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Authors: John Irving

Una mujer difícil (42 page)

BOOK: Una mujer difícil
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—Tanto si Allan como si yo conocemos a otra persona, siempre será mejor que no nos hayamos acostado —razonó Ruth, y tras plantearse esto, se dijo que temía más perder a Allan como editor que como marido.

—Bueno, está bien; cuéntamelo todo de Eddie O'Hare —susurró Hannah.

—Es amable, muy raro, pero ante todo amable.

—Pero ¿es atractivo? —quiso saber Hannah—. Quiero decir si has podido imaginarle con tu madre. Era tan guapa…

—Eddie O'Hare es guapo, una monada —replicó Ruth.

—¿Quieres decir que es afeminado? Cielo santo, no será gay, ¿verdad?

—No, no es gay, ni tampoco afeminado. Es muy sorprende la delicadeza de su aspecto.

—Tenía entendido que es alto —comentó Hannah.

—Alto y delicado.

—No acabo de imaginármelo…, parece raro.

—Ya te he dicho que es raro —dijo Ruth—. Raro, amable y delicado. Y quiere a mi madre con verdadera devoción. ¡Vamos, se casaría con ella mañana mismo!

—¿De veras? Pero ¿qué edad tiene ahora tu madre? ¿Setenta y tantos?

—Setenta y uno —dijo Ruth—. Y Eddie sólo tiene cuarenta y ocho.

—Eso sí que es raro —susurró Hannah.

—¿No quieres que te hable de mi madre? —repitió Ruth.

—Espera un momento —le dijo Hannah. Dejó el teléfono y al cabo de un rato se puso de nuevo al aparato—. Creía que había dicho algo, pero sólo eran sus ronquidos.

—Si no estás interesada, puedo decírtelo en otra ocasión —le dijo Ruth fríamente, casi en el tono de voz que empleaba al leer en público.

—¡Pues claro que estoy interesada, Ruth! —susurró Hannah—. Supongo que has hablado con Eddie de tus hermanos muertos.

—Hemos hablado de las fotografías de mis hermanos muertos —le dijo Ruth.

—¡Claro, era de esperar!

—Resultó extraño, porque cada uno de nosotros recordaba algunas fotos que el otro desconocía, y llegamos a la conclusión de que debíamos de haber inventado esas fotos concretas. También había otras que los dos recordábamos, y pensamos que ésas debían de ser las verdaderas. Creo que cada uno tenía más fotos inventadas que reales.

—Tú, lo «real» y lo «inventado» —comentó Hannah—. Es tu tema favorito…

A Ruth le molestó la evidente falta de interés de Hannah, pero siguió diciendo:

—La foto en la que Thomas jugaba a ser médico y examinaba la rodilla de Timothy…, ésa, desde luego, era real. Y aquella en la que Thomas era más alto que mi madre y sostenía un disco de hockey entre los dientes…, ésa también la recordábamos los dos.

—Recuerdo la de tu madre en la cama, con los pies de tus hermanos —dijo Hannah.

No era de extrañar que Hannah recordara esa foto, pues Ruth se la había llevado a Exeter y Middlebury. Ahora estaba en el dormitorio de su casa en Vermont. (Eddie no le había contado a Ruth que se había masturbado utilizando esa foto de Marion, tras haber ocultado los pies. Cuando Ruth evocó el recuerdo de aquellos pies cubiertos con «algo que parecía trocitos de papel», Eddie le dijo que no recordaba que nada cubriera los pies. «Entonces también debo de haber inventado eso», comentó Ruth.)

—Y recuerdo la de tus hermanos en Exeter, bajo aquella vieja inscripción: «Venid acá, chicos, y sed esa chorrada masculina» —dijo Hannah—. Dios mío, qué muchachos tan bien parecidos.

Ruth había mostrado a su amiga esa foto de sus hermanos la primera vez que Hannah fue con ella a la casa de Sagaponack.

Por entonces estudiaban en Middlebury. La foto siempre estaba en el dormitorio de su padre, y Ruth entró allí con Hannah mientras Ted jugaba al squash en su granero amañado. Entonces Hannah dijo lo mismo que ahora: eran unos chicos bien parecidos.

—Eddie y yo hemos recordado la fotografía hecha en la cocina, aquella en que los dos están comiendo langosta —siguió diciendo Ruth—. Thomas despedaza su langosta con la destreza y la imparcialidad de un científico, no hay el menor rastro de tensión en su cara. Timothy, en cambio, parece como si se estuviera peleando con la langosta, ¡y ésta le ganara! Creo que es la foto que recuerdo mejor. Y durante todos estos años me he preguntado si la inventé o si era real. Eddie me ha dicho que es la que él recuerda mejor, así que debe de ser real.

—¿No le has pedido a tu padre que te hable de las fotografías? —le preguntó Hannah—. Sin duda las recordará mejor que tú y que Eddie.

—Estaba tan enojado con mi madre por habérselas llevado que se negaba a hablar de ellas —respondió Ruth.

—Eres demasiado dura con él. A mí me parece encantador.

—Le he visto ser «encantador» demasiadas veces. Además, así se muestra siempre, encantador… especialmente cuando está contigo.

Hannah no replicó a esa observación de su amiga, algo que no era habitual en ella.

Hannah sostenía la teoría de que muchas mujeres que habían conocido a Marion, aunque sólo fuese en fotografía, debían de haberse sentido halagadas por las atenciones de Ted Cole hacia ellas, simplemente por lo hermosa que había sido Marion. Ruth respondió a la teoría de Hannah diciendo: «Estoy segura de que eso le hacía sentirse muy bien a mi madre».

Ahora Ruth estaba francamente cansada de explicarle a Hannah la importancia de la velada con Eddie. Su amiga no la comprendía.

—Pero ¿qué ha dicho Eddie de la relación sexual? —inquirió Hannah—. ¿O no ha dicho nada al respecto?

Ruth pensó que eso era lo único que le interesaba. Se le hacía muy cuesta arriba hablar de sexo, pues ese tema no tardaría en provocar de nuevo a Hannah y volvería a preguntarle cuándo «iba a hacerlo» con Allan.

—Esa fotografía que recuerdas tan bien —empezó a decir Ruth—. Mis guapos hermanos en el umbral del edificio principal de la escuela…

—Sí, ¿qué tiene de particular? —inquirió Hannah.

—Eddie me ha dicho que mi madre le hacía el amor bajo esa fotografía —le informó Ruth—. Fue la primera vez que lo hicieron. Mi madre dejó la foto para Eddie, pero mi padre se la quitó.

—¡Y la colgó en su dormitorio! —susurró Hannah ásperamente—. ¡Eso es interesante!

—Desde luego, Hannah, tienes buena memoria —le dijo Ruth—. ¡Incluso recuerdas que la fotografía de mis hermanos está en el dormitorio de mi padre!

Pero Hannah no respondió a este comentario, y Ruth pensó de nuevo que estaba cansada de la conversación. (Sobre todo estaba cansada de que Hannah nunca dijera que lo sentía.)

A veces Ruth se preguntaba si, en el caso de que no se hubiera hecho famosa, Hannah seguiría siendo su amiga. A su manera, en el mundillo de las revistas, Hannah también era famosa. Primero se hizo un nombre escribiendo ensayos de carácter personal. Había llevado un diario más bien cómico, que en su mayor parte trataba de sus hazañas sexuales, pero no tardó en cansarse de la autobiografía y entonces se «graduó» y pasó a interesarse por la muerte y la devastación.

En su fase mórbida, Hannah entrevistó a pacientes desahuciados, y se dedicó a los casos terminales. Durante año y medio, más o menos, los niños con enfermedades incurables absorbieron su atención. Luego escribió un reportaje sobre un pabellón de quemados y otro sobre una colonia de leprosos. Viajó a zonas en guerra y a países donde imperaba la hambruna. Entonces volvió a «graduarse». Abandonó la muerte y la devastación para dedicarse al mundo de lo perverso y lo estrafalario. En cierta ocasión escribió sobre un actor de cine porno con la reputación de estar siempre empalmado y cuyo nombre, en el sector, era «Mister Metal». También entrevistó a una septuagenaria que había intervenido en más de tres mil funciones de sexo en directo. Su única pareja en el escenario era su marido, que murió tras una de tales funciones de sexo. Desde entonces, la apenada viuda no volvió a tener relaciones sexuales. No sólo había sido fiel a su marido durante cuarenta años, sino que durante los últimos veinte de su matrimonio habían hecho el amor únicamente delante del público.

Ahora Hannah se había transformado de nuevo. Su interés actual se centraba en los famosos, lo cual en Estados Unidos significaba sobre todo estrellas de la pantalla, héroes deportivos y algún que otro excéntrico con una fortuna inmensa. Hannah nunca había entrevistado a un escritor, aunque había planteado la posibilidad de hacerle a Ruth una «extensa» entrevista… ¿o había dicho «exhaustiva»?

Ruth creía desde hacía mucho tiempo que de ella sólo interesaban sus obras literarias. La idea de que Hannah la entrevistara le provocaba un profundo recelo, porque su amiga estaba más interesada en su vida personal que en sus novelas. Y lo que le interesaba a Hannah de la escritura de Ruth era lo que había de personal en ella, lo que la periodista llamaba «real».

De repente Ruth pensó que, probablemente, Hannah odiaba a Allan, el cual ya había admitido que la fama de Ruth, si no una carga, era una molestia para él. Había editado a una serie de autores famosos, pero sólo se sometía a una entrevista a condición de que no se le atribuyeran sus observaciones. Era tan reservado que ni siquiera permitía que los autores le dedicaran sus libros. Cuando un escritor insistió, Allan le dijo: «Sólo si pones mis iniciales, únicamente mis iniciales», y así el libro estaba dedicado «a A.F.A.». A Ruth le parecía una deslealtad que ahora ella no pudiera recordar qué nombre representaba la F.

—Debo dejarte —le susurró Hannah—. Creo que le oigo.

—No pensarás dejarme plantada en Sagaponack, ¿eh? —le dijo Ruth—. Cuento contigo para que me salves de mi padre.

—Allí estaré, de algún modo me las arreglaré para ir. Pero creo que es tu padre quien necesita que le salven de ti, pobre hombre.

¿Desde cuándo su padre se había convertido en un «pobre hombre»? Pero Ruth estaba cansada y dejó de lado la observación de su amiga.

Tras colgar el teléfono, Ruth pensó de nuevo en sus planes. Puesto que la noche siguiente no iría a cenar con Allan, podría emprender el viaje a Sagaponack después de su última entrevista, un día antes de lo que había planeado. Entonces dispondría de toda una noche para estar en compañía de su padre. Una sola noche con él podría ser tolerable. Hannah llegaría al día siguiente y los tres pasarían juntos la otra noche.

Ruth ardía en deseos de decirle a su padre cuánto le había gustado Eddie O'Hare, por no mencionar algunas de las cosas que Eddie le había dicho sobre su madre. Sería mejor que Hannah no estuviera presente cuando Ruth revelara a Ted que Marion había pensado en abandonarle antes de que muriesen los chicos. No quería que Hannah escuchara esa conversación, porque su amiga siempre salía en defensa de su padre, una actitud que tal vez obedecía tan sólo al deseo de provocarla a ella.

Estaba todavía tan irritada con Hannah que le resultaba difícil volver a conciliar el sueño. Permaneció despierta, recordando la ocasión en que perdió la virginidad. Le era imposible recordar el acontecimiento sin pensar en la intervención de Hannah en el pequeño desastre.

Aunque tenía un año menos que Ruth, Hannah siempre había parecido mayor que ella, no sólo porque tuvo tres abortos antes de que Ruth se las arreglara para perder la virginidad, sino también porque la mayor experiencia sexual de Hannah le prestaba un aire de madurez y sofisticación.

Ruth tenía dieciséis años y Hannah quince cuando se conocieron, pero Hannah hacía siempre gala de una mayor confianza sexual. (¡Y esto sucedía antes de que la muchacha hubiera tenido relaciones sexuales!) Cierta vez Ruth escribió acerca de Hannah en su diario: «Proyectaba un aura de mundanería mucho antes de haber estado en el mundo».

Los padres de Hannah, felizmente casados (decía de ellos que eran «aburridos» y «serios»), habían criado a su única hija en una casa antigua y sólida que se alzaba en la calle Brattle de Cambridge, estado de Massachusetts. El padre, profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, tenía un aire aristocrático, y su porte revelaba una firme inclinación a mantenerse al margen que, según Hannah, era adecuada para un hombre casado con una mujer rica y nada ambiciosa.

A Ruth siempre le había gustado la madre de Hannah, que era afable y condescendiente hasta el extremo de ser la encarnación de la bondad. También leía mucho, siempre estaba con un libro en las manos. En cierta ocasión, la señora Grant le dijo a Ruth que sólo había tenido una hija porque, tras el nacimiento de Hannah, añoraba el tiempo de que antes disponía para leer. Hannah le dijo a Ruth que su madre había ansiado que creciera hasta ser capaz de divertirse sola, de modo que ella pudiera volver a sus libros. Y Hannah se «divirtió sola», desde luego. (Tal vez fue su madre quien hizo de Hannah la lectora superficial e impaciente que era.)

Mientras que Ruth consideraba afortunada a su amiga por tener un padre que era fiel a su esposa, Hannah decía que, de haber sido un poco conquistador, tal vez habría resultado menos predecible. Para ella «menos predecible» equivalía a «más interesante». Afirmaba que la reserva de su padre era el resultado de los años pasados en la Facultad de Derecho, donde sus meditaciones abstractas sobre los niveles teóricos en el campo jurídico parecían haberle distanciado de cualquier apreciación de la práctica de la abogacía. Sentía un gran desdén hacia los abogados.

El profesor Grant había recomendado a su hija que estudiara idiomas, y su mayor esperanza era que Hannah hiciese carrera en el sistema bancario internacional, donde habían terminado los mejores y más brillantes de sus alumnos en la Facultad de Derecho de Harvard.

También su padre era muy desdeñoso con los periodistas. Hannah estudiaba en Middlebury, donde se había especializado en francés y alemán, cuando decidió que la carrera de periodismo sería la más apropiada para ella. Lo supo con la misma certeza con que Ruth había sabido a edad temprana que quería ser novelista. Con la naturalidad nacida de una certeza absoluta, Hannah anunció que iría a Nueva York y se abriría camino en el mundo de las revistas. A tal fin, tras graduarse en la universidad, pidió a sus padres que le permitieran pasar un año en Europa. Allí practicaría francés y alemán y llevaría un diario. De este modo se afinaría su «capacidad de observación», como decía ella.

Cuando Hannah sugirió a Ruth, cuya solicitud para cursar el programa de escritura creativa de la Universidad de Iowa había sido aceptado, que viajara a Europa con ella, tomó por sorpresa a su amiga.

—Si vas a ser escritora, necesitas algo sobre lo que escribir —razonó.

Pero Ruth ya sabía que las cosas no eran así, o por lo menos no lo eran en su caso. Para escribir sólo necesitaba tiempo, y aquello sobre lo que iba a escribir aguardaba en su imaginación. No obstante, pospuso la matrícula en la Universidad de Iowa. Al fin y al cabo, su padre podía permitírselo, y sin duda un año en Europa con Hannah sería divertido.

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