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Authors: Isaac Asimov

Un guijarro en el cielo (7 page)

BOOK: Un guijarro en el cielo
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—Bueno, si quiere que le sea sincero debo decir que hago todo lo posible por evitar el contacto con los terrestres —respondió Ennius, y sonrió.

—Eso se debe a que incluso usted siente el temor fomentado por la propaganda, que después de todo ha sido creada por la estupidez de sus fanáticos.

—Vamos, Shekt... ¿Pretende decirme que la teoría de que los terrestres son radiactivos carece de todo fundamento teórico?

—Oh, pues claro que los terrestres son radiactivos. ¿Cómo iban a poder evitarlo? Usted también lo es, Procurador. Todos y cada uno de los habitantes de los cien millones de planetas del Imperio son radiactivos. Confieso que nosotros lo somos en mayor grado, pero no tanto como para dañar a ningún ser humano.

—Pero me temo que el ciudadano medio de la Galaxia cree lo contrario, y yo no quiero descubrir la verdad por experiencia propia. Además...

—Va a decir que además somos distintos, ¿eh? No somos seres humanos porque entre nosotros las mutaciones se producen más deprisa debido a las radiaciones atómicas, y por eso hemos cambiado en muchos aspectos, ¿verdad? Eso tampoco está probado.

—Pero es lo que se cree.

—Y mientras se crea, Procurador, y mientras los terrestres seamos tratados como parias, usted encontrará en nosotros todas las características que desaprueba. Si se nos oprime de una forma intolerable, ¿acaso es tan extraño que nos resistamos? No, no... Somos ofendidos en un grado mucho mayor que ofensores.

Ennius se sintió un poco disgustado por la cólera que había provocado, y pensó que incluso los mejores terrestres tenían el mismo punto débil, el mismo sentimiento de antagonismo que enfrentaba a la Tierra contra todo el resto del universo.

—Le pido que disculpe mi torpeza, Shekt —dijo con todo el tacto de que era capaz—. Que mi juventud y mi aburrimiento le sirvan de excusa, ¿de acuerdo? Tiene ante usted a un pobre muchacho de sólo cuarenta años de edad —y le recuerdo que en el funcionariado profesional cuarenta años es casi la edad de un niño que está haciendo su aprendizaje en la Tierra. Quizá pasarán bastantes años antes de que mi nombre quede suficientemente grabado en la memoria de los idiotas del Departamento de Provincias Exteriores como para ascenderme a un cargo menos peligroso. Bien, los dos somos prisioneros de la Tierra y, al mismo tiempo, también somos ciudadanos de ese gran mundo del cerebro en el que no existe distinción alguna por los planetas ni por las características físicas. Venga, deme su mano y seamos amigos.

Las arrugas se borraron del rostro de Shekt o, mejor dicho, las arrugas anteriores fueron sustituidas por otras que expresaban buen humor; y el físico acabó soltando una carcajada.

—Las palabras son las de un suplicante, pero el tono sigue siendo el de un diplomático imperial de carrera —dijo—. Es usted un pésimo actor, Procurador Ennius.

—Entonces contraataque siendo un buen maestro, y hábleme de ese aparato llamado sinapsificador que ha inventado.

El sobresalto de Shekt fue evidente, y frunció el ceño.

—¿Ha oído hablar del sinapsificador? ¿Acaso es físico además de administrador imperial?

—Mi especialidad son los conocimientos generales, Shekt. Pero ahora hablemos en serio, estoy sinceramente interesado en su descubrimiento.

El físico miró fijamente a su interlocutor con lo que parecía desconfianza en los ojos. Después se puso en pie, se llevó una mano sarmentosa a la boca y empezó a pellizcarse el labio con expresión pensativa.

—No sé por dónde empezar...

—¡Válganme las estrellas! Si lo que quiere es saber por qué punto de la teoría matemática debe comenzar, me encargaré de simplificarle el problema diciéndole que se olvide de todos. No entiendo nada de funciones, tensores y demás asuntos similares.

—En tal caso —respondió Shekt con los ojos brillantes—, me limitaré a la parte descriptiva, y le diré que el sinapsificador es un aparato destinado a aumentar la capacidad de estudio y aprendizaje del ser humano.

—¿Del ser humano? ¡Vaya! ¿Y funciona?

—Ojalá lo supiéramos. Tengo que trabajar mucho más en él antes de poder contestar a esa pregunta... Le explicaré los puntos esenciales y después usted mismo juzgará, Procurador. El sistema nervioso del ser humano y de los animales irracionales está compuesto de materia neuroproteínica. Esa materia está formada por moléculas muy grandes que se hallan en un estado de equilibrio eléctrico bastante precario. El más mínimo estímulo excitará a una, la cual sólo puede volver a su estado anterior excitando a la vecina, y a su vez ésta repetirá el proceso hasta llegar al cerebro. El cerebro mismo es una inmensa agrupación de moléculas similares que están conectadas unas con otras de todas las maneras posibles. Teniendo en cuenta que el número de neuroproteínas que hay en el cerebro se aproxima a diez elevado a la vigésima potencia, o sea, un uno seguido de veinte ceros, la cantidad de combinaciones posibles es del orden del factorial de diez elevado a la vigésima potencia. Ese número pertenece a un orden de magnitud tan inmenso que si todos los electrones y protones del universo se convirtiesen en universos, y si luego todos los electrones y protones de esos nuevos universos se transformasen a su vez en más universos, todos los electrones y protones de todos los universos así creados seguirían siendo nada en comparación con él... ¿Me va entendiendo, Procurador?

—No he entendido ni una palabra, y doy gracias a las estrellas por eso. Aunque lo intentase me temo que acabaría lanzando gemidos de puro dolor intelectual.

—Hum. Bien, de todos modos, lo que llamaremos impulsos nerviosos no son más que el desequilibrio electrónico progresivo que circula por los nervios hasta llegar al cerebro y, una vez en él, surge de nuevo y vuelve a circular por los nervios. ¿Entiende esto?

—Sí.

—Bien, pues entonces ya le falta menos para llegar a ser un genio y le felicito por ello... Mientras ese impulso se desplaza por las células nerviosas avanza a una gran velocidad porque las neuroproteínas se encuentran casi pegadas las unas a las otras; pero la cantidad de células nerviosas es limitada, y entre cada célula nerviosa y la siguiente existe una especie de tabique delgadísimo formado por tejido no nervioso. En otras palabras, que dos células vecinas no están verdaderamente conectadas entre sí.

—Ah —dijo Ennius—. Así que el impulso nervioso tiene que saltar esa barrera, ¿no?

—¡Exactamente! El tabique disminuye la intensidad del impulso, la velocidad de su transmisión en relación directa con su espesor, y eso también es aplicable al cerebro. Pero ahora imagine lo que ocurriría si se pudiese encontrar una forma de reducir la constante dieléctrica del tabique intercelular.

—¿La constante qué?

—La fuerza aislante del tabique, dicho en otras palabras. Si la disminuyéramos, el impulso atravesaría el tabique más fácilmente. Se podría pensar con mayor rapidez, y también sería posible aprender en menos tiempo que antes.

—Entonces volvamos a la primera pregunta que le hice. ¿Ha tenido éxito?

—He probado el sinapsificador con animales.

—¿Y con qué resultado?

—Bueno, la mayoría muere debido a la desnaturalización de la proteína cerebral..., coagulación, en otras palabras. Como cuando se hierve un huevo, ¿entiende?

—Hay algo inmensamente cruel en la sangre fría con que actúa la ciencia —comentó Ennius reprimiendo un estremecimiento—. ¿Y los animales que no murieron?

—El resultado no es concluyente porque no se trata de seres humanos. Las pruebas parecen indicar que los efectos han sido favorables..., pero necesito seres humanos. El problema estriba en las propiedades electrónicas naturales del cerebro individual, ¿comprende? Cada cerebro produce microcorrientes de un tipo determinado, y no hay dos casos exactamente iguales. Es algo parecido a lo que ocurre con las huellas dactilares o con la red de vasos sanguíneos de la retina y, de hecho, las particularidades de cada cerebro son todavía más acentuadas. Creo que el tratamiento debería tener en cuenta esto, y si estoy en lo cierto no se producirán más procesos de desnaturalización; pero no dispongo de seres humanos con los que experimentar. Solicité voluntarios, pero...

Shekt alzó las manos en un gesto de impotencia.

—Le aseguro que no los culpo, amigo mío —dijo Ennius—. Pero hablando seriamente, ¿qué piensa hacer con su instrumento suponiendo que llegue a perfeccionarlo?

—Eso no es algo que me corresponda decidir a mí —respondió el físico, y se encogió de hombros—. El sinapsificador quedaría en manos del Gran Consejo, naturalmente.

—¿No pondría su invento a disposición del Imperio?

—Bueno, yo no tendría ningún inconveniente en hacerlo; pero el Gran Consejo se reserva la jurisdicción sobre...

—¡Al diablo con su Gran Consejo! —exclamó Ennius con impaciencia—. Ya he discutido con quienes lo forman en otras ocasiones. ¿Estaría dispuesto a hablarles cuando llegue el momento oportuno?

—¿Y qué influencia podría tener yo?

—Podría decirles que si la Tierra consiguiese producir un sinapsificador aplicable a todos los seres humanos sin ningún peligro y si el sinapsificador fuese puesto al servicio de la Galaxia..., bueno, entonces quizá resultaría posible derogar algunas de las restricciones actuales que pesan sobre la emigración de terrestres a otros planetas.

—¿Cómo? —exclamó Shekt con ironía—. ¿A pesar del riesgo que suponen las epidemias, de nuestras diferencias y de nuestra inhumanidad básica?

—Quizá incluso sería posible efectuar un traslado masivo de la población terrestre a otro planeta —agregó Ennius sin inmutarse—. Piense en eso.

En ese momento se abrió la puerta y una joven pasó por delante del gabinete repleto de microfilmes. Su presencia disipó la atmósfera enrarecida de aquel laboratorio que casi siempre estaba cerrado trayendo consigo automáticamente un impalpable soplo de la primavera. Cuando vio que Shekt estaba hablando con un desconocido, la joven se ruborizó y giró sobre sí misma para marcharse.

—Entra, Pola —se apresuró a decir Shekt—. Creo que no conoce a mi hija Pola, Procurador. Pola, te presento al Señor Ennius, Procurador Imperial de la Tierra.

El Procurador se puso en pie moviéndose con una desenvuelta galantería que cortó el atropellado intento de hacer una reverencia que había iniciado la joven.

—Querida señorita Shekt, nunca creí que la Tierra fuese capaz de producir algo tan maravilloso como usted —dijo Ennius—. Cualquiera de los mundos que recuerdo haber visitado estaría orgulloso de contar con su presencia, y le aseguro que soy sincero.

Tomó la mano de Pola, que la joven se había apresurado a extender con una cierta timidez en cuanto había visto que el Procurador venía hacia ella. Por un momento Ennius pareció a punto de besarla con ese gesto cortés más propio de la generación pasada que de la actual, pero si ésa fue su intención no logró materializarla. La mano a medio levantar se escurrió de entre sus dedos..., quizá demasiado rápidamente.

—La amabilidad con que trata a una simple muchacha de la Tierra me abruma, Procurador Ennius —dijo Pola—. Es muy valeroso y galante por su parte arriesgarse de esta manera a un posible contagio, y...

Shekt carraspeó para aclararse la garganta y la interrumpió.

—Mi hija está completando sus estudios en la Universidad de Chica, Procurador —dijo—. Ha venido a pasar dos semanas en mi laboratorio en calidad de técnica para llevar a cabo unos cuantos trabajos prácticos que se le exigen. Es una joven muy competente, y aunque hablo con el lógico orgullo de padre, quizá algún día ocupe mi lugar.

—Padre, tengo una información muy importante que darte —intervino Pola—. Es... —titubeó antes de seguir hablando.

—¿Desea que me vaya? —preguntó amablemente Ennius.

—No, no —dijo Shekt—. ¿De qué se trata, Pola?

—Tenemos un voluntario, papá —dijo la muchacha.

—¿Para el sinapsificador? —preguntó Shekt, mirándola con una fijeza casi estúpida.

—Eso dice él.

—Bien, veo que le he traído buena suerte —comentó Ennius.

—Así parece —asintió Shekt volviéndose hacia su hija—. Dile que espere. Llévale a la sala C, y me reuniré con él lo más deprisa posible. —Shekt se volvió hacia Ennius en cuanto Pola hubo salido de la habitación—. ¿Me disculpa, Procurador?

—Naturalmente. ¿Cuánto dura el proceso?

—Me temo que algunas horas. ¿Desea presenciar cómo se lleva a cabo?

—No se me ocurre ningún espectáculo más macabro y al que esté menos deseoso de asistir, mi estimado Shekt. Estaré en la Casa del Estado hasta mañana. ¿Me informará de los resultados?

—Sí, desde luego —asintió Shekt, quien pareció un poco aliviado.

—Bien... Y piense en lo que le he dicho sobre el sinapsificador. Es un nuevo camino real hacia el conocimiento.

Ennius se marchó sintiéndose más intranquilo que cuando había llegado. No sabía mucho más que antes, y sus temores habían aumentado.

5
El voluntario involuntario

En cuanto se hubo quedado a solas el doctor Shekt pulsó un botón y un joven técnico entró inmediatamente en la habitación. Llevaba una bata blanca inmaculada, y su larga cabellera castaña estaba meticulosamente peinada hacia atrás.

—¿Le ha informado Pola de...? —preguntó el doctor Shekt.

—Sí, doctor Shekt. He estado observando a ese hombre por la pantalla, y no cabe duda de que es un voluntario. Estoy seguro de que no es un candidato enviado de la forma acostumbrada.

—¿Cree que debo dirigirme al Consejo?

—No sé qué decirle... El Consejo no aprobaría ninguna comunicación corriente. Ya sabe que cualquier haz energético de comunicaciones puede ser interferido. ¿Qué le parece si nos libramos de él? —preguntó nerviosamente—. Puedo decirle que necesitamos hombres de menos de treinta años... A juzgar por su aspecto, tiene al menos treinta y cinco años de edad.

—No, no —respondió Shekt—. Será mejor que le eche un vistazo.

Su mente se había convertido en un torbellino. Hasta aquel momento todo había sido manejado de la forma más cautelosa e inteligente posible. Se habían dado las informaciones suficientes para demostrar una sinceridad totalmente falsa, y ni una brizna más. Y de repente tenían un voluntario de carne y hueso..., e inmediatamente después de la visita de Ennius. ¿Habría alguna relación? El mismo Shekt apenas tenía una vaga idea de las tremendas fuerzas nebulosas que estaban empezando a luchar sobre la maltrecha faz de la Tierra, pero a pesar de ello creía saber lo suficiente al respecto..., lo suficiente como para sentirse a merced de ellas e, indudablemente, mucho más de lo que cualquier Anciano sospechaba que sabía.

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