Un día perfecto (30 page)

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Authors: Ira Levin

BOOK: Un día perfecto
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Lila miró a Chip ansiosamente.

—No, creo que no. No estoy seguro —dijo Chip.

—Voy a recibir algunos amigos —dijo Karl—. Venid también, ¿queréis? A las seis.

Lila asintió enérgicamente.

—Lo intentaremos. Es probable que vayamos.

—Haced todo lo posible —insistió Karl. Le dio su dirección—. Me alegro de que escaparais —dijo—. Pese a todo, esto es mejor que aquello, ¿no?

—Un poco —admitió Chip.

—Os espero el próximo sábado —dijo Karl—. Hasta entonces, hermano.

—Adiós —dijo Chip, y colgó.

—Vamos a ir, ¿verdad? —dijo ansiosamente Lila.

—¿Tienes alguna idea de lo que va a costar el viaje? —preguntó Chip. —Oh, Chip...

—De acuerdo —dijo—. De acuerdo, iremos. Pero no voy a aceptar ningún favor de él. Y no quiero que tú le pidas ninguno. Recuérdalo.

Aquella semana Lila estuvo trabajando todas las tardes en las mejores ropas que tenían, quitando las gastadas mangas de un traje verde y remendando la pernera de un pantalón de modo que el remiendo apenas se notara.

El edificio, al extremo de la ciudad acerícola de Nuevo Madrid, no estaba en peores condiciones que muchos edificios nativos. Su vestíbulo estaba decentemente barrido y sólo olía ligeramente a whisky, pescado y perfume, además el ascensor funcionaba bien.

Había un timbre enmarcado en un cuadrado de plástico al lado de la puerta de Karl. Chip lo apretó. Aguardó rígido, con Lila cogida de su brazo.

—¿Quién es? —dijo una voz masculina.

—Chip Newmark —dijo.

Se oyó el descorrer de cerrojos y la puerta se abrió. Karl —un barbudo Karl de treinta y cinco años, con los antiguos y penetrantes ojos de Karl— sonrió y estrechó la mano de Chip.

—¡Li! ¡Pensé que no ibas a venir! —dijo.

—Nos encontramos con algunos zopencos de buen corazón en el camino —dijo Chip.

—Oh, Cristo —murmuró Karl, y les dejó entrar.

Volvió a correr los cerrojos a sus espaldas. Chip le presentó a Lila.

—Hola, señor Newgate —dijo ella.

Karl estrechó la mano que le tendía Lila
y,
mirándola directamente al rostro, dijo:

—Llámame Ashi. Hola, Lila.

—Hola, Ashi —corrigió ella.

Karl se volvió a Chip.

—¿Os hicieron algún daño?

—No —dijo Chip—. Sólo nos obligaron a «recitar el juramento» y esa clase de tonterías.

—Bastardos —dijo Karl—. Pasad, os prepararé algo de beber y lo olvidaréis. —Los cogió del brazo y los condujo por un estrecho pasillo lleno de cuadros, marco contra marco.

—Tienes un aspecto estupendo, Chip —dijo.

—Tú también, Ashi.

Se sonrieron.

—Son diecisiete años, hermano —dijo Karl-Ashi.

Había hombres y mujeres, diez o doce, sentados en una habitación de paredes marrones llena de humo, hablando y sujetando cigarrillos y vasos. De repente, dejaron de hablar y se volvieron, expectantes.

—Son Chip y Lila —dijo Karl—. Chip y yo estuvimos juntos en la Academia. Los dos peores estudiantes genetistas de toda la Familia.

Los hombres y mujeres sonrieron. Karl empezó a señalarlos y a decir sus nombres.

—Vito, Sunny, Ria, Lars...

La mayoría eran inmigrantes, hombres barbudos y mujeres de pelo largo con los ojos y el color de la Familia. Dos eran nativos: una mujer pálida y erguida de nariz aguileña y unos cincuenta años, con una cruz de oro colgando sobre un pecho que parecía vacío debajo del vestido.

—Julia —dijo Karl, y ella sonrió con labios apretados.

La otra nativa era una mujer más joven, gruesa y de pelo rojo, que llevaba un apretado vestido lleno de cuentas plateadas. Algunos de los reunidos podían haber sido inmigrantes o nativos: un hombre sin barba y ojos grises llamado Bob, una mujer rubia, un hombre joven de ojos azules.

—¿Whisky o vino? —preguntó Karl—. ¿Lila?

—Vino, por favor.

Le siguieron hasta una pequeña mesa llena de botellas y vasos, platos con una o dos rodajas de queso y carne, paquetes de cigarrillos y cerillas. Un pisapapeles de recuerdo pisaba una pila de servilletas. Chip lo cogió y lo examinó, era de AUS21989.

—¿Os hace sentir añoranza? —preguntó Karl mientras servía el vino.

Chip se lo mostró a Lila, que sonrió.

—No mucha —dijo, y lo volvió a dejar.

—¿Chip?

—Whisky.

La mujer nativa del pelo rojo y el traje plateado se acercó sonriendo con un vaso vacío en una mano llena de anillos.

—Eres extraordinariamente hermosa, de veras —dijo a Lila. Y dirigiéndose a Chip añadió—: Creo que todos vosotros sois hermosos. Puede que en la Familia no haya libertad, pero va muy por delante de nosotros en aspecto físico. Daría cualquier cosa por ser esbelta, tener la piel bronceada y esos ojos rasgados.

Siguió hablando acerca de la sensata actitud de la Familia respecto al sexo, entonces Chip se dio cuenta de que se había quedado solo con esa mujer sosteniendo un vaso en la mano, mientras Karl y Lila hablaban con otra gente. Unas rayas de pintura negra querían perfilar y extender la longitud de sus ojos castaños.

—Vosotros sois mucho más abiertos que nosotros —dijo—. Sexualmente, me refiero. Disfrutáis más.

Una mujer inmigrante se acercó.

—¿No va a venir Heinz, Marge? —preguntó.

—Está en Palma —dijo la mujer. Se volvió hacia la otra—. Un ala del hotel se derrumbó.

—¿Me disculpáis, por favor? —dijo Chip, y se alejó.

Fue al otro extremo de la habitación, saludó con la cabeza a las personas que había allí, bebió un poco de whisky, contempló un cuadro en la pared, masas marrones y rojas sobre un fondo blanco. El whisky tenía mejor sabor que el de Hassan. Era menos amargo y se subía menos a la cabeza; más ligero y agradable de beber. La pintura con manchas marrones y rojas era una composición plana, interesante de ver pero sin nada en ella que estuviera conectado a la vida. La «A» en un círculo de Karl (¡no, de Ashi!) estaba en una de las esquinas inferiores. Chip se preguntó si aquél era uno de los cuadros malos que vendía o, puesto que estaba colgado en su sala de estar, formaba parte de su «trabajo» del que había hablado con tanta satisfacción. ¿Ya no hacía aquellos hermosos hombres y mujeres sin pulseras que había dibujado en la Academia?

Bebió un poco más de whisky y se volvió hacia la gente que estaba sentada cerca de él: tres hombres y una mujer, todos inmigrantes. Estaban hablando de muebles. Escuchó unos minutos mientras seguía bebiendo, luego se alejó.

Lila estaba sentada al lado de la mujer nativa de la nariz aguileña, Julia. Fumaban y hablaban, o mejor dicho Julia hablaba y Lila escuchaba.

Se dirigió a la mesa y se sirvió más whisky. Encendió un cigarrillo.

Un hombre llamado Lars se le acercó. Dirigía una escuela para niños inmigrantes en Nuevo Madrid. Había sido traído a Libertad cuando era un niño, y llevaba allí cuarenta y dos años.

Ashi se acercó con Lila de la mano.

—Chip, ven a ver mi estudio —dijo.

Los condujo hacia el pasillo con las paredes cubiertas de cuadros.

—¿Sabes con quién estabas hablando? —preguntó Karl a Lila.

—¿Julia? —dijo ella.

—Julia Costanza —aclaró él—. Es la prima del general. Lo desprecia. Ella fue una de las fundadoras de Ayuda al Inmigrante.

Su estudio era amplio y brillantemente iluminado. Había un cuadro a medio terminar de una mujer nativa sujetando un gatito; en otro caballete había un lienzo pintado con gruesos brochazos azules y verdes. Otras pinturas estaban apoyadas contra las paredes: manchas marrones y naranjas, azules y púrpuras, púrpuras y negras, naranjas y rojas.

Les explicó qué estaba intentando hacer, señaló equilibrios, encuadres y sutiles tonalidades de color.

Chip desvió la vista y bebió su whisky.

—¡Escuchad, acerícolas! —gritó lo bastante fuerte como para que todos pudieran oírle—. ¡Dejad de hablar de muebles por un momento y escuchad! ¿Sabéis qué tenemos que hacer? ¡Pelear a Uni! No estoy siendo grosero. ¡Pelear a Uni! Porque Uni es el único culpable... ¡de todo! De los zopencos, que son lo que son porque no tienen bastante comida, o espacio, o conexión con nada del mundo exterior; y de las marionetas, que son lo que son porque están LPKados y atiborrados de tranquilizantes; y de nosotros, ¡que somos lo que somos porque Uni nos puso aquí para librarse de nosotros! Uni es el culpable: ha congelado el mundo para que no hubiera más cambios... ¡Y nosotros tenemos que pelearle! ¡Tenemos que librarnos de nuestros estúpidos traseros apaleados y pelearle!

Ashi sonrió y palmeó su mejilla.

—Hermano —dijo—, has bebido demasiado, ¿lo sabías? Chip, ¿me escuchas?

Por supuesto que había bebido demasiado; por supuesto, por supuesto, por supuesto. Pero eso no lo había embotado, lo había liberado. Había dicho todo aquello que estaba cerrado dentro de él desde hacía meses y meses. ¡El whisky era bueno! ¡El whisky era maravilloso!

Detuvo la mano de Ashi y la mantuvo sujeta.

—Estoy bien, Ashi —dijo—. Sé de lo que estoy hablando. —A los demás, que seguían sentados, balanceándose y sonriendo, les dijo—: ¡No podemos simplemente renunciar y aceptar las cosas, adaptarnos a esta prisión! Ashi, tú acostumbrabas a dibujar miembros sin pulseras, ¡y eran tan hermosos! Ahora estás pintando color, ¡manchas de color!

Estaban intentado hacer que se sentara, Ashi a un lado y Lila, que parecía ansiosa y azarada, al otro.

—Tú también, amor —dijo—. Tú también estás aceptando, adaptándote. —Dejó que lo sentaran, porque permanecer de pie no había sido fácil y sentado estaba mejor, más cómodo y arrellanado—. Tenemos que pelear, no adaptarnos. Pelear, pelear, pelear. Tenemos que pelear —dijo al hombre sin barba de ojos grises que estaba sentado a su lado.

—¡Por Dios, tienes razón! —exclamó el hombre—. ¡Estoy contigo de principio a fin! ¡Pelear a Uni! ¿Qué debemos hacer? ¿Partir en los botes y llevarnos al ejército para mayor seguridad? Pero quizá el mar esté vigilado desde satélites y los médicos nos estén aguardando con nubes de LPK. Tengo una idea mejor, tomemos un avión, he oído decir que hay uno en la isla que vuela regularmente, y vayamos...

—No te burles de él, Bob —dijo alguien—. Acaba de llegar.

—Eso es evidente —dijo el hombre, y se puso en pie.

—Hay una forma de hacerlo —dijo Chip—. Tiene que haberla. Hay una forma de hacerlo. —Pensó en el mar y en la isla en medio de él, pero no pudo pensar tan claramente como deseaba. Lila se sentó donde había estado el hombre y tomó su mano.

—Tenemos que pelear —le dijo Chip.

—Lo sé, lo sé —murmuró ella, mirándole tristemente.

Ashi se acercó y llevó una taza de algo caliente a sus labios.

—Es café —dijo—. Bébelo.

Estaba muy caliente y era muy fuerte. Chip bebió un sorbo, luego apartó la taza.

—El complejo del cobre —dijo—. En ’91766. El cobre tiene que llegar a la costa. Tiene que haber barcos y barcazas, podríamos...

—Ya se ha hecho antes —dijo Ashi.

Chip le miró, seguro de que le estaba engañando, que se burlaba de él, como el hombre sin barba de los ojos grises.

—Todo lo que estás diciendo —indicó Ashi—, todo lo que estás pensando, «pelea a Uni», ya se ha dicho, pensado e intentando antes. Una docena de veces. —Volvió a acercar la taza a los labios de Chip—. Bebe un poco más.

Chip apartó la taza, mirándole fijamente, y negó con la cabeza.

—No es cierto —dijo.

—Lo es, hermano. Vamos, bebe...

—¡No lo es! —gritó.

—Lo es —dijo una mujer al otro lado de la habitación—. Es cierto.

Julia. Era Julia, la prima del general, sentada erguida y sola en su traje negro con su pequeña cruz dorada.

—Cada cinco o seis años —dijo la mujer—, un grupo de gente como tú, a veces sólo dos o tres, otras, incluso diez, ha partido para destruir UniComp. Marchan en botes, en submarinos que han pasado años construyendo, van a bordo de las barcazas que acabas de mencionar. Llevan consigo armas, explosivos, máscaras antigás, bombas de gas, artilugios de todas clases, tienen planes que están seguros que funcionarán. Nunca vuelven. Yo financié los últimos dos grupos, y estoy manteniendo a las familias de los hombres que iban en ellos, así que hablo con autoridad. Espero que estés lo bastante sobrio como para comprender y ahorrarte una angustia inútil. Aceptar y adaptarse es todo lo que podemos hacer. Agradece lo que tienes: una esposa encantadora, un hijo en camino y una pequeña cantidad de libertad que esperamos crezca con el tiempo. Puedo añadir que bajo ninguna circunstancia financiaré otro grupo de esa clase. No soy tan rica como algunas personas creen.

Chip permaneció sentado, mirándola. Ella le miró a su vez con sus pequeños ojos negros encima del pálido pico de su nariz.

—Nunca ha vuelto nadie, Chip —dijo Ashi.

Chip se volvió hacia él.

—Quizá consiguieron llegar a la costa —dijo Ashi—, tal vez incluso lograron alcanzar ’001. Hasta es posible que llegaran a entrar en la cúpula. Pero esto es todo lo lejos que llegaron, porque desaparecieron, todos ellos. Y Uni sigue funcionando.

Chip miró a Julia.

—Que recuerde eran hombres y mujeres exactamente iguales a ti —dijo la mujer.

Chip miró a Lila, que sujetaba su mano. Se la apretó, le devolvió una mirada compasiva.

Miró a Ashi, que volvía a acercarle la taza de café. La rechazó y negó con la cabeza.

—No, no quiero café —dijo.

Siguió sentado, inmóvil, con un repentino sudor en su frente, luego se inclinó y empezó a vomitar.

Estaba en la cama. Lila se hallaba dormida a su lado. Hassan roncaba detrás de la cortina. Notaba un sabor amargo en la boca. Recordó haber vomitado. ¡Cristo y Wei! Y sobre una alfombra... ¡La primera que había visto en medio año!

Recordó lo que le había dicho aquella mujer, Julia, y Karl..., Ashi.

Permaneció inmóvil por un rato, después se levantó, cruzó de puntillas la cortina y pasó junto a los dormidos Newman hacia el fregadero. Bebió un vaso de agua y, como no tenía ganas de recorrer todo el camino hasta el final del pasillo, orinó en silencio en el fregadero y luego lo enjuagó cuidadosamente.

Volvió al lado de Lila y se echó una manta por encima. Se sentía de nuevo un poco borracho y le dolía la cabeza, pero se tendió de espaldas con los ojos cerrados, respirando lenta y pausadamente, y al cabo de un rato se sintió mejor.

Mantuvo los ojos cerrados y empezó a pensar.

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