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Authors: John Irving

Una mujer difícil (90 page)

BOOK: Una mujer difícil
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HG: Pareces tener un concepto desfavorable, incluso moralista, de la promiscuidad sexual en los casos de Ted, Hannah e incluso de Ruth en su encuentro con Scott. No obstante, al mismo tiempo, tratas a las prostitutas de Amsterdam casi con afecto. ¿Cómo reconcilias esas perspectivas diferentes?

JI: Estoy de acuerdo en que tengo «un concepto desfavorable, incluso moralista, de la promiscuidad sexual», pero también la veo bajo un prisma cómico. La historia de Ted con la señora Vaughn es divertida. Las constantes aventuras de Hannah también son cómicas, pero Hannah tiene un lado triste, y confío en que sirva para compensar su carácter. Además, es mucho más divertido estar con ella que con Ruth. (¿No preferirían la mayoría de los hombres salir con Hannah antes que con Ruth? Tal vez no se casarían con ella, pero ésa es otra cuestión.)

Soy natural de Nueva Inglaterra, y es posible que la censura sexual de los puritanos esté arraigada en lo más hondo de mi ser. En mis novelas se castiga invariablemente el sexo promiscuo, y a decir verdad no me siento del todo cómodo con esa actitud. Mis dos personajes más virtuosos, Jenny Fields, la madre de Garp en
El mundo según Garp
, y el doctor Larch en
Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra
, son sexualmente abstemios. Tienen una sola relación sexual en toda su vida, y no lo hacen más. Eso es algo que no recomiendo.

Personalmente, no soy moralista en lo que respecta al sexo. Lo que me ha asqueado de la aventura entre Clinton y la señorita Lewinsky ha sido la actitud virtuosa adoptada por los medios de comunicación. La idea de que los periodistas sean árbitros morales, y no sólo en el ámbito de las relaciones extraconyugales, sino en cualquier otro, me parece repugnante. Ése es uno de los motivos por los que he convertido en periodista al personaje de Hannah. ¡Imagínate a esa mujer ejerciendo de árbitro moral!

En cuanto a las prostitutas de Amsterdam, durante cuatro años he viajado con frecuencia a esa ciudad, quince días en cada ocasión (y siempre en distintas épocas del año). Pasé muchas horas con un policía y una mujer, ex prostituta, que era entonces la presidenta de una organización que luchaba en favor de los derechos de las prostitutas. Quería saber con la máxima precisión cómo son un policía y una prostituta holandeses, y deseaba que a otros policías y prostitutas les pareciera que los retrataba fielmente. Tanto unos como otras me han asegurado que los personajes de Harry y Rooie son absolutamente creíbles.

Cuando apareció la traducción holandesa de
Una mujer difícil
, en Amsterdam se organizó una fiesta en la comisaría del barrio chino. Asistieron muchos policías… y no tantas prostitutas. Una de las que acudió me dijo que sus colegas no tenían la costumbre de ir a la comisaría por su propia voluntad.

El truco de colocar los zapatos con las puntas hacia fuera en el guardarropa de Rooie, de modo que Ruth pueda ocultarse mejor ahí…, bueno, me siento especialmente orgulloso de ese detalle. Lo inventé y, cuando les pedí su opinión a varias prostitutas, respondieron que les parecía muy útil, etcétera… Estaban entusiasmadas de veras con la idea. Más tarde una de ellas me dijo que había empleado el método. Eso de que uno pueda influir con su obra en otra profesión es de lo más gratificante.

Una verdad más triste acerca de Rooie es su necesidad de inventarse una vida. Al igual que Rooie, las prostitutas necesitan inventar sus vidas, necesitan mentir. Es algo que se observa a menudo. No censuro a las prostitutas ni a los hombres que van con ellas. Considero que es una transacción relativamente honrada. Si la comparamos con ciertas relaciones sexuales llenas de engaño e hipocresía, la relación entre la prostituta y su cliente es sincera y diáfana. Ese sentimiento de vergüenza con que suelen rodear a la prostitución es para mí un misterio. Si se compara con declarar tu amor a alguien cuando no lo sientes, o sentirlo por una persona distinta cada pocos meses, ¿qué tiene de malo pagarle a una prostituta para hacer el amor con ella?

No me parece que esas «perspectivas diferentes», como las llamas, sean difíciles de «reconciliar» en absoluto.

Si Ted Cole hubiera vivido en Amsterdam y visitado a una prostituta (incluso a una prostituta diferente, con una frecuencia de tres o cuatro veces por semana), ¡imagina la cantidad de mujeres cuya vida no se habría visto trastornada!

Nunca he comprendido las objeciones a la prostitución. Lo criminal es convertirla en un acto delictivo, relegarla a la clandestinidad, y es también lo que la hace peligrosa, tanto para las prostitutas como para sus clientes. El sistema holandés no es perfecto. ¿Qué son las transacciones sexuales? Pero es una manera de resolver la situación mejor que cualquier otra de las que he observado.

HG: Aunque Eddie es esencialmente un personaje cómico, lo presentas de tal modo que el lector simpatiza mucho con él. ¿Cómo logras que sea un personaje cómico y que despierte ese sentimiento de simpatía?

JI: En parte, la comicidad de Eddie es también lo que nos hace simpatizar con él; es decir, es un personaje vulnerable, y esa desventura se prolonga más allá de su juventud. Eddie muestra la misma torpeza al subir a un autobús en Manhattan a los cuarenta y tantos años que la que evidenciaba cuando le vemos por primera vez, como un adolescente enamorado de Marion. El amor de Eddie hacia las mujeres mayores es sincero.

¿Cuántos hombres han tenido unas atracciones sexuales tan duraderas? Es posible que el lector deba apelar a su imaginación para creer en la atracción de Eddie hacia mujeres de edad cada vez más avanzada, pero no resulta difícil imaginar lo que a las mujeres mayores les encanta de Eddie.

Últimamente he recibido mucha correspondencia de mujeres mayores. «No he conocido a ningún Eddie», me decía una de ellas. «Si conoce usted a un Eddie auténtico, ¿le importaría presentármelo?»

Desde el punto del americano medio, Eddie es un héroe. Sus novelas son transparentes, Hannah (y probablemente muchos lectores) considera patéticas sus adhesiones, pero él habla completamente en serio y hace lo que dice que hará.

Marion le dice a Eddie que ha vuelto porque se ha enterado de que la casa está en venta. Es una buena excusa, pero en realidad ha vuelto porque Ruth le escribió diciéndole que Eddie todavía la amaba, y Marion necesitaba oír que alguien seguía queriéndola.

Al final Ruth encuentra a Harry, y vive su gran historia de amor. Pero hay más emoción en el amor obsesivo y perdurable de Eddie hacia Marion y en el regreso de ésta que en toda la historia de amor entre Ruth y Harry. Marion es un personaje mucho más conmovedor que Ruth, y lo es en parte gracias a Eddie.

Por supuesto, hay una explicación más sencilla de la transformación que sufre Eddie (al pasar de payaso a héroe compasivo), y es que ha madurado. En vez de considerarse una víctima de lo que le sucede cuando una mujer mayor se relaciona con él y luego le abandona, mantiene su adoración hacia ella como el faro que guía su vida. Puede que eso sea absurdo, pero las convicciones de Eddie son sinceras. No es un hombre voluble. Y además, Eddie no es tan superficial como podría parecer a primera vista. Sus cualidades risibles de adolescente (su inocencia y sensibilidad excesiva, la facilidad con que se deja manipular) son cualidades admirables cuando es adulto. Deja que la gente le utilice (incluso Hannah), y ésa no es una cualidad en modo alguno desagradable. En el caso de Eddie, incluso es una muestra de gallardía. Deja que Marion le utilice, y a ella le beneficia que se lo permita.

HG: Ruth tiene una fuerte tendencia a castigar. Dada la infancia que tuvo, esa inclinación es, desde luego, justificable. Ahora bien, ¿te parece también admirable?

JI: ¡Sí, la encuentro admirable! ¿Qué idiota dijo eso de que es mejor servir frío el plato de la venganza? Si uno tiene la oportunidad de servirlo, ¿a quién le importa que esté frío o caliente? Ruth tiene, en efecto, todos los motivos para sentir deseos de castigar, para ser más áspera (o ruda) de lo que a muchos les gustaría. A mi modo de ver, la manera de vengarse de Scott Saunders y de su padre está perfectamente justificada. Lo de menos es que se extralimite un poco. No es ella quien da el primer golpe, ¿verdad? No me molesta que su reacción a lo que le han hecho sea un poco excesiva.

Si alguien te busca las cosquillas, ¿qué tiene de malo que le hagas pagar ese atrevimiento a un precio bastante alto? No provoco, me limito a contraatacar.

HG: Ruth no presta atención a las críticas que recibe su obra. ¿Crees que ése es un buen consejo para un escritor, y tú mismo lo sigues?

JI: A este respecto, y por encima de todo, hay que tener en cuenta lo que dijo Thomas Mann: «Todos sufrimos heridas. Y la alabanza es un alivio, aunque no necesariamente un bálsamo que las cura. Sin embargo, a juzgar por mi experiencia personal, nuestra receptividad a la alabanza no guarda ninguna relación con nuestra vulnerabilidad al desdén mezquino y el insulto rencoroso. Por muy estúpido que sea ese insulto, por más que se deba a rencores particulares, esa expresión de hostilidad nos afecta de una manera mucho más profunda y duradera que la expresión contraria, lo cual es absurdo, ya que, por supuesto, los enemigos son el acompañamiento indispensable de una vida rica y plena».

Creo que Mann tiene razón. Vivimos en una época en que florece la política de la envidia. En nombre de la igualdad, los neomarxistas quieren castigar el logro y el éxito individual. En la crítica literaria abundan los «rencores particulares», como los llamaba Mann. (Y la cantidad de envidia que contienen tampoco es pequeña.)

Mi estilo nunca ha sido del gusto de todos; siempre he tenido, y siempre tendré, unas críticas dispares. A muchos lectores y críticos les encantan mis novelas, mientras que otros lectores, y muchos críticos, desprecian todo lo que escribo. No inspiro indiferencia, nadie se muestra neutral con John Irving. Escribo unas novelas largas, explícitas, impulsadas por el argumento. Me propongo hacer reír y llorar. Me excedo en el lenguaje. Conmover al lector es más importante para mí que persuadirle intelectualmente. He dicho lo mismo de Charles Dickens. También él tuvo sus entusiastas y sus enemigos.

Cierta vez Jean Cocteau aconsejó a los escritores jóvenes que prestaran mucha atención a los aspectos de su obra que desagradaban a los críticos, pues creía que aquello que desagrada a los críticos es lo único original de tu obra. Creo que esto es concederles demasiado mérito a los críticos. No interrumpo mi trabajo para leer las críticas que me hacen, pero las leo al final de la jornada.

La animosidad de un crítico literario me alegra. La alabanza es un combustible, pero también lo es el enojo. Leer algo acerca de mí que es estúpido hasta la exasperación, o que rezuma grosería hacia mi persona, es vigorizante de veras. Se trata de una clase de energía diferente a la que obtengo del elogio, pero de todos modos me resulta útil.

Con respecto al efecto que causan mis novelas, de eso me informan mucho más las cartas de los lectores que las críticas literarias. Cuando uno sabe que va a escribir un artículo sobre un libro, no lee ese libro como un lector. Lo sé muy bien, pues, al fin y al cabo, también he sido crítico.

Para los escritores jóvenes y desconocidos que dependen de las buenas críticas, éstas son muy importantes, e incluso tienen una importancia trágica. Pero, a mi modo de ver, la recomendación verbal de un libro, el boca a boca entre los lectores, es más importante que las críticas. Claro que a mí me resulta fácil decir esto, porque tengo muchos lectores. Cuando publico una novela, estoy muy atento a las listas de los libros más vendidos. No me avergüenza decir que para mí significan mucho más que las críticas.

HG: Con frecuencia te acusan de ser un sentimental, como si eso fuese malo. ¿Te consideras un sentimental? Y si es así, ¿cómo definirías ese término?

JI: Ya lo he definido al admitir que mi intención, como novelista, es hacer reír y llorar, y que empleo el lenguaje para persuadir en un plano emocional, no intelectual. En
Grandes esperanzas
, Dickens escribió: «Bien sabe Dios que nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, pues llueven sobre el polvo cegador de la tierra y recubren nuestros duros corazones». Pero lo cierto es que nos avergonzamos de nuestras lágrimas. Vivimos en un tiempo en que el gusto de la crítica nos dice que la blandura de corazón es afín a la imbecilidad; estamos tan influidos por las tonterías de la televisión y el cine que incluso al reaccionar contra ellas lo hacemos en exceso, y llegamos a la conclusión de que cualquier intento de hacer reír o llorar al público es una manera desvergonzada de satisfacerlo, como ocurre con las trilladas series televisivas, los culebrones y los melodramas.

Para el crítico moderno, cuando un escritor se arriesga a ser sentimental, ya es culpable. Pero el escritor pecará de cobardía si teme al sentimentalismo hasta el punto de evitarlo por completo. No dejar traslucir las emociones se ha convertido en un rasgo obligado del autor «literario». Yo no querría estar casado con alguien que no dejara traslucir sus emociones. ¿Quién desearía tener esa clase de relación? Pues bien, tampoco deseo que un novelista no deje traslucir sus emociones. En una novela es esencial arriesgarse a ser sentimental. Ocultar las emociones es una forma de corrección política, lo que no deja de ser una cobardía.

HG: Mientras escribías
Una mujer difícil
también trabajabas en los guiones de otros dos libros tuyos. ¿Cuáles son las principales diferencias en tus enfoques de un guión y un libro, teniendo en cuenta que casi todas las escenas de tus novelas, como por ejemplo las de la casa de la señora Vaughn, se podrían filmar tal como han sido escritas?

JI: Se podrían filmar tal como han sido escritas sólo en el sentido de que soy un escritor visual. Quiero que el lector vea claramente lo que sucede en una escena, y así ocurre en esas escenas con la señora Vaughn a las que te has referido. Pero la que lleva al desenlace del episodio de la señora Vaughn es el lento y prolongado desarrollo de la persecución, cuando Ted huye de ella. Hay mucho primer plano en los personajes de Ted y Eddie, a fin de presentar a la señora Vaughn rebosante de ira. Por otro lado, el lector aguarda expectante a ver qué sucede con los dibujos pornográficos de Ted. Así pues, verlos destrozados, sus fragmentos rodeando el coche en el que Glorie y su madre acompañan a Ted a su casa (por no mencionar su efecto previo sobre Eduardo) es el resultado de muchas líneas o capas narrativas.

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