Por desgracia, el intercambio no escapó a la vista de Viktor. Un gesto ceñudo frunció levemente sus finos labios y su expresión se ensombreció, pero no dijo nada… por el momento.
El tiempo dio un salto hacia delante y partió el fluido continuado de los antiquísimos recuerdos.
Lucian volvía a mirar el espejo dorado, ajeno a la plata que había bajo el cristal. El reflejo de Sonja se unió al suyo mientras ella se deslizaba a su lado, apoyaba las suaves curvas de su cuerpo contra el de él, más tosco. Se besaron y ella le tomó de la mano y la apretó con suavidad contra su vientre. Bajo el vestido de satén, su vientre empezaba a hincharse con la deseada vida que había en su interior. Conteniendo el aliento de asombro, Lucian pudo sentir cómo se desperezaba el bebé en el interior de su princesa adorada, la nueva y preciada vida a la que el amor que compartían había dado ser.
Sonrió y volvió a besarla mientras sentía que la pasión volvía a alzarse. Pero antes de que pudiera decirle una vez más cuánto significaba para él, la puerta del boudoir se abrió de par en par. Viktor irrumpió en la antecámara. Su rostro era una máscara lívida de rabia…
Otra censura en los recuerdos. Otro salto adelante en el tiempo.
La cripta medieval era fría y húmeda. El chisporroteo de las antorchas proyectaba sombras retorcidas sobre los mohosos muros de piedra. Las ratas se escabullían por los rincones, alarmadas por la repentina actividad que se vivía en la cavernosa cámara. A cierta altura del suelo, oculto en el fondo de un nicho siniestro, un ventanuco negro admitía rayos de luz filtrada al interior de la fétida mazmorra.
Viktor y los demás miembros del Consejo estaban posados en altos pilares de piedra, como un tribunal de gárgolas malvadas, contemplando el suelo de la cripta. Sus lujosas túnicas de color escarlata contrastaban acusadamente con las tinieblas de la estancia. Estaban cuchicheando con aire sombrío mientras un trío de Ejecutores armados arrastraban a Lucian hasta el centro de la cripta.
Los ceñudos guerreros vampiros lo obligaron a arrodillarse. Su cuerpo, magullado y dolorido, fue encadenado al suelo. Las frías piedras provocaron un escalofrío por toda su columna vertebral y empezó a tiritar a pesar de sí mismo. Estaba cansado, hambriento y sediento, pues no le habían dado comida ni agua desde el comienzo de su cautiverio. Sin embargo, temía más por Sonja y por su bebé que por él mismo.
Un jadeo horrorizado se arrastró hasta sus oídos y al levantar la mirada, vio a Sonja a un paso de él, suspendida en un diabólico aparato de tortura. Su vestido antaño prístino colgaba hecho jirones de su esbelto cuerpo. Cadenas de cuero y hierro, cruelmente tirantes sobre su carne, la mantenían inmovilizada. Sus nivosos ojos de vampiresa estaban ahora inyectados en sangre y sus suaves y blancas mejillas habían sido mancilladas por un torrente de lágrimas carmesí. Lucian no pudo soportar verla así. Gruñendo como un perro rabioso, tiró con todas sus fuerzas de las pesadas cadenas. En vano.
Sin embargo, su princesa y él no eran los únicos prisioneros en aquel lugar maldito. Para su horror, vio que sus hermanos licántropos eran conducidos como un rebaño a una jaula de hierro por un una fuerza más numerosa de Ejecutores. Los confusos sirvientes aullaban y gemían lastimeramente mientras los soldados los encerraban tras una puerta de metal. Los barrotes de la jaula estaban hechos de una aleación de hierro y plata para garantizar que los licanos no pudieran escapar de ella.
El corazón se le encogió de temor por los suyos. No era justo que fueran castigados por su crimen, si es que de verdad era un crimen. Su cólera se encendió y apagó todo temor que pudiera sentir por su propia suerte.
Soren, el brutal capataz de Viktor, con una barba negra y larga que acabaría por quitarse con el paso de los siglos, dio un paso al frente.
Desenrolló un látigo de plata, cuyos resplandecientes eslabones exquisitamente trabajados eran réplicas idénticas de vértebras humanas.
Lucian apretó los dientes para recibir el golpe inevitable, pero nada hubiera podido prepararlo para el desgarrador dolor que recorrió su cuerpo mientras el látigo de plata mordía cruelmente su espalda desnuda una y otra vez. Las vértebras esculpidas hicieron jirones su piel y la desgarraron mientras se abrían camino por su carne indefensa hasta llegar al hueso. El dolor era insoportable…
En su prisión de hierro, Sonja se debatió contra sus grilletes y empezó a gritar desesperadamente a Viktor y sus espectrales camaradas:
—¡Nooooooo! ¡Dejadlo! —gritó, tratando de salvar a Lucian—. ¡Basta! ¡Basta!
Pero los latigazos no cesaron. A su espalda, por encima del estruendoso restallar del látigo, sus hermanos licanos enloquecieron de dolor y furia al ver a uno de ellos torturado de aquella manera. A pesar de que estaban enjaulados, se arrojaron contra los barrotes gruñendo como las bestias salvajes que llevaban dentro. Sin la luz liberadora de la luna, no podían abandonar sus disfraces humanos, pero a pesar de ello rugieron como criaturas del bosque, se arrancaron las toscas topas de lana e hicieron rechinar sus colmillos. Las maldiciones e imprecaciones dieron paso a los aullidos y rugidos lupinos mientras la manada daba voz a su primigenia furia contra sus antiguos amos y señores.
Nunca olvidaremos esta noche,
se juró Lucian mientras el implacable látigo seguía desgarrándole la carne…
• • •
En la enfermería de los licanos, Lucian observaba con preocupación a Michael Corvin mientras éste se sacudía de dolor sobre la mesa de examen. Su cabeza se movía de un lado a otro y unos gemidos de angustia escapaban de sus quebrados y ensangrentados labios como si algún torturador invisible lo estuviera azotando.
¿Qué puede estarle pasando?,
se preguntaba Lucian, no sin un atisbo de misericordia por el desgraciado americano. La encima que le habían inyectado no podía haber provocado aquella reacción. Era posible que fueran los síntomas iniciales de su primera transformación completa, pero lo dudaba. Lucian había presenciado el nacimiento de muchos licántropos vírgenes y aquellas convulsiones no se parecían a las violentas sacudidas de una transformación licantrópica. A pesar de la evidente agonía que estaba sufriendo, sus huesos y su piel seguían siendo totalmente humanos.
Ojalá Singe estuviera aquí,
pensó Lucian y volvió a preguntarse qué habría sido del viejo científico austriaco al que había encargado que vigilase la mansión de los vampiros. Habían pasado varias horas desde la última vez que había tenido noticias de Singe y su contingente de soldados licanos y Michael parecía necesitar urgentemente atención médica. En teoría, Lucian le había extraído toda la sangre que necesitaba pero prefería mantenerlo con vida por si acaso. Al fin y al cabo, Michael era ahora un hermano licano.
El joven se retorcía y gemía sobre la mesa, perdido en una pesadilla infernal que Lucian no podía ni imaginar.
• • •
Una vez que su sed de sangre estuvo al fin satisfecha, Viktor y los miembros del Consejo salieron en silencio de la cripta. Bajaron sin el menor esfuerzo los pilares de granito y cruzaron un arco de piedra. Sus túnicas de seda crujieron como telarañas mientras se marchaban y una gruesa puerta de roble se cerró con fuerza tras ellos, dejando a Lucian atrapado en el interior de la tenebrosa cámara de tortura.
Ensangrentado y exhausto, se desplomó sobre el suelo, que ahora estaba pegajoso con su propia sangre
. ¿Es éste el fin?,
se preguntó y rezó para que el tormento hubiera terminado de una vez. Puede que Viktor se contentara con su destrucción y perdonara a Sonja y a los demás. Ni siquiera el altanero Antiguo podía condenar a la preciosa princesa para siempre y mucho menos a su hijo nonato.
El chillido de protesta del metal reverberó cerca de él, con un eco que resonó por toda la caverna
. ¿Qué?
Lucian alzó la cabeza y vio que dos Ejecutores de rostro sombrío estaban forcejeando con una rueda de acero de grandes dimensiones montada sobre una pared. Al principio la corroída rueda se negó a moverse pero la fuerza combinada de los dos vampiros consiguió finalmente que empezara a girar en el sentido de las agujas del reloj.
Como respuesta, unos engranajes metálicos desgastados por el tiempo empezaron a chirriar y crujir. El pánico embargó el rostro ceniciento de Lucian al comprender lo que estaban haciendo. Sonja también se dio cuenta. Sus ojos aterrorizados se clavaron en los de Lucian.
No, por favor, suplicó éste en silencio, pues tenía la garganta demasiado reseca como para hablar, pero los engranajes siguieron moviéndose. Sobre la cabeza de Sonja, un enorme portón de madera empezó a levantarse lentamente con un crujido. Había un sol tallado en la cara interior del portón y en el centro del orbe, la sonriente cabeza de una muerte.
Un trueno resonó ruidosamente por todo el castillo. La lluvia helada empezó a colarse por la rendija abierta del portón, junto con un letal rayo de luz de sol.
¡No, el sol no! ¡Sobre ella no!
Lucian se adelantó lleno de desesperación, y las gruesas cadenas se tensaron y lo contuvieron. Los grilletes de acero se le clavaron salvajemente en la carne pero él apenas notaba el dolor. Tiró con todas sus fuerzas, hasta que su cuerpo entero estuvo bañado de sangre y sudor, pero no había nada en el mundo que pudiera hacer para salvar a la mujer que amaba.
No pudo hacer nada sino mirar cómo empezaban a aparecer las primeras irritaciones rojizas en la carne blanca y delicada de Sonja. El implacable sol brilló sobre su tez vulnerable, que empezó a fundirse y derretirse como si la estuvieran bañando en ácido.
—¡Noooooo! —gritó Lucian. Su áspero grito de lamento y desesperación se unió al de ella en un último y atroz momento de comunión…
• • •
Lucian observó con hipnotizada fascinación la lágrima solitaria que resbalaba por la mejilla de Michael
. ¿Dónde está ahora?,
se preguntó el comandante licano.
¿Qué está viendo?
Sentía un inquietante e inexplicable vínculo con el torturado norteamericano. No se trata sólo de dolor corporal. Sufre como si se le estuviera partiendo el corazón.
Su mirada no se apartó de los ojos ciegos de Michael mientras éste seguía sufriendo las flechas y embates ilusorios de los demonios invisibles que estaban atormentando su mente.
• • •
Lucian temblaba de manera incontrolable en el suelo de la cripta medieval. Ya no le quedaban lágrimas ni emociones. Habían pasado varias horas y la sangre que manchaba el suelo se había secado hacía tiempo. El sol asesino se había puesto al fin y la pálida luz de las estrellas penetraba por el agujero del techo.
Sonja estaba muerta. Lo único que quedaba de su amada princesa era una estatua gris y sin vida hecha de huesos chamuscados y cenizas. Sus brazos de polvo estaban alzados sobre la cabeza en un fútil intento por contener la letal luz del sol. Una expresión de angustiado pesar, por ella y por su hijo nonato, había quedado grabada en los rasgos agonizantes de la estatua. Sólo un destello de metal añadía un toque de color a la figura gris: el colgante en forma de luna creciente de Sonja, que aún llevaba alrededor de la carbonizada garganta.
Las gruesas puertas de madera se abrieron de par en par y un viento aullante penetró en la cámara. La fuerte ráfaga se precipitó sobre los restos polvorientos de Sonja y los desintegró frente a los mismos ojos de Lucian. El licano sollozó violentamente mientras las cenizas se arremolinaban a su alrededor como hojas de otoño. En cuestión de segundos, no quedaba nada de su amada.
Entraron dos Ejecutores. El más grande de ellos empuñaba un hacha de grandes dimensiones. Colocaron un pesado bloque de piedra en el suelo y obligaron por la fuerza a Lucian a meter la cabeza sobre el surco, que despedía aún el funesto hedor de las muchas víctimas anteriores del verdugo. La muerte de Sonja no bastaba, comprendió. Viktor también exigía su vida.
No le extrañó.
El severo Antiguo entró tras los ejecutores, ataviado de sombrío luto. Con la cara larga y solemne, se dirigió al aparato de tortura ahora vacío que recientemente había contenido a la princesa. Sus lustrosas botas crujieron al pisar los trozos diminutos de hueso chamuscado, que era todo cuanto quedaba de la hermosa y adorable Sonja. Si aquellos sonidos resecos y crujientes lo perturbaron, su impasible rostro no dio muestra de ello.
Ignorando a Lucian por completo, se inclinó y recogió con gesto grave el brillante colgante de entre las cenizas. Sus ojos se humedecieron por un breve segundo y una expresión de genuino pesar se dibujó en sus facciones, pero pasó tan deprisa como había llegado y su aristocrático semblante volvió a adoptar una expresión fría y distante. Se incorporó y al fin se volvió hacia Lucian. En sus ojos ardían un gélido desdén y un odio sin límites.
Su cruel inhumanidad enfureció a Lucian y éste devolvió la mirada iracunda de Viktor con otra ardiente de pasión. La sangre se revolvió en sus venas.
—¡Bastardo!
Se abalanzó sobre Viktor como el lobo que era pero las cadenas implacables volvieron a contenerlo. Los Ejecutores cayeron al instante sobre él y le propinaron a su cuerpo maltrecho toda clase de golpes y patadas. Manos y pies embutidos en metal caían sobre él como una lluvia de meteoritos y al fin fue incapaz de soportarlo más y volvió a desplomarse, jadeando y respirando entrecortadamente.
Pero aunque su cuerpo yacía derrotado en el suelo, su furia invencible seguía ardiendo como las hogueras eternas del infierno.
—Te mataré —graznó con los labios agrietados e hinchados—. ¡Te mataré, demonio sanguinario!
Viktor se adelantó y lo cogió del pelo. Con un movimiento salvaje, tiró de su cabeza hacia atrás para poder mirar la cara hinchada y ensangrentada del licano. Su regio semblante lo contempló con repugnancia.
—Tu muerte será lenta. Eso te lo prometo. —Una mirada sádica reveló sus nefastas intenciones—. Olvidaos del hacha. Traedme cuchillos.
En aquel preciso momento, sobre el agujero del techo asomó la luna llena desde detrás de un banco de nubarrones de tormenta. Los vigorizantes rayos del celestial orbe lunar, dios y diosa para Lucian y su clan, incidieron sobre él y sintió que el Cambio empezaba a producirse. Sus ojos ensangrentados se dilataron acusadamente mientras perdía la noción de los colores, sustituida por la perspectiva imprecisa y en blanco y negro de un lobo. Fuerzas renovadas inundaron sus músculos mientras su cuerpo, en el espacio de una fracción de segundo, aumentaba de peso y tamaño. Un pelaje negro y tupido brotó por debajo de su piel. Sus sentidos del olfato y el oído aumentaron inconmensurablemente, tanto que casi pudo saborear la alarma y la sorpresa del Antiguo al comprender su error.