Erika se quedó boquiabierta y unos colmillos blancos y afilados aparecieron a la vista. Estaba claro que la idea de que un simple humano acudiera en auxilio de un vampiro —¡Y un Ejecutor, nada menos!— la dejaba pasmada. Se volvió hacia Corvin con más interés y puede que una pizca de celos. ¿Le envidiaba a Selene su Príncipe Encantado humano?
Selene experimentó un fuerte sentimiento de protección hacia Corvin. De repente se dio cuenta de que Erika no había dado ninguna explicación para su presencia allí. Entornó la mirada con suspicacia.
—¿Qué haces aquí?
Erika se encogió casi imperceptiblemente bajo la mirada severa de la Ejecutora y se apartó del sofá y su adormecido ocupante.
—Me ha enviado Kraven —dijo tragando saliva—. Quiere verte. Ahora mismo.
• • •
Sonaban truenos en el exterior y la lluvia azotaba las ventanas mientras Kraven y Selene discutían en los aposentos palaciegos de aquél. Los dos vampiros se estaban arrojando al cuello el uno del otro, figurada si no literalmente.
—Es del todo inaceptable —exclamó Kraven, indignado, mientras caminaba arriba y abajo sobre la alfombra persa tejida a mano. Sus furiosos ademanes cortaban el aire. Como de costumbre vestía un traje hecho a medida y completamente negro—. ¿Contradices mis órdenes y pasas el día lejos del refugio de la mansión… con un humano? ¿Un humano que luego decides traer
a mi casa?
Selene no se amilanó. A diferencia de Kraven, ella no caminaba ni sacudía los brazos al hablar sino que permanecía tan inmóvil y compuesta como un Antiguo en hibernación.
—Por lo que a mí se refiere, ésta sigue siendo la casa de Viktor.
Kraven le lanzó una mirada envenenada. No le gustaba que le recordaban que sólo era el amo en ausencia de Viktor. Embargado por una furia creciente, se acercó a la ventana y se asomó a la noche tormentosa. Selene entrevió una brillante y gibosa luna por entre los abigarrados nubarrones de la tormenta.
—Mira —dijo bajando la voz. Su ajustada ropa de cuero seguía manchada de sangre y barro: no había tenido tiempo de cambiarse desde que regresara a Ordoghaz—. No quiero discutir. Sólo necesito que entiendas que por alguna razón Michael es importante para los licanos.
Kraven giró sobre sus talones y la miró con un fuego de ardiente suspicacia en los ojos.
—De modo que ahora es
Michael
—se burló en tono acusador.
Selene reprimió un suspiro de impaciencia. Lo último que necesitaba en este momento eran los celos de adolescente de Kraven. Había demasiado en juego.
—Kraven, ¿quieres escucharme? —Aspiró profundamente antes de tratar de explicárselo de nuevo—. Hay algo…
Él la interrumpió sin contemplaciones.
—Se me escapa por qué estás tan obsesionada con esa teoría absurda. —Desechó sus preocupaciones con un ademán desenvuelto—. ¡Es imposible que Lucian sienta interés alguno por un simple humano!
¿Lucian? Selene no pudo ocultar su sorpresa. ¿Por qué estaba Kraven hablando de un licano muerto hacía tiempo? Hacía siglos que habían matado al infame Lucian.
No lo entiendo,
pensó Selene mientras trataba de desentrañar el sentido de la curiosa afirmación de Kraven.
Por fortuna, éste tomó su expresión meditabunda por algo completamente diferente.
—Aguarda —dijo con aire dramático, como un fiscal delante de un jurado—. Te has encaprichado de él. Admítelo.
—Vaya. Ésa sí que es una teoría ridícula —repuso ella, aunque con algo menos de vehemencia de la que le hubiera gustado. Sus palabras le sonaron extrañamente falsas incluso a ella misma.
Kraven se aprovechó del atisbo de indecisión de su voz.
—¿De veras? —exigió.
El destello de un rayo en el exterior se vio seguido por un trueno colosal que estremeció los cristales de las ventanas.
La tormenta estaba arreciando.
• • •
A solas en los aposentos privados de Selene, mucho más elegantes que los suyos, Erika examinó al inconsciente humano que dormitaba sobre el tílburi. Lo cierto es que era bastante guapo, aunque no al modo de dios griego de Lord Kraven.
No está mal para ser un humano,
decidió,
si a una le gustan esa clase de cosas…
Aburrida, se tendió a su lado y disfrutó de la calidez del cuerpo mortal contra su carne fría. Pasó un dedo juguetón por su cuello, trazó la línea de la yugular con una uña y le enredó los rizos castaños con los dedos. Mientras tanto, trató de no pensar en que Selene estaba a solas con Kraven en su opulenta suite. No
seas tonta,
se reprendió mientras expulsaba de sus pensamientos las celosas fantasías que la atormentaban. Cuando había enviado a Erika a buscar a Selene, Kraven estaba claramente indignado y enfurecido. A juzgar por la expresión iracunda de su rostro, era mucho más probable que la azotara a que le hiciera el amor.
O eso esperaba ella.
Francamente, no me importaría recibir unos buenos azotes de Lord Kraven,
pensó,
siempre que fuese por las razones apropiadas.
Era horriblemente injusto. ¡Selene disfrutaba de todas las atenciones de Kraven y ni siquiera las apreciaba!
Divertirse con el juguete de Selene le proporcionó cierta sensación de revancha. Inspeccionó la garganta desnuda del humano y reparó en una serie de pequeños agujeros en el hombro de su chaqueta.
¿Qué es esto?,
pensó abriendo mucho los ojos violeta. ¿Acaso la altiva Selene, a pesar de sus protestas, había sido incapaz de resistirse a la tentación de probar la mercancía?
Intrigada, Erika le abrió el cuello de la camisa al humano. Como estaba buscando las marcas de un beso de vampiro, al encontrarse con la fea e hinchada marca de un mordisco en el inflamado hombro derecho del mortal se quedó estupefacta. Las crueles marcas de colmillos eran toscas y descuidadas, muy diferentes a la señal discreta que dejaban los de un vampiro, y unos pelos negros, erizados y gruesos asomaban en las profundidades de las sanguinolentas heridas.
—¡La puta…! —exclamó Erika mientras de repente perdía todo interés en probar la sangre del durmiente humano. No era una Ejecutora y nunca había visto hasta entonces a la víctima de un licano, pero reconocía un mordisco de licano cuando lo veía.
Lo han convertido,
comprendió con alarma y asco, y se apartó de la carne infectada.
¡Es uno de ellos!
Un cegador destello iluminó la habitación. Sonó un trueno y el humano despertó de repente y profirió un grito con todas sus fuerzas. Aquello fue demasiado para Erika, que dio un respingo como una gata sobresaltada y se pegó al techo de la habitación mientras siseaba al humano que había debajo, que aún seguía gritando. Hundió las garras en el yeso, más de dos metros por encima de la cabeza del humano mientras éste, confundido, la miraba parpadeando con una expresión de asombro horrorizado, como un hombre atrapado en una pesadilla interminable.
Erika no sabía cuánto tiempo tardaba un humano en transformarse en licántropo pero no quería correr riesgos.
• • •
El eco de las pisadas de Kraven resonaba por el pasillo jalonado de retratos, al unísono con los truenos que llegaban desde el exterior de la mansión, mientras caminaba con decisión virulenta en dirección a los aposentos de Selene, situados en el ala este. Selene iba tras él, temerosa por la seguridad de Michael Corvin.
—¿Qué vas a hacerle? —exclamó con voz inquieta.
Kraven ni siquiera se volvió.
—¡Lo que me plazca! —declaró sin dejar que nada frenara su marcha por la mansión. Sus garras extendidas temblaban a ambos lados de su cuerpo, como si ya estuvieran apretando la garganta de Michael.
¡No!,
pensó Selene con ansiedad. Apretó el paso y fue tras él. Era consciente de que Michael estaba en grave peligro. A pesar de sus aires presuntuosos, Lord Kraven podía ser brutalmente letal cuando se enfurecía.
No puedo dejar que mate a Michael,
pensó, desesperada.
Pero, ¿había alguna manera de detenerlo?
• • •
¡Tengo que salir de aquí!
Michael lanzó una mirada frenética a su alrededor, tratando desesperadamente de encontrar una salida. La situación entera era una locura: cuchillos y armas y una rubia que levitaba. No tenía la menor idea de dónde se encontraba o qué le había ocurrido a Selene pero sabía que tenía que alejarse a toda costa de todos aquellos lunáticos armados.
Una ventana iluminada por la luna atrajo su atención y se acercó a ella con paso tambaleante. La abrió de un empujón. Fuera estaba cayendo un aguacero de mil demonios y un soplo de aire helado le azotó la cara con su gélida humedad. Michael ignoró la lluvia y se asomó por la ventana. Para su consternación, vio que había una caída de casi siete metros hasta el suelo.
—¡Mierda! —musitó. Le dio la espalda a la ventana y se volvió hacia el interior… justo a tiempo de ver cómo caía la rubia del techo y le tapaba la salida al pasillo. La nínfula de cabello dorado fulminó a Michael con la mirada mientras siseaba como un gato enfurecido. Alzó las manos frente a su cara, con las crecidas uñas extendidas como garras. Le enseñó un dentadura blanca y brillante, con sus colmillos afilados y todo, que parecía sacada de una película de terror de Hollywood.
A la mierda,
pensó Michael y decidió probar suerte en la ventana. Se encaramó al alféizar y saltó a la noche.
Cayó dos pisos en picado antes de aterrizar sobre el húmedo césped que había debajo. El golpe lo dejó aturdido y durante un segundo todo se volvió negro. Los ojos se le cerraron y de repente se encontró en otro lugar.
El negro cristal estalló hacia fuera cuando se arrojó de cabeza contra la vidriera que cubría la ventana. El tintineo del cristal roto resonaba todavía en sus oídos mientras aterrizaba sobre el rocoso patio. El olor de la cercana arboleda resultaba tentador para su olfato, una promesa de seguridad y libertad.
Rodó sobre su espalda y el cielo de la noche apareció ante sus ojos, frío y antipático, mientras las estrellas distantes lo miraban sin misericordia. Una luna del rojo color de la sangre, llena y gigantesca, pendía de allí, entre nubarrones hinchados, como un presagio enfurecido, proyectando una luz espeluznante sobre los elevados muros de piedra de la ancestral fortaleza.
Unos ladridos y gruñidos fieros irrumpieron en la escena y arrastraron bruscamente a Michael de regreso a la realidad. Sus ojos se abrieron de repente y recordó que estaba tendido en el césped. La regia mansión gótica se erguía sobre él, por completo diferente al imponente edificio de piedra de su… ¿qué? ¿Sueño? ¿Visión? ¿Recuerdo?
¿De dónde coño ha venido eso?,
se preguntó, aturdido. La insólita y alucinante experiencia había sido más vivida que un sueño y más parecida a un recuerdo, pero sabía que él nunca había vivido nada parecido.
¡Creo que si hubiera saltado por una vidriera me acordaría!
Los ladridos se hicieron más ruidosos y cercanos. Parpadeó repetidas veces para aclarar sus pensamientos y levantó su dolorida cabeza de la hierba mojada.
—¡La madre que me parió! —exclamó mientras sus ojos enfocaban la alarmante visión de tres rottweilers, que parecían los primos menos amistosos del Sabueso de los Baskerville, y que se le estaban acercando corriendo por el césped. Unos colmillos marfileños resplandecieron a la luz de la luna.
El pánico puso a Michael en movimiento. Se incorporó apresuradamente y, cojeando como un loco, corrió hacia el muro exterior de la finca, seguido de cerca por los ladridos furiosos de los perros.
De alguna manera sabía que nadie iba a contenerlos en el último segundo.
• • •
Kraven irrumpió hecho una furia en la habitación y Erika, sobresaltada, lanzó un agudo chillido. Ignorando a la sirvienta, el regente registró la habitación en busca del tal Michael Corvin con el que Selene estaba tan obsesionada.
Le romperé el cuello delante de ella,
juró,
y me beberé su sangre hasta la última gota.
Esbozó una sonrisa cruel al pensarlo.
Eso le enseñará a no anteponer sus caprichos a sus deberes para con el aquelarre… y conmigo.
Pero el inconveniente humano no estaba a la vista. Frustrado, Kraven lanzó una mirada inquisitiva a Erika, quien señaló la ventana abierta con un gesto temeroso de la cabeza. Una brisa helada le azotó la cara y sacudió sus rizos oleosos y su chaqueta de seda mientras los ladridos de los perros llegaban hasta él desde el jardín.
—¡Maldita sea! —exclamó. ¿Por qué no podía estarse quieto ese maldito humano?
• • •
Con los sabuesos pisándole los talones, Michael se encaramó a la valla de hierro y trepó por encima de ella. Estaba exhausto y sus jadeos entrecortados pintaban el gélido aire de vaho. Con mucho cuidado para no clavarse ninguna de las oxidadas puntas de lanza de la valla, se dejó caer al otro lado. Los furiosos sabuesos metieron el morro entre los barrotes de metal y trataron de alcanzar con dentelladas y ladridos a su esquiva presa.
Adiós, perritos,
pensó con sarcasmo mientras se alejaba de la valla. Una oscura línea de robles y hayas prometía cobijo y la seguridad de un escondite así que se dirigió cojeando hacia los árboles mecidos por la tormenta. El viento le azotaba el rostro y las manos con gélida lluvia y el estallido de un trueno señalaba el paso de cada angustiado minuto.
¿Se estaba dirigiendo al norte o al sur, hacia la ciudad o lejos de ella? Michael no lo sabía y tampoco le preocupaba. Lo único que le importaba por el momento era alejarse lo máximo posible de los perros… y de aquella mansión de monstruos de pesadilla.
El hombro infectado le dolía espantosamente.
• • •
Kraven se acercó con impaciencia a la ventana al mismo tiempo que Selene entraba en el cuarto tras él. Puede que los perros hubieran acabado ya con el humano, pensó. No sería tan satisfactorio, desde luego, como matar a Corvin con sus propias manos pero decidió que bastaría con que la mascota de Selene fuera destrozada por los sabuesos.
Un final apropiado,
decretó en silencio,
para una criatura tan insignificante.
Sus ojos de muerto viviente penetraron con facilidad la oscuridad del exterior. Sin embargo, y para su decepción, no vio a los rottwailers destrozando con entusiasmo el cadáver ensangrentado de Corvin. En su lugar, lo que vio fue a los perros ladrando con impotencia a la valla exterior y se vio obligado a llegar a una conclusión sumamente enojosa.