Una mujer difícil (11 page)

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Authors: John Irving

BOOK: Una mujer difícil
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Marion se levantó con rapidez, como si se dispusiera a marcharse. Finalmente él se atrevió a mirarla. Al ver su expresión, ella le advirtió:

—Ten cuidado con lo que sientes por mí, Eddie. Lo digo en serio, sé prudente.

—Te quiero —le dijo el muchacho con valentía.

Marion se sentó a su lado, de un modo tan apremiante que parecía que Eddie se hubiera echado a llorar de nuevo.

—No me quieras, Eddie —le dijo, con más seriedad de la que él había esperado—. Piensa sólo en mis prendas de vestir. Las ropas no pueden hacerte daño. —Se inclinó más hacia él, pero sin coquetería, y añadió—: Dime, ¿hay algo que te guste especialmente, quiero decir algo que suelo ponerme? —Él la miró de tal manera que la mujer repitió—: Piensa sólo en mis ropas, Eddie.

—Lo que llevabas cuando te conocí —le dijo el muchacho.

—Vaya, pues no creo recordar…

—Un suéter rosa, con botones delante.

—¡Esa rebeca vieja! —exclamó Marion, a punto de echarse a reír.

Eddie se dio cuenta de que nunca había oído su risa. La mujer le absorbía por completo. Si al principio no había sido capaz de mirarla, ahora no podía dejar de hacerlo.

—Bueno, si eso es lo que te gusta —dijo Marion—, ¡tal vez te daré una sorpresa!

Marion volvió a levantarse con rapidez. Ahora el chico tenía ganas de llorar porque veía que la mujer iba a marcharse. Antes de bajar la escalera, Marion le dijo en un tono más firme:

—No te lo tomes tan en serio, Eddie. Hazme caso.

—Te quiero —repitió él.

—No debes quererme —le recordó Marion.

Ni que decir tiene que el muchacho estuvo aturdido el resto del día.

Una noche, poco después del incidente, Eddie regresó de ver una película en Southampton y se encontró a Marion en su dormitorio. La niñera de la noche se había ido a su casa. Eddie supo al instante, lleno de pesar, que Marion no había ido allí para seducirle. Empezó a hablarle de algunas fotografías que colgaban de las paredes del dormitorio y del baño. Le dijo que sentía molestarle pero, por respeto a su intimidad, no quería entrar en su habitación y mirar las fotos cuando él estuviera allí. Pero había estado pensando en una de las fotos en particular, aunque no le dijo cuál era, y se había quedado a contemplarla un poco más tiempo del que se había propuesto.

Cuando Marion le deseó buenas noches y se marchó, Eddie se sintió más desgraciado de lo que creía humanamente posible. Pero, poco antes de acostarse, observó que ella había doblado sus ropas desordenadas. También había quitado una toalla del lugar donde él solía dejarla, en la barra de la cortina de la ducha, y la había devuelto pulcramente a su lugar en el toallero. Por último, aunque era lo más evidente, Eddie observó que su cama estaba hecha. Él nunca la hacía, como tampoco Marion hacía nunca la suya, por lo menos en la casa alquilada.

Dos días después, tras depositar el correo sobre la mesa de la cocina en la casa vagón, Eddie preparó café. Dejó la cafetera en el fogón y entró en el dormitorio. Al principio creyó ver a Marion en la cama, pero sólo era su rebeca de cachemira rosa. (¡Sólo!) La había dejado desabrochada y con las largas mangas colocadas detrás, como si una mujer invisible vestida con la rebeca hubiera juntado las manos invisibles detrás de la invisible cabeza. La parte delantera, desabrochada, dejaba ver un sostén. Era una exhibición más seductora que cualquiera de los arreglos que Eddie realizaba con la ropa de Marion. El sostén era blanco, lo mismo que las bragas, y ella los había colocado exactamente donde a Eddie le gustaba.

En aquel verano de 1958, la joven madre de movimientos furtivos con la que Ted Cole se relacionaba en aquellos momentos, la señora Vaughn, era menuda, morena, con un aire salvaje. Durante un mes, Eddie sólo la vio en los dibujos de Ted, y únicamente los dibujos en los que posaba con su hijo, quien también era menudo, moreno y con un aire salvaje, lo cual sugería a Eddie que los dos podían sentirse inclinados a morder a la gente. Los rasgos de duende de la señora Vaughn y su corte de pelo demasiado juvenil no podían ocultar que había algo violento o por lo menos inestable en el temperamento de la joven madre. Y su hijo parecía a punto de escupir y sisear como un gato acorralado. Tal vez no le gustaba posar.

Cuando la señora Vaughn acudió a posar sola por primera vez, los movimientos que realizó, desde su coche hasta la casa de los Cole y de vuelta al coche, eran especialmente sigilosos. Sobresaltada por el menor ruido, lanzaba miradas en todas las direcciones, como un animal que prevé un ataque. La señora Vaughn buscaba a Marion, por supuesto, pero Eddie, que aún no sabía que la señora Vaughn posaba desnuda, y menos aún que su fuerte olor era el que tanto él como Marion habían detectado en las almohadas de la casa vagón, llegó a la conclusión errónea de que aquella mujer menuda estaba nerviosa hasta el desquiciamiento.

Por otro lado, los pensamientos de Eddie estaban demasiado centrados en Marion como para prestar mucha atención a la señora Vaughn. Aunque Marion no había repetido la travesura de crear aquella réplica de sí misma tan atractivamente dispuesta sobre la cama de la casa alquilada, las manipulaciones a las que Eddie sometía a la rebeca de cachemira rosa, impregnada del delicioso aroma de Marion, seguían satisfaciendo al muchacho de dieciséis años; en verdad, nunca se había sentido tan satisfecho.

Venid acá

Eddie O'Hare vivía en una especie de paraíso masturbatorio. Debió haberse quedado allí, debió tomarlo como residencia permanente. Como no tardaría en descubrir, poseer más de lo que ya tenía con respecto a Marion no le parecería suficiente. Pero Marion controlaba la relación. Si iba a ocurrir algo más entre ellos, sólo ocurriría cuando ella tomara la iniciativa.

Empezaron a salir juntos a cenar. Ella le llevaba y se ponía al volante, sin preguntar al muchacho si quería conducir. Era sorprendente, pero Eddie se sentía agradecido hacia su padre por haber insistido en que añadiera al equipaje unas camisas de vestir, corbatas y la chaqueta deportiva «para todo uso». Pero cuando Marion le vio vestido con su tradicional uniforme de Exeter, le dijo que podía prescindir de la corbata y la chaqueta, pues no las necesitaba para ir adonde iban. El restaurante, en East Hampton, era menos lujoso de lo que Eddie había esperado, y era evidente que los camareros estaban acostumbrados a ver allí a Marion. Le sirvieron las tres copas de vino que tomó sin que tuviera que pedírselo.

Eddie desconocía hasta entonces que fuese tan habladora.

—Ya estaba embarazada de Thomas cuando me casé con Ted —le contó—. Sólo tenía un año más de los que tienes tú ahora. (La diferencia de sus edades era un tema recurrente en ella). Cuando naciste, yo tenía veintitrés. Cuando tengas mi edad, yo tendré sesenta y dos —siguió diciendo, y en dos ocasiones se refirió al regalo que le había hecho, la rebeca de cachemira rosa—. ¿Te gustó mi sorpresita? —le preguntó.

—¡Muchísimo! —balbució él.

Marion se apresuró a cambiar de tema y le dijo que en realidad Ted no había abandonado Harvard. Le pidieron que tomara una excedencia temporal.

—Por «incumplimiento», creo que lo llamaban —dijo Marion. En la nota biográfica que aparecía en las sobrecubiertas de sus libros, siempre se afirmaba que Ted Cole había abandonado Harvard. Al parecer, esa verdad a medias le complacía, pues daba a entender que había sido lo bastante listo para ingresar en Harvard y lo bastante original para que no le interesara terminar los estudios.

—Pero lo cierto es que era perezoso —reveló Marion—. Nunca quiso esforzarse demasiado. —Tras una pausa, le preguntó a Eddie—: ¿Qué tal te va el trabajo?

—No hay mucho que hacer —le confesó el muchacho.

—Me extrañaría que lo hubiera —replicó ella—. Ted te contrató porque necesitaba un conductor.

Marion no había finalizado la enseñanza media cuando conoció a Ted y quedó embarazada. Pero en el transcurso de los años, cuando Thomas y Timothy estaban creciendo, aprobó un examen equivalente al bachillerato superior, y fue completando cursos a tiempo parcial en diversos campus universitarios de Nueva Inglaterra. Tardó diez años en graduarse por la Universidad de New Hampshire, en 1952, sólo un año antes de que sus hijos se mataran. Estudió sobre todo cursos de literatura e historia, muchos más de los necesarios para obtener un título universitario. Su renuencia a seguir los otros cursos requeridos retrasó la licenciatura.

—Al final sólo quería tener un título universitario porque Ted no lo tenía —le dijo a Eddie.

Thomas y Timothy se enorgullecieron de su graduación.

—Me estaba preparando para dedicarme a escribir cuando murieron —le informó Marion—. Aquello acabó con mis aspiraciones.

—¿Eras escritora? —le preguntó Eddie—. ¿Por qué lo dejaste?

Ella le dijo que no podía encontrar inspiración en sus pensamientos más profundos cuando en lo único que pensaba era en la muerte de los chicos; no podía permitirse imaginar libremente, porque su imaginación la llevaba de una manera inevitable a Thomas y Timothy.

—Y pensar que me gustaba estar a solas con mis pensamientos… —le dijo a Eddie, y añadió que dudaba de que a Ted le hubiera gustado alguna vez estar a solas con los suyos—. Por eso sus relatos son tan cortos y para niños, por eso no hace más que dibujar.

Eddie, sin darse cuenta de lo harto que estaba de las hamburguesas, devoró una copiosa cena.

—¡Ni siquiera el amor puede frenar el apetito de un chico de dieciséis años! —observó Marion.

Eddie se ruborizó. No tenía que haberle dicho cuánto la quería. Seguro que a ella no le había gustado.

Y entonces Marion le contó que cuando colocó para él sobre la cama la rebeca de cachemira rosa y, sobre todo, mientras elegía el sujetador y las bragas y los depositaba en sus lugares respectivos («para el acto imaginado», como ella le dijo), se había dado cuenta de que aquél era su primer impulso creativo desde la muerte de sus hijos, y también que había sido su primer y único momento de lo que ella llamaba «diversión pura». La supuesta pureza de esa diversión era discutible, pero Eddie nunca habría puesto en tela de juicio la sinceridad de las intenciones de Marion, y sólo hería levemente sus sentimientos que lo que para él era amor, para ella no pasara de «diversión». Incluso a los dieciséis años, debería haber comprendido mejor la advertencia que ella estaba haciéndole.

Cuando Marion conoció a Ted, éste le dijo que «recientemente» había abandonado los estudios en Harvard y estaba escribiendo una novela. En realidad, habían pasado cuatro años desde su salida de Harvard, y estaba siguiendo unos cursos en una escuela artística de Boston. Siempre había sabido dibujar, y en ese campo se consideraba un «autodidacta». (Los cursos en la escuela de arte no eran tan interesantes para él como las modelos.)

Durante su primer año de matrimonio, Ted trabajó para un litógrafo, una tarea que detestó de inmediato.

—Ted habría detestado cualquier trabajo —comentó Marion. No le gustaba la litografía ni el grabado, y le dijo a su mujer que ni el cobre ni la piedra eran sus materiales preferidos.

Ted Cole publicó su primera novela en 1937, cuando Thomas tenía un año de edad y Marion todavía no estaba embarazada de Timothy. Las críticas fueron en general favorables, y las ventas estuvieron bastante por encima de la media para ser una primera novela. Ted y Marion decidieron tener un segundo hijo. Las críticas de la segunda novela, publicada en 1939, un año después de que Timothy naciera, no fueron ni favorables ni numerosas. Del segundo libro sólo se vendieron la mitad de ejemplares que del primero. La tercera novela de Ted, que se publicó en 1941, «un año antes de que nacieras», le recordó Marion a Eddie, apenas recibió críticas, y las pocas que tuvo fueron desfavorables. Las ventas fueron tan bajas que el editor de Ted se negó a darle las cifras definitivas. Y entonces, en 1942, cuando Thomas y Timothy tenían seis y cuatro años respectivamente, apareció
El ratón que se arrastra entre las paredes
. La guerra retrasaría las numerosas traducciones extranjeras, pero antes de que éstas llegaran estuvo claro que Ted Cole nunca más tendría que odiar un trabajo o escribir otra novela.

—Dime —preguntó Marion a Eddie—, ¿no te da escalofríos saber que tú y
El ratón que se arrastra entre las paredes
nacisteis el mismo año?

—Sí, es verdad —admitió el muchacho.

Pero ¿por qué habían pasado por tantas ciudades universitarias? Los Cole habían vivido a lo largo y ancho de Nueva Inglaterra.

Desde el punto de vista del comportamiento, la vida sexual de Ted era desordenada. Ted le había dicho a Marion que las poblaciones universitarias eran los mejores lugares para educar a los hijos, pues la calidad de las escuelas locales era por lo general elevada, mientras que las actividades culturales y los acontecimientos deportivos en el campus eran estímulos para la comunidad. Además, Marion podría continuar su formación. Y en el aspecto social, añadió Ted, las familias de los profesores serían una buena compañía. Al principio Marion no reparó en la cantidad de madres jóvenes que figuraban entre aquellas esposas de profesores.

Aunque Ted evitaba cualquier cosa que se pareciera a un auténtico trabajo en la universidad (aparte de que no estaba cualificado para desempeñar ninguno), cada semestre daba una conferencia sobre el arte de escribir y dibujar para niños. A menudo esas conferencias estaban patrocinadas conjuntamente por el departamento de bellas artes y el de lengua y literatura inglesas. Ted era siempre el primero en afirmar que, en su humilde opinión, el proceso de creación de un libro infantil no era un arte, y prefería llamarlo un oficio.

Pero Marion observó que el verdadero «oficio» de Ted era su descubrimiento y seducción sistemáticos de las jóvenes madres más bonitas y más desdichadas entre las esposas de los profesores. De vez en cuando, una estudiante también caía en las redes de Ted, pero las madres jóvenes constituían una presa más vulnerable.

No es infrecuente que las aventuras amorosas terminen de mala manera, y como los matrimonios de las más desdichadas de aquellas esposas de profesores ya eran frágiles de por sí, no resultaba sorprendente que muchas parejas se separasen definitivamente a causa de las aventuras románticas de Ted.

—Y por eso siempre estábamos cambiando de residencia —le dijo Marion a Eddie.

En las poblaciones universitarias encontraban con facilidad casas en alquiler. Siempre había profesores en excedencia y la tasa de divorcios era relativamente alta. El único hogar que los Cole habitaron durante un período de tiempo considerable fue una granja en New Hampshire; iban allí para pasar las vacaciones escolares, para ir a esquiar y durante uno o dos meses en verano. La casa pertenecía desde tiempo inmemorial a la familia de Marion.

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