A veces desearía perder de vista la vida real. Di otro trago a mi bebida, me levanté y fui hasta la barra. Indihar me vio y vino hacia mí.
—¿Quieres algo, Marîd?
—La pensión de Jirji no te va a ser de mucha ayuda, ¿no?
Me dirigió otra mirada de fastidio y se dio la vuelta. Se fue al otro extremo de la barra.
—No quiero tu dinero.
La seguí.
—No te estoy ofreciendo dinero. ¿Te gustaría un trabajo tranquilo donde pudieras vivir gratis y vigilar a tus hijos todo el día? No tendrías que pagar a la canguro.
Se volvió hacia mí.
—¿De qué se trata? —dijo con expresión de desconfianza.
Sonreí.
—Mudar al pequeño Jirji, a Zahra y a Hakim a una de las estancias vacías de la casa de Papa. Cada mes ahorrarías un montón de pasta.
Lo meditó.
—Tal vez. ¿Por qué quieres que vaya a casa de Papa?
Tenía que ocurrírseme algún motivo que pareciera real.
—Es por mi madre. Necesito que alguien la vigile. Estoy dispuesto a pagar lo que me pidas.
Indihar dio una palmada en la barra.
—Ya tengo trabajo, ¿recuerdas?
—Hey, si ése es el problema estás despedida.
Palideció.
—¿De qué demonios hablas?
—Piénsalo, Indihar. Te ofrezco un precioso hogar, alquiler y comida gratis, más un dinero a la semana por un trabajo de media jornada que consiste en asegurarse de que mi madre no cometa ninguna locura. Tus hijos estarán cuidados y no tendrás que venir a este bar cada día. No tendrás que desnudarte ni bailar ni tendrás que tratar con mamones borrachos ni culos perezosos como Brandi.
Alzó las cejas.
—Te daré una respuesta, Marîd, en cuanto descubra qué tramas.
Parece demasiado bueno para ser honrado, cariño. Quiero decir que no llevas un moddy de Santa Claus ni nada por el estilo.
—Piénsalo. Habíalo con Chiri. Tú confías en ella. Escucha su opinión.
Indihar asintió. Aún me miraba recelosa.
—Aunque acepte, no voy a joder contigo.
Suspiré.
—Muy bien, vale.
Al cabo de un minuto de sentarme, Fuad il—Manhous se dejó caer en la otra silla.
—Me desperté el otro día —dijo con su aguda voz nasal— y mi mamá me dijo: «Fuad, no tenemos dinero, coge una de las gallinas y ve a venderla».
Ya estaba otra vez con sus estúpidas fábulas. Le gustaba tanto llamar la atención que se comportaba como un completo idiota sólo para hacerme reír. Lo triste es que hasta sus historias más fantásticas estaban basadas en cagadas reales de Fuad.
Me miró fijamente para asegurarse de que le atendía.
—Y así lo hice. Salí al corral de mi mamá y perseguí a las gallinas hasta que atrapé una. Luego bajé la cuesta, subí otra, crucé un puente y caminé por las calles hasta llegar al zoco de los polleros con ella. Bueno, nunca había llevado una gallina al mercado, así que no sabía qué hacer. Me quedé allí plantado en medio de la plaza todo el día, hasta que vi que los mercaderes guardaban su dinero con llave en unas cajas y cargaban las mercancías sobrantes en sus carretas. Ya había oído la llamada del ocaso a la oración, de modo que me di cuenta de que no tenía mucho tiempo.
»Llevé la gallina a uno de los hombres y le dije que quería venderla. Él la miró y sacudió la cabeza. "Esta gallina ha perdido todos sus dientes", me dijo.
»La miré y por Alá que tenía razón. La gallina no tenía ni un solo diente en su pico. Así que le dije: "¿Qué me darías por ella?". Y el hombre me dio un puñado de fiqs de cobre.
»Entonces fui a casa con una mano en el bolsillo y la otra llena de fiqs de cobre. Cuando empezaba a cruzar el puente sobre el canal de drenaje, allí estaba una feroz nube de mosquitos. Empecé a mover las manos para ahuyentarlos, y crucé el resto del puente corriendo. Cuando llegué al otro lado vi que ya no llevaba el dinero. Había arrojado todas las monedas al canal.
Fuad carraspeó.
—¿Puedo tomar una cerveza, Marîd? —me preguntó—. Me ha entrado mucha sed.
Indiqué a Indihar que trajera una.
—¿Vas a pagarla? —le dije. Su cara se descompuso. Parecía un cachorro a punto de ser apaleado—. Era una broma. La casa invita. Quiero oír cómo termina la historia.
Indihar dejó una jarra ante él, luego se quedó de pie esperando oír el resto de la historia.
—Basmala —murmuró Fuad, y dio un gran trago. Luego dejó la cerveza, me hizo una rápida mueca de agradecimiento y prosiguió—. Cuando llegué a casa mi mamá estaba muy furiosa. No tenía dinero y no tenía gallina. "La próxima vez", me dijo, "guárdalo en el bolsillo".
»"Ah, ¿cómo no se me ocurrió antes?", le respondí. De modo que a la mañana siguiente mi mamá me despertó y me dijo que llevara otra gallina al zoco. Bueno, me vestí, salí y perseguí a las gallinas hasta que cogí una, y bajé una cuesta, subí otra, crucé el puente, y caminé por las calles hasta llegar al zoco con ella. Y esta vez no me quedé allí plantado bajo un sol sofocante toda la mañana y toda la tarde. Fui directamente al mercader y le enseñé la segunda gallina.
»"Está tan mal como la que me trajiste ayer", me dijo. "Y además, tengo que hacerle un hueco en mi tenderete y guardarla todo el día. Te diré lo que haremos. Te daré un gran tarro de miel a cambio. Es una miel exquisita.”
»Bueno, era un buen cambio, porque mi mamá tenía otras cuatro gallinas, pero no tenía miel. De modo que cogí el tarro de miel y me fui a casa. Nada más cruzar el puente recordé lo que mi mamá me había dicho. Abrí el tarro y vertí la miel en mi bolsillo. Cuando subí la última cuesta ya no quedaba nada.
»Mi mamá volvió a enfurecerse. "La próxima vez llévala en la cabeza", me dijo.
»"Ah, ¿cómo no se me ocurrió antes?", le respondí. La tercera mañana, me levanté y cacé otra gallina, la llevé al zoco y se la mostré al mercader.
»"¿Todas tus gallinas tienen tan mal aspecto?", me dijo. "Bueno, en nombre de Alá, te daré mi cena por ese pájaro." Y el mercader me dio una ración de cuajada y suero de leche.
»Bueno, recordé lo que mi mamá me había dicho y la llevé haciendo equilibrio en la cabeza. Caminé por las calles, crucé el puente, bajé una cuesta y subí otra. Cuando llegué a casa, mi mamá me preguntó qué me habían dado por la gallina. "Bastante cuajada y suero de leche para tu cena", le dije.
»"¿Y donde está?", me preguntó ella.
»"En mi cabeza", le respondí. Me miró y me empujó hasta el lavadero. Me lanzó todo un cubo de agua fría por la cabeza y me frotó el pelo con un cepillo de púas duras. No dejaba de maldecirme por haber perdido la cuajada y el suero.
»"La próxima vez llévalo con cuidado en las manos", me dijo.
»"Ah, ¿cómo no se me ocurrió antes?", le respondí. Así que a la mañana siguiente, muy temprano, antes de que saliera el sol, fui al corral y escogí la gallina más bonita y gorda que quedaba. Salí de casa antes de que mi mamá se despertara, bajé la cuesta y caminé por las calles hasta el zoco de los polleros con la gallina.
»"Buenos días, amigo mío", me dijo el mercader. "Veo que traes otra gallina vieja y desdentada.”
»"Es una gallina muy hermosa, y quiero lo que vale, no menos", repuse.
»E1 mercader miró la gallina de cerca y dijo entre dientes: "Sabes, estas plumas están muy pegadas".
»"¿No es así como deben estar?", me extrañé.
»Me señaló una fila de gallinas muertas con las cabezas cortadas. "¿Ves alguna pluma en ésas?”
»"No", admití.
»"Entonces, lo siento. Me costará mucho tiempo y trabajo quitarle todas esas plumas. Sólo te puedo ofrecer este fiero gato.”
»Pensé que era buen negocio porque un gato puede cazar los ratones y las ratas que merodean por el corral y roban la comida de las gallinas. Recordé lo que mi mamá me había dicho e intenté llevar al gato con mucho cuidado en las manos. Poco después de bajar una cuesta y antes de subir la otra el gato maulló, se agitó, luchó y me arañó hasta que no pude sostenerlo. Saltó de mis manos y se me escapó.
»Sabía que mamá iba a enfurecerse. "La próxima vez átalo con un cordel y arrástralo", me dijo.
»"Ah, ¿cómo no se me ocurrió antes?", respondí. Sólo quedaban dos gallinas, de modo que me costó más coger una a la mañana siguiente, a pesar de que me daba igual la gallina que fuera. Cuando llegué al zoco el mercader se alegró de verme.
»"Alabado sea Alá porque los dos estamos bien esta mañana", me dijo sonriente. "Veo que tienes una gallina.”
»"Exacto", dije. Dejé la gallina en los cartones que servían de mostrador.
»El mercader cogió la gallina, la sopesó en sus manos y la golpeó con el dedo como cuando se cata un melón. "No pondrá huevos esta gallina, ¿verdad?", me preguntó.
»"¡Claro que pone huevos! ¡Es la mejor clueca que ha tenido mi madre!”
»El hombre negó con la cabeza, frunció el ceño y dijo: "Ves, ése es el problema. Cada huevo que pone esta gallina le resta carne de sus huesos. Sin duda sería una preciosa y gorda gallina si no hubiera puesto huevos. Menos mal que me la has traído antes de que se consumiese".
»"También los huevos tienen valor.”
»"No veo los huevos. Te diré lo que haremos. Te cambiaré este pollo muerto, limpio, listo para comer, por tu gallina ponedora. Ninguno de los demás polleros te hará un trato mejor. En cuanto se enteren de que esta gallina es tan buena ponedora no te darán ni dos fiqs de cobre.”
»Estaba encantado de que aquel hombre me hubiera tomado tanto afecto, porque me contaba cosas que ninguno de los demás mercaderes me habría contado. De modo que le cambié mi inútil ponedora por un pollo listo para comer, aun cuando me pareció un poco famélico, olía raro y tenía un color muy extraño. Recordé lo que mi mamá me había dicho, así que lo até con un cordel y lo llevé a rastras camino a casa.
»¡ Tendrías que haber oído los alaridos de mi mamá cuando llegué a casa! Ese pobre pollo desplumado estaba completamente estropeado. "¡Por mis ojos! ¡Eres el mayor idiota de todas las tierras del Islam! ¡La próxima vez cárgatelo a hombros!", gritó.
»"¡Ah! ¿Cómo no se me ocurrió antes?", respondí.
»De modo que sólo quedaba una gallina, y me prometí a mí mismo que al día siguiente iba a hacer el mejor trato. No esperé a que mi mamá se despertara. Me levanté pronto, me lavé la cara y las manos, me puse mi mejor traje y salí al corral. Tardé una hora en coger a la última gallina, que era la favorita de mi mamá. Se llamaba Mouna. Por fin le eché el guante a su escurridizo y aleteante cuerpo. La saqué del corral, bajé una cuesta, subí la otra, crucé el puente, caminé por las calles hasta el zoco, con la gallina.
»Pero esa mañana el pollero no estaba en su tenderete. Le esperé unos minutos, pensando dónde podría estar mi amigo, hasta que por fin se me acercó una muchacha. Vestía como una musulmana recatada debe vestir y debido al velo no podía verle la cara, pero cuando habló, supe por su voz que sin duda era la muchacha más linda que había conocido en mi vida.
—Así puedes verte metido en un montón de líos —le dije a Fuad—. Yo he cometido el error de enamorarme por teléfono más de una vez.
Puso mala cara ante la interrupción y prosiguió.
—Sin duda era la muchacha más hermosa que había conocido en mi vida. Y me dijo: «¿Eres el caballero que ha estado vendiendo sus gallinas a mi padre cada mañana?».
»Yo le dije: "No estoy seguro. No sé quién es tu padre. ¿Es éste su tenderete?". Ella dijo que sí. Yo le respondí: "Entonces yo soy ese caballero y aquí traigo nuestra última gallina. ¿Dónde está tu padre esta mañana?".
»Grandes lagrimones asomaron a sus ojos. Me miraba con una expresión digna de lástima, al menos la que yo podía ver. "Mi padre está gravemente enfermo. El doctor no espera que pase de este día", dijo.
»Vaya, estaba muy impresionado por la noticia. "Alá tenga piedad de tu padre y le conceda salud. Si muere, hoy tendré que vender mi gallina a otro.”
»La muchacha no dijo nada durante un momento. No creo que le importara lo más mínimo lo que le ocurriese a mi gallina. Por fin dijo: "Mi padre me ha enviado a buscarte. Le remuerde la conciencia. Dice que hizo un trato injusto y desea enmendarlo antes de ser llamado al seno de Alá. Te suplica que aceptes este asno, el mismo que ha arrastrado la carreta de mi padre desde hace diez años".
»Sospechaba un poco de su oferta. Después de todo, no conocía a la chica tanto como a su padre. "A ver si lo entiendo", dije, "¿quieres cambiarme tu precioso asno por esta gallina?".
»"Sí", respondió ella.
»"Tendré que pensarlo. Es nuestra última gallina, ¿sabes?" Lo pensé una y otra vez y no encontré nada que pudiera irritar a mi mamá. Estaba segura de que por fin se alegraría de uno de mis cambalaches. "Muy bien", dije, y aferré el arnés del asno. "Coge la gallina y dile a tu padre que rezaré por su recuperación. Quizá él vuelva mañana a su puesto en este zoco, inshallah.”
»"Inshallah", dijo la muchacha, y bajó púdicamente los ojos. Se fue con la última gallina de mi mamá y nunca la volví a ver. Sin embargo, he pensado mucho en ella, porque sin duda es la única mujer que he amado.
—Sí, seguro —dije riendo.
A Fuad le vuelven loco las putas baratas, de esas que llevan navaja. Lo puedes encontrar toda la noche en el Red Light, el local de Fátima y Nassir. No conozco a nadie que tenga redaños para entrar allí solo. Fuad se pasa la vida allí, enamorándose y dejándose rajar.
—De cualquier modo —dijo—, llevaba el asno a casa, cuando recordé lo que mi mamá me había dicho. Así que forcejeé y me esforcé hasta que pude llevar el asno a hombros. Debo admitirlo, no entendí por qué mi mamá quería que lo llevase de ese modo, cuando podía andar por su propio pie lo mismo que yo. Pero no quería que se volviera a enojar.
»Me dirigía tambaleante a casa con el asno a hombros y, mientras subía la colina, pasé por el hermoso palacio amurallado del caíd Salman Mubarak. Ya sabes que el caíd Salman vive en esa gran mansión con su bella hija de dieciséis años, que no se ha reído desde el día en que nació. Ni siquiera ha sonreído. Puede hablar perfectamente, pero no lo hace. Nadie, ni siquiera su rico padre, la ha oído pronunciar palabra desde que la esposa del caíd, la madre de la muchacha, murió cuando ésta tenía tres años. Los médicos le dijeron que si alguien podía hacerla reír, recuperaría el habla, o que si alguien la podía hacer hablar, volvería a reír como cualquier persona normal. El caíd Salman hizo la tradicional oferta de riquezas y la mano de su hija en matrimonio a quien lo lograra, pero fracasaron pretendiente tras pretendiente. La muchacha se sentaba melancólica junto a la ventana y veía pasar el mundo.