Un gran chico (33 page)

Read Un gran chico Online

Authors: Nick Hornby

BOOK: Un gran chico
11.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No vamos a ninguna parte, ¿verdad que no, Marcus? —dijo Ellie con toda su dulzura.

Cuando estaban sentados en el coche de policía, Marcus se acordó del día en que se había largado del colegio y de la predicción que había hecho aquella tarde acerca de su futuro. En cierto modo, no se había equivocado. Toda su vida había cambiado, tal como había supuesto que ocurriría, y ahora ya estaba casi por completo seguro de que terminaría convertido en un vagabundo o un drogadicto. De momento, ya era un delincuente. ¡Y todo por culpa de su madre! Si su madre no se hubiera quejado por lo de las deportivas ante la señora Morrison, él nunca se habría cabreado con ésta cuando le insinuó que se mantuviera apartado de los chicos que tan mal se lo estaban haciendo pasar. Y no se habría largado del colegio en horas de clase..., ni habría conocido a Ellie esa mañana. Ellie tenía cierta responsabilidad en lo ocurrido. A fin de cuentas, fue ella quien arrojó la bota contra el escaparate. La cuestión era que cuando uno se había convertido en un chico que se saltaba unas cuantas clases, empezaba a salir con personas como Ellie y a meterse en líos, parecía inevitable que la policía lo detuviera y lo condujese a la comisaría de Royston. Ahora ya era imposible hacer nada al respecto.

Los policías, todo hay que decirlo, no se portaron mal. Ellie les explicó que no era una gamberra ni tomaba drogas, que sólo había querido expresar una protesta —para lo cual tenía derecho como ciudadana— por la explotación comercial de la muerte de Kurt Cobain. A los policías les pareció muy gracioso el suceso, y eso a Marcus se le antojó una buena señal, aunque Ellie se cabreó mucho más de lo que estaba: les preguntó de qué iban, y los policías se miraron mutuamente y se echaron a reír.

Cuando llegaron a la comisaría los hicieron pasar a una pequeña habitación, donde una mujer policía comenzó a conversar con ellos. Les preguntó sus nombres, la edad que tenían y sus señas, y quiso saber qué estaban haciendo en Royston. Marcus trató de explicar lo de su padre y el alféizar de la ventana y Kurt Cobain y el vodka, pero cayó en la cuenta de que todo era un tanto embarazoso e inexplicable, y comprendió que la mujer policía no lograba entender qué tenía que ver el accidente de su padre con Ellie y el escaparate, de modo que desistió de dar explicaciones.

—Él no ha hecho nada —soltó Ellie de repente. No lo dijo con amabilidad, sino como si hubiese debido hacer algo y no hubiera hecho nada—. Me bajé del tren y me siguió. Fui yo quien rompió el escaparate. Deje que se marche.

—¿Que se marche adonde? —le preguntó la mujer policía. Fue una muy buena pregunta, pensó Marcus, que además se alegró de que la hiciera. No tenía demasiadas ganas de que lo dejaran suelto en Royston—. Habrá que telefonear a su padre o a su madre, y a los tuyos también, claro.

Ellie la fulminó con la mirada, gesto que la mujer policía correspondió de inmediato. No parecía que hubiera nada más que decir. Conocían la naturaleza del delito y la identidad del delincuente, que se encontraba en la comisaría tras ser detenido, de modo que se sentaron a esperar en silencio.

Los primeros que se presentaron fueron su padre y Lindsey, que había tenido que conducir debido a la clavícula fracturada de aquél. Como Lindsey detestaba conducir, cuando llegaron los dos se mostraron bastante nerviosos. Lindsey estaba cansada y alterada, y su padre cabreado y dolorido. No tenía pinta de un hombre que hasta muy poco antes hubiera estado desesperado por ver a su único hijo.

La mujer policía los dejó a solas. Clive se sentó en un banco que estaba pegado a una de las paredes de la habitación; Lindsey, a su lado, lo miraba con evidente preocupación.

—Eso era justamente lo que yo necesitaba, Marcus. Muchísimas gracias.

Marcus miró compungido a su padre.

—El no ha hecho nada —dijo Ellie con impaciencia—. Sólo trataba de ayudarme.

—¿Y tú quién eres exactamente, si es que puede saberse?

—¿Exactamente? ¿Que si puede saberse? —Ellie se iba a reír de su padre todo lo que le diera la gana. A Marcus no le pareció que fuese una gran idea, pero estaba harto de luchar a brazo partido con ella—. Pues soy Eleanor Toyah Gray, quince años y siete meses de edad. Vivo en el número 23 de...

—¿Y qué haces ganduleando con Marcus?

—No estoy ganduleando con él. Es amigo mío.

Para Marcus, aquello fue una novedad. Desde que subieron al tren no había tenido la sensación de que Ellie fuera amiga suya.

—Me pidió que fuera con él a Cambridge porque no tenía muchas ganas de sostener una conversación cara a cara con su padre —prosiguió ella—, sobre todo porque piensa que éste no lo comprende y lo abandonó en el momento en que más lo necesitaba. Son estupendos los hombres, ¿verdad? Tienes una madre que está pensando en suicidarse y a ellos les da igual. En cambio, se caen del puto alféizar de una ventana y de pronto te convocan para hablar sobre el sentido de la vida.

Marcus se cruzó de brazos sobre la mesa y agachó la cabeza. De pronto se sentía muy cansado. No tenía ganas de estar con ninguna de aquellas personas. Bastante dura era la vida sin que Ellie se pusiera a soltar burradas.

—¿La madre de quién dices que piensa en suicidarse? —preguntó Clive.

—La de Ellie —respondió Marcus con aplomo.

Clive miró a Ellie con evidente curiosidad.

—Lamento saberlo —dijo, sin que pareciera lamentarlo ni tener demasiado interés en el tema.

—No pasa nada. —Ellie la había pillado al vuelo, y pasó un rato callada.

—Supongo que me echarás la culpa de todo esto —dijo su padre—. Supongo que pensarás que si me hubiera quedado con tu madre no te habrías descarriado. Y probablemente tengas toda la razón. —Suspiró, y Lindsey le acarició una mano con ternura.

Marcus se irguió en su asiento.

—¿De qué estás hablando?

—Soy yo el que te ha metido en este lío.

—Lo único que hice fue bajar de un tren —dijo Marcus. Su cansancio había sido sustituido por una especie de enfado extraño en él, un enfado que le daba la fuerza necesaria para discutir con cualquiera, de la edad que fuese. Ojalá esa sensación pudiera comprarse en frascos, pensó, para guardar uno en su pupitre del colegio y darle un sorbo de vez en cuando a lo largo del día—. ¿Qué tiene que ver el descarriarse con el que me haya bajado de un tren? Ellie sí está descarriada. Está como un cencerro. Rompió un escaparate con su bota porque detrás del cristal había una fotografía de una estrella del rock. Pero yo no he hecho nada. Y me da igual que tú te fueras de casa. Aunque siguieras con mamá, me habría bajado del tren, porque quería cuidar de mi amiga. —Eso no era del todo verdad, porque si su padre y su madre hubiesen seguido juntos él ni siquiera habría estado en ese tren, a no ser que le hubiera dado por ir a Cambridge con Ellie por la razón que fuese—. Supongo que como padre eres un inútil, y que eso no sirve de gran ayuda para ningún chico, pero habrías sido un inútil vivieras donde vivieses, y no creo que eso tenga la menor importancia.

Ellie se echó a reír.

—¡Eso es, Marcus! ¡Así se habla!

—Gracias. La verdad es que lo he disfrutado.

—Pobre chiquillo —susurró Lindsey.

—Y tú cállate la boca —dijo Marcus. Ellie se rió todavía más fuerte. La pobre Lindsey nunca le había hecho nada malo, pero era su ira la que hablaba por él.

—¿Podemos marcharnos? —preguntó Ellie.

—No, hay que esperar a que llegue tu madre —respondió Clive—. Viene con Fiona. En el coche de Will.

—Oh, no —dijo Marcus.

—Me cago en todo —masculló Ellie, y Marcus soltó un gruñido. Los cuatro permanecieron quietos, mirándose los unos a los otros, a la espera de la siguiente escena de lo que empezaba a parecerles una especie de comedia interminable.

34

A fin de cuentas, la vida era como el aire. De eso, Will ya no tenía la menor duda. No había forma humana de mantenerla lejos de uno, o al menos a cierta distancia; por el momento, todo lo que podía hacer era vivir y respirar. Le resultaba un misterio cómo se las apañaba la gente para metérsela en los pulmones sin atragantarse; era demasiado áspera, un aire que casi se podía masticar.

Llamó a Rachel desde casa de Fiona mientras ésta se encontraba en el cuarto de baño. En esta ocasión sí contestó a su llamada.

—Nunca pensaste en ir a la cita, ¿verdad?

—Bueno...

—¿Sí o no?

—No. Pensé... Pensé que sería mejor así. ¿He hecho algo irremediable?

—No, supongo que no. Supongo que me ha sentado muy bien.

—Pues ya lo has visto.

—Ya, pero por norma...

—Por norma, suelo presentarme siempre que digo que voy a hacerlo.

—Gracias.

Le contó a Rachel lo ocurrido con Marcus y Ellie, y prometió que la mantendría informada. Nada más colgar el auricular llamó Katrina, la madre de Ellie, y habló con Fiona. Luego Fiona habló con Clive, y después llamó a Katrina para ofrecerse a llevarla a Royston. Y Will fue por su coche, y partieron los dos hacia el domicilio de Ellie.

Mientras Fiona iba en busca de la madre de Ellie, Will permaneció sentado en el coche escuchando a Nirvana y pensando en el Día del Pato Muerto. Había algo que le recordaba aquel incidente; flotaba en el ambiente la misma sensación de inminencia del caos, de que nada era previsible. La principal diferencia radicaba en que ahora nada era..., bien, tan divertido. No, eso no significaba que el intento de suicidio de Fiona hubiera sido motivo de risas y diversión; se trataba más bien de que entonces él aún no conocía a aquellas personas, no le importaban, y por eso había tenido la posibilidad de mantenerse al margen y observar con una fascinación terrible, pero en el fondo una fascinación neutral, el follón que puede armar la gente si se lo propone, si tiene mala suerte o si se dan las dos cosas a la vez. Sin embargo, ahora esa neutralidad había desaparecido y Will estaba mucho más preocupado por el pobre Marcus, sentado con una adolescente medio chiflada en la comisaría de policía de un pueblo de la periferia —si bien el chico seguramente olvidaría esa experiencia en menos de una semana—, que por el intento de suicidio de su madre, cuyo recuerdo él con toda certeza se habría llevado a la tumba. Al parecer, tener sentimientos o no tenerlos era indiferente puesto que toda respuesta sería desproporcionada ante lo que la hubiese suscitado.

La madre de Ellie era una mujer atractiva de poco más de cuarenta años y aspecto lo bastante juvenil como para que le sentaran de maravilla los vaqueros desgastados y la cazadora de cuero que llevaba. Tenía el pelo rizado y teñido con henna, y unas bonitas arrugas en las comisuras de los ojos y la boca; en lo referente a su hija, daba la impresión de considerar desde hacía mucho tiempo que todo estaba perdido.

—Está loca —sentenció Katrina a la vez que se encogía de hombros, nada más subir al coche—. No sé cómo ni por qué, pero lo está. No quiero decir loca de remate, ya sabéis. ¿Os importa que fume si abro un poco la ventanilla? —Se puso a hurgar en el bolso, no logró encontrar el mechero y se olvidó de su intención de fumar—. Tiene gracia. Cuando nació Ellie, yo de veras esperaba que de mayor fuera exactamente así, batalladora, rebelde, brillante y llamativa. Por eso le puse por nombre Eleanor Toyah.

—¿Es alguna alusión clásica? —preguntó Fiona, riendo.

—No, de la música pop —respondió Will, que no entendió a qué venía la risa de Fiona—. Toyah Wilcox.

—Y ahora que es batalladora, rebelde y lo que quieras, daría cualquier cosa por que fuera un poco más comedida y llegara a casa a la hora prevista. Me está matando.

Will hizo una mueca ante la manera de hablar de Katrina y miró de reojo a Fiona, quien no dio ninguna muestra de que para ella dicha expresión tuviera otro sentido que el meramente figurado.

—Aunque ésta es la gota que colma el vaso —añadió Katrina.

—Lo mismo digo —apuntó Fiona.

—Al menos, hasta la siguiente gota.

Las dos se echaron a reír, pero era verdad. O a Will al menos se lo pareció. Siempre habría una gota más. Ellie estaba matando a Katrina y Marcus estaba matando a Fiona, y seguirían matándolas durante años. Eran las muertas vivientes: jamás vivirían, al menos como era debido, y era imposible que muriesen. Tan sólo podían sentarse las dos en el coche de un desconocido y reírse de todo ello. A pesar de todo, ¿había gente, como Jessica, capaz de decirle a la cara que estaba perdiéndose algo bueno? Se dijo que jamás llegaría a entender su significado, si acaso tenía alguno.

Hicieron una parada para repostar gasolina, comprar latas de refrescos, un par de bolsas de patatas fritas y chocolatinas. Al volver al coche, el ambiente era distinto: entre el ruido de las latas al abrirse y el crujir de las bolsas de patatas, parecían haberse convertido en un trío. Era casi como si, de entrada, se hubiesen olvidado del motivo por el que estaban allí. De las excursiones en el autobús del colegio Will recordaba que viajar era algo relacionado con el hecho de irse y volver más tarde, aunque no estaba muy seguro de que fuese eso exactamente. Quizás uno no se diera cuenta de que había creado un sentimiento hasta que lo dejaba atrás y volvía a reencontrarse con él, pero en ese instante había un sentimiento común, una mezcla de desesperación, preocupación compartida, histeria contenida y espíritu de equipo que a cualquiera se le habría subido a la cabeza, y Will tenía plena conciencia de estar contenido en ese sentimiento, en lugar de mirarlo desde el otro lado de un cristal. No, era imposible que fuese eso lo que se estaba perdiendo, porque no se lo estaba perdiendo, aunque sin duda tenía que ver con los niños. Pensó que había que otorgarle a Marcus todo el mérito: el chico era torpe y raro, pero poseía la curiosa capacidad de crear puentes entre las personas, y eso era algo que muy pocos adultos estaban en condiciones de hacer. Will jamás se hubiera imaginado que sería capaz de cruzar la acera para saludar a Fiona, pero ahora mismo lo era; su relación con Rachel, por otra parte, se hallaba por completo cimentada en Marcus. Y allí había de pronto una tercera persona, una persona a la que nunca había visto, y los tres intercambiaban barritas de Kit-Kat y sorbos de Coca-Cola Light, casi como si estuviesen intercambiado fluidos corporales. No dejaba de tener un punto de ironía que ese muchacho solitario y aislado supiera de algún modo facilitar todas esas conexiones, y en cambio permaneciera tan ajeno a cualquier conexión con los demás.

—¿Por qué se pegó un tiro el tío ese? —preguntó Fiona de repente.

Other books

Denial by Jessica Stern
Murder Must Advertise by Dorothy L. Sayers
The Summer Book by Tove Jansson