Underworld (13 page)

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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
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El estrecho pasillo se convirtió en una prueba infernal: más brazos de licántropo atravesaron el techo tratando de atraparla antes de que alcanzara la seguridad de las escaleras. Volaban chispas de las lámparas reventadas y unas zarpas afiladas como cuchillos cortaban el aire a su alrededor. El clamor de los aullidos de los hombres-lobo despertó a todos los vecinos del edificio. Selene oyó a la gente que se desperezaba torpemente y profería exclamaciones de terror al otro lado de las finas puertas de madera contrachapada.

Una zarpa lupina la sujetó por el alargado cabello castaño y las garras de hueso le rozaron el cuero cabelludo. Selene dio un fuerte tirón y logró escapar de la asesina presa de la criatura.
Por poco,
se dijo. Ojalá hubiera tenido un escuadrón entero de Ejecutores para respaldarla. Las probabilidades en su contra eran de tres contra uno… o peores.

Puede que venir a buscar a Corvin no hubiera sido una idea tan buena.

• • •

Dentro del ascensor, Michael se encogió al escuchar los estruendosos gruñidos y el ruido de los disparos que penetraban en la dudosa seguridad del compartimiento de metal mientras iba descendiendo hacia el vestíbulo. Sus ojos castaños siguieron con ansiedad su descenso hacia el primer piso con la absurda esperanza de que el ascensor acelerara. Su mente aterrorizada trataba febrilmente de encontrarle algún sentido a todo aquello. ¿Quién era la mujer y qué eran esos animales que había oído en el tejado?
Es como si un safari entero se hubiera presentado allí,
pensó, con la sensación de que estaba atrapado en una pesadilla especialmente incoherente. Un tiroteo en una estación de metro era una cosa, un episodio de guerra urbana de principios del siglo XXI. Algo horrible pero no insólito. Pero, ¿una super-modelo vaciando un cargador contra el techo infestado de animales rabiosos de su propio apartamento, y a las seis de la mañana? ¿De dónde coño había salido todo eso… y qué tenía que ver con él?

Con una sacudida, el ascensor se detuvo en el primer piso y Michael dejó escapar un suspiro de alivio.

—Vamos, vamos —musitó mientras esperaba lo que parecía una eternidad a que la puerta se abriera y lo dejara salir. Sus zapatillas golpetearon el suelo con impaciencia hasta que las puertas se abrieron… frente a un desconocido que esperaba en el vestíbulo.

—Hola, Michael —dijo el hombre, en un inglés con marcado acento británico. Enjuto, con barba, de unos treinta y cinco años, con unos ojos grises dotados de gran inteligencia y una mata de pelo negro crecida hasta los hombros, el extraño esperaba con calma frente a la puerta del ascensor, con las manos unidas a la espalda. Al igual que la amazona armada que había invadido el apartamento de Michael, el desconocido llevaba una larga gabardina de color marrón sobre un atuendo igualmente oscuro que incluía un par de guantes. Un brillante amuleto de metal colgaba de su cuello. Le sonrió a Michael mostrando unos dientes que parecían demasiado blancos y afilados.

Por lo que creía, no lo había visto nunca, ni siquiera en el tiroteo de la estación del metro.

Antes de que ninguno de ellos pudiera decir otra palabra, unos disparos sonaron de repente en el vestíbulo. Varias balas acertaron al desconocido y su cuerpo se puso tenso. Otro disparo le rozó la sien y abrió una sanguinolenta herida en un lado de la cabeza.

Sorprendido por el impacto, el hombre se arrojó al interior del ascensor y derribó a Michael al hacerlo. Cayeron al suelo con fuerza y la sacudida dejó a Michael sin aliento. Se encontró tendido de cara al techo, enredado con el desconocido. Mientras las manos de éste se movían instintivamente hacia su cabeza, empezaron a caer regueros de sangre por su rostro. Había una mueca de dolor en su semblante, pero parecía más molesto que asustado.

¿Quién coño es este tío?,
pensó Michael. Curiosamente, sentía más miedo que preocupación por la víctima del disparo.
¿Y quién nos está disparando?

Al levantar la mirada por encima de la cabeza del hombre herido, Michael vio que la mujer del apartamento aparecía de repente en la puerta del ascensor. Guardó las humeantes pistolas en su cinturón mientras se agachaba y cogió a Michael por la pierna. Una vez más, la pasmosa fuerza de la chica lo cogió desprevenido.

Tirando de su pierna, lo arrastró sin el menor esfuerzo por el suelo del ascensor hacia el vestíbulo. Sin embargo, antes de que pudiera sacarlo del todo, el otro hombre se abalanzó sobre él como un demonio cubierto de sangre y le clavó los dientes en el hombro.

¡Mierda! ¡Me ha mordido!

Lanzó un aullido de asombro y dolor mientras sentía que unos incisivos afilados como navajas se hundían profundamente en su carne. Pero la fuerza de la misteriosa mujer era demasiado grande; en un abrir y cerrar de ojos se lo arrancó a los afilados colmillos y lo llevó consigo al vestíbulo de su apartamento, donde lo levantó de un rápido tirón.

La herida de su hombro estaba sangrando pero la mujer ataviada de cuero parecía tener demasiada prisa como para percatarse de ello. Lo cogió por la muñeca y salió corriendo hacia la puerta que daba a la mugrienta callejuela. Michael no trató siquiera de resistirse; tal como estaban las cosas, lo único que quería era escapar del psicópata del ascensor.

La chica abrió la puerta de una patada y huyeron a la carrera del edificio. Había vuelto a empezar a llover y el agua empapaba la capota de un brillante Jaguar plateado aparcado en la acera.

Bonitas ruedas,
pensó de manera absurda mientras ella abría la puerta del copiloto y lo obligaba a entrar de un empujón.

• • •

Lucian tenía la boca llena con la sangre del humano. Tirado todavía sobre el suelo del ascensor, el licano herido resistió el impulso de tragarse el caliente y sabroso fluido. En lugar de hacerlo, buscó a tientas en su bolsillo hasta dar con el frasco de cristal que milagrosamente había logrado sobrevivir al ataque de la vampiresa. Tras quitarle el tapón, escupió toda la sangre en el estéril receptáculo de cristal.

Misión cumplida,
pensó con frialdad.

Sin embargo, no podía permitir que Michael Corvin cayera en manos de los vampiros, no si el norteamericano era el que estaban buscando. Aunque los chupasangres no estuvieran al corriente la importancia potencial de Corvin, Lucian había esperado demasiado tiempo como para dejar que un posible candidato se le escapara de las manos.

Sin embargo, antes que nada tenía que hacer algo con la apestosa plata.

Las balas de la vampiresa alojadas en su carne quemaban con una intensidad de mil demonios. A menos que se librase rápidamente de ellas, su veneno se extendería por todo su organismo y lo mataría con la misma seguridad que si la vampiresa le hubiera arrancado la cabeza. La cáustica presencia de la plata ardía como ácido por debajo de su piel.

Se puso trabajosamente en pie ignorando la palpitante agonía y se arrancó la camisa. Un rastro de heridas de bala aún abiertas recorría su pecho, las suficientes para haber matado a cualquier hombre o a un licántropo normal. Lucian contó al menos media docena de agujeros de bala.
Esto no va a ser fácil,
comprendió.

Aspiró profundamente y miró el techo. Una expresión de intensa concentración se dibujó en sus ensangrentadas facciones mientras cerraba los ojos y enfocaba su consciencia en expeler el veneno de su cuerpo. Los músculos se tensaron debajo de su piel mientras los tendones del cuello se estiraban como cables de acero. La sangre palpitaba en sus sienes. Sus fauces estaban tan apretadas como sus puños.

Al principio, no ocurrió nada. Entonces, una por una, las heridas abiertas se fueron contrayendo y expulsaron las retorcidas y deformadas balas en algo que parecía una grotesca mofa de un parto. Una bala planchada de roja sangre rebotó con un ruido metálico contra el suelo del ascensor, seguida por una cadena de sonidos idénticos.

El rostro ceniciento de Lucian seguía siendo una máscara de absoluta concentración. Había tardado siglos en llegar a dominar aquel truco e incluso ahora requería de toda su energía y disciplina mental. Fue como si pasaran unas horas agónicas, pero en realidad sólo tardó varios minutos en extraer hasta la última traza de plata de su cuerpo inmortal.

Dejó escapar un jadeo exhausto y sus hombros se hundieron al liberar la tensión mientras el último proyectil de plata caía al suelo con un tintineo.

Y ahora,
pensó mientras lamía la sangre de Michael que había quedado entre sus dientes,
ha llegado el momento de reunirse con el señor Corvin… y esa zorra de gatillo fácil.

• • •

—¿Qué coño está pasando aquí? —exigió Michael, sentado en el asiento del copiloto del Jaguar plateado. No sabía si lo estaban secuestrando, rescatando o ambas cosas a la vez.

La misteriosa mujer ignoró sus frenéticas preguntas. Apretó a fondo el acelerador y el Jaguar salió del callejón haciendo chirriar el pavimento. La brusca aceleración empujó a Michael contra su asiento y lo acalló de momento.

Volvió la cabeza hacia la ventanilla trasera, miró el edificio de apartamentos, su hogar desde que llegara a Budapest, y vio con asombro y terror que el lunático salía caminando por la puerta, con la frente y el pecho desnudo cubiertos de sangre.
¿Qué coño…?,
pensó Michael, pasmado. Sentía un dolor de mil demonios en el sitio en el que el sanguinario británico le había mordido.
Creía que lo había matado a tiros.

Lo cierto era que el extraño no tenía el aspecto de un hombre que acabara de recibir varios disparos. Al ver el Jaguar, salió corriendo tras
él
a velocidad imposible.
¡Esto no puede estar pasando!,
pensó Michael embargado por una estupefacta incredulidad. El loco empapado de sangre estaba
ganándole terreno
a un coche deportivo, como si fuera el Hombre de los Seis-Zillones-de-Dólares o algo por el estilo. Michael se quedó boquiabierto al ver que el desconocido caníbal golpeaba al vehículo como un animal salvaje y daba un salto como si estuviera propulsado por cohetes.

¡Ka-runch!
Su perseguidor chocó con el maletero del Jaguar, haciendo que tanto Michael como la mujer misteriosa saltaran en sus asientos. Michael creyó que se le iban a salir los ojos de las órbitas al ver que el infatigable desconocido trepaba al techo del coche a pesar de que estaba lloviendo a cántaros y corrían a más de cien kilómetros por hora.

La cosa estaba empeorando por segundos.
¿Quiénes son todos estos tíos?,
se preguntó Michael con desesperación.
¿Y qué quieren de mí?

• • •

El metal empapado de lluvia era frío y resbaladizo pero los poderosos dedos de Lucian se aferraron igualmente a él y se hundieron en el aluminio laminado utilizando unas uñas semejantes a agujas que eran varios centímetros más largas de lo que habían sido apenas un segundo atrás. Haría falta algo más que mal tiempo para arrebatarle su presa después de los siglos que había pasado planeando su venganza contra los vampiros. Puede que Michael Corvin fuera la clave para la victoria definitiva de Lucian y no estaba dispuesto a permitir que una zorra escurridiza se escapara con el desgraciado norteamericano.

El viento gélido le arrojaba lluvia a la cara y mientras Lucian trepaba al techo del vehículo se llevó la mayor parte de la sangre que había perdido por la herida de la cabeza. Su largo cabello negro aleteaba de un lado a otro en el vendaval. Su mano izquierda se clavó con fuerza en la moldura de cromo del costado izquierdo del vehículo mientras echaba atrás el puño derecho y se preparaba para golpear con todas sus fuerzas.

¡Sha-shank!
Una hoja de acero al carbono, de color negro, doble filo y treinta centímetros de longitud, salió de su manga impulsada por un resorte.
¿Quién necesita transformarse,
pensó con sarcasmo,
cuando tiene de su lado la tecnología moderna?

• • •

Michael miró el techo del Jaguar embargado por el miedo y la confusión. Ya no veía al sanguinario y aparentemente indestructible desconocido pero sabía que estaba allí, a escasos centímetros de sus cabezas. De repente recordó los pesados golpes que había oído en el techo del edificio, antes de que saliera corriendo como alma que lleva el diablo de su apartamento. ¿Había ocurrido hacía sólo cinco o diez minutos? Costaba creerlo.

Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Michael contuvo el aliento. No sabía lo que iba a ocurrir ahora y le daba miedo pensarlo. ¿Qué podía hacerles el desconocido desde el techo del vehículo?
Algo malo,
supuso. No estaba demasiado impaciente por averiguarlo.
Algo muy, muy malo.

Como si quisiera colmar sus más sombrías expectativas, un afilado cuchillo de color negro atravesó el techo de metal del Jaguar. La hoja de doble filo se hundió repetidas veces en el techo sobre el asiento del conductor, tratando de alcanzar a la mujer desconocida que había al volante.

—¡Cuidado! —gritó Michael, pero fue demasiado tarde. La hoja encontró lo que estaba buscando y se clavó en el hombro de la chica. Ésta lanzó un grito de sorpresa y dolor y a continuación pisó el freno. Las ruedas chillaron como almas en pena mientras el Jag se detenía abruptamente. Michael dio gracias a Dios por los cinturones de seguridad, que eran lo único que había impedido que salieran despedidos contra el parabrisas azotado por la lluvia.

Su atacante no tuvo tanta suerte. El brusco frenazo lo catapultó desde el techo del coche… Mientras Michael observaba sin dar crédito a sus ojos, chocó contra el suelo y rodó hasta detenerse a varios metros de distancia. Estaba tirado de bruces sobre los empapados adoquines. Michael temía que estuviera gravemente herido… hasta que vio que levantaba la cabeza y empezaba a incorporarse.

¿Qué hacía falta para detener a ese tío?

Sangrando copiosamente por el hombro herido, la mujer pisó a fondo el acelerador. El Jaguar salió despedido directamente hacia el desconocido, quien estaba poniéndose ya en pie. Los neumáticos chirriaron sobre el pavimento húmedo.

—¡No! —gritó Michael instintivamente.

El Jaguar golpeó al desconocido con un sonido nauseabundo y lo puso en órbita.

• • •

El coche chocó contra Lucian de frente y su parte delantera golpeó todo su cuerpo de los hombros para abajo. La fuerza del impacto le destrozó las costillas y lo dejó sin aliento. Contra su voluntad, sus pies abandonaron el asfalto y salió despedido y dando vueltas hacia el cielo iluminado por la luna.

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