Erika vio desparecer en la noche los faros traseros de la limusina. Se había quedado muda al pie de la vereda, aturdida por la magnitud de la traición de Kraven.
¡Ya está!,
pensó indignada, enfurecida más allá de toda medida. Dio un pisotón sobre el bordillo con tal fuerza que estuvo a punto de partirse el talón.
Me he quedado sin Kraven para siempre.
Se preguntó si a Viktor le gustarían las rubias…
• • •
Selene desconectó el último de los tubos de plástico. Un fino reguero de sangre salió de la boquilla de cobre. Cogió a Viktor del brazo con el propósito de ayudarlo a ponerse en piel pero el Antiguo se la quitó de encima sacudiendo los hombros.
—Puedo arreglármelas solo —dijo con voz grave.
Por vez primera desde su resurrección, Viktor emergió de los confines claustrofóbicos de la cámara de recuperación. Cruzó la espaciosa cripta y se detuvo un instante junto a las losas de bronce que señalaban las tumbas de los Antiguos. Selene se preguntó si tendría intención de revivir a Marcus de acuerdo a lo programado y entonces recordó que Amelia debía de llegar a la mansión en cualquier momento, si es que no había llegado ya.
Unos pasos apresurados se acercaban a la cripta por la sala de segundad. Por un momento, Selene creyó que Kraven había regresado y su audacia la asombró y afrentó al mismo tiempo.
¿Cómo se atreve a volver a presentarse ante Viktor,
pensó,
después de habernos engañado a todos durante años? ¡El asesino de Lucian, nada menos!
Pero en lugar del regente caído en desgracia, fue Kahn el que apareció corriendo en la cripta. El veterano Ejecutor frenó en seco en cuanto sus ojos se posaron sobre la figura de Viktor. Hizo una profunda reverencia delante del Antiguo.
—Mi señor —anunció—. ¡Han asesinado a los miembros del Consejo!
Selene no daba crédito a sus oídos. ¿El Consejo? Lanzó una mirada a Viktor y vio que el todopoderoso Antiguo estaba tan horrorizado como ella. La sangre reciente que llenaba su cuerpo abandonó sus facciones.
—¿Qué hay de Amelia? —preguntó con voz sombría.
Kahn volvió la vista al suelo, incapaz de soportar la mirada de su amo y señor, pero no le hurtó la verdad.
—Le han sacado toda la sangre.
El horror dio paso a la furia en el semblante regio de Viktor. Sus mejillas hundidas se tiñeron de un rojo intenso. Selene nunca lo había visto tan furioso, ni siquiera cuando la había condenado a ser juzgada, varias horas atrás.
Por su parte, ella se había quedado muda al conocer las noticias catastróficas traídas por Kahn. Por mucho que despreciase a Kraven, jamás le hubiera creído capaz de semejante crimen, y sin embargo no le cabía la menor duda de que el huido regente estaba implicado en el plan que había causado la muerte de Amelia y del Consejo.
Todo formaba parte de un burdo intento
, comprendió,
por hacerse con el control de la nación vampírica.
Encadenado al suelo, a poca distancia de ellos, Singe sonreía con malicioso deleite.
—Ya ha empezado —graznó.
Viktor se movió a la velocidad del rayo, tan deprisa que antes de que Selene se hubiera percatado de que se había movido, el furioso Antiguo ya había destrozado el cráneo de Singe con un solo golpe. El postrado licano se desplomó sin vida sobre el frío suelo de piedra, con el rostro destrozado en tal medida que era imposible reconocerlo.
Su sangre ni siquiera tentó a Selene.
Tras apartarse del indigno cadáver que tenía a sus pies, Viktor se acercó a ella y le levantó la barbilla con suavidad.
—Siento haber dudado de ti, hija mía —dijo con gravedad—. No temas, la absolución será tuya…
El corazón de Selene dio un salto, aliviada y agradecida a su sire por haberla perdonado.
¡Sabía que acabaría por ver la verdad!
—…en el preciso instante en que mates al descendiente de Corvinus, ese tal Michael.
¿Matar a Michael?
Selene retrocedió un paso involuntariamente, mientras su espíritu, que había empezado a remontar el vuelo, volvía a hundirse de repente.
¿Cómo podía Viktor pedirle que matara a Michael a sangre fría? No era culpa suya que su ADN fuera tan peligroso. Él era inocente a pesar de estar contaminado por la infección licana. ¡Tiene que haber otro camino!
Su rostro permaneció inmóvil mientras luchaba por ocultar su reacción al anuncio de Viktor. Pero el Antiguo ya le había dado la espalda. Salió rápidamente de la cripta, seguido de cerca por Kahn.
Selene se demoró unos momentos más, forcejeando con sus turbulentas emociones. Un charco de brillante sangre brotaba del cráneo abierto de Singe y estaba extendiéndose sobre el suelo de mármol de la solitaria cripta. La marea escarlata lamía las botas de Selene y amenazaba con rodearlas.
Sangre,
se dijo, aturdida.
Sangre de licano.
Como la de Michael.
M
ichael abrió sus cansados ojos y volvió a encontrarse en la reconvertida estación de metro. Debo de haberme quedado dormido de nuevo, comprendió, y trató de evitar que los párpados volvieran a cerrársele. Intentó levantar la cabeza pero no lo consiguió y su cabeza chocó contra la dura superficie de la mesa de examen.
Una voz sin cuerpo visible habló desde las sombras de la improvisada enfermería.
—Te hemos dado una encima para frenar el Cambio. Estarás algún tiempo atontado.
Michael reconoció el seco acento británico del desconocido barbudo que lo había mordido en el ascensor dos noches atrás.
¡Tú!,
pensó con un ataque de odio vengativo.
Tú eres el que me ha hecho esto, el que me ha convertido en… lo que sea en que me esté convirtiendo.
Si hubiera estado libre, habría saltado de la mesa y lo habría atacado con las manos desnudas. Pero tenía las muñecas esposadas a la espalda y unas gruesas tiras de nylon inmovilizaban el resto de su cuerpo, como si fuera una momia egipcia preparada para la inhumación y no un licántropo a punto de nacer.
Uno de los dos policías licanos, cuyos uniformes eran probablemente tan falsos como su apariencia humana, se le acercó. Era el del pelo largo, Pierce, el que le había clavado la aguja hipodérmica en el coche patrulla cuando había enloquecido a causa de la transformación. Le enseño una jeringuilla de cristal vacía mientras su sonrisilla sádica revelaba que estaba impaciente por repetirlo.
No se molestó en preparar o desinfectar el lugar en el que iba a clavar la aguja. Se limitó a hundirla brutalmente en el brazo de Michael. El norteamericano se encogió de dolor y a continuación perdió los estribos del todo.
¡Joder!,
pensó, furioso,
¡Estoy harto de que todo el mundo me trate como un animal!
Se debatió contra sus ataduras pero sus frenéticos esfuerzos sólo lograron que la aguja se partiera a la altura de la base. La jeringuilla cayó al suelo y se hizo mil pedazos. Un gruñido de impaciencia escapó del extraño que esperaba entre las sombras.
A Pierce no parecía gustarle que lo pusiera en evidencia delante del extraño británico. Con un gruñido de furia, dio un fuerte bofetón a Michael, tan fuerte que faltó poco para que perdiera el conocimiento. Su cabeza se inclinó a un lado y parpadeó repetidamente, incapaz de enfocar la mirada. El interior de su cráneo estaba repicando como las campanas de una catedral.
—¡Ya basta! —ladró el oculto desconocido. Aun aturdido como estaba, Michael se dio cuenta de que el británico tenía que esforzarse para contener su crispación. Habló con voz severa pero firmemente controlada—. Ve… ve a ver por qué se retrasa Raze, ¿quieres?
Pierce se apartó a regañadientes de Michael. Antes de marcharse arrastrando los pies de la enfermería, le lanzó una última mirada malhumorada al norteamericano. Michael empezó a gemir de miseria en cuanto el fornido policía no pudo oírlo. Sacudió la cabeza tratando de disipar las nieblas que oscurecían su mente.
El enigmático desconocido salió sigilosamente de las sombras.
—La verdad es que debo disculparme. Pierce necesita desesperadamente una lección de modales.
A medida que la visión de Michael empezaba a enfocar de nuevo, pudo confirmar que el que estaba hablando era el desconocido barbudo de la noche de la masacre en el metro, cuando había comenzado toda aquella locura. Reconoció las engañosamente gentiles facciones del hombre, así como el colgante en forma de luna creciente que llevaba alrededor del cuello. No parecía haberle quedado la menor secuela del golpe que le había propinado el Jaguar de Selene. ¿Quién demonios eres tú?, pensó Michael mientras miraba al británico con una mezcla de odio y temor. ¿Y qué es lo que quieres de mí?
—Hablando de modales… —dijo el hombre con voz desenvuelta—, ¿dónde están los míos? —Se acercó a la mesa de examen y se inclinó sobre Michael. Estaba tan cerca de él que hubiera podido morderle de nuevo de haberlo deseado—. Discúlpame. Soy Lucian.
El nombre no significaba nada para Michael.
—Tengo que irme —suplicó éste mientras se debatía contra sus ataduras—. Tengo que regresar.
Lucian suspiró y sacudió la cabeza.
—No puedes regresar, Michael. No tienes donde hacerlo. —Hablaba lenta y parsimoniosamente, como si se estuviera dirigiendo a un niño un poco torpe—. Los vampiros te matarán en cuanto te vean, sólo por ser lo que eres. Uno de nosotros. —Se inclinó un poco más y miró directamente los ojos de Michael—. Eres uno de nosotros.
¡No!,
pensó Michael instintivamente.
¡Soy un ser humano, no un monstruo!
Pero en el fondo de su corazón, sabía que Lucian estaba diciendo la verdad, igual que Selene en su momento.
Siento el cambio que se está produciendo en mi interior.
Conmocionado por la ominosa afirmación de Lucian, Michael no advirtió que el barbudo licano había sacado una jeringuilla nueva hasta que de repente sintió que la aguja penetraba en su vena. Bajó la mirada, consternado, y observó cómo se llenaba el émbolo de sangre.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con aprensión.
Lucian no apartó la mirada de la jeringuilla mientras le sacaba sangre a Michael.
—Poner fin a este conflicto genocida.
—Tu guerra no tiene nada que ver conmigo —insistió Michael. Ni siquiera sabía en qué bando militaba, si en el de los hombres-lobo o en el de los vampiros. ¿Lucian o Selene?
—¿Mi guerra? —preguntó Lucian con voz severa y Michael se dio cuenta de que había puesto el dedo en la llaga. El barbudo licano sacó la jeringuilla, llena por completo de sangre, del brazo de Michael. La sangre manó con libertad del agujero que la aguja le había abierto en el brazo. Aparentemente allí no se usaban las tiritas.
La mano de Lucian se dirigió con lentitud al brillante colgante que llevaba sobre el pecho y la atención de Michael se vio atraída al misterioso talismán. La visión del colgante desencadenó una serie de insólitas imágenes en su mente. Sus ojos giraron en el interior de las órbitas y se pusieron en blanco mientras otra salva de imágenes y sonidos fantasmagóricos lo envolvía.
Su mano pasaba delicadamente sobre el borde de una repisa de baño, explorando con suavidad los peines, tocados y botellas de perfume. Levantó la mirada y se vio reflejado en el espejo de bronce que había sobre el baño.
Era el reflejo de Lucian.
—¿Lucian? —murmuró Michael débilmente mientras se sacudía espasmódicamente en la mesa de examen. Ahora comprendía, más o menos. Desde el principio, habían sido los recuerdos de Lucian.
• • •
1402 d.C. Lucian y tres de sus hermanos licano caminaban por un pasillo oscuro de regreso a sus jergones en los aposentos de los criados. De las paredes manchadas de hollín colgaban portavelas con antorchas encendidas. En el exterior se había puesto el sol, así que ya no tenían que proteger el castillo de la hostilidad de los humanos. Una vez más, sus amos vampiros podían defenderse a sí mismos.
El sonido metálico de varias armaduras pesadas se acercaba por el pasillo. Un par de Ejecutores avanzaban hacia Lucian. Los aterradores vampiros llevaban magníficas armaduras de diseño italiano, muy diferentes a las anticuadas armaduras de cuero o de malla que utilizaban los demás licanos y él. Los petos de acero de las corazas de los vampiros, que podían repeler con facilidad las estacas de madera o las flechas de los mortales supersticiosos que moraban al otro lado de las murallas, tenían grabados símbolos heráldicos.
Detrás de los Ejecutores venía una procesión de regios nosferatu de sangre pura. Sus elegantes atavíos, mucho más delicados que la sencilla ropa de Lucian, estaban forrados de piel de animal y bordados con delicada hebra de oro. Vestidos y capas del satén, la seda, el damasco y el brocado más finos crujieron mientras se acercaban, seguidos por los dobladillos fluidos de los vestidos de las vampiresas como sombras de seda.
Lucian y sus hermanos se apartaron para dejarlos pasar e inclinaron la cabeza como muestra de reverencia. Sin embargo, a diferencia de los otros criados, él no pudo resistirse a lanzar una mirada de soslayo a los nobles no-muertos mientras pasaban a su lado.
¡Y allí estaba ella! Sonja, la hermosa vampiresa, objeto de sus más ardientes deseos. Su negro cabello caía sobre sus hombros como cae la noche y una tiara de oro descansaba delicadamente sobre su cabeza. Los ojos azul celeste miraban desde un rostro blanco como la nieve y dotado de una hermosura insuperable. Un resplandeciente colgante brillaba al final de una cadena sobre su garganta de cisne. El riquísimo ornamento reposaba sobre las laderas de marfil de su pecho, encima de un traje bordado de color borgoña.
Caminaba junto a Viktor, el amo indiscutible del castillo. Una capa de brocado de un dorado color metálico descansaba sobre sus hombros imperiosos y el collar recto se alzaba muy rígido detrás de la nuca. Un medallón de plata, bastante más elaborado que el colgante de Sonja, adornaba su pecho, y se ataba los pantalones de satén oscuro a la cintura con un vistoso cinturón de oro cuya hebilla luminosa tenía un diseño parecido al del medallón. Se ceñía al cinto sendas dagas de plata.
El rostro de Lucian se iluminó al ver a la princesa. Estaba hipnotizado y no podía apartar los ojos de ella. Consciente de su mirada, ella le volvió y le clavó la suya. Sintió un momento de agudo temor hasta que una sonrisa juguetona se dibujó en las radiantes facciones de la ella. Envalentonado por su respuesta, Lucian volvió a sonreír, lo que provocó una sonrisa aún más grande de la muchacha. Los ojos esmeralda de la dama despidieron un flirteo de chispas.