Authors: Ira Levin
Dejaron sus bolsas de viaje en el suelo y sus sandalias. Se quitaron los monos y los extendieron sobre la arena. Se acostaron encima de ellos y descansaron bajo el creciente calor del sol. Chip mencionó las cosas que creía que debían decir cuando hablaran con la Familia. Después hablaron de esto y de aquello, y de hasta qué punto la inutilización de Uni bloquearía la televisión, y cuánto tiempo se necesitaría para restablecerla.
Karl y Dover se durmieron.
Chip permaneció tendido con los ojos cerrados y pensó en algunos de los problemas a los que debería enfrentarse la Familia cuando despertara, y en las distintas formas de ocuparse de ellos.
—Cristo, que nos enseñó —empezó a decir uno de los altavoces a las ocho en punto. Dos salvavidas con sus gorros rojos y gafas de sol aparecieron bajando las escaleras en zigzag. Uno de ellos se dirigió a una plataforma cerca del grupo.
—Feliz Navidad —dijo.
—Feliz Navidad —respondieron todos.
—Podéis ir a nadar si queréis —indicó el hombre mientras subía a la plataforma.
Chip, Jack y Dover se pusieron en pie y fueron al agua. Nadaron durante un rato, observando a los miembros que bajaban por las escaleras. Luego salieron y volvieron a acostarse.
A las 8.22 había treinta y cinco o cuarenta miembros en la playa. Se levantaron, empezaron a ponerse los monos y a colgarse al hombro sus bolsas de viaje.
Chip y Dover fueron los primeros en subir por las escaleras. Sonrieron y dijeron «Feliz Navidad» a los miembros que bajaban, y no tuvieron ninguna dificultad en hacer ver que tocaban el escáner en la parte de arriba. Los únicos miembros cercanos estaban en la cantina vueltos de espaldas.
Aguardaron junto a una fuente. Primero aparecieron Jack y Ria, luego Zumbido y Karl.
Fueron al aparcamiento de las bicicletas donde había como unas veinte o veinticinco, apretadamente alineadas en sus soportes. Tomaron las últimas seis, pusieron sus bolsas de viaje en los cestos, montaron y pedalearon hasta la entrada del camino de bicicletas. Esperaron allí sonriendo y hablando hasta que dejaron de pasar los ciclistas y los coches, luego pasaron el escáner en un grupo compacto, tocando sus pulseras a un lado de la placa por si acaso alguien podía verles desde una cierta distancia.
Se dirigieron a EUR91770, solos o en grupos de dos, ampliamente espaciados en el camino. Chip iba primero con Dover tras él. Observaba atentamente a los ciclistas que se aproximaban y los ocasionales coches que pasaban velozmente. «Vamos a conseguirlo —pensó—. Vamos a conseguirlo.»
Llegaron separadamente al aeropuerto y se reunieron cerca del cartel de los horarios de vuelos. Los miembros se apretujaban alrededor. La sala de espera pintada de rojo y verde estaba repleta y tan llena de voces que la música navideña sólo podía oírse intermitentemente. Más allá de los cristales los grandes aviones giraban y se movían poderosamente, recogían a los miembros de tres escaleras mecánicas a la vez, dejaban salir largas colas de miembros que iban de un lado para otro de las pistas.
Eran las 9.35. El siguiente vuelo a EUR00001 era a las 11.48.
—No me gusta la idea de permanecer aquí demasiado tiempo —dijo Chip—. La barcaza o bien tuvo que usar más energía o llegó más tarde de lo habitual, y si la diferencia es llamativa, Uni puede imaginar lo que la causó.
—Salgamos ahora —dijo Ria— y acerquémonos todo lo posible a ’001, luego seguiremos en bicicleta.
—Llegaremos mucho antes si esperamos —dijo Karl—. No es un lugar tan malo para ocultarnos.
—No —dijo Chip, y miró de nuevo el horario de vuelos—. Marchémonos... en el de las 10.06 a ’00020. Es el lugar más próximo, está a sólo cincuenta kilómetros de ’001. Vamos, por la puerta de aquel lado.
Se abrieron camino entre la multitud hasta la puerta basculante a un lado de la habitación y se agruparon en torno al escáner. La puerta se abrió y un miembro vestido de naranja salió por ella. Se disculpó, tendió la mano entre Chip y Dover y tocó el escáner, «sí», brilló, y siguió su camino.
Chip sacó su reloj del bolsillo y lo comprobó con el gran reloj de la sala de espera.
—Es en la pista seis —dijo—. Si hay más de una escalera mecánica, situaros en la cola de la parte de atrás del avión y aseguraros de que estáis cerca del final de la cola con al menos seis miembros detrás. ¿Dover? —Cogió a Dover por el codo y cruzaron la puerta hacia el área de almacenamiento. Un miembro con un mono naranja les dijo:
—Se supone que no debéis estar aquí.
—Uni dijo que sí —indicó Chip—. Somos de diseño de aeropuertos.
—Trescientos treinta y siete A —dijo Dover.
—Esta ala será ampliada el año próximo —añadió Chip.
—Ahora veo qué querías decir respecto al techo —dijo Dover, y alzó la vista.
—Sí —contestó Chip—. Podemos subirlo fácilmente otro metro.
—Metro y medio —corrigió Dover.
—A menos que nos encontremos con problemas con las conducciones —señaló Chip.
El miembro los dejó y salió por la puerta.
—Sí, todas las conducciones —dijo Dover—. Un buen problema.
—Déjame mostrarte dónde conducen —indicó Chip—. Es interesante.
—Por supuesto que lo es —dijo Dover.
Entraron en la zona donde un grupo de miembros con monos naranjas preparaban las galletas totales y los contenedores de bebida, trabajando más rápidamente que de costumbre.
—¿Trescientos treinta y siete A? —preguntó Chip.
—¿Por qué no? —dijo Dover, y señaló hacia el techo mientras se apartaban para dejar pasar a un miembro que empujaba una carretilla—. ¿Ves por dónde pasan las conducciones? —indicó.
—Vamos a tener que cambiar toda la estructura —dijo Chip—. Aquí dentro también.
Hicieron ver que tocaban y entraron en la habitación donde estaban colgados los monos. No había nadie en ella. Chip cerró la puerta y señaló el armario donde se guardaban los monos naranjas.
Se pusieron monos naranjas sobre los suyos amarillos, y cubrepiés sobre sus sandalias. Practicaron aberturas dentro de los bolsillos de los monos naranjas para poder llegar a los bolsillos interiores.
Apareció un miembro vestido de blanco.
—Hola —dijo—. Feliz Navidad.
—Feliz Navidad —respondieron.
—He sido enviado de ’765 para ayudar —dijo el miembro. Tendría unos treinta años.
—Estupendo, nos serás muy útil —dijo Chip.
El miembro empezó a quitarse el mono y miró a Dover que estaba acabando de cerrar el suyo.
—¿Por qué conserváis los otros debajo? —preguntó.
—Es más cálido así —dijo Chip, y avanzó hacia él.
El miembro se volvió hacia Chip, desconcertado.
—¿Cálido? —dijo—. ¿Para qué quieres estar más caliente?
—Lo siento, hermano —dijo Chip, y le golpeó fuertemente en el estómago. El miembro se dobló hacia adelante con un gruñido, entonces Chip le dio un puñetazo en la barbilla. El miembro se enderezó y cayó hacia atrás. Dover lo sujetó por debajo de los brazos y lo dejó cuidadosamente en el suelo. Quedó acostado con los ojos cerrados como si durmiera.
—Cristo y Wei, funciona —dijo Chip, sin conseguir apartar los ojos de él.
Desgarraron un mono y ataron las muñecas y los tobillos del miembro con los trozos de tela, después anudaron una manga entre sus dientes. Lo levantaron y lo metieron en el armario donde se guardaba la pulidora de suelos.
Las 9.51 del reloj se convirtieron en las 9.52.
Envolvieron sus bolsas de viaje en monos naranjas, salieron de la habitación y pasaron junto a los miembros que trabajaban con las galletas y los contenedores de bebida. En el área de almacenamiento encontraron una caja de toallas medio vacía y pusieron en ella las bolsas envueltas. Cargaron la caja entre los dos y salieron por la puerta que daba al campo.
Había un avión en la pista seis, uno grande, del que salían miembros por dos escaleras mecánicas. Otros miembros vestidos de naranja aguardaban al pie de cada escalera con una carretilla llena de contenedores.
Se alejaron del avión, yendo hacia la izquierda, cruzaron diagonalmente el campo con la caja entre ellos, eludiendo un camión de mantenimiento que avanzaba lentamente y acercándose a los hangares que se extendían en un ala de techo plano hacia las pistas de despegue.
Entraron en un hangar donde había un avión más pequeño bajo el cual se hallaban varios miembros vestidos con monos naranjas bajando una trampilla negra y cuadrada. Chip y Dover transportaron la caja hasta la parte del fondo del hangar donde había una puerta en la pared lateral. Dover la abrió, miró dentro y asintió con la cabeza a Chip.
Entraron y cerraron la puerta. Estaban en un almacén de repuestos: herramientas colgadas de la pared, hileras de cajas de madera, negros barriles metálicos etiquetados «Aceite lubricante SB».
—No podía ser mejor —dijo Chip mientras dejaban la caja en el suelo.
Dover se dirigió a la puerta y se situó en el lado de las bisagras. Sacó la pistola y la sujetó por el cañón.
Chip se agachó, desenvolvió la bolsa de viaje, la abrió y sacó una bomba, una con la manija amarilla de cuatro minutos.
Separó dos de los barriles de aceite y puso la bomba en el suelo entre ellos con la manija hacia arriba. Sacó su reloj y lo miró.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Dover.
—Tres minutos —respondió.
Volvió junto a la caja y, sujetando aún el reloj, cerró la bolsa, la envolvió de nuevo y tapó la caja.
—¿Hay algo aquí que podamos utilizar? —preguntó Dover señalando con la cabeza hacia las hileras de herramientas colgadas.
Chip se dirigió hacia ellas, pero en aquel momento la puerta de la habitación se abrió y un miembro con un mono naranja entró.
—Hola —dijo Chip. Tomó una herramienta de la pared y se metió el reloj en el bolsillo.
—Hola —respondió el miembro, una mujer. Se dirigió al otro lado de la pared. Miró de reojo a Chip—. ¿Quién eres? —preguntó.
—Li RP —dijo Chip—. Fui enviado de ’765 para ayudar. —Tomó otra herramienta de la pared, un calibrador.
—No es tan malo como el Aniversario de Wei —comentó la mujer.
Otro miembro apareció por la puerta.
—Ya lo tenemos, Paz —dijo—. Lo tenía Li.
—Se lo pregunté y me dijo que no —observó la mujer.
—Bien, pues lo tenía —dijo el otro miembro.
El primer miembro fue tras él.
—Fue al primero a quien se lo pregunté —indicó.
Chip contempló la puerta cerrarse lentamente tras ellos. Dover le miró y fue a empujar la puerta para que se cerrara más rápido. Chip devolvió la mirada a Dover, luego contempló sus propias manos, que temblaban. Soltó las herramientas, dejó escapar el aliento y mostró la mano a Dover, que sonrió y dijo:
—Muy impropio de un miembro.
Chip contuvo de nuevo el aliento y sacó el reloj de su bolsillo.
—Menos de un minuto —dijo. Fue a los barriles y se agachó. Desprendió la cinta de la manija de la bomba.
Dover puso la pistola de nuevo en su bolsillo —la metió en el interior— y aguardó con la mano sobre el pomo.
Chip, mirando fijamente el reloj y sujetando la manija del fulminante, dijo:
—Diez segundos. —Aguardó, aguardó, aguardó..., luego tiró de la manija y se puso en pie mientras Dover abría la puerta. Tomaron la caja, la sacaron y cerraron la puerta a sus espaldas.
Cruzaron el hangar con la caja.
—Tranquilo, tranquilo —siseó Chip. Luego salieron al campo en dirección al avión en la pista seis. Los miembros hacían cola ante las escaleras mecánicas y estaban subiendo.
—¿Qué es eso? —les preguntó un miembro con mono naranja y una tablilla en las manos situándose a su lado y acompasando su paso al de ellos.
—Nos han dicho que lo lleváramos allá —señaló Chip.
—¿Karl? —dijo otro miembro al otro lado del que llevaba la tablilla. Éste se detuvo y se volvió hacia su compañero.
—¿Sí? —preguntó. Chip y Dover siguieron andando.
Llevaron la caja a la escalera trasera del avión y la dejaron en el suelo. Chip se situó en el lado opuesto al escáner y contempló los controles de la escalera. Dover se deslizó por entre la cola y se detuvo detrás del escáner. Los miembros pasaban entre ellos, tocaban con sus brazaletes la placa, el escáner brillaba verde y subían.
Un miembro con mono naranja se acercó a Chip.
—Yo estoy a cargo de esta escalera —dijo.
—Karl acaba de decirme que me ocupara yo de ella —señaló Chip—. Fui enviado de ’765 para ayudar.
—¿Qué ocurre? —preguntó el miembro con la tablilla acercándose de nuevo—. ¿Por qué hay tres aquí?
—Creí que yo estaba a cargo de esta escalera —dijo el otro miembro. En aquel momento el aire se estremeció y un fuerte rugido resonó en los hangares.
Una columna negra, enorme y creciente, se elevó del ala de los hangares, con un revoloteante fuego naranja en su centro. Una lluvia negra y naranja cayó sobre el techo y el campo, y varios miembros vestido de naranja salieron corriendo de los hangares para detenerse a los pocos metros y alzar la vista hacia la enorme columna que ascendía más allá del techo.
El miembro con la tablilla miró también y echó a correr hacia allá. El otro miembro le siguió.
Los miembros en la fila se había detenido y miraban también hacia los hangares. Chip y Dover sujetaron sus brazos y los empujaron hacia adelante.
—No os paréis —dijeron—. Seguid avanzando, por favor. No hay ningún peligro. El avión espera. Tocad y subid. Seguid avanzando, por favor. —Condujeron a los miembros junto al escáner y a la escalera mecánica, y uno de ellos era Jack.
—Maravilloso —dijo éste mirando más allá de Chip mientras fingía tocar el escáner, al igual que Ria, que parecía tan excitada como lo había estado la primera vez que Chip la conoció, y Karl, con aspecto sombrío y maravillado, y Zumbido, sonriente. Dover se dirigió a la escalera después de Zumbido. Chip le arrojó una bolsa envuelta y se volvió hacia los otros miembros de la cola, los últimos siete u ocho, que seguían mirando hacia los hangares.
—Seguid avanzando, por favor —repitió—. El avión está aguardando. ¡Hermana!
—No hay ninguna causa de alarma —dijo una voz de mujer por los altavoces—. Ha habido un accidente en los hangares, pero todo está bajo control.
Chip urgió a los miembros a que subieran a la escalera mecánica.
—Tocad y subid —dijo—. El avión aguarda.
—Los miembros que vais a partir, por favor, ocupad vuestros lugares en las colas —dijo la voz—. Los miembros que estáis subiendo a los aviones, seguid haciéndolo. No habrá ninguna interrupción en el servicio.