Authors: Nick Hornby
—¿Quieren que vuelva dentro de unos minutos? —dijo el camarero. Marcus se había olvidado de que estaba allí delante.
-Mmm...
—Pide el emperador —dijo Marcus.
—No, tomaré los
penne
al pesto —repuso su madre—. Con una ensalada mixta.
Will pidió una cerveza y su madre una copa de vino blanco. Nadie volvió a decir nada.
Marcus no tenía novia. Ni siquiera había estado cerca de tener una en toda su vida, a menos que quisiera incluir a Holly Garrett, y él no la incluía. No obstante, estaba convencido de que si un chico y una chica se conocían, y si ninguno de los dos tenía novia ni novio, y si los dos estaban bien, y si no se caían mal el uno al otro, entonces podían empezar a salir juntos. ¿Por qué no iban a hacerlo? Will no tenía novia, a no ser que incluyese a Suzie, y él no la incluía. Su madre no tenía novio, así que... Sería algo bueno para todos. Cuanto más pensaba en ello, más evidente le parecía.
No era que él necesitase que alguien ocupara el lugar de su padre. De eso ya había hablado con su madre hacía muchísimo tiempo. Estaban viendo por televisión un programa sobre la familia y una mujer bastante lerda, del partido conservador, dijo que todos los niños deberían tener un padre y una madre, y su madre se mostró enfadada y luego deprimida. Más tarde, antes de lo del hospital, Marcus pensó que la conservadora aquella era tonta de remate, y así se lo dijo a su madre, pero en aquel momento aún no había caído en la cuenta de que el dos era un número peligroso. Ahora que ya lo tenía claro no estaba muy seguro de que eso fuera muy distinto de lo que había dicho aquella foca conservadora. No le importaba que la familia que él deseaba estuviera compuesta solamente por hombres o mujeres. Lo único que quería era tener más gente alrededor.
—No os quedéis así, como dos pasmarotes —dijo de repente.
Will y su madre lo miraron sorprendidos.
—Ya me habéis oído. No os quedéis así sentados. Hablad, hablad.
—Seguro que nos pondremos a hablar dentro de un momento —dijo su madre.
—A este paso habremos terminado el almuerzo antes de que se os ocurra algo que deciros —gruñó Marcus.
—¿Y de qué quieres que hablemos? —preguntó Will.
—Me da igual; de política, de cine, de asesinatos. De lo que sea.
—No estoy muy segura de que sea así como surgen las conversaciones —señaló su madre.
—Pues deberías saberlo, ya tienes edad suficiente.
—¡Marcus!
Will soltó una carcajada.
—Marcus está en lo cierto. No sé qué edad tienes, Fiona, pero entre los dos sumamos al menos sesenta años de experiencia en conversaciones, y tal vez deberíamos ser capaces de iniciar una sobre la marcha.
—De acuerdo.
—Adelante.
—Tú primero.
Los dos se echaron a reír, pero ninguno dijo nada.
—Will —dijo Marcus.
—Dime, Marcus.
—¿Qué opinas de John Major?
—Poca cosa.
—¿Y tú, mamá?
—Ya sabes lo que opino de él.
—Pues díselo a Will.
—Poca cosa.
Era inútil.
—¿Por qué?
—Marcus, por favor, déjanos en paz. Así sólo consigues que todo sea más difícil. Haces que nos sintamos cohibidos. Seguro que pronto empezaremos a charlar.
—¿Cuándo?
—Ya basta.
—¿Has estado casado, Will?
—Marcus, me voy a enfadar contigo...
—No pasa nada, Fiona —dijo Will—. No, no he estado casado. ¿Y tú?
—Por supuesto que no —dijo Marcus—. No tengo edad.
—Ah, ya.
—Ahora, pregúntaselo a mamá.
—Fiona, ¿has estado casada? —No.
Por un instante, Marcus se sintió confuso. Cuando era niño, pero pequeño de verdad, pensaba que para ser padre o madre había que estar casado, igual que para conducir había que tener carné. Ahora ya sabía que no era así, y también sabía que sus padres no se habían casado, pero de alguna manera un tanto extraña las ideas que se tenían de pequeño resultaban bastante difíciles de cambiar.
—¿Y no quisiste casarte, mamá?
—La verdad es que no. No me pareció importante.
—Entonces, ¿por qué hay gente que se casa?
—Pues por muchas razones. Por seguridad, por presión familiar, por una idea equívoca del amor romántico...
Will se echó a reír al oír aquello.
—Por cinismo —dijo.
Marcus no comprendió, pero su madre y Will tenían en común algo que él no había puesto en marcha, y eso estaba muy bien.
—¿Sigues viendo al padre de Marcus? —preguntó Will.
—De vez en cuando —respondió Fiona—. No muy a menudo. Marcus sí lo ve con frecuencia. ¿Y tú? ¿Sigues viendo a tu ex?
—Mmm... Bueno, la verdad es que sí. A todas horas. Esta misma mañana vino a recoger a Ned.
Lo dijo de manera curiosa, pensó Marcus, casi como si lo hubiera olvidado y acabara de volver a su memoria.
—¿Y os lleváis bien?
—Más o menos. Tenemos nuestros momentos...
—¿Cómo es que terminaste tú cuidando de Ned? A ver si me explico: seguro que eres un padre excelente, pero no suele ser habitual que el padre quede al cuidado de los hijos, ¿no?
—No. Ella pasó por una especie de
Kramer contra Kramer
en su día. Ya sabes, una de esas chaladuras presuntuosas en las que uno trata de averiguar quién demonios es.
—¿Y al final averiguó quién era?
—No, no lo creo. Dudo mucho que alguien llegue a saber quién es de verdad, ¿no te parece?
Llegó el almuerzo, pero los dos adultos apenas se dieron cuenta. Marcus se dedicó, encantado de la vida, a su tortilla de champiñones con patatas fritas. ¿Se irían a vivir a casa de Will, o comprarían una nueva?
Will sabía que Fiona no era su tipo. Para empezar, no tenía la apariencia física que a él le gustaba en las mujeres. De hecho, dudó incluso que la apariencia tuviese para ella la menor importancia. Y eso era algo que no casaba con Will. Todos, hombres y mujeres por igual, tenían un deber para consigo mismos aun cuando carecieran de la materia prima necesaria para cumplirlo. De lo contrario, cabía pensar que no les interesaba en absoluto la faceta sexual de la vida, en cuyo caso, pues allá cada cual. Por ejemplo, Einstein. Will no sabía absolutamente nada sobre la vida privada de Einstein, pero a juzgar por sus fotografías estaba claro que era un individuo con otras cosas en la cabeza. De todos modos, Fiona no era Einstein. Podría haber sido tan inteligente como éste, desde luego, pero a juzgar por la conversación que habían mantenido durante el almuerzo le interesaban las relaciones humanas, así que ¿por qué no hacía un pequeño esfuerzo al menos para estar más atractiva? ¿Por qué no llevaba un bonito corte de pelo, en vez de ese cardado espantoso? ¿Por qué no se había vestido como si de veras le importase su propia apariencia? Eso era algo que Will no lograba entender.
Además, era demasiado hippy. Ahora entendía muy bien por qué era tan raro Marcus. Fiona creía en soluciones alternativas para todo: la aromaterapia, el vegetarianismo, el medio ambiente..., cosas que a él le importaban un pimiento. Si comenzaban a salir juntos, se iban a armar unas peleas terribles entre los dos, lo sabía, y eso sin duda la trastornaría. Y lo último que deseaba Will en ese momento era causarle ningún trastorno.
Tuvo que reconocer que lo que más le había atraído de ella era que hubiese intentado suicidarse. Se trataba sin duda de algo interesante, casi sexy, aun cuando lo fuera de modo un tanto morboso. Sin embargo, ¿cómo se puede pensar en salir con una mujer que puede quitarse la vida en cualquier momento? Hasta entonces había pensado que salir con una madre era un chollo. Pero ¿qué clase de chollo es salir con una madre suicida? A pesar de todo, no quería que aquello se acabara. Seguía teniendo la impresión de que Fiona y Marcus bien podrían sustituir los comedores de beneficencia y las páginas de empleos del
Guardian
, posiblemente para siempre. A fin de cuentas, no tendría que hacer gran cosa: un filete de emperador a la plancha de vez en cuando, alguna salida al cine, para ver alguna película mala que él de todos modos habría terminado por ir a ver..., cosas así. ¿Le resultaría difícil de veras? Era, en todo caso, muchísimo más fácil que pensar en alimentar por la fuerza a un hatajo de vagabundos. ¡Las buenas obras! ¡Ayudar a los demás! ¡Amar al prójimo! Ése iba a ser su camino. Tal como él lo veía, ya había ayudado a Angie acostándose con ella (aunque había que reconocer que en su conducta había habido una pequeña mácula de interés y egoísmo); ahora pensaba averiguar si era posible ayudar a otra mujer sin acostarse con ella. Seguramente lo era, ¿no? Ya lo habían conseguido otros, como la madre Teresa y Florence Nightingale, aunque él tuviera la sospecha de que cuando entrase en la refriega de las buenas obras su estilo sería un tanto diferente.
Después del almuerzo no hicieron gran cosa. Salieron del restaurante, pasearon por Covent Garden, volvieron en metro al norte de Londres y estaba de regreso en su casa a tiempo de ver el
Sport Report
. A pesar de todo, era consciente de que los tres habían dado comienzo a algo que aún estaba por concluir.
Al cabo de unos cuantos días cambió de opinión por completo. Dejaron de importarle las buenas obras. No tenía el menor interés por Marcus y Fiona. Estaba seguro de que cada vez que le diera por pensar en ellos se sentiría tan avergonzado que un sudor frío correría por su cuerpo. No volvería a verlos nunca más; de hecho, dudaba que alguna vez se sintiera con fuerzas para ir de nuevo a Holloway, por temor a encontrárselos por casualidad. ¡Cantar! ¿Cómo era posible tener la menor relación con una persona que se pone a cantar y que se empeña en que tú también cantes? Ya sabía que los dos estaban un poco chalados, pero eso...
Todo empezó de la manera más normal, con una invitación a cenar, y aunque no le gustó demasiado lo que le dieron —un plato vegetariano a base de garbanzos, arroz y rodajas de tomate—, disfrutó con la conversación. Fiona habló de su trabajo como musicoterapeuta, y Marcus le dijo a Fiona que Will ganaba millones de libras por minuto porque su padre había escrito una canción. Will le ayudó a recoger la mesa y fregar los platos, y Fiona preparó una taza de té para cada uno. Luego se sentó al piano y comenzó a tocar.
No se le daba mal. Tocaba el piano mejor de lo que cantaba, y eso que tenía una voz aceptable, un poco justa, si acaso escasa, pero muy capaz, desde luego, de llevar la melodía. No, lo que le llenó de vergüenza no fue la calidad, sino la sinceridad. Había estado otras veces con gente capaz de tocar la guitarra y sentarse ante el teclado de un piano (aunque no por mucho tiempo), y siempre habían conseguido salir bien librados del envite: escogieron canciones absurdas o las cantaron de forma absurda, o les dieron un sabor irónico, o se ocuparon de dejar bien claro que no estaban cantándolas en serio.
Fiona lo hacía con total seriedad. Al cantar «Knocking On Heaven's Door», de Bob Dylan, iba en serio, e iba en serio con «Fire and Rain», de Carole King, y con «Both Sides Now», de Joni Mitchell. Entre Fiona y las canciones no se interponía nada; estaba dentro de cada una de ellas.
—¿Quieres acercarte para leer las letras y cantar conmigo? —le preguntó al terminar «Both Sides Now». Él había estado sentado a la mesa mirando fijamente a Marcus hasta el momento en que éste también comenzó a cantar, que fue cuando Will concentró toda su atención en la pared de enfrente.
—Mmm... Y, ahora, ¿cuál viene?
—¿Alguna sugerencia?
Quiso que tocara algo con lo que Fiona no pudiera cerrar los ojos, algo menos tierno y más tabernario, como «Roll Out the Barrel», por ejemplo, o «Knees Up, Mother Brown», pero el estado anímico reinante ya estaba demasiado definido.
—Lo que tú quieras.
Fiona eligió «Killing Me Softly With His Song», nada menos. A Will no le quedó más remedio que ponerse de pie a su lado y dejar que de vez en cuando saliera de sus labios media sílaba de la letra de la canción sin atragantarse. «Smile... While... Boy... Ling...» Sabía, por supuesto, que la canción no podía durar para siempre ni la velada prolongarse eternamente, que pronto estaría en su casa y metido en la cama, que cantar alrededor del piano con una hippy depresiva y el raro de su hijo no iba a acabar con él. Sabía todo eso, sí, pero no lo sentía. A fin de cuentas, era imposible hacer nada por aquellos dos. Lo vio clarísimo. Había cometido una estupidez al pensar que sería capaz de echarles una mano.
Cuando llegó a casa puso un cedé de los Pet Shop Boys y vio
Prisoner: Cell Block H
sin sonido. Le apetecía escuchar a alguien que cantara sin dejarse la piel, sin ir totalmente en serio, y le apetecía ver a gente de la que pudiera reírse a carcajadas. También se emborrachó. Llenó un vaso con hielo y fue sirviéndose un whisky tras otro. A medida que el alcohol comenzó a afectar su cerebro, comprendió que la gente que iba así, tan en serio, incluso al cantar, tenía muchísimas más probabilidades de quitarse la vida que quienes se lo tomaban todo más o menos a broma; que él recordase, jamás había sentido la más mínima necesidad de suicidarse, y le costó trabajo imaginar siquiera que tal cosa fuera posible en un futuro. A la hora de la verdad, cayó en la cuenta de que no era una persona comprometida. Para ser vegetariano había que estar comprometido; para cantar «Both Sides Now» con los ojos cerrados había que estar comprometido; para ser madre había que estar muy comprometida. A él, en cambio, todo le daba más o menos lo mismo. Eso, lo sabía de sobra, le garantizaría una larga vida, una vida libre de toda depresión. Había cometido un tremendo error al pensar que las buenas obras eran el camino que debía emprender. No lo eran. Las buenas obras terminaban por volver loco al más pintado. Fiona se dedicaba a las buenas obras y por eso se había vuelto loca: era una mujer vulnerable, estaba hecha un lío, era una inadaptada. Will en cambio disponía de un sistema infalible que lo iba a llevar de la mano, sin el menor esfuerzo, hasta la tumba. Y no tenía ganas de cagarla y echarlo todo a perder.
Fiona le telefoneó una vez más, al poco tiempo de aquella cena espantosa. Le dejó un mensaje en el contestador, pero él no le devolvió la llamada. También lo llamó Suzie, y aunque tenía ganas de verla no tardó en sospechar que lo hacía en nombre de Fiona, de modo que se mostró vago y rehusó comprometerse a nada. Empezaba a tener la impresión de que había llevado el rollo de las madres solteras y separadas demasiado lejos, y que ya no podía ir más allá, de modo que se disponía a regresar como si tal cosa a la vida que llevaba antes de conocer a Angie. Quizás fuera lo mejor.