Vacas, cerdos, guerras y brujas (28 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Cuando Castaneda se ve obligado a admitir que su opulencia no le había ayudado a convertirse en un gran brujo, Don Juan le agarra:

Entonces, ¿cómo te pueden dar lástima estos niños?… Cualquiera de ellos puede convertirse en un hombre de conocimiento. Todos los hombres de conocimiento que conozco eran niños como los que ves comer restos y lamer mesas.

Para muchos de los miembros de la contracultura, el producto moralmente más degenerado de la concepción científica del mundo es el tecnócrata, el técnico despiadado, inescrutable, entregado al conocimiento especializado, pero indiferente en lo que respecta a quién lo utiliza y para qué fin. Sin embargo, Don Juan es precisamente uno de estos tecnócratas. El conocimiento que él imparte a Castaneda no lleva ninguna connotación moral.

La principal preocupación de Castaneda al convertirse en un «hombre de conocimiento» es conseguir tomar algo o llegar a un estado que le ponga "en órbita" de un modo permanente. En cuanto a la preocupación moral sobre cómo han de aplicarse los poderes extraordinarios de Don Juan Castaneda podía también haber aprendido a pilotar un B-52. Su relación con Don Juan se revela un erial moral en el que la tecnología constituye el bien supremo, incluso si él y su maestro comen «botones» en vez de apretarlos.

Sostengo que es totalmente imposible subvertir el conocimiento objetivo sin subvertir la base de los juicios morales. Si no podemos saber con certeza razonable quién hizo qué cosa, cuándo y dónde, no podemos esperar proporcionar una descripción moral de nosotros mismos. Si no somos capaces de distinguir entre el criminal y la víctima, el rico y el pobre, el explotador y el explotado debemos defender la suspensión total de los juicios morales, o adoptar la posición inquisitorial y considerar responsable a la gente de lo que hace en los sueños de los demás.

Como descubrieron los reporteros de la revista Time cuando intentaron redactar un artículo sobre Carlos Castaneda, la "Conciencia III" puede rodear de una niebla impenetrable los acontecimientos humanos más sencillos.

Invocando su libertad de creencia, Castaneda inventó, imaginó, o alucinó partes extensas de su propia biografía: Nació en el Perú, no en el Brasil.

Fecha de nacimiento 1925, no 1935. Su madre falleció cuando tenía 6 años, no 24. Su padre era joyero, no profesor de Literatura. Estudió pintura y escultura en Líma, no en Milán. «Solicitarme que verifique mi vida presentando mis estadísticas», dijo Castaneda, «es como utilizar la ciencia para validar la hechicería. Le roba al mundo su magia.» Según Castaneda, Don Juan hace lo mismo. El chamán más famoso del mundo no quiere que le fotografíen, le graben en magnetófono o le interroguen, ni siquiera su aprendiz. Nadie, salvo Castaneda, parece saber quién es Don Juan. Castaneda admite libremente: «¡Oh, soy un mentiroso! ¡Oh, cómo me gusta contar trolas!» Y al menos un amigo peruano le recuerda como un «gran embustero».

Tal vez Don Juan no exista. O quizá debamos decir que Castaneda tuvo un encuentro «mental» pero no «corporal» con un brujo yaqui. Según la autoridad de la Inquisición aun así este encuentro permitiría una exposición exacta de las enseñanzas de Don Juan. O puede que Castaneda fuera algunas veces con la «imaginación» y otras veces con el «cuerpo». Estas son ideas fascinantes, pero no pueden hacer sino una contribución imaginaria a la elevación de nuestra sensibilidad moral.

La contracultura realiza afirmaciones que se extienden mucho más allá de la supuesta conservación de la moralidad individual. Sus defensores insisten en que la superconciencia puede transformar el mundo en un lugar más amistoso y más habitable; ven el rechazo de la objetividad como una manera políticamente eficaz de alcanzar una distribución equitativa de la riqueza, el reciclaje de los recursos, la abolición de las burocracias impersonales y la corrección de otros aspectos deshumanizados de las modernas sociedades tecnocráticas. Alegan que estos males provienen de las malas ideas que tenemos sobre el status y el trabajo. Si hacemos cesar nuestros intentos de presumir, y si dejamos de creer que el trabajo es un bien en sí mismo, ocurrirá la transformación revolucionaria sin necesidad de hacer daño a nadie. Como en un lugar de ensueño, «podemos hacer una nueva elección siempre que estemos dispuestos a ello». El capitalismo, el Estado corporativo, la era de la ciencia, la ética protestante: todas estas cosas representan tipos de conciencia y pueden alterarse eligiendo una nueva conciencia. «Todo lo que tenemos que hacer es cerrar nuestros ojos e imaginar que todos se han convertido en una Conciencía III: el Estado corporativo desaparece… El poder del Estado corporativo finalizará tan milagrosamente como un beso rompe el encantamiento maligno de un brujo.»

Una conciencia tan desconectada de las realidades prácticas y mundanas es, de hecho, brujería más que política. La gente puede modificar su conciencia cuando así lo desee. Pero normalmente no lo desea. La conciencia está adaptada a condiciones prácticas y mundanas. Estas condiciones no se pueden imaginar dentro o fuera de la existencia a la manera en que un chamán hace aparecer y desaparecer jejenes de cien pies. Como he indicado antes en el capítulo sobre el potlatch, los sistemas de prestigio no se crean mediante vibraciones desde el espacio exterior. La gente aprende la conciencia del consumismo competitivo porque están constreñidos a actuar así por fuerzas políticas y económicas muy poderosas. Estas fuerzas sólo se pueden modificar mediante actividades prácticas enderezadas a cambiar la conciencia alterando las condiciones materiales donde se desarrolla ésta.

Las buenas noticias de la contracultura referentes a la revolución mediante la conciencia no son ni nuevas ni revolucionarias. El cristianismo ha intentado realizar una revoluciono mediante la conciencia durante dos mil años ¿Quién negará que la conciencia cristiana pudo haber cambiado el mundo? Sin embargo, fue el mundo quien cambió la conciencia cristiana. Si todos adoptaran un estilo de vida no competitivo, generoso, pacífico y lleno de amor, podríamos tener algo mejor que la contracultura, podríamos tener "el Reino de Dios".

La política concebida según la imagen de la Conciencia III se realiza en la mente, no en el cuerpo. La conveniencia de este tipo de política para los que ya poseen riqueza y poder debe ser evidente. La reflexión filosófica de que la pobreza es, después de todo, un estado mental siempre ha sido fuente de confort para los que no son pobres. A este respecto, la contracultura simplemente presenta en una forma algo modificada el desprecio tradicional que los teóricos cristianos expresan por los bienes de este mundo. También la garantía de que nada acaecerá por la fuerza es tradicionalista y se sitúa dentro de la corriente principal de la política conservadora. La Conciencia III destruirá el Estado corporativo «Sin violencia, sin apoderarse del poder político, sin derrocar ningún grupo existente de personas». La contracultura jura atacar las mentes, no los beneficios del capital Por definición, la contracultura es el estilo de vida de la juventud alienada de clase media educada en la universidad. Están excluidos específicamente los que «continúan velando las cenizas de la revolución proletaria» y los «jóvenes de color militantes». La esperanza de que la contracultura transforme la sociedad en «algo que el ser humano pueda identificar como su hogar» se basa en el hecho de que es un movimiento de la clase media. Lo que la hace tan importante «es que un rechazo radical de la ciencia y los valores tecnológicos aparezca tan próximo al centro de nuestra sociedad, en vez de en los márgenes despreciables, y sean los jóvenes de clase media los que dirijan esta política de la conciencia».

Aparte de la cuestión de si una política de la pura conciencia debe llamarse política en vez de brujería o cualquier otra forma de magia, tenemos que señalar otros dos puntos dudosos. Primero, la contracultura no rechaza los valores tecnológicos in toto; segundo, el rechazo de un cierto tipo de ciencia siempre ha estado presente en el mismo centro de nuestra civilización.

La contracultura no se opone a utilizar los productos tecnológicos de la investigación científica «objetiva». Teléfonos, estaciones FM, equipos estereofónicos, vuelos en reactores a precios económicos, píldoras de estrógenos para el control de la natalidad, alucinógenos y antídotos químicos son esenciales para la buena vida de la Conciencia III.

Es más, la dependencia de la música de alta fidelidad con muchos decibelios ha creado el máximo grado de subordinación de un lenguaje popular a la tecnología en la historia de las artes interpretativas. Por lo tanto, la contracultura acepta, al menos tácitamente, la existencia de especialistas en las ciencias físicas y biológicas cuya tarea es diseñar y mantener la infraestructura tecnológica del estilo de vida.

Las formas de la ciencia más aborrecidas desde la perspectiva de la Conciencia III no son las ciencias de laboratorio, sino las que buscan aplicar los modelos de laboratorio al estudio de la historia y los estilos de vida. La contracultura describe el rechazo del estudio científico de los estilos de vida y la historia como si se tratara de una desviación de alguna pauta profundamente arraigada. Pero incluso entre los llamados científicos sociales y de la conducta, la forma predominante del conocimiento no es ni nunca ha sido lo que dice la contracultura. ¿Cómo puede reaccionar alguien a una sobredosis de ciencia de los estilos de vida cuando la ciencia de los estilos de vida insiste en que los enigmas examinados en los capítulos anteriores de este libro carecen de explicación científica? La extensa «objetivación» en el estudio de los fenómenos de los estilos de vida sólo es un mito de la elaboración onírica social de la contracultura. La conciencia predominante entre la mayor parte de los profesionales interesados en explicar los fenómenos de los estilos de vida no se distingue prácticamente de la conciencia III.

Si el retorno de las brujas implicara entregar los laboratorios de física, química y biología a gente que desprecia la evidencia objetiva y el análisis racional, poco tendríamos que temer. El ejercicio de la libertad de creencias en el laboratorio sólo podría ser un inconveniente temporal hasta que los restos carbonizados de los experimentadores superconscientes fueran barridos junto con los escombros que originaran. Desafortunadamente, el oscurantismo aplicado a los estilos de vida no se autodestruye. Las doctrinas que impiden a la gente comprender las causas de su existencia social poseen gran valor social. En una sociedad dominada por modos de producción e intercambio injustos, los estudios sobre los estilos de vida que oscurecen y distorsionan la naturaleza del sistema social son mucho más comunes y se valoran mucho más que los míticos estudios «objetivos» tan temidos por la contracultura. El oscurantismo aplicado a los estudios sobre los estilos de vida carece de la «praxis» de la ingeniería de las ciencias de laboratorio. Falsificadores, místicos y charlatanes no son barridos con los escombros; de hecho, no hay escombros porque todo continúa como siempre ha sido.

He mostrado en los capítulos anteriores que la conciencia profundamente mistificada es a veces capaz de galvanizar la disensión convirtiéndola en movimientos de masas efectivos. Hemos visto cómo formas sucesivas de mesianismo en Palestina, Europa y Melanesia canalizaron enormes impulsos revolucionarios que pretendían una distribución más justa de la riqueza y el poder. También hemos visto cómo la Iglesia y el Estado renacentistas utilizaron la locura de las brujas para encantar y confundir a los partidarios radicales de la comunidad. ¿Dónde encaja la contracultura dentro de este panorama? ¿Es una fuerza conservadora o radical? En su propia elaboración onírica la contracultura se identifica con la tradición de la transformación milenaria. Theodore Roszak afirma que la finalidad principal de la contracultura es proclamar «un nuevo cielo y una nueva tierra», y, en su fase de formación, la Conciencia III reunirá muchedumbres de jóvenes disidentes en conciertos de rock y protestas contra la guerra. Pero incluso en la cumbre de su eficacia organizativa, la contracultura careció de los fundamentos del mesianismo. No tenía líderes carismáticos ni una visión de un orden moral bien definido. Para la Conciencia III el liderazgo es otro truco del complejo militar-industrial, y corno he indicado hace un momento, un conjunto de fines morales bien definidos se puede reconciliar con el relativismo amoral de chamanes como Don Juan.

El rechazo de la objetividad, el relativismo amoral y la aceptación de la omnipotencia del pensamiento hablan de la bruja, pero no del salvador. La Conciencia III presenta todos los síntomas clásicos de la elaboración onírica de un estilo de vida cuya función social es disolver y fragmentar las energías de la disensión. Esto debería haber sido claro por la gran importancia dada a «hacer lo que le venga a uno en gana». No se puede hacer una revolución si cada uno hace lo que le da la gana. Para hacer una revolución todos deben realizar la misma cosa.

Así, el retorno de las brujas no es un simple capricho inescrutable. La moderna reaparición de la brujería tiene puntos claros de similitud con la locura medieval. Naturalmente hay muchas e importantes diferencias. Se admira a la bruja moderna mientras se teme a la bruja de antaño. Nadie en la contracultura quiere quemar a otro por creer o no creer en las brujas; Reich y Roszak no son Institor ni Sprenger; y 4a contracultura no se ha comprometido afortunadamente con ningún cuerpo específico de dogmas. Sin embargo, nos queda el hecho de que la contracultura y la Inquisición están hombro con hombro en la cuestión del vuelo de las brujas. Dentro de la libertad de creencia de la contracultura, las brujas son una vez más tan verosímiles como cualquier otra cosa, Esta creencia contribuye claramente a la consolidación o estabilización de las desigualdades contemporáneas merced a toda su inocencia alegre. Millones de jóvenes educados creen seriamente que la proposición de eliminar con besos al Estado corporativo como si fuera un «encantamiento maligno» es tan eficaz o realista como cualquier otra forma de conciencia política. Como su predecesor medieval, nuestra manía actual de las brujas embota y confunde a las fuerzas de la disensión, Como el resto de la contracultura, pospone el desarrollo de un conjunto racional de compromisos políticos. Y ésta es la razón por la que es tan popular entre los grupos más opulentos de nuestra población. Esta es la razón por la que ha vuelto la bruja.

Epílogo
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