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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (38 page)

BOOK: Un día perfecto
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—Las islas han sido todas esas cosas —dijo—. Al principio fueron las fortalezas de los incurables originales, después, como tú has dicho, «campos de aislamiento» hacia los cuales permitimos «escapar» a los incurables posteriores, aunque por aquellos días no éramos tan amables como para proporcionarles botes. —Sonrió y dio una chupada a su cigarrillo—. Sin embargo, encontré un mejor uso para las islas, y ahora nos sirven como, perdona la expresión, reservas de vida salvaje, donde pueden surgir líderes naturales que prueben su valía exactamente de la forma que vosotros lo habéis hecho. Ahora proporcionamos botes y mapas de una forma digamos indirecta y «pastores» como Dover que acompañan a los miembros que regresan y evitan en lo posible toda violencia. E impiden, por supuesto, la pretendida violencia final, la destrucción de Uni..., aunque la exhibición para los visitantes es el blanco normal, por lo que de todos modos no existe un peligro real.

—No sé dónde estoy —dijo Chip.

Karl ensartó un taco de carne con un pequeño tenedor dorado y murmuró:

—Dormido en el parque.

Los hombres y mujeres que les rodeaban se echaron a reír.

Wei, sonriendo también, dijo:

—Sí, es un descubrimiento desconcertante, estoy seguro de ello. La computadora que vosotros pensabais que era el dueño inmutable e incontrolado de la Familia es de hecho el servidor de la Familia, controlado por miembros como vosotros..., emprendedores, reflexivos e interesados. Sus metas y procedimientos cambian constantemente, de acuerdo con las decisiones de un Alto Consejo y catorce subconsejos. Gozamos de ciertos lujos como podéis ver, pero tenemos responsabilidades que los justifican largamente. Mañana empezaréis a aprender. Ahora, sin embargo —se inclinó y apagó el cigarrillo en un cenicero—, es muy tarde gracias a vuestra parcialidad por los túneles. Os mostrarán vuestras habitaciones. Espero que os parezca que valía la pena la caminata. —Sonrió y se puso en pie. Chip y Karl se levantaron también. Wei estrechó la mano de Karl—: Felicidades, Karl. —Y la de Chip—: Y felicidades también a ti, Chip. Sospechábamos desde hacía tiempo que más pronto o más tarde terminaríais viniendo. Nos alegramos de que no nos hayáis defraudado. Me alegro, quiero decir. Es difícil evitar pensar como si Uni también tuviera sentimientos.

La gente se apiñó alrededor de ellos, estrechaban sus manos y les mostraban su admiración.

—Felicidades... Nunca pensamos que lo consiguierais antes del día de la Unificación... Es impresionante, ¿verdad?, llegar aquí y encontrarse a todo el mundo sentado esperándoos... Felicidades, os acostumbraréis a esto antes de... Felicidades.

La habitación era grande. Estaba decorada en azul pálido y tenía una enorme cama de seda también azul pálido con muchos almohadones, un enorme cuadro de flotantes lirios de agua, una mesa llena de platos tapados y jarras, sillones verde oscuro, y un jarrón de crisantemos blancos y amarillos sobre una larga cómoda baja.

—Es hermoso —dijo Chip—. Gracias.

La muchacha que lo había conducido hasta allí, de aspecto normal y de unos dieciséis años, vestida con un mono de paplón blanco, dijo:

—Siéntate y te quitaré... —señaló sus pies.

—Los zapatos —dijo él sonriendo—. No. Gracias, hermana, puedo hacerlo yo mismo.

—Hija —corrigió la muchacha.

—¿Hija?

—Los programadores son nuestros Padres y Madres —explicó ella.

—Bueno —dijo él—. De acuerdo. Gracias, hija. Puedes irte ahora.

Pareció sorprendida y dolida.

—Se supone que debo quedarme aquí y cuidar de ti —dijo—. Las dos. —Señaló hacia una puerta más allá de la cama. Había luz al otro lado, y oyó el sonido del agua.

Fue hacia allá.

Tras la puerta había un cuarto de baño decorado también en azul pálido, amplio y resplandeciente. Otra muchacha más o menos de la misma edad que la primera, también con un mono de paplón blanco, estaba arrodillada junto a una bañera que se estaba llenando y agitaba suavemente el agua con una mano.

—Hola, Padre —dijo con una sonrisa.

—Hola —dijo Chip. Se detuvo con la mano en la jamba y miró a la otra muchacha, que estaba abriendo la cama, luego observó de nuevo a la que estaba arrodillada en el cuarto de baño. Ésta le sonrió. Siguió inmóvil con la mano en la jamba y añadió—: Hija.

4

Estaba sentado en la cama —había terminado su desayuno y tendió la mano para coger un cigarrillo— cuando llamaron a la puerta. Una de las muchachas fue a abrir, y entró Dover, sonriente, vestido con brillante seda amarilla.

—¿Cómo va todo, hermano? —preguntó.

—Muy bien —dijo Chip—, muy bien. —La otra muchacha encendió su cigarrillo, retiró la bandeja del desayuno y le preguntó si quería más café—. No, gracias. ¿Quieres un poco de café?

—No, gracias —dijo Dover. Se sentó en uno de los sillones verde oscuro y se reclinó, los codos en los brazos del sillón, las manos cruzadas sobre su estómago, las piernas extendidas—. ¿Ha pasado ya el shock? —preguntó con una sonrisa.

—Odio, no —respondió Chip.

—Es una vieja costumbre —dijo Dover—. Disfrutarás con ella cuando llegue el próximo grupo.

—Es cruel, realmente cruel —dijo Chip.

—Espera, te reirás y aplaudirás con todos los demás.

—¿Vienen grupos muy a menudo?

—A veces no viene ninguno durante años —dijo Dover—, otras, llegan con un mes de diferencia. Por término medio, uno coma algo personas al año.

—¿Y tú estuviste en contacto con Uni durante todo el tiempo, hermano peleador?

Dover asintió y sonrió.

—Un telecomp del tamaño de una caja de cerillas —dijo—. De hecho, lo guardaba en una de ellas.

—Bastardo —murmuró Chip.

Una muchacha había llevado la bandeja afuera y la otra cambió el cenicero de la mesilla de noche, cogió el mono del respaldo de una silla y fue al cuarto de baño. Cerró la puerta tras ella.

Dover la miró mientras se retiraba, luego observó a Chip irónicamente.

—¿Has pasado buena noche? —preguntó.

—Mmm... —murmuró Chip—. Apuesto a que no son tratadas.

—No de forma completa, eso es seguro —dijo Dover—. Espero que no estés resentido conmigo por no haber insinuado nada de esto durante todo el camino. Las reglas son estrictas: ninguna ayuda más allá de la solicitada, ninguna sugerencia, nada. Permanecer al margen tanto como sea posible e intentar evitar derramamiento de sangre. No hubiera debido deciros aquello en el bote cuando llegasteis, lo de Libertad como una prisión..., pero llevaba dos años allí, y nadie estaba ni siquiera pensando en intentar nada. Podrás comprender por qué deseaba mover un poco las cosas.

—Sí, desde luego —dijo Chip. Dejó caer la ceniza de su cigarrillo en el limpio cenicero blanco.

—Me gustaría que no le dijeras nada a Wei sobre ello —indicó Dover—. Vas a comer con él a la una.

—¿Karl también?

—No, sólo tú. Creo que te ha calificado como buen material para el Alto Consejo. Vendré diez minutos antes para llevarte junto a él. Encontrarás una navaja ahí dentro..., una cosa que parece una linterna. Esta tarde iremos al medicentro e iniciaremos la redepilación.

—¿Hay un medicentro aquí?

—Aquí hay de todo —dijo Dover—. Medicentro, biblioteca, gimnasio, piscina, teatro..., incluso un jardín que jurarías que está al aire libre. Te lo mostraré todo más tarde.

—¿Y es aquí donde... nos quedaremos? —preguntó Chip.

—Todos menos los pobres pastores como yo —dijo Dover—. Partiré para otra isla, pero eso será dentro de seis meses, gracias a Uni.

Chip apagó concienzudamente el cigarrillo en el cenicero.

—¿Y si yo no deseo quedarme? —preguntó.

—¿No lo deseas? —Dover alzó las cejas.

—Tengo esposa y un hijo, ¿recuerdas?

—Bien, eso es lo que dicen muchos al principio —admitió Dover—. Pero aquí tienes una obligación mayor, Chip, una obligación hacia toda la Familia, incluidos los miembros de las islas.

—Una hermosa obligación —dijo Chip—. Monos de seda y dos muchachas a la vez.

—Eso fue sólo la primera noche —dijo Dover—. Esta noche tendrás suerte si consigues una. —Se sentó erguido—. Mira —dijo—, sé que hay... atractivos superficiales que hacen que todo parezca... cuestionable. Pero la Familia necesita a Uni. ¡Piensa en cómo eran las cosas en Libertad! Y se necesitan programadores no tratados para que Uni funcione y..., bueno, Wei te explicará las cosas mejor que yo. De todos modos, un día a la semana llevamos paplón. Y comemos galletas totales.

—¿Todo un día? —dijo sarcásticamente Chip—. ¿De veras?

—Está bien, está bien —dijo Dover, y se puso en pie. Se dirigió a la silla donde estaba el mono verde de Chip, lo cogió y buscó en sus bolsillos—. ¿Está todo aquí? —preguntó.

—Sí —dijo Chip—. Incluidas algunas fotos que me gustaría conservar.

—Lo siento, nada de lo que trajiste —dijo Dover—. Más reglas. —Cogió los zapatos de Chip del suelo, se irguió y le miró—. Todo el mundo se siente un tanto inseguro al principio —dijo—. Te sentirás orgulloso de quedarte una vez veas la auténtica perspectiva de las cosas. Es una obligación.

—Lo recordaré —dijo Chip.

Llamaron a la puerta y la muchacha que se había llevado la bandeja entró con un mono de seda azul y unas sandalias blancas. Lo dejó a los pies de la cama.

Dover sonrió y dijo:

—Si prefieres paplón, puede arreglarse.

La muchacha le miró.

—Odio, no —dijo Chip—. Supongo que me merezco la seda tanto como cualquier otro de por aquí.

—Te la mereces —dijo Dover—. Te la mereces, Chip. Te veré a la una menos diez, ¿de acuerdo? —Se dirigió hacia la puerta, con el mono verde colgado del brazo y los zapatos en la mano. La muchacha se apresuró a abrirle la puerta.

—¿Qué le ocurrió a Zumbido? —preguntó Chip. Dover se detuvo y se volvió hacia él con aire pesaroso.

—Fue detenido en ’015 —dijo.

—¿Y tratado?

Dover asintió.

—Más reglas —murmuró Chip.

Dover asintió de nuevo y salió.

Había finos bistecs cocinados con una salsa marrón ligeramente especiada, cebollitas asadas, una verdura amarilla cortada a finas rodajas que Chip no había visto en Libertad —«calabaza», dijo Wei— y un vino rosado claro que era menos agradable que el amarillo de la noche anterior. Comieron con cuchillos y tenedores de oro en platos de ancho borde dorado.

Wei, vestido de seda gris, comió rápido, cortando el bistec, pinchándolo con el tenedor y llevándoselo a su arrugada boca. Masticaba sólo brevemente antes de tragar y alzar de nuevo el tenedor. De tanto en tanto hacía una pausa, sorbía un poco de vino y apretaba su servilleta amarilla contra sus labios.

—Estas cosas existían —dijo—. ¿De qué hubiera servido destruirlas?

La habitación era amplia y estaba agradablemente amueblada al estilo pre-U: blanco, dorado, naranja, amarillo. En una esquina dos miembros con monos blancos aguardaban junto a una mesa de servir sobre ruedas.

—Por supuesto que parece mal al principio —dijo Wei—, pero las decisiones últimas tienen que ser tomadas por miembros no tratados, y no pueden ni deben vivir a base de galletas totales, televisión y
Marx escribiendo
—Sonrió—. Ni siquiera de
Wei dirigiéndose a los quimioterapeutas
—añadió, y se llevó un trozo de bistec a la boca.

—¿Por qué no puede la Familia tomar las decisiones por sí misma? —preguntó Chip.

Wei masticó y tragó.

—Porque no está capacitada para hacerlo —explicó—. Es decir, para hacerlo de una forma razonable. La ausencia de tratamientos significa... Bien, en tu isla tenías un ejemplo: la gente es mezquina, estúpida, agresiva; a menudo está más motivada por el egoísmo que por ninguna otra cosa. Por el egoísmo y el miedo. —Se llevó unas cebollitas a la boca.

—Consiguió la Unificación —dijo Chip.

—Mmm, sí —admitió Wei—, ¡pero después de cuántas luchas! ¡Y qué frágil estructura tuvo la Unificación hasta que la fortalecimos con los tratamientos! No, la Familia tiene que ser ayudada a alcanzar toda su humanidad, por tratamientos hoy, por ingeniería genética mañana, y para ello es preciso tomar decisiones. Aquellos que poseen los medios y la inteligencia tienen ese deber. Retroceder ante ello sería traición contra la especie. —Se llevó un nuevo trozo de bistec a la boca, levantó la otra mano e hizo un gesto.

—¿Y parte del deber —dijo Chip— es matar a los miembros a los sesenta y dos años?

—Ah, eso —dijo Wei, y sonrió—. Siempre es una pregunta principal, y siempre formulada seriamente.

Los dos miembros avanzaron hacia ellos, uno con una jarra de vino y el otro con una bandeja dorada que sostuvo al lado de Wei.

—Estás contemplando solamente una parte del cuadro —dijo Wei. Cogió un tenedor largo y una cuchara para servirse un trozo más de bistec de la bandeja. Lo sostuvo en el aire, goteando salsa—. Lo que olvidas contemplar es el inconmensurable número de miembros que morirían mucho antes de los sesenta y dos años si no existieran la paz, la estabilidad y el bienestar que nosotros les proporcionamos. Piensa en la masa por un instante, no en los individuos dentro de la masa. —Depositó el bistec en su plato—. Añadimos muchos más años a las expectativas totales de vida de la Familia de los que quitamos a algunos de sus miembros —dijo—. Muchos, muchos más años. —Cogió un poco de salsa con la cuchara y la echó sobre el bistec, añadió unas cuantas cebollitas y rodajas de calabaza—. ¿Chip? —preguntó.

—No, gracias —dijo Chip. Cortó un trozo del medio bistec que aún tenía en su plato. El miembro con la jarra volvió a llenar su vaso.

—Incidentalmente —dijo Wei, cortando su bistec—, el tiempo actual de morir se acerca más a los sesenta y tres que a los sesenta y dos años. E irá aumentando a medida que la población de la tierra se vaya reduciendo gradualmente. —Se llevó el trozo de bistec a la boca.

Los miembros se retiraron.

—¿Incluyes a los miembros que no llegan a nacer en tu balance de años añadidos y robados? —quiso saber Chip.

—No —respondió Wei sonriendo—. No somos tan poco realistas. Si esos miembros nacieran, no habría estabilidad, ni bienestar, y finalmente no habría Familia. —Se llevó una rodaja de calabaza a la boca, masticó y tragó—. No espero que tus sentimientos cambien a lo largo de una comida. Mira alrededor, habla con todo el mundo, examina la biblioteca..., en particular los bancos de historia y sociología. Celebro una serie de discusiones informales algunas noches a la semana: cuando uno ha sido maestro, siempre es maestro. Acude a algunas de ellas, argumenta, discute.

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