

—Quietud no hubiera tenido que morir.

Rey le observó fijamente. Los demás hicieron lo mismo.

—¿De qué odio estás hablando? —murmuró Rey, con los dedos inmóviles a medio llenar la cazoleta de su pipa.

—¿No lo sabes? —preguntó Chip.

—No —respondió—. No comprendo nada.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Lila.

—¿No lo sabes, Rey? —insistió Chip.

—No —dijo Rey con voz fuerte—. ¿Qué...? No tengo ni la menor idea de lo que estás hablando. ¿Cómo pueden los libros pre-U decirte algo acerca de Quietud? ¿Y por qué debería esperarse que yo lo supiera?

—Vivir hasta la edad de sesenta y dos años —dijo Chip— no es ninguna maravilla de la química y la selección y las galletas totales. Los pigmeos de las selvas ecuatoriales, cuya vida era dura incluso bajo los estándares pre-U, vivían hasta los cincuenta y cinco y los sesenta. Un miembro llamado Goriot vivió hasta los setenta y tres y nadie lo consideró asombrosamente insólito, y eso fue a principios del siglo XIX. ¡Los miembros vivían hasta los ochenta años, incluso hasta los noventa!

—Eso es imposible —dijo Rey—. El cuerpo no puede durar tanto; el corazón, los pulmones...

—El libro que estoy leyendo ahora —dijo Chip— habla de algunos miembros que vivieron en 1991. Uno de ellos llevaba un corazón artificial. Pagó dinero a los médicos, y éstos se lo pusieron en lugar del suyo.

—Oh, por... —exclamó Rey—. ¿Estás seguro de que comprendes realmente ese frandaz?

—Français
—rectificó Chip—. Sí, estoy seguro. Sesenta y dos años no es una vida larga; es más bien relativamente corta.

—Pero es a esa edad cuando morimos —dijo Gorrión—. ¿Por qué lo hacemos, si no..., si no tenemos que hacerlo?

—No morimos... —dijo Lila, luego miró primero a Chip y después a Rey.

—Es cierto —dijo Chip—. Nos hacen morir. Uni lo hace. Está programado para la eficiencia, ante todo para la eficiencia, antes, después y siempre. Revisa todos los datos en sus bancos de memoria..., que no son esos hermosos juguetes rosados que veis cuando efectuáis la visita. Son feos monstruos de acero... Uni decide que los sesenta y dos años es el momento óptimo de morir, mejor que los sesenta y uno o los sesenta y tres, y mejor que molestarse con corazones artificiales. Si los sesenta y dos años no es una nueva cota de longevidad que tenemos la suerte de haber alcanzado, y no lo es, puedo asegurároslo..., entonces ésa es la única respuesta. Nuestros reemplazos han sido educados y están aguardando, y allá vamos nosotros, fuera, unos pocos meses antes o después, de modo que no todos seamos sospechosamente iguales. En caso de que alguien esté lo bastante enfermo como para sentir sospechas.

—Cristo, Marx, Wood y Wei —dijo Copo de Nieve.

—Sí —dijo Chip—. Especialmente Wood y Wei.

—¿Rey? —inquirió Lila.

—Estoy desconcertado —murmuró Rey—. Ahora entiendo, Chip, por qué pensaste que lo sabía. —Se dirigió a Copo de Nieve y a Gorrión—: Chip sabe que estoy en quimioterapia.

—¿Y no lo sabías? —preguntó Chip.

—No.

—¿Hay o no un veneno en las unidades de tratamiento? —preguntó Chip—. Tienes que saberlo.

—Tranquilo, hermano, soy un miembro viejo —dijo Rey—. No hay ningún veneno como tal, no; pero casi todos los compuestos de la mezcla pueden causar la muerte si son inyectados en una cantidad excesiva.

—¿Y no sabes qué cantidad de esos compuestos son inyectados cuando un miembro alcanza los sesenta y dos años?

—No —dijo Rey—. Los tratamientos son formulados por impulsos que vienen directamente de Uni a las unidades, y no hay forma de monitorizarlos. Puedo preguntar a Uni, por supuesto, en qué consiste o consistirá un tratamiento en particular, pero, si lo que dices es cierto —sonrió—, lo más probable es que me mienta, ¿no?

Chip inspiró profundamente, soltó el aliento con lentitud.

—Sí —dijo.

—Y cuando un miembro muere —dijo Lila—, ¿los síntomas son los de la vejez?

—Hay los síntomas que me enseñaron que son de la vejez —dijo Rey—. Pero podrían ser muy bien los de algo completamente distinto. —Miró a Chip—. ¿Has encontrado algunos libros médicos en ese idioma?

—No —dijo Chip.

Rey sacó su mechero y lo abrió con el pulgar.

—Es posible —dijo—. Es muy posible. Nunca se me había pasado por la cabeza. Los miembros viven hasta los sesenta y dos años; antes eran menos, algún día serán más; tenemos dos ojos, dos orejas, una nariz. Hechos establecidos. —Encendió el mechero y aplicó la llama a la pipa.

—Tiene que ser cierto —dijo Lila—. Es el final lógico y definitivo del pensamiento de Wood y Wei. Controla la vida de todo el mundo, y finalmente terminarás controlando la muerte de todo el mundo.

—Es horrible —dijo Gorrión—. Me alegro de que Leopardo no esté aquí. ¿Podéis imaginar cómo se sentiría? No sólo Quietud, sino él mismo, cualquier día dentro de poco. No debemos decirle nada; que siga pensando que ocurrirá de una forma natural.

Copo de Nieve miró sombríamente a Chip.

—¿Por qué tuviste que decírnoslo? —preguntó.

—Para que podamos experimentar una feliz clase de tristeza —murmuró Rey—. ¿O era una triste clase de felicidad, Chip?

—Creí que querríais saberlo —se defendió Chip.

—¿Por qué? —dijo Copo de Nieve—. ¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Quejarnos a nuestros consejeros?

—Os diré una cosa que podemos hacer —exclamó Chip—. Empezar a buscar más miembros para el grupo.

—¡Sí! —dijo Lila.

—¿Y dónde los encontraremos? —quiso saber Rey—. No podemos agarrar simplemente a cualquier Karl o Mary que pase por la acera a nuestro lado, ¿sabes?

—¿Quieres decir que en tu trabajo no puedes sacar un listado impreso de los miembros locales con tendencias anormales? —preguntó Chip.

—No, sin darle a Uni una buena razón, no puedo —dijo Rey—. Un movimiento en falso, hermano, y los médicos me estarán examinando a mí. Lo cual significará, incidentalmente, que os estarán reexaminando a todos vosotros.

—Hay otros anormales por ahí —dijo Gorrión—. Alguien escribe «Pelea a Uni» en la parte de atrás de los edificios.

—Tenemos que buscar una forma de conseguir que ellos nos encuentren a nosotros —dijo Chip—. Alguna clase de señal.

—¿Y luego qué? —Rey negó con la cabeza—. ¿Qué haremos cuando seamos veinte o treinta? ¿Pedir una visita en grupo y volar a Uni en pedazos?

—Es una idea que se me había ocurrido —admitió Chip.

—¡Chip! —exclamó Copo de Nieve. Lila se lo quedó mirando fijamente.

—En primer lugar —dijo Rey, sonriendo—, es inexpugnable. En segundo lugar, la mayoría de nosotros ya hemos estado allí, por lo que no se nos concederá otra visita. ¿O deberíamos ir a pie desde aquí hasta Eur? ¿Y qué haríamos con el mundo una vez que todo estuviera descontrolado, cuando las fábricas se detuvieran, los coches se estrellaran y los campanilleos dejaran de sonar..., volvernos realmente pre-U y rezar una plegaria?

—Si pudiéramos hallar miembros que supieran de computadoras y de teoría de microondas —dijo Chip—, miembros que conocieran a Uni, quizá podríamos elaborar una forma de cambiar su programación.

—Si pudiéramos encontrar esos miembros —dijo Rey—. Si pudiéramos atraerlos hasta nosotros. Si pudiéramos llegar a EUR-cero-uno. ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo? Lo imposible, eso es todo. Por esto te dije que no perdieras el tiempo con esos libros. Nada podemos hacer acerca de nada. Éste es el mundo de Uni, métetelo en la cabeza. Le fue entregado hace cincuenta años, y está cumpliendo con su misión: extender la peleadora Familia por el peleador universo, y nosotros estamos cumpliendo con nuestros trabajos, incluido morir a los sesenta y dos años y no perdernos la televisión. Así son las cosas, hermano: toda la libertad que podemos esperar es una pipa, unos cuantos chistes y un poco de sexo extra. No perdamos lo que hemos conseguido, ¿de acuerdo?

—Pero si conseguimos...

—Canta una canción, Gorrión —dijo Rey.

—No quiero —respondió ella.

—¡Canta una canción!

—Está bien, de acuerdo; lo haré.

Chip miró furiosamente a Rey, se levantó y salió a largas zancadas de la habitación. Entró en la oscura sala de exhibiciones, se dio un golpe en la cadera contra algo duro y siguió caminando y maldiciendo. Se alejó del pasillo y del almacén, se detuvo frotándose la frente y balanceándose sobre las puntas de los pies delante de los enjoyados reyes y reinas, mudos espectadores más oscuros que la oscuridad.

—Rey —murmuró—. ¿Quién odio cree que es ese hermano peleador?

Le llegó débilmente la canción de Gorrión, junto con el pulsar de las cuerdas de su instrumento pre-U. Y luego un ruido de pasos acercándose.

—¿Chip? —Era Copo de Nieve. No se alejó. Alguien tocó su brazo—. Vuelve —dijo ella.

—Déjame solo, ¿quieres? —murmuró—. Déjame solo un par de minutos.

—Vamos —insistió ella—. Te comportas como un niño.

—Copo de Nieve —dijo, volviéndose—, ve a escuchar la canción de Gorrión, ¿quieres? Ve a fumar tu pipa.

Ella guardó silencio unos instantes, luego dijo:

—De acuerdo —y se alejó.

Chip se volvió de nuevo hacia los reyes y reinas, respirando profundamente. Le dolía la cadera; se la frotó. Se sentía furioso por la forma en que Rey había cercenado su idea, obligando a todos a que hicieran exactamente lo que él...

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