Si uno entornaba la mirada, casi podía imaginar que estaba otra vez en la mansión.
Casi.
Esto no me gusta,
pensó Soren, escamado.
¿Para qué necesitaban los licanos, criaturas que vivían en las alcantarillas, un lugar así? ¿Recibían visitas muy a menudo?
Se volvió hacia la entrada. Pierce esbozó una sonrosa malvada mientras cerraba dando un portazo. Soren escuchó el ruido de unos gruesos cerrojos que se cerraban.
¡Maldición! Corrió gruñendo a la ventana más próxima y arrancó la cortina. Al otro lado había gruesas ventanas de plexiglás reforzadas con brillantes barras de titanio de al menos tres centímetros de grosor. Golpeó con fuerza el plástico irrompible. Sus peores temores se habían confirmado.
Aquello no era una sala de invitados. Era una trampa.
—¡Hijo de puta!
• • •
En los aposentos de Lucian, Kraven esperaba que el licano lo tratara con el respeto que se merecía.
En este asunto soy tu aliado,
pensó,
no una especie de peón que puedes descartar
.
Visiblemente impaciente, Lucian inhaló para calmarse antes de dirigirse a Kraven con tono apaciguador.
—El Consejo ha sido destruido. Muy pronto, todo será tuyo. Los dos aquelarres y el tratado de paz con los licanos. —Esbozó una sonrisa de conspirador—. Cuando se repartan los despojos de la victoria, aquellos que se hayan hecho acreedores a mi confianza no serán olvidados.
Las seguridades de Lucian no bastaban para acallar los temores de Kraven.
—¿Y cómo esperas que me haga con el control? —exigió con tono irritado. El plan original, hacerse con el mando de los aquelarres en la confusión que seguiría al asesinato de los Antiguos, estaba hecho trizas—. Ahora que Viktor ha despertado, es imposible derrotarlo. ¡Se hace más fuerte a cada segundo que pasamos aquí hablando!
Esto no pareció preocupar a Lucian.
—Y por eso precisamente necesitaba a Michael Corvin.
Obsequió a Kraven una sonrisa críptica.
• • •
La armería.
Había media docena de licanos allí, cargando munición, limpiando armas y preparándose en general para llevar a cabo un asalto total contra la mansión de los vampiros. Hombres y mujeres de mirada resplandeciente, ataviados con ropa raída y monos militares, impacientes por llevar la antigua guerra hasta la puerta de sus enemigos.
El traqueteo repentino de unos disparos electrificó al instante a los soldados del interior del viejo bunker. Instintivamente, llevaron las manos a sus armas. ¿Habían lanzado los cobardes sangrientos un ataque preventivo?
La puerta se abrió de par en par y Pierce y Taylor asomaron la cabeza por la entrada. Los dos llevaban armas semiautomáticas de gran calibre.
—¡Túnel de entrada alfa! —gritó Pierce—. ¡Moveos!
• • •
Los aposentos de Lucian.
Kraven y Lucian intercambiaron una mirada de sorpresa mientras el inconfundible ruido de un tiroteo resonaba entre los sinuosos túneles. Por un instante, Kraven temió que Soren y sus hombres hubieran sido ejecutados sumariamente por las fuerzas de Lucian pero no, los disparos parecían venir de otra dirección… y eso que no era nada fácil orientarse en aquella madriguera de ratas.
Al cabo de unos segundos, una explicación aún peor lo golpeó con toda la fuerza de la certidumbre. ¡Ejecutores!, comprendió mientras empalidecía. Kahn y Selene y el resto de sus asesinos vestidos de cuero. Puede que hasta el propio Viktor.
Su corazón no-muerto se le encogió dentro del pecho.
¡Han venido a por mí!
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La oxidada rejilla de metal estaba justo donde Selene recordaba, pero alguien la había arrancado y arrojado a un lado. Sólo quedaba un negro agujero en el suelo del túnel de drenaje. Se acordaba de que había corrido por su vida en aquel mismo túnel, perseguida por un enfurecido hombre-lobo.
¿De veras sólo habían pasado dos noches desde aquello? Era como si el mundo entero se hubiese dado la vuelta desde entonces. Antes sabía cuál era mi objetivo, donde estaban mis lealtades, se lamentó en silencio. Ahora no estoy tan segura.
Kahn y ella pasaron por encima de los cadáveres de un par de centinelas licanos. Cada uno de ellos tenía una bala de plata alojada en la frente. Los licanos muertos habían defendido la entrada a la guarida subterránea de sus hermanos, pero no durante mucho tiempo. Sin embargo, Selene tenía que asumir que el breve tiroteo había sido oído en las inexploradas catacumbas que se extendían más abajo.
Adiós al elemento sorpresa,
pensó.
Kahn levantó la mano e hizo una seña a los Ejecutores que lo seguían. El equipo de asalto, compuesto por otros seis operativos, avanzó y tomó posiciones defensivas alrededor de aquel trecho ya seguro. Las prendas de lustroso cuero negro que llevaban les ayudaban a mezclarse con las sombras que los rodeaban. Sus rifles AK-47, cargados con munición de plata y equipados con miras infrarrojas, estaban preparados para entrar en acción.
Selene prefería sus viejas Berettas. Las mantuvo levantadas y preparadas mientras Kahn se aproximaba cautelosamente al agujero. Se asomó por encima de él y vio que la entrada al túnel estaba cubierta de malla metálica. Aparentemente, los licanos no querían recibir visitas.
Es una lástima,
pensó con frialdad. De una manera o de otra, iba a encontrar a Michael.
Kahn cogió una granada de plata de su cinturón y le quitó la anilla. La arrojó en dirección al agujero y Selene contuvo el aliento mientras el explosivo avanzaba dando ruidosos saltitos sobre el suelo de cemento. Dio uno más y desapareció dentro del pozo.
Selene creyó oír algo que se movía allí abajo…
D
esde abajo se veía que el pozo era el hueco de un viejo ascensor, con escalerillas de acero a ambos lados. Taylor y los demás licanos estaban subiendo por ellas para investigar. En teoría, había dos de camaradas en la boca del pozo, pero Taylor no albergaba muchas esperanzas. De haber sido ellos los que hubieran disparado, ya habrían llamado para pedir refuerzos.
¡Malditos sangrientos!
Era muy propio de ellos lanzar un ataque sorpresa justo antes de que el plan maestro de Lucian diera sus frutos.
Están acojonados
, decidió, tratando de ver la situación desde un punto de vista positivo.
Saben que sus días están contados.
Entonces la granada pasó a su lado.
Sus pequeños y brillantes ojos se abrieron como platos al ver que el explosivo de fragmentación cargado de plata rebotaba en los muros de hormigón y caía con un chapoteo en los charcos de agua mugrienta que había al fondo del pozo.
—¡Oh, mierda! —exclamó Pierce, que apenas estaba unos pocos escalones más arriba.
Como todos los demás licanos que estaban en la escalerilla, Taylor se pegó todo lo que pudo a los escalones, tratando de ofrecer un objetivo lo más pequeño posible.
El destello proveniente del fondo fue seguido un instante después por una detonación que levantó un chorro de barro por todo el pozo junto con una lluvia de metralla de plata al rojo blanco. Los tóxicos fragmentos destrozaron carne licana y ropa e hicieron jirones a Taylor y los demás. Su ropa de cuerpo quedó reducida a sanguinolento confetti. Gritó de agonía, soltó la escalera y cayó.
Taylor chocó con el suelo un segundo antes que Pierce, pero los dos estaban muertos antes de tocar el suelo.
• • •
Los aposentos de Lucian.
Una explosión sacudió el estrecho compartimiento. La gruesa mesa de acero se estremeció como un banquillo cojo, mientras las ventanas traqueteaban y los fluorescentes parpadeaban y se apagaban. El cráneo de la estantería, que en el pasado había pertenecido a un Ejecutor especialmente formidable, cayó de su estante y se hizo añicos contra el duro suelo de hormigón.
El rostro aristocrático de Kraven se cubrió de sudor.
—Viktor —murmuró con voz llena de temor, mientras Lucian esbozaba una sonrisa despectiva. El tiroteo y la explosión eran alarmantes, sí, pero Lucian conservó la calma sin grandes dificultades. Se había visto en apuros mucho más graves en el transcurso de los últimos seiscientos años.
Espero que Viktor esté aquí
, pensó. Sus dedos acariciaron el preciado colgante que descansaba sobre su pecho.
Tenemos viejas cuentas que saldar él y yo.
El temible Antiguo era poderoso, pero pronto Lucian sería rival más que digno para él.
Lo único que necesito es la sangre de Amelia.
Otra explosión sacudió el inframundo. Lucian escuchó el estridente chirrido del metal retorcido proveniente del exterior de sus aposentos y corrió a la ventana. Apretó la cara contra el mugriento cristal.
El compartimiento era contiguo a la enorme cavidad central del propio bunker. Pasarelas, escalerillas y rieles abandonados cubrían las enormes paredes de la colosal excavación como una enredadera metálica oxidada. Los ojos grises de Lucian se entornaron de preocupación al ver que, cerca de la parte superior del enorme bunker, se partía una tubería de grandes dimensiones y empezaba a arrojar un chorro de agua a presión sobre los niveles inferiores del santuario de su pueblo. Un diluvio artificial se abatió sobre el inframundo como una tormenta repentina.
Lucian se mordió el labio. Esto complica las cosas, admitió para sus adentros. Sólo esperaba que la inundación no impidiera regresar a Raze. Necesito la sangre de un Antiguo para alcanzar el próximo nivel de la evolución inmortal.
—¿Hay otra salida? —preguntó Kraven ansiosamente, como una rata preparada para abandonar el barco. El antiguo regente se frotaba las manos mientras recorría la habitación con la mirada, esperando acaso encontrar algún túnel secreto para escapar del bunker.
Lucian le dio la espalda a la ventana. Miró a su supuesto aliado con asco.
—Supongo que nunca se te ocurrió que tal vez tuvieras que sangrar un poco para llevar a cabo tu pequeño golpe de estado.
Sacó una pistola de munición ultravioleta y metió un cargador de brillantes balas. Al verlo, el vampiro se encogió y Lucian le dirigió una mirada amenazante.
—Ni se te ocurra marcharte.
El comandante licano se volvió hacia la puerta. Cuanto antes se reuniese con Raze, antes podría cobrarse una gloriosa venganza sobre Viktor y los parásitos chupasangres.
¡BLAM-BLAM-BLAM! Un impacto estremecedor lo golpeó repetidamente en la espalda. Cayó de bruces al suelo de hormigón, con una ardiente sensación de dolor en la columna vertebral. Plata, comprendió al instante. La atroz agonía resultaba inconfundible.
¡Me han disparado!
Con gran esfuerzo, levantó la cabeza del suelo y miró atrás. Kraven lo estaba observando, con una humeante pistola de diseño desconocido en la mano. El rastrero vampiro sonreía con satisfacción mientras contemplaba el resultado de su traición.
Pagarás por esto
, juró Lucian, una vez que haya expulsado estas malditas balas de mi carne. Cerró los ojos, frunció el ceño y concentró todas sus fuerzas para librarse de la letal plata, tal como había hecho algunas noches antes. El tiempo era esencial. Tenía que expulsarlas antes de que el tóxico metal lo envenenara de manera irrevocable.
Sin embargo, para su asombro y su consternación, el ardiente veneno parecía estar atacando ya sus venas y sus arterias. Confundido, levantó una mano frente a sus ojos. Las venas superficiales que recorrían el dorso estaban hinchándose y perdiendo el color por segundos. Una tracería de color gris oscuro se extendía desde la muñeca a las yemas de los dedos, palpitando por debajo de la piel.
¿Qué funesta invención es ésta?,
pensó con los ojos llenos de horror. Un gemido agónico escapó de sus labios.
—Nitrato de plata —le explicó Kraven. Se adelantó un paso y le arrebató la pistola al licano de la mano paralizada—. Apuesto algo a que no te lo esperabas.
• • •
La armería.
Más licanos entraron en tropel en el abarrotado bunker y empezaron a coger rifles y munición de los armeros de las paredes. Otros, que desdeñaban los modos de lucha de los humanos, se arrancaron la ropa para acelerar el Cambio. Brotaron garras de los dedos extendidos. Crecieron colmillos largos y afilados como cuchillos en hocicos alargados. La piel desnuda, con una tonalidad entre azulada y grisácea, se cubrió de negro y tupido pelaje. Morros arrugados olisquearon el aire. Resbaló espuma de fauces voraces.
Soldados armados hasta los dientes, hombro con hombro con peludas bestias bípedas. Las imprecaciones compitieron con los gruñidos caninos mientras la manada acudía a defender su guarida.
La batalla final había empezado.
• • •
La prisión.
Soren caminaba arriba y abajo de la falsa «sala de visita». Tenía los puños aprestados a ambos lados del cuerpo, los inconfundibles sonidos de la batalla les llegaban desde el exterior. Estar atrapados dentro de aquella jaula de oro, lejos de la lucha, lo enfurecía.
En el exterior sonaron más gritos y disparos. Frustrados, sus hombres se volvieron hacia él en busca de una solución. Sus oscuros ojos escudriñaron el interior de la camuflada prisión y se posaron sobre una tubería vertical de cromo de unos cinco centímetros de diámetro. Eso tendrá que servir, decidió.
Agarró la tubería con ambas manos y trató de arrancarla. Era más sólida de lo que pensaba, lo que resultaba mejor para sus propósitos. Tensó los músculos y por fin logró arrancarla a la altura de la base. Le dio una vuelta y a continuación la apuntó hacia la puerta como si fuera un ariete.
• • •
Varios licanos armados avanzaban sigilosamente por el pasillo de acceso lleno de basura que conducía a la entrada forzada. El pegajoso suelo estaba manchado con la sangre y los restos de sus camaradas asesinados. Todavía quedaban fragmentos de letal metralla de plata clavados en las paredes de ladrillo que los rodeaban.
Más hombres-lobo transformados por completo, llegados desde las madrigueras y las cámaras de descanso situadas un piso más abajo, se unieron a ellos. Sus cabezas monstruosas y enormes y sus orejas puntiagudas rozaban el techo manchado de hollín y sus enormes zarpas dejaban huellas dignas del Sasquatch en medio de la sangre y las vísceras. Las bestias tenían el vello erizado y sus negros y gomosos labios estaban retraídos y mostraban a la luz los serrados y amarillentos colmillos. Crueles ojos de color cobalto brillaban en la oscuridad.