Una monarquía protegida por la censura (4 page)

BOOK: Una monarquía protegida por la censura
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SE ASUSTÓ DON CAMILO

Para todos aquellos que se extrañaron de mi artículo veraniego sobre el
Bribón
y pensaron que de la noche a la mañana me había vuelto antimonárquico, nada como recordar estas cosas o la crónica que el periodista de
El País
Camilo Valdecantos escribió a raíz de esta intervención parlamentaria en la tribuna.

Como tenía por costumbre, había hablado claro, y, una vez más, lo dicho figuraba en el diario de sesiones del Congreso; para colmo, decía así Camilo Valdecantos en
El País:

El portavoz del PNV, Iñaki Anasagasti, inició su intervención sobre la guerra de Irak con una broma y terminó lanzando el ataque más duro que se recuerda, en sede parlamentaria, contra la Corona y, específicamente, contra la figura y la actuación del rey Juan Carlos en el conflicto de Irak.

La Cámara escuchó con asombro cómo Anasagasti iniciaba un
crescendo
antimonárquico, con ribetes rupturistas. Hablaba de que se utilizaba el eufemismo de la ayuda humanitaria «para no involucrar a la figura del Rey», y a partir de ahí se lanzó en tromba en una cascada incontenible de acusaciones.

Según él, al Rey se le trata «como un tótem, sólo para inauguraciones y reprimendas al nacionalismo. Así cualquiera. Se instala uno en el palacio y queda todo en el halago y en el cabezazo».

Anasagasti tomó como pretexto formal de su diatriba el hecho de que el Rey haya recibido sólo al secretario general de los socialistas, José Luis Rodríguez Zapatero, al que exculpó expresamente por haber acudido a la cita real.

A partir de ahí Anasagasti se embraveció: «El Rey nos ha lanzado un mensaje a los demás pobres mortales de que tenemos que llegar a un entendimiento. Pero no nos dice cómo. Y ante la diversidad de criterios, su papel es el de escuchar las distintas opiniones que se suscitan con espíritu integrador, al servicio de los valores democráticos y del interés general. Esto lo ha dicho el Rey», aseguró Anasagasti, «a nuestro juicio, esto es pura retórica vacía, esto no es verdad, y queremos que conste en el diario de sesiones para acabar con tanta hipocresía. En la Casa Real existe el criterio de que el artículo 1.3 de la Constitución española, el que dice que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria, cuando habla del parlamento sólo se refiere a dos partidos. La Constitución, para la Casa Real, al parecer, sólo es una Monarquía bipartidaria».

No había terminado el diputado vasco con su acometida: «Eso de la Monarquía parlamentaria, como lo del Rey de todos los españoles, es pura retórica hueca. Entiendo que el PP no quiera involucrar al Rey. Pero nos parece improcedente que el Rey siga a pies juntillas lo que dictan desde Moncloa y no tenga ni la más mínima cortesía real». Por si algo faltaba, cerró el capítulo con tono abiertamente despectivo: «Como dicen los castizos, que con su pan se lo coman».

Nada más terminar Anasagasti el portavoz del PP, Luis de Grandes, se ausentó del hemiciclo; volvió más tarde, llamó a Gustavo de Arístegui, que iba a intervenir en nombre de su grupo, y le pasó un folio con notas. Arístegui concluyó su intervención deplorando la intervención de Anasagasti, del que dijo que había «faltado profundamente al respeto a la Corona». El diputado popular recalcó el papel integrador y democrático que ha jugado la Corona desde 1976, y los diputados de su grupo mantuvieron una larga ovación que, sin duda en este caso, estaba dirigida más a la Zarzuela que a su portavoz.

Hasta aquí la crónica de ambiente y de hechos escrita por Camilo Valdecantos en El País.

CARTEO CON LA CASA REAL

Ante aquella bronca parlamentaria y como yo no estaba dispuesto a actuar como un cortesano al uso, le escribí una carta de protesta a Alberto Aza, el jefe de la Casa Real, a quien conocía de un viaje parlamentario hecho a Londres cuando era embajador ante la Corte de San Jaime. Aza, antiguo fontanero de Adolfo Suárez, es un hombre con muchos trienios tras de él por lo que me extrañó que una de sus primeras declaraciones fuera en clave tan patriótica como decir que el día más feliz de su vida sería cuando viera la bandera española ondear en Gibraltar. La carta que le escribí decía lo siguiente:

Madrid, 27 de marzo de 2003

Excmo. Sr. D. Alberto Aza

Jefe de la Casa Real

Estimado amigo:

Habrás percibido por los medios de comunicación nuestro malestar como partido por vuestra actuación en relación a la guerra en Irak.

Entiendo que el Rey tenga todo el derecho de hablar con quien considere oportuno, pero no es de recibo que en una situación de invasión militar como la que se vive y habiéndose hurtado el debate a las Cortes para una declaración de guerra como sería lo procedente, se entreviste el Rey con uno de los siete Grupos Parlamentarios del marco político, por muy importante que éste sea. Te recuerdo que la Constitución española habla de «Monarquía Parlamentaria» no de «Monarquía Bipartidaria».

Si la Casa Real quiere respeto, tiene que respetar. Si quiere confrontación y parcialidad, será ella quien elija el terreno de juego. En esta oportunidad ha elegido el terreno de la parcialidad y, por tanto, de la confrontación y el desistimiento.

Si el Rey no está de acuerdo con esta guerra sucia y criminal que tiene al 90 por ciento de la opinión pública en contra, que lo diga. El Rey Balduino abdicó una semana por no estar de acuerdo con la ley del aborto aprobada en el Parlamento belga. Y no estampó su firma.

Si veis en la televisión imágenes de manifestaciones, verás cada vez más banderas republicanas porque, si la Monarquía sirve sólo para inauguraciones, cenas oficiales y sellos de correo, esta Monarquía tiene fecha de caducidad. Y si no lo veis, peor para vosotros. Deberías hablar más con la gente y despachar menos con el PP.

Profundamente desengañado.

Un abrazo,

Iñaki Anasagasti

El 14 de abril, curiosamente día del aniversario de la República, me contestó de la siguiente manera:

Palacio de la Zarzuela, 14 de abril de 2003

Excmo. Sr. Don Iñaki M. Anasagasti

Portavoz del Grupo Vasco

Congreso de los Diputados 28071 Madrid

Estimado Iñaki:

He leído las reflexiones personales que me transmites con tu carta del pasado 27 de marzo. No comparto en absoluto tus análisis ni tus conclusiones, y lamento, en todo caso, la reacción exasperada que refleja tu carta, pues no se compadece con el clima de buen entendimiento que siempre ha dominado nuestros contactos y relaciones.

El papel del Rey no lo define esta Casa sino la Constitución. Creo que cualquier persona con un mínimo de memoria y objetividad puede constatar la trayectoria de la Corona en la construcción y defensa de una España democrática, plural, próspera, multipartidista, tolerante y dialogante.

Te señalo que, como Jefe de esta Casa, no me corresponde despachar con los partidos políticos, sino sólo con S. M. el. Rey. En cambio, sí hablo con muchas personas y, desde luego, con los miembros de los partidos democráticos, incluyendo —como es lógico— los del tuyo, y lo hago siempre, desde el respeto mutuo y la observancia de nuestro marco constitucional con un espíritu constructivo e imparcial, en busca del mejor clima de entendimiento.

En ese espíritu, que es el que me ha guiado y seguirá guiando en el desempeño de este cargo, quedo a tu disposición para charlar en el momento que lo consideres oportuno.

Alberto Aza Arias

Sabiendo que todo esto no servía para nada, habida cuenta de lo almidonado de una institución con la que es imposible llevar una relación normal, le recordé la carta de Xabier Arzalluz que le había entregado el año 2000 y cerré el intercambio de la siguiente manera:

Madrid, 22 de abril de 2003

Excmo. Sr. D. Alberto Aza

Jefe de la Casa de S. M. el Rey

Palacio de la Zarzuela

Estimado Alberto:

Contesto tu carta del 14 de abril. Buen día.

He de decirte que no creo haber tenido la menor reacción exasperada sino simplemente he constatado un hecho que tú apuntas en relación a las obligaciones del Rey tasadas en la Constitución.

El artículo 13.3 en relación a la guerra contra Irak no se ha cumplido y el Rey ha estado sospechosamente callado ante semejante barbaridad. Cuando ha querido hablar de ese asunto sólo lo ha hecho con el Partido Socialista, que, siendo un partido muy importante, no representa esa pluralidad de la que hablas. Si vivimos en una «Monarquía parlamentaria» lo debemos estar a todos los efectos y no sólo a lo que interesa parcialmente al rey en virtud de la coyuntura.

Mis declaraciones en la tribuna tuvieron la repercusión lógica por haber sido hechas en sede parlamentaria y en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, y he de decirte que seguiré haciéndolas ante lo que considero una dejación de vuestras responsabilidades como creo ha ocurrido en la presente ocasión. No volveré a estar callado sobre todo cuando a nuestro Grupo se le trata con menosprecio.

Ahonda esta situación el silencio del Rey ante la carta que el presidente del EBB del PNV, Xabier Arzalluz, le hizo llegar a través de mi persona, en la oportunidad en la que S. M. el Rey me recibió en su despacho hace tres años antes de la formación del actual gobierno. El silencio y la pasividad más absoluta han sido la respuesta mientras observábamos con estupor mensajes de Navidad claramente ofensivos y totalmente plegados a la política sectaria del gobierno de Aznar.

¿Es ésa la promesa de querer ser «el Rey de todos los españoles»?

Para nosotros y, cada vez más, lo es el Rey de esa rancia españolidad que pensábamos superada. Si no os dais cuenta, allá vosotros. Mi propia desafección, aunque sea un hecho mínimo, te debería ilustrar que hay algo que no funciona y que va a ir a más en su deterioro.

Lamento que esto no tenga remedio.

Aprovecho la oportunidad para saludarte.

Un abrazo,

Iñaki Anasagasti

Todo este trasiego epistolar sólo sirvió para evidenciar el grado de incapacidad para la discusión serena y abordar la crítica argumentada. Al parecer, no era de recibo, como dijo un comunicado de la sección sindical en RTVE del CSIF, que el rey «hubiera sido vejado por el frente de diputados que están vinculados políticamente con el terrorismo. La ofensa ha sido realizada en una de las sesiones de debate sobre la guerra de Irak...».

El caso es que, en la siguiente recepción, el Rey no me miró con especial simpatía y, en la siguiente ocasión, como ya he relatado, me echó en cara que le criticara, aunque me lo dijese en un tono cordial. No se terminaban de dar cuenta de que para él es mejor que lo que yo representaba le dijese ese tipo de cosas a la cara y en público en lugar de un cortesanismo vacío y pelotillero que no sirve para nada salvo para que siga viviendo en un mundo de ficción. Si el peor y más dañino gas letal para un político es el incienso, de continuar como hasta ahora y como le decía a Alberto Aza en la carta, la Monarquía española tiene fecha de caducidad, pues lo que se le ha perdonado al padre no se le va a perdonar al hijo. El juancarlismo no es hereditario, aunque ahora pretendan que se dé ese paso y saltemos del juancarlismo a la Monarquía hereditaria.

Capítulo III: ¿Arbitra y modera?

«El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume...» Éste es el artículo 56 de la Constitución donde ésta acota el marco de actuación del rey.

Sin embargo, en 22 años de trabajo parlamentario en Madrid jamás he visto al Rey cumplir esa encomienda de arbitrar y moderar.

«No lo puede hacer de forma evidente —me dicen—. Tiene que insinuar y actuar con tiento.» «Sin embargo —les contesto—, cuando vas al fútbol, tú sabes lo que hace un árbitro, y si vas a un coloquio, te das cuenta de cuál es el trabajo del moderador. ¿Por qué el trabajo del rey está tan en la sombra que no tengo ni idea de qué es eso del arbitraje y la moderación que dice la Constitución sobre su papel? ¿No sería bueno, ya que no lo ejercita, que esta mención se quite?» Sin embargo, a esto no me contestan. Es como si les preguntara por el secreto de los pastorcillos de Fátima.

Y cuando he pedido públicamente que arbitre y modere, siempre me han dicho que no es su papel. Entonces, ¿cuál es?

Sorpresivamente, el mismo Zapatero que ha argumentado de esta manera y me lo ha dicho, pública y privadamente, no dudó en pedirle que arbitrara y moderara al PP según informó
El País
diciendo que él, como presidente del gobierno, le había pedido al rey que llamara a Mariano Rajoy, antes de una de las sesiones de control al gobierno los miércoles en el Congreso, para que el líder de la derecha española estuviera más comedido en relación con la tregua de ETA y diera una oportunidad a la paz.

Este dato, hecho público, lo sacó a la palestra el periodista Federico Jiménez Losantos con toda su trompetería diciendo que eso jamás se le hubiera ocurrido en Inglaterra al primer ministro, comentando que los socialistas habían convertido España en una escombrera y «que esto ya ni era España ni era nada».

Losantos no decía que en Inglaterra no hizo falta nunca semejante presión porque conservadores y laboristas, juntamente con los liberales, jamás se echaron a la cara los atentados del IRA.

Pero el dato sobre la mediación del rey pedido por Zapatero no dejaba de tener su interés, sobre todo porque a mí me lo han negado siempre.

Quizá entre los años 1975 y 1977 Juan Carlos de Borbón se ganó su sueldo logrando convencer desde el poder de que no iba a ser Juan Carlos «el Breve», sino una instancia arbitral y moderadora, como llegó a ver consagrado su papel en la Constitución de 1978, muy lejos de todo ese empalagoso cobismo que a todas horas nos recalca, poco menos, que sin él la democracia no hubiera llegado a España. Es como decir que el amanecer no se hubiera producido de no haber cantado los gallos. España hubiera amanecido a una democracia con Juan Carlos o sin él, con Suárez o sin él. Por eso va siendo hora de ir poniendo poco a poco las cosas en su sitio, habida cuenta que el gran actor de aquella transición fue un pueblo que, por lo que sea, no pasó factura. Si la hubiera pasado, desde luego el actual rey no viviría en La Zarzuela.

De hecho, la actual Monarquía fue instaurada por Franco y no por un derecho sucesorio o de otra clase, y además fue legitimada por la puerta de atrás incluyéndola en el referéndum constitucional de 1978, dentro del mismo «paquete» político. Aquí no ocurrió como en Italia en 1946 o en Bélgica, países en los que el ciudadano juzgó a sus monarcas —por los años de colaboración con Mussolini en el caso de Víctor Manuel, o por el equívoco comportamiento de Leopoldo II en relación con los alemanes en Bélgica—. Aquí no. El llamado «motor del cambio» fue proclamado así en octubre de 2003 por los ponentes constitucionales reunidos veinticinco años después en el parador de Gredos, destacando además el papel «insustituible de la institución monárquica». ¿Hubo posibilidad de conocer otra? Invitado, no acudí a aquella reunión para no avalar uno de los dogmas de la transición política española.

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