»—Te diré lo que puedes hacer. Dentro de un tiempo te lo diré, pero antes, por favor, trata de comprender que si no quiero que vayas a vivir al
borghetto
es por tu bien, más que por el mío. Si te fueras, todo lo que has adquirido mediante el estudio y la lectura se volvería parte de tu pasado. El reinado libre de tu curiosidad llegaría a su fin. No tendrías tiempo para leer, Tosca. ¿Te puedes imaginar una vida sin tiempo para leer? Si quieres estar en el
borghetto
, puedes estar allí, pero sin cerrar tu vida aquí. Puedes tener las dos cosas.
»—Señor, no quiero las dos cosas. Quiero volver a casa y, puesto que no es posible, creo que puedo encontrar una casa allá abajo.
»—Tal vez podrías; con lo optimista que eres, Tosca, podrías conseguirlo, pero me niego a participar en ello.
»—¿Quiere decir que no me dejará irme a vivir al
borghetto
?
»Me mira y, apenas un poco más fuerte que un susurro, dice:
»—No, claro que no quiero decir eso. —Ríe entonces—. No eres mi prisionera.
»—Entonces, ¿qué soy? ¿Qué soy para usted?
»Leo permanece en silencio. Recoge la pluma estilográfica verde y negra y la acaricia con la yema del pulgar. Quiero que me acaricien.
»—Creo que eres una joven extraordinaria a la que tengo mucho cariño. Me gustaría mucho tenerte siempre cerca.
»Dice las últimas palabras con lentitud.
»¿Por qué no me pregunta lo que es él para mí? ¿Porque lo sabe? Se queda callado, absorto en la pluma estilográfica verde y negra, y después continúa:
»—Aunque no fuera tan egoísta como para querer tenerte conmigo, de todos modos te prevendría para que no te fueras a vivir allá abajo. Aunque tú te imagines que perteneces a la tribu de los campesinos, como tú dices, ellos no te reconocen como uno de ellos, sino que para la mayoría eres una más de mis hijas y para algunos estás marcada de otra manera:
una bella puttanina
, la hermosa putita. Ya sé que has oído cuchicheos en el salón. Querían que tú los oyeses y yo también. Nada les gustaría más que lo negara o, mejor aún, que confesara, pero sólo hablo de cosechadoras y del precio del carbón y mi reserva los excita, pero cuchicheos hay en todas partes y los habrá en el
borghetto
. Tanto si eres mi hija como si eres mi amante, los campesinos rechazarán hasta la insinuación de intimidad contigo, aunque si te pusieran, si yo te pusiera, quiero decir si tú quisieras que te pusieran en algún puesto de autoridad, los campesinos estarían encantados, porque estarías bastante separada para que se sintieran cómodos y tendrían libertad para relacionarse contigo dentro de los límites de tu puesto.
»—¿De qué puesto?
»—Dando clases a sus hijos, como
maestra
. Todos saben que has recibido una educación rigurosa y todos saben que eres muy buena alumna. Donde no serías admitida como una igual, te aceptarían sin ningún problema como alguien de una categoría superior que ha ido a enseñar a sus hijos.
»—¿Y qué pasaría con mi condición de
bella puttanina
? ¿Me está diciendo que, si me convierto en
la maestra
, dejarán de cuchichear?
»—No, la verdad es que seguirás siendo pasto de la murmuración, hagas lo que hagas y creo que vayas donde vayas. Que te tomara como pupila hace mucho tiempo ha provocado esto; a pesar de mis intenciones y de mis acciones posteriores, yo lo he provocado.
»—De modo que estoy marcada, manchada, tanto en el palacio como en el
borghetto
.
»—Marcada sí, manchada no, pero no puedes asimilar todo esto al mismo tiempo. Te he planteado en una tarde lo que a mí me ha llevado meses decidir. Dejémoslo aquí. Hablaremos un poco todos los días, sobre las ideas, sobre todo esto.
»Por primera vez desde que nos hemos puesto a hablar, sonríe. Está casi oscuro en la biblioteca y se pone de pie para encender dos lámparas, pero hasta el brillo tenue que emiten parece basto. Un final inesperado. Debió de sentirlo él también, porque rápidamente las apaga y enciende una vela y un cigarrillo con la misma cerilla. Se disculpa por no ofrecerme un cigarrillo.
»—Ya sabe que no fumo —le digo y me gusta que hablemos de algo tan adulto como un cigarrillo.
»—A lo mejor quieres empezar cuando te cuente lo que vamos a hacer.
»Lo dice mientras se echa atrás en la silla y estira los brazos hacia la mesa de la biblioteca, al tiempo que sujeta el cigarrillo en la boca. Me gusta más verlo fumar cigarrillos que su pipa. Fumaba un cigarrillo aquella noche y también lo tenía entre los labios. Lo vi cuando abrí de golpe la puerta de su habitación. Se lo quitó de la boca y lo arrojó al fuego. Caminó rápidamente, casi corriendo, hacia mí. "Tosca, ¿qué pasa?" Vi su torso desnudo por encima de sus pantalones de montar. Su voz atraviesa entonces mis pensamientos. Habla del paseo a caballo que dio con Cosimo hace poco y que le gustaría que los tres recorriéramos la misma senda algún día, quizá el domingo.
»—Un largo paseo a caballo —dice—, hasta el pabellón de caza. Un lugar antiguo y precioso —me cuenta—. Allí hay ahora unos primos. Aves y liebres silvestres.
Potremo pranzare là con loro
. Podemos quedarnos a comer con ellos. A ver qué nos depara el domingo —dice. Suenan las campanas de la capilla; faltan quince minutos para las vísperas—. Es cierto y tú lo sabes, Tosca.
»He dicho
a dopo
, hasta luego. He hecho una reverencia y me he dado la vuelta para marcharme, pero vuelvo a girar hacia él para saber qué es lo que es cierto:
»—Que me gusta mucho tenerte siempre cerca.
—Pocos días después, Leo, Cosimo y yo vamos juntos en coche al
borghetto
. No había vuelto a subir a un automóvil desde aquel primer día en que los dos fueron a buscarme a la casa de mi padre para llevarme al palacio. Los muslos infantiles larguiruchos y sudorosos sobresalían por debajo de un vestido que me quedaba pequeño y se me pegaban al asiento de piel. Ahora mis piernas juveniles son tan largas que apenas quepo, medio tumbada, en el estrecho asiento trasero entre los pliegues de mi vestido rosa pálido. Cosimo conducía aquel día lejano, igual que hoy, y Leo va en el asiento del acompañante. "¿Es el mismo automóvil?" Confío en que comprenda la pregunta y así es. Me dice que es el mismo y sacude la cabeza, como con asombro, y sonríe. Ya hemos llegado.
»En los casi siete años que llevaba viviendo en el palacio, había visto poco más allá del patio del
borghetto
, más allá del lugar donde deambulan las cabras, los pollos y los gansos, donde el zapatero monta su taller algunas veces, donde está la conejera, a la sombra de una pequeña alameda. Casi nada más. En cambio ahora, acompañados por un grupo de hombres a los que Leo presenta como contratistas, los tres atravesamos o miramos el interior de todos los edificios de la pequeña comunidad. Estructuras de una sola planta hechas de piedra y algún
pasticcio
de ladrillos y madera; no hay indicios de confort, pero hay dignidad y se busca la armonía. La
mensa
, el refectorio, huele a luz natural y a tomates cocidos en un cazo en el que se vienen cociendo tomates desde siempre. En las largas mesas cubiertas con hules de todos los colores y en los bancos desnudos junto a ellas es donde creo que me gustaría sentarme. Hay un dormitorio donde duermen algunos de los solteros, una tahona, una cabaña en la que se fabrica el queso, un ahumadero y una capilla. Un aula. El resto de las estructuras están divididas en pequeños dormitorios de techo bajo y suelo de tierra, donde las familias y a menudo los animales duermen juntos. Hay un abrevadero largo y ancho donde beben los animales, en la misma fuente de agua en la que se lava la ropa, que se frota sobre piedras planas. No hay un lugar donde bañarse ni sanitarios. Pienso en mi propio hogar de la niñez y en su esplendor relativo y pienso en Leo, que me decía que soy una romántica.
»Hay pocas personas por aquí; sólo las que son demasiado pequeñas o demasiado mayores para estar en los campos u ocupadas en alguna otra actividad en la tahona o en la cocina. Me quedo un rato a observar a aquellas mujeres trabajando. Sin nada de la alegría altiva que derramaban en la
festa
, se ocupan de sus tareas casi en silencio. Desprovisto de la presión de las actividades cotidianas, el suyo es un trabajo de supervivencia. Voy a sentarme junto a un anciano; es el mismo que tocaba el arpa de boca en la
festa
, o al menos así me lo parece. Sobre sus rodillas flacuchas, sostiene a un bebé de ojos negros que berrea, medio de alegría, medio reclamando una entrega más rápida de la papilla que el anciano le echa en la boquita. Quiero quedarme con el anciano y el bebé. Les daría a los dos un buen baño y los pondría a dormir, mientras cocino para ellos. Leo me llama para que me acerque al grupo.
»Hablan de abrir ventanas en las paredes exteriores, de acabar las paredes interiores, de tejados y chimeneas y establos aparte para los animales; de un baño público, una
lavanderia
, un retrete. Habría camas de verdad en los dormitorios. Habría una cocina de carbón con diez quemadores en la cocina. Trato de seguir la conversación, pero, además, sigo a Cosimo con la mirada mientras da vueltas por ahí, abriendo y cerrando puertas que ya ha abierto y cerrado antes, como tratando de abarcar la miseria. Me alejo de los demás hombres y me acerco a él.
»—Tardará un año o tal vez dos, Tosca, pero Leo transformará este lugar. Lo convertirá en un modelo, un ejemplo que seguirán otros terratenientes. O eso o ellos le darán a él un castigo ejemplar: lo matarán por querer cambiar las cosas.
»Aunque sé que el sacerdote bromea cuando dice que "lo matarán", la frase me parece de muy mal gusto dicha aquí, donde ha estado el cuerpo de Filiberto hace apenas unos días. El sacerdote me inquieta y puede que esta sea su intención. No dejaré que vea que lo ha conseguido.
»—¿Se refiere a los otros
latifondisti?
»Me mira, me sostiene la mirada y sonríe.
»—Sí, otros
latifondisti
.
»—¿Y qué hará usted para colaborar en todo esto? —pregunto a Cosimo, sin saber si Leo habrá hablado con él sobre la idea de que me convierta en la maestra.
»—Fundamentalmente, rescatar a Leo cuando flaquee, porque flaqueará. Lo que hay que hacer aquí es la parte más pequeña del plan. El trabajo de preparar la tierra en barbecho para el cultivo, el trabajo de alentar a los campesinos a usar equipo nuevo y a aceptar nuevos métodos de labranza… eso lo amilanará, pero ni siquiera estas son las partes fundamentales del plan. Verás, Leo jura que, en vida, repartirá la tierra para que sus campesinos y sus hijos se conviertan en agricultores independientes que trabajen para alimentarse y vendan sus excedentes y empiecen a conocer las duras alegrías de manejar dinero. Esa será su gran obra y tal vez su gran imprudencia. No estoy convencido de que, al mejorar su condición, los campesinos encuentran la felicidad: más bien encuentran otro tipo de pobreza. Se desembarazan de su humanidad o la cambian por más pan. La gente tiene que ser lo que ha nacido para ser, Tosca. Unos han nacido para labrar la tierra y otros han nacido para poseerla.
»Horrorizado por su propia metedura de pata, el sacerdote interrumpe su soliloquio, me pone una mano en el hombro y dice:
»—Formas parte de la familia del príncipe hasta tal punto, Tosca, que siempre me olvido de que… Quiero decir que es como si siempre hubieses estado aquí, Tosca.
»—
Va bene, Don Cosimo. Capisco
. Está bien. Comprendo —respondo.
»Una vez más, me mira como si fuera nueva o diferente en cierto modo. Es que soy diferente. No se trata simplemente de que mi habitual falda pesada de tafetán y mi blusa almidonada hayan sido sustituidas por este vestido sedoso que acaba justo por encima de mis tobillos ni de que lleve las trenzas enrolladas por encima de la frente, en lugar de dos moños gruesos sobre las orejas: no es sólo eso lo que me vuelve diferente y Cosimo calla inverosímilmente, como si tratase de relacionar esta Tosca, que está a punto de cumplir los dieciséis, con aquella otra de nueve años, la maestra en ciernes con la salvaje que robaba caballos. Seguro que Leo no ha hablado con él sobre mí. Cosimo se ha puesto a hablar otra vez.
»—Como te decía, unos han nacido para labrar la tierra y otros han nacido para poseerla. Al reducir las amplias distancias históricas entre sus mesas, sus camas, sus nacimientos y sus muertes, las reformas que Leo se propone introducir son justas, pero ojalá se limite a ellas. No hay necesidad de repartir las tierras. Su plan es muy descabellado, querida mía; descabellado en el sentido de imprudente. Ojalá comprendiera que los campesinos se conformarían tan sólo con no dormir junto a sus cerdos.
»¿Por qué me habla a mí de estas cosas? "Descabellado en el sentido de imprudente." ¿Acaso piensa que yo tengo alguna influencia sobre Leo? Claro que no lo piensa, pero entonces ¿por qué…? Él reanuda su historia:
»—El príncipe es una persona complicada, Tosca; tan complicada que sus ideas pueden parecer simples, sobre todo para sí mismo. Dice que no hay héroes ni villanos. Dice que todos somos viles y todos somos buenos, aunque no en la misma proporción. Es como Jesucristo, a veces, cuando no es como Tolstoi, pero siempre es Cándido. Insiste en que lo que está haciendo aquí no lo convierte en liberal ni en progresista; se considera un patricio con una objetividad patricia con respecto a cosas que no le pertenecen; dice que no pretende cambiar las cosas en ninguna otra parte, sino sólo aquí. En otras palabras, el mundo de Leo es reducido: sus tierras y sus campesinos. Son hombres y mujeres a los que no idealiza, por cierto, pero de los que se siente responsable y quiere que se ennoblezcan, que trabajen con todas sus fuerzas y tengan la seguridad de tener comida en la mesa y una cama decente. Quiere ocuparse de todos ellos como si fueran sus hijos.
»Cosimo no puede esperar que yo comprenda lo que me dice acerca de reformas y de no dormir con los cerdos y de objetividad patricia como Leo no podía esperar que yo captara todo lo que me había dicho aquel día en la biblioteca y, sin embargo, sí que comprendí a Leo y creo que comprendo al sacerdote. Fundamentalmente, comprendo que Leo es bueno.
»Doy vueltas por el
borghetto
y lo examino con Cosimo, pero lo único que escucho es la voz de Leo: "Es cierto, Tosca, que me gusta mucho tenerte siempre cerca". Palabras de amor. ¿Acaso no eran palabras de amor? ¿Amor paternal? ¿Amor romántico? Hablo con Cosimo sin enterarme apenas de lo que digo y mucho menos de lo que dice él. A mi tranquila espera del momento oportuno según los regímenes del palacio añadiré ahora las revelaciones de Leo, tanto las que he comprendido como las que ha dejado a la media luz de aquella vela en la mesa de la biblioteca. De lo que estoy segura es que seré yo quien rescate a Leo cuando flaquee.