Underworld (21 page)

Read Underworld Online

Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
10.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

¡Lo he conseguido!, pensó mientras exhalaba un jadeo de alivio. Gracias a Dios. Bajo su bata de laboratorio, una película de sudor frío le pegaba la camiseta blanca a la espalda. Cerró los ojos y se tomó un momento para recobrarse de la tensión sicológica provocada por el inquietante encuentro con Michael antes de buscar en su bolsillo la tarjeta que aquellos dos policías le habían entregado el día anterior. ¿Dónde coño la había puesto?

Ah, ahí estaba. Sacó el móvil y marcó apresuradamente el teléfono que aparecía en ella.

Los dos oficiales, Pierce y Taylor, llegaron con sorprendente rapidez, menos de diez minutos después de haber recibido la llamada de Adam. Sea lo que sea lo que quieren de Michael, dedujo el doctor, debe de ser serio.

Estaba seguro de que había tomado la decisión apropiada al contactar con la policía.

—Gracias por venir —murmuró a los oficiales. Hablaba con voz baja por si Michael estaba escuchando. Por toda la planta, las enfermeras y los pacientes observaban con curiosidad mal disimulada cómo guiaba a los policías a la sala en la que se encontraba ahora el agitado residente—. No sé lo que le pasa —balbució Adam con tono lastimero—. Nunca lo había visto de esta manera.

Los fornidos agentes asintieron bruscamente y se acercaron a la puerta cerrada con las manos en la empuñadura de las pistolas. Adam esperaba que no fueran demasiado duros con Michael. Probablemente debería informar a la embajada americana, pensó, a no ser que sea la policía la que se encargue. No estaba familiarizado con el procedimiento. Estaban casi en la sala de observación cuando se oyó un fuerte ruido al otro lado de la puerta. Un cristal se hizo añicos y Pierce y Taylor respondieron inmediatamente. Con las armas desenfundadas, cargaron contra la puerta y la abrieron de un empujón. Adam los siguió, aunque a una prudente distancia. Temía que se produjera una pelea e incluso un tiroteo pero el único sonido que salió de la habitación era el quejumbroso susurro del viento.

No lo entiendo. No había apartado la vista de la puerta un solo momento mientras esperaba a que llegasen los policías. Michael no podía haber salido. ¿Y qué ha sido ese ruido?

Se asomó con aire asustado por la puerta de la sala de observación. El viento y la lluvia entraban por la ventana rota del otro lado de la habitación. El más alto de los policías, Pierce, corrió hasta la ventana, sacó la cabeza por el vano y miró la calle. Con el ceño fruncido, se volvió hacia su compañero y sacudió la cabeza. Adam supuso que Michael no estaba a la vista.

Los frustrados policías se volvieron hacia él con cara de pocos amigos.

—¡Estaba aquí! —insistió el doctor. Levantó las manos en un gesto que pretendía indicar impotencia. No es culpa mía, pensó a la defensiva, que su principal sospechoso haya saltado por la ventana. ¡Dado el estado mental en que se encontraba, he tenido suerte de que no me atacara!

Pierce y Taylor intercambiaron una mirada de contrariedad y a continuación salieron corriendo de la habitación sin prestar la menor atención a Adam. Un frío viento azotó la cara de éste desde la ventana abierta y cerró la puerta para cortar la corriente. Perturbado por la mirada de furia desnuda que había visto en los ojos oscuros de los policías, los siguió con la mirada.

—¡Eh! —les gritó. Corrió tras ellos para cogerlos antes de que abandonaran el edificio—. No van a dispararle, ¿verdad?

• • •

Michael esperó hasta que los pasos de Adam se perdieron en la distancia y entonces abrió cautelosamente la puerta del armario. Con cuidado de no agitar las perchas de metal que colgaban alrededor de su cabeza y sus hombros, contempló por la pequeña rendija la sala de observación iluminada por la luz de la luna. En el exterior, el estallido de un relámpago iluminó todos los rincones del cuarto.

No hay moros en la costa, decidió. Tras dar gracias a que Adam y los policías hubieran caído en su truco de la ventana, salió sigilosamente del armario. Miró a su alrededor con aprensión y se preguntó de cuánto tiempo dispondría hasta que volvieran a registrar la habitación. Tengo que irme de aquí pero, ¿adonde?

Acudir a la policía estaba descartado. Según el mensaje que Adam le había dejado en el contestador el día anterior, la policía sospechaba que tenía algo que ver con el sanguinario tiroteo del metro y, teniendo en cuenta todo lo que había ocurrido, Michael no estaba seguro de poder convencerlos de lo contrario. Parecía encontrarse en medio de aquel mortal embrollo.

La embajada americana de la Plaza Libertad tampoco era una buena opción. Si hasta Adam creía que estaba loco, ¿qué pensarían los sensibles chicos de la embajada de los EE.UU. cuando tratara de explicarles lo que le había ocurrido?
¡Demonios, si hasta yo estoy empezando a cuestionar mi cordura!

Sintió un ataque de náuseas y una convulsión lo obligó a doblarse sobre sí mismo con las manos en las tripas. Apretó las mandíbulas con fuerza para no vomitar y luchó como un loco para contener el ataque. El sudor le cubrió la frente mientras en su interior se sentía como si le estuvieran dando la vuelta a las entrañas. Jesús, ¿qué es lo que me pasa?, volvió a preguntarse, angustiado. Nada de lo que había aprendido durante la carrera le ofrecía un diagnóstico razonable sobre su condición. Su visión cambió bajo la luz de la luna y por un instante perdió la noción de los colores. El hombro infectado le palpitaba en sincronía con el espantoso latido del interior de su cráneo. Le dolían los dientes como si estuvieran tratando de arrancárselos de las encías.

Pero no era sólo que estuviera físicamente enfermo. También se estaba volviendo loco. Los guerreros fantasmales, armados con ballestas y virotes de plata acechaban en los márgenes de su campo de visión.

Impresiones e imágenes fragmentarias que no tenían relación alguna con la vida que recordaba se mezclaban con los recuerdos como un as adicional en un mazo de cartas. Cerró los ojos por un instante y volvió a encontrarse en aquel bosque primitivo, perseguido entre los árboles y bajo la luz de la luna por figuras sombrías ataviadas con cota de malla y armadura.

¡Éste no soy yo!,
pensó violentamente.
¡Esto no me ha ocurrido a mi!
Pero seguía sintiendo el suelo húmedo del bosque bajo los pies desnudo, seguía oliendo la savia que fluía por los árboles mientras corría por su vida por aquel siniestro y boscoso paisaje onírico. La marca maldita del brazo dolía como una llama al rojo vivo. Notaba el sabor de su propia sangre en la lengua…

Estoy enfermo,
comprendió, acongojado.
Necesito ayuda.

¿Pero a quién podía recurrir? En medio de su desesperación, un rostro apareció en sus recuerdos. Unos inescrutables ojos castaños debajo de una melena de pelo largo y negro. Una piel tan blanca como la nieve inmaculada. Una exótica aparición, salvaje, misteriosa, sugerente…

Para bien o para mal, la única persona que podía ayudarlo a salir de aquella pesadilla.

Selene.

Capítulo 15

S
e decía que el agua corriente era anatema para los miembros de la raza de los vampiros pero no era más que un mito; de lo contrario, Selene no hubiera podido disfrutar de la ducha que tanto necesitaba y que estaba escaldando su cuerpo desnudo con un chorro de agua deliciosamente caliente.

El arremolinado vapor llenaba su cuarto de baño mientras el vigorizante chorro caía sobre su piel para llevarse por fin los residuos de sudor, barro y sangre de su desgraciada excursión a la ciudad. En el fondo de la bañera de mármol blanco se formaba un charco de agua sucia alrededor del desagüe antes de desaparecer en las entrañas de la mansión. Selene se preguntó cuánto tardaría el sanguinolento riachuelo en llegar a las húmedas y apestosas alcantarillas en las que había combatido contra los dos licanos.

Hay algo ahí abajo.
Lo sabía en el fondo de su corazón.
Puede que una enorme manada de Dios sabe qué.

Por desgracia, la ardiente ducha no podía llevarse los temores que inquietaban su mente. ¿Seguía Lucian con vida? Accidentalmente, Kraven se había referido a él en presente pero, ¿demostraba eso el posible regreso de Lucian? ¿Y qué pasaba con Michael? ¿Había dicho Erika la verdad y había sido reclutado por el enemigo?

No, por favor,
pensó apasionadamente. La relajante agua se llevó el jabón y el champú de su oscuro cabello y su piel de porcelana pero Selene sabía que no podía esconderse en el baño para siempre. Había demasiadas preguntas vitales que responder y se le estaba acabando el tiempo.
El Despertar casi está aquí, recordó. Amelia y su séquito llegarán mañana a la puesta de sol.
En la que, por una infeliz casualidad, resultaba ser la primera noche de luna llena.

Selene se estremeció al pensar en lo que la luna podía traer, para Michael como para toda la nación vampírica. Entonces se le ocurrió una estratagema desesperada, tan desesperada que normalmente la hubiera desechado por absurda pero que ahora se le antojaba la única alternativa posible.
Tengo que intentarlo,
decidió. No
hay otra opción.

De mala gana, cerró la ducha y dejó que las últimas gotas de agua recorrieran su cuerpo. Tras salir de la bañera al cuarto de baño, se secó rápidamente con una toalla y a continuación se puso una túnica de algodón de color azul marino.

El vapor nublaba el espejo de gran tamaño que había sobre el lavabo. Decidida al fin, se acercó hacia allí y extendió la mano hacia el espejo. Sus dedos trazaron suavemente una cadena de letras sobre el cristal

V I K T O R

Se detuvo uno o dos segundos, embargada de reverencia por el nombre que había invocado. A continuación pasó la mano por el cristal y lo borró.

—Perdóname, te lo ruego… —susurró mientras inclinaba la cabeza en un gesto respetuoso. Aunque en el espejo no se veía más que su propio reflejo, no era a ella misma a quien se estaba dirigiendo. Levantó la cabeza y contempló el espejo con ojos angustiados—… pero necesito desesperadamente tu consejo…

• • •

El taxi corría por la solitaria vereda del bosque, llevando a Michael de regreso a la mansión. La noche cubría de sombras los robles y hayas esqueléticos que había a ambos lados del camino mientras él miraba por la ventanilla del coche y confiaba en recordar el camino correcto.

Pálido y tembloroso, estaba encogido en el asiento de atrás, con un puñado de billetes que había sacado en un cajero automático de la ciudad en las manos. Tenía un mapa abierto de las ciudades y pueblos del norte de Budapest sobre el regazo. Por lo que él sabía, estaba volviendo por el mismo camino que había seguido a primera hora de aquella noche para escapar de la mansión.
Szentendre,
se recordaba repetidamente, como si el nombre pudiera escapársele del magullado y dolorido cerebro.
La mansión de Selene se encontraba en las afueras de Szentendre…

El taxi pasó por encima de un socavón y la sacudida hizo que la dolorida cabeza y los huesos de Michael protestaran a gritos. Se rodeó con los dos brazos, rezando para no vomitar en el taxi. El aullido de sus oídos resonaba como un zoológico enfurecido y cada vez que entreveía la luz de la luna sentía un fuerte dolor en los dientes y las encías. La luna estaba casi llena, advirtió, y brillaba con intensidad sobre el sombrío bosque.

¿Estoy haciendo lo que debo?,
se preguntó. Se acordó de los salvajes rottwailers ladrando a sus talones, y se preguntó si estaría loco por volver a la mansión, a más de ochenta kilómetros de distancia de la ciudad. Entonces recordó el precioso rostro de Selene, inclinado sobre él y mirándolo, limpiándole la frente febril con un paño húmedo y comprendió que no tenía ningún otro lugar al que ir.
Sólo espero que Selene, quienquiera que sea, esté realmente de mi lado.

El interior del taxi olía a tabaco, cerveza y goulash, lo que no contribuía a que el estómago de Michael se asentara. No recordaba la última vez que había comido antes de enloquecer, y sin embargo sentía más náuseas que hambre. Luchó por mantener los ojos abiertos, temiendo las visiones que lo esperaban en la oscuridad, pero no sirvió de nada. Un violento temblor sacudió su cuerpo y sus ojos rodaron dentro de las órbitas, hasta que sólo el blanco inyectado en sangre resultó visible.

¡CRACK! Un látigo, forjado aparentemente de plata sólida, salió restallando del vacío. El destellante látigo cayó sobre su cabeza y sus hombros. Quemaba y mordía al mismo tiempo. El latigazo le abrió la carne y la sangre empezó a manar por su espalda, sobre incontables capas de cicatrice, antes de que la ardiente plata cauterizara la herida recién abierta. Entonces volvió a restallar y él sintió de nuevo su mordisco agonizante…

—¡No! —exclamó Michael. Sus ojos volvieron a la normalidad mientras escapaba de la vivida alucinación. Se llevó instintivamente una mano a la espalda para asegurarse de que las cicatrices eran estrictamente imaginarias.
Parecía tan real…,
pensó, jadeando,
¡Como si me estuvieran arrancando la carne del cuerpo!

—¿Está usted bien, señor? —preguntó el taxista, un achaparrado inmigrante armenio mientras volvía la cabeza. Parecía como si creyera que se había equivocado al aceptar al maltrecho norteamericano como pasajero—. ¿Está teniendo uno de esos… cómo lo ha llamado… ataques?

—Estoy bien —mintió Michael. Asintió para asegurar al preocupado taxista que se encontraba perfectamente, a pesar de que nada podía estar más lejos de la realidad.
¿Qué demonios me pasa?,
pensó lleno de ansiedad.
¡No podré soportarlo mucho más tiempo!

Puede que Selene supiera lo que le estaba pasando y se lo explicara. De lo contrario, no sabía qué más podía hacer. Devolvió a la fuerza sus pensamientos al presente para alejarlos de látigos de plata y torturas sanguinolentas y trató de concentrarse en la carretera que se extendía delante de sí. Se acercaba una intersección y Michael consultó el mapa que tenía en el regazo.

—Gire por ahí —dijo al taxista mientras señalaba hacia la derecha.

Selene tiene que ayudarme.

¡Tiene que hacerlo!

Capítulo 16

E
l guardia levantó la mirada cuando Selene entró en la sala de seguridad vestida con un traje limpio de cuero negro. Proteger la cripta y a sus dormidos moradores era un trabajo tedioso, así que sin duda agradecía la inesperada compañía. Cuidado, se dijo Selene pera sus adentros, no permitas que averigüe tus intenciones.

Other books

The General and the Jaguar by Eileen Welsome
Watch Me by Shelley Bradley
The Empty by Thom Reese
Atavus by S. W. Frank
The Stone Leopard by Colin Forbes
Under Gemini by Rosamunde Pilcher
The Six Rules of Maybe by Deb Caletti
The Janeites by Nicolas Freeling
Susanne Marie Knight by A Noble Dilemma