Vacas, cerdos, guerras y brujas (27 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Durante la fase culminante de pánico caracterizada por ejecuciones en masa, solían morir mesoneros, unos pocos mercaderes acaudalados y algún que otro magistrado y maestro. Pero cuando las llamas rozaban los nombres de las gentes que gozaban de alto rango y poder, los jueces perdían confianza en las confesiones y cesaba el pánico. Rara vez se amenazaba a los médicos, juristas y profesores de universidad. Evidentemente los propios inquisidores y el clero en general también estaban totalmente a salvo. Si en alguna ocasión una pobre alma desorientada era lo bastante necia para haber visto al Obispo o al príncipe heredero en un aquelarre reciente, sin duda se ganaba torturas inenarrables. No es de extrañar que Midelfort sólo pudiera encontrar tres casos de acusaciones de brujería contra miembros de la nobleza, y que ninguno de ellos fuera ejecutado.

Lejos de ser «el reflejo de una estructura institucional que se consideraba defectuosa», la manía de las brujas era parte integral de la defensa de esa estructura institucional. Podemos comprender mejor esto comparando la manía de las brujas con su antítesis contemporánea, el mesianismo militar. La manía de las brujas y los movimientos militar-mesiánicos incorporaban temas religiosos populares que en parte eran aprobados por la Iglesia establecida.

Ambos se basaban en la conciencia de estiló de vida existente, pero con consecuencias radicalmente diferentes. El mesianismo militar reunió a los pobres y desposeídos. Les proporcionó un sentido de misión colectiva, disminuyó la distancia social, les hizo sentirse «hermanos». Movilizó a las gentes en todas las regiones, focalizó sus energías en un tiempo y lugar concretos, y llevó a batallas campales entre las masas desposeídas y depauperadas y las clases situadas en la cima de la pirámide social. Por el contrario, la manía de la brujería dispersó y fragmentó todas las energías latentes de protesta. Desmovilizó a los pobres y desposeídos, aumentó la distancia social, les llenó de sospechas mutuas, enfrentó al vecino contra el vecino, aisló a cada uno, hizo a todos temerosos, aumentó la inseguridad de todo el mundo, hizo a cada uno sentirse desamparado y dependiente de las clases gobernantes, centró la cólera y frustración de todo el mundo en un foco puramente local. De esta manera evitó que los pobres afrontaran al establishment eclesiástico y secular con peticiones de redistribución de la riqueza y nivelación del rango. La manía de las brujas era el reverso del mesianismo radical militar. Era la bola mágica de las clases privilegiadas y poderosas de la sociedad. Este era su secreto.

El retorno de las brujas

Después de ser tildada de superstición y sufrir años de ridículo, la brujería ha vuelto como una fuente respetable de excitación. No sólo la brujería, sino toda clase de especialidades ocultistas y místicas, desde la astrología al Zen, pasando por la meditación, el Hare Krishna y el I Ching, un antiguo sistema chino de magia. Captando el espíritu de los tiempos, un libro de texto titulado Modern Cultural Anthropology alcanzó recientemente un éxito inmediato al declarar: «La libertad humana incluye la libertad de creer».

El resurgimiento inesperado de actitudes y teorías consideradas durante largo tiempo como incompatibles con la expansión de la tecnología y la ciencia occidentales se asocia al desarrollo de un estilo de vida conocido bajo el nombre de «contracultura». Según Theodore Roszak, uno de los profetas adultos del movimiento, la contracultura salvará al mundo de los «mitos de la conciencia objetiva». «Subvertirá el punto de vista científico del mundo» y lo sustituirá por una nueva cultura en la que predominarán «las capacidades no intelectivas». Charles A. Reích, otro profeta menor de los últimos tiempos, habla de un estado de ánimo milenario que denomina Conciencia III.

Alcanzar la Conciencia III supone «desconfiar profundamente de la lógica, la racionalidad, el análisis y los principios»

En el estilo de vida contracultural, son buenos los sentimientos, la espontaneidad, la imaginación; la ciencia, la lógica y la objetividad son malos. Sus miembros se jactan de huir de la «objetividad» como de un lugar habitado por la peste, Un aspecto central de la contracultura es la creencia de que la conciencia controla la historia. La gente es lo que acontece en sus mentes; para que sea mejor, todo lo que hay que hacer es proporcionarle ideas mejores. Las condiciones objetivas cuentan poco. El mundo entero ha de ser alterado como consecuencia de una «revolución de la conciencia». Todo lo que necesitamos hacer para detener el crimen, acabar con la pobreza, embellecer las ciudades, eliminar la guerra, vivir en paz y en armonía con nosotros mismos y la naturaleza es abrir nuestra mente a la "Conciencia III", es decir: cambiar la conciencia. «La conciencia es anterior a la estructura… todo el Estado corporativo sólo se asienta en la conciencia».

En la contracultura, se estimula la conciencia para que se aperciba de sus potencialidades inexploradas. La gente de la contracultura realiza «viajes» —se «coloca»— para ampliar su mente. Utilizan hongos, marihuana y LSD para «enrollarse». Charlan, tienen encuentros con, o cantan para «flipar» con Jesús, Buda, Mao-Tse-Tung. La finalidad es expresar la conciencia, demostrar la conciencia, alterar la conciencia, aumentar la conciencia, ampliar la conciencia, todo menos objetivar la conciencia. Para los acuarianos, pasotas y alucinados partidarios de la Conciencia III, la razón es una invención del complejo militar-industrial. Hay que acabar con ella lo mismo que con la «pasma».

Las drogas psicodélicas son útiles porque permiten que las relaciones «ilógicas» parezcan «perfectamente naturales». Son buenas porque, como dice Reich, hacen «irreal lo que la sociedad toma más en serio: los horarios, las conexiones racionales, la competencia, la cólera, la autoridad, la propiedad privada, la ley, el status, la supremacía del Estado». Constituyen un «suero de la verdad que expulsa la falsa conciencia». Quien ha alcanzado la Conciencia III «no "conoce los hechos" No tiene que conocerlos porque "conoce" la verdad que parece ocultarse a los demás».

La contracultura celebra la vida supuestamente natural de los pueblos primitivos. Sus miembros llevan collares, cintas en la cabeza, se pintan el cuerpo y se visten con ropas andrajosas llenas de color; anhelan ser una tribu.

Creen que los pueblos tribales no son materialistas, sino espontáneos, y se hallan en contacto reverente con fuentes ocultas de encantamiento.

En la antropología de la contracultura, la conciencia primitiva se resume en el chamán, una figura que tiene luz y poder pero que nunca paga los recibos de la luz. Se admira a los chámanes porque son expertos en «cultivar estados de conciencia exóticos» y en vagar «entre los poderes ocultos del universo». El chamán posee «superconciencia». Tiene «ojos de fuego cuyas llamaradas se abren paso a través de la mediocridad del mundo y perciben los prodigios y terrores del más allá». Utilizando alucinógenos y otras técnicas como la autoasfixia, tambores hipnóticos y ritmos de danza, el chamán, según Roszak,

«cultiva su relación con las fuerzas no intelectivas de la personalidad tan asiduamente como un científico se adiestra en la objetividad».

Podemos aprender mucho sobre la contracultura si examinamos al popular héroe de Carlos Castaneda Don Juan, indio yaqui y «hombre de conocimiento» superconsciente y misterioso. Castaneda describe sus experiencias como estudiante novato de antropología que quería penetrar la realidad aparte, no ordinaria, del mundo chamánico. Don Juan aceptó a Castaneda como aprendiz, y Castaneda empezó a escribir una tesis doctoral basada en las enseñanzas de Don Juan. Para convertir a Castaneda en un «hombre de conocimiento», Don Juan inició al ingenuo estudiante en diferentes sustancias alucinógenas. Tras su encuentro con un perro luminiscente y transparente y un jején de cien pies Castaneda empezó a dudar de que su realidad normal fuera más real que la realidad no ordinaria en la que su mentor le había introducido. Al principio Castaneda estaba resuelto a descubrir la concepción del mundo de un «hombre de conocimiento». Pero el aprendiz empezó gradualmente a sentir que aprendía algo sobre el mundo mismo.

«Es estúpido e inútil», observaba otro antropólogo, Paul Riesman, en una reseña en el New York Times, «pensar que los conocimientos de Don Juan y de otros pueblos no occidentales sólo constituyen una concepción de alguna realidad fija. Castaneda deja en claro que las enseñanzas de Don Juan nos dicen algo de cómo es realmente el mundo».

Ambos planteamientos son incorrectos. Castaneda no esclarece nada. Y la «realidad aparte» de Don Juan no es extraña a los «pueblos occidentales». El viaje alucinógeno más famoso de Castaneda evoca cuestiones que ya examinamos previamente. Don Juan y Castaneda pasaron varios días preparando una pasta de «yerba del diablo», mezclada con manteca de cerdo y otros ingredientes. Bajo la supervisión de Don Juan, el aprendiz untó con la pasta las plantas de sus pies y las partes interiores de sus piernas, reservando la mayor parte para sus genitales. La pasta tenía un olor sofocante, acre,

«como una especie de gas». Castaneda se enderezó y empezó a pasear, pero sintió que sus piernas eran «como de goma y largas, sumamente largas».

Bajé la mirada y vi a Don Juan sentado debajo de mí; muy por debajo de mí. El impulso, me hizo dar otro paso, aún más elástico y más largo que el precedente, Y entonces me elevé. Recuerdo haber descendido una vez; entonces di un empujón con ambos pies, salté hacia atrás y me deslicé sobre mi espalda. Veía el cielo oscuro sobre mí y las nubes que pasaban a mi lado. Moví bruscamente mi cuerpo para poder mirar hacia abajo. Vi la masa oscura de las montañas. Mi velocidad era extraordinaria.

Después de aprender a maniobrar volviendo la cabeza, Castaneda experimentó «tal libertad y velocidad como nunca había conocido antes».

Finalmente se creyó obligado a descender, Amanecía; estaba desnudo y se encontraba a media milla de donde había partido. Don Juan le aseguró que practicando volaría mejor:

Puedes volar por el aire cientos de millas para ver lo que sucede en cualquier lugar que desees, o para asestar un golpe mortal a tus enemigos de muy lejos.

Castaneda preguntó a su maestro: «Don Juan, ¿he volado de verdad?»

A lo que el chamán respondió: «Esto es lo que tú me has dicho. ¿No es verdad?»

Entonces, Don Juan, no volé de verdad. Sólo volé en mi imaginación, en mi mente. ¿Dónde estaba mi cuerpo?

A lo que Don Juan respondió:

No crees que un hombre puede volar; y sin embargo, un brujo puede recorrer millares de millas en un segundo para ver lo que sucede. Puede asestar un golpe a sus enemigos situados a gran distancia. Por consiguiente, ¿vuela o no vuela? ¿Suena esto familiar? Así debería ser. ¿Qué debaten Don Juan y Castaneda si no son los respectivos méritos del Canon Episcopi y de El Martillo de las Brujas de Institor y Sprenger? ¿Las brujas vuelan sólo mentalmente o también corporalmente? Finalmente, Castaneda le pregunta a Don Juan qué sucedería si se atara a una piedra con una cadena pesada: «Me temo que tendrías que volar sujetando la piedra con su cadena pesada».

Como nos ha enseñado el profesor Harner, las brujas europeas volaban después de frotarse con ungüentos que contenían la atropina alcaloide que penetra por la piel. El profesor Harner también nos relata que la atropina es un ingrediente activo en el género de plantas Datura, conocidas en el Nuevo Mundo como hierba Jimson, estramonío, trompeta de Gabriel o hierba del diablo (la raíz de esta última variedad es la que transportó por el aire a Castaneda). De hecho, Harner predijo que volaría como una bruja antes de que Castaneda se frotara con la hierba del diablo:

Hace varios años encontré una referencia del empleo de un ungüento de Datura por los indios yaqui del norte de Méjico, quienes según se dice se frotaban con él el estomago para «tener visiones».

Puse esto en conocimiento de mi compañero y amigo Carlos Castaneda, quien estaba estudiando con un chamán yaqui, y le pedí que averiguara sí este yaqui empleaba el ungüento para volar y determinara así sus efectos.

Por consiguiente, la superconciencia chamánica no es sino la conciencia de las brujas considerada de modo favorable en un mundo que ya no se ve amenazado por la Inquisición. La «realidad aparte» previamente ignorada por los «pueblos occidentales», autosatisfechos de su objetividad, hasta tal punto forma parte de la civilización occidental que apenas hace 300 años los «objetívadores» eran quemados en la hoguera por negar que las brujas podían volar.

En el primer capítulo citaba la afirmación de que la expansión de la «conciencia objetiva» produce inevitablemente una pérdida de la «sensibilidad moral». La contracultura y la Conciencia III se autorrepresentan corno corrientes humanizadoras que buscan el restablecimiento del sentimiento, la compasión, el amor y la confianza mutua en las relaciones humanas. Encuentro difícil reconciliar esta postura moral con el interés expresado por la brujería y el chamanismo. Por ejemplo, Don Juan sólo puede ser descrito como amoral. Tal vez sepa cómo «vagar entre los poderes ocultos del universo», pero no le preocupa la diferencia entre el bien y el mal en el sentido de la moralidad occidental tradicional. Sus enseñanzas están, de hecho, desprovistas de «sensibilidad moral».

Un incidente en el segundo libro de Castaneda resume mejor que ningún otro la opacidad moral de la superconciencia del chamán. Habiendo alcanzado fama y fortuna con Las enseñanzas de Don Juan, Castaneda intentó encontrar a su mentor para darle un ejemplar. Mientras esperaba que apareciera Don Juan, Castaneda observó una pandilla de golfillos de la calle que vivían comiendo las sobras dejadas en las mesas de su hotel. Después de observar durante tres días a los niños que entraban y salían «como buitres», Castaneda se «desalentó de verdad». Don Juan se sorprendió al oír 'esto. «¿De verdad te dan lástíma?», inquirió. Castaneda insistió en que sí, y Don Juan le preguntó «¿por qué?» Porque me preocupa el bienestar de mi prójimo. Son sólo niños y su mundo es desagradable y ordinario. Castaneda no dice que los niños le den lástima porque comen los residuos que ha dejado en la mesa. Lo que parece preocuparle es que sus vidas son «desagradables y ordinarias». El hambre y la pobreza suscitan malos pensamientos o pesadillas. Recogiendo la insinuación, Don Juan amonestó a su alumno por suponer que estos golfillos no podían madurar mentalmente y llegar a ser «hombres de conocimiento» ¿Crees que tu riquísimo mundo te ayudará a llegar a ser un hombre de conocimiento?

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