Vacas, cerdos, guerras y brujas (4 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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También las vacas de la ciudad tienen propietarios que las dejan buscar el alimento durante el día y las recogen por la noche para ordeñarlas. La doctora Mencher cuenta que durante su estancia en un barrio de clase media en Madras, sus vecinos se quejaban constantemente de que las vacas "extraviadas" irrumpían en los patios de las casas. Los animales extraviados pertenecían en realidad a gente que vivía en una habitación situada encima de una tienda y que vendía la leche de puerta en puerta en el barrio. Por lo que respecta a los asilos y campos de la policía reservados para las vacas, cumplen la función de reducir el riesgo de mantener vacas en un medio urbano. Si una vaca cesa de producir leche, el propietario puede optar por dejarla que deambule en derredor hasta que la policía la recoja y la conduzca al lugar reservado para ellas. Cuando la vaca se ha recuperado, el propietario paga una pequeña multa y la conduce a su refugio habitual. Los asilos funcionan según un principio similar, proporcionando pastos baratos, subvencionados por el gobierno, que, de lo contrario, no serían asequibles a las vacas de la ciudad.

Digamos de paso que la forma preferida de comprar leche en las ciudades es conducir la vaca hasta casa y ordeñarla allí mismo. A menudo ésta es la única manera de poder cerciorarse el cabeza de familia de que compra leche pura en vez de leche mezclada con agua u orina.

Lo que resulta más increíble en estas disposiciones es su interpretación como evidencia de prácticas hindúes despilfarradoras y antieconómicas, cuando en realidad reflejan un grado de economización que supera las pautas de ahorro y economía occidentales cristianas. El amor a las vacas es perfectamente compatible con una determinación despiadada de sacar hasta la última gota de leche de la vaca. El hombre que lleva la vaca de puerta en puerta lleva consigo un becerro simulado, confeccionado con piel de becerro rellena, que coloca en el suelo junto a la vaca para conseguir con engaños el resultado deseado. Cuando esto no sirve, puede recurrir al phooka, que consiste en inyectar aire en el útero de la vaca mediante un tubo hueco, o al domm dev, que consiste en introducir su rabo en el orificio vaginal. Gandhi creía que se trataba a las vacas con más crueldad en la India que en cualquier otra parte del mundo. Se lamentaba de que "¡cómo las desangramos hasta sacarles la última gota de leche! ¡Cómo las privamos de alimentos hasta su emaciación, cómo maltratamos a los becerros, cómo le privamos de su parte de leche, con qué crueldad tratamos a los bueyes, como les castramos, como les pegamos, como les sobrecargamos!"

Nadie comprendió mejor que Gandhi que el amor a las vacas tenía consecuencias diferentes para el rico y el pobre. Para Gandhi la vaca era uno de los puntos focales de la lucha por convertir a la India en una auténtica nación. El amor a las vacas iba aparejado a la agricultura de pequeña escala, la confección de hilo de algodón con rueca, el sentarse con las piernas cruzadas en el suelo, el vestirse con taparrabos, el vegetarianismo, el respeto por la vida y el más riguroso pacifismo. La enorme popularidad de Gandhi entre las masas campesinas, los pobres urbanos y los intocables tenía su origen en estos temas. Era su manera de protegerlos contra los estragos de la industrialización.

Los economistas que quieren sacrificar los animales "excedentes" para hacer más eficiente la agricultura india ignoran las repercusiones asimétricas de la ahimsa (no violencia) para el rico y el pobre. Por ejemplo, el profesor Alan Heston admite el hecho de que el ganado vacuno cumple funciones vitales para las que no hay sustitutos fácilmente disponibles. Pero propone que estas mismas funciones se podrían realizar con mayor eficacia si hubiera 30 millones menos de vacas. Esta cifra se basa en el supuesto de que con cuidados adecuados sólo se necesitarían 40 vacas por cada cien animales machos para sustituir el número actual de bueyes. Puesto que hay 72 millones de machos adultos, según esta fórmula bastaría con 24 millones de hembras de cría. En realidad hay 54 millones de vacas. Heston estima, así, en 30 millones de animales inútiles que deben ser sacrificados, restando 24 de los 54 millones. El forraje y los alimentos que estos animales inútiles les han venido consumiendo deben distribuirse entre el resto de los animales, que estarán más sanos y, por consiguiente, podrán mantener la producción total de leche y de boñiga en o por encima de los niveles anteriores. Pero, ¿qué vacas se van a sacrificar? Cerca del 43 por 100 de la población total de ganado vacuno se encuentra en el 62 por 100 de las granjas más pobres. Estas granjas de 5 acres o menos sólo disponen del 5 por 100 de los pastizales. En otras palabras, la mayor parte de los animales temporalmente secos, estériles y débiles pertenecen a la gente que vive en las granjas más pequeñas y más pobres. De modo que cuando los economistas hablan de deshacerse de 30 millones de vacas, en realidad hablan de librarse de 30 millones de vacas pertenecientes a familias pobres, no a ricas. Pero la mayor parte de las familias pobres sólo poseen una vaca; por consiguiente, esta economización no se reduce tanto a eliminar 30 millones de vacas como a librarse de 150 millones de personas, obligándolas a abandonar el campo y emigrar a las ciudades.

Los partidarios del sacrificio de las vacas basan su recomendación en un error comprensible. Razonan que si los agricultores rehúsan matar sus animales y hay un tabú religioso que prohíbe hacer esto, el tabú es el principal responsable de la alta proporción de vacas con respecto a bueyes. Su error se oculta en la misma proporción observada: 70 vacas por cada 100 bueyes. Si el amor a las vacas impide a los agricultores matar vacas inútiles desde el punto de vista económico, ¿cómo es que hay un 30 por 100 menos de vacas que de bueyes? Si nacen aproximadamente tantos animales hembras como machos debe haber algo que provoque la muerte de más hembras que machos. La solución a este enigma consiste en que un cuando ningún campesino hindú sacrifica deliberadamente una becerra o una vaca decrépita a palos o con un cuchillo puede deshacerse, y de hecho se deshace de ellas, cundo se vuelven inútiles desde su punto de vista. Se emplean diferentes métodos, a excepción del sacrificio directo. Por ejemplo, para "matar" becerras indeseadas se coloca su cuello de modo que, al tratar de mamar, pinchan las ubres de las vacas y mueren como consecuencia de las coces que reciben de éstas. A los animales viejos simplemente se los ata con cuerdas cortas, dejándoles así hasta que mueran de hambre, un proceso que no dura mucho tiempo si el animal ya está débil y enfermo. Finalmente cantidades desconocidas de vacas decrépitas se venden subrepticiamente mediante una cadena de intermediarios musulmanes y cristianos, yendo a parar a los mataderos urbanos.

Si queremos explicar la proporción observada entre vacas y bueyes, debemos estudiar las lluvias, el viento, el agua y las pautas de tenencia de la tierra, no el amor a las vacas. La prueba de esto se encuentra en que la proporción entre vacas y bueyes varía según la importancia relativa de los diferentes componentes del sistema agrícola en las diversas regiones de la India. La variable más importante es la cantidad de agua de regadío disponible para el cultivo del arroz. Siempre que hay extensos arrozales de regadío, el búfalo de agua tiende a ser el animal de tracción preferido y la hembra del búfalo de agua sustituye entonces a la vaca cebú como productora de leche. Por esta razón, la proporción entre vacas y bueyes se reduce al 47 por 100 en las enormes llanuras del norte de la India, donde las nieves fundidas del Himalaya y los monzones crean el Río Sagrado del Ganges. Como ha señalado el eminente economista indio K. N. Raj, los distritos del valle del Ganges, en los que se cultivan sin interrupción, durante todo el año, los arrozales, tienen proporciones entre vacas y bueyes que se acercan al óptimo teórico. Esto llama mucho la atención por cuanto que la región en cuestión —la llanura del Ganges— es el corazón de la religión hindú y encierra sus santuarios más sagrados.

Una comparación entre la India hindú y el Pakistán occidental musulmán refuta también la teoría que afirma que la religión es el responsable principal de la alta proporción de vacas sobre bueyes. Pese al rechazo del amor a las vacas y de los tabúes que prohíben sacrificar vacas y comer su carne, el Pakistán occidental dispone en total de 60 vacas por cada 100 machos, cifra considerablemente superior a la media del estado indio, profundamente hindú, de Uttar Pradesh. Cuando se seleccionan los distritos de Uttar Pradesh que destacan por la importancia del búfalo de agua y el regadío mediante canales y se comparan con distritos ecológicamente similares del Pakistán occidental, las proporciones entre vacas y bueyes resultan prácticamente las mismas. ¿Quiere decir esto que el amor a las vacas no tiene ningún efecto sobre la proporción sexual del ganado vacuno o sobre otros aspectos del sistema agrícola? No. Lo que afirmo es que el amor a las vacas es un elemento activo en un orden material y cultural complejo y bien articulado. El amor a las vacas activa la capacidad latente de los seres humanos para mantenerse en un ecosistema con bajo consumo de energía, en el que hay poco margen para el despilfarro o la indolencia. El amor a las vacas contribuye a la resistencia adaptativa de la población humana conservando temporalmente a los animales secos o estériles, pero todavía útiles; desalentando el desarrollo de una industria cárnica costosa desde un punto de vista energético; protegiendo un ganado vacuno que engorda a costa del sector público o de los terratenientes; y conservando la capacidad de recuperación de la población vacuna durante sequías y períodos de escasez. Como sucede en cualquier sistema natural o artificial, siempre se produce alguna fuga, fricción o pérdida vinculados a estas interacciones complejas, en las que intervienen 500 millones de personas, ganado, tierra, trabajo, economía política, abono y clima. Los partidarios del sacrifico afirman que la práctica de dejar criar indiscriminadamente a las vacas y después reducir su número por descuido e inanición es despilfarradora e ineficiente. No dudo de que esto es correcto, pero sólo en un sentido restringido y relativamente insignificante. El ahorro que un ingeniero agrícola podría conseguir eliminando un número desconocido de animales totalmente inútiles debe compararse con las pérdidas catastróficas para los campesinos marginales, en especial durante las sequías y épocas de escasez, si el amor a las vacas cesa de ser una obligación sagrada.

Puesto que la movilización eficaz de toda acción humana depende de al aceptación de credos y doctrinas psicológicamente compulsivas, habrá que esperar que los sistemas económicos oscilen siempre por debajo y por encima de sus puntos de eficiencia óptima. Pero el supuesto de que podemos lograr que funcione mejor todo el sistema atacando simplemente su conciencia es ingenuo y peligroso. Cabe alcanzar mejoras sustanciales en el sistema actual estabilizando la población humana de la India y permitiendo a mayor números de gente disponer de más tierra, agua, bueyes y búfalos de agua sobre una base más equitativa. La alternativa es destruir el sistema actual y reemplazarlo por un conjunto de relaciones demográficas, tecnológicas, políticoeconómicas e ideológicas totalmente nuevas; esto, por un ecosistema completamente nuevo. No cabe duda que el hinduismo es una fuerza conservadora, que hace más difícil la tarea de los expertos en "desarrollo" y los agentes "modernizadores" empeñados en destruir el viejo sistema y sustituirlo por un sistema agrícola e industrial con alto consumo de energía.

Pero si se opina que un sistema agrícola e industrial con alto consumo de energía ha de ser necesariamente más "racional" o "eficiente" que el sistema actualmente existente, mejor es dejar las cosas como están.

Los estudios de costos y de rendimientos energéticos muestran, en contra de nuestras expectativas, que la India utiliza su ganado vacuno con mayor eficiencia que Estados Unidos. El doctor Oden´hal descubrió en el distrito de Singur, en Bengala Occidental, que la eficiencia energética bruta del ganado vacuno, definida como el total de calorías útiles producidas en un año dividido por el total de calorías consumidas durante e mismo período, era del 17 por 100 ( Marvin Harris ha desarrollado en su obra, Culture, People, Nature, una ecuación que establece una relación entre aspectos de la producción y el "output" energético: E=mXtXrXe Donde E es la energía alimenticia o el número de calorías que un sistema produce anualmente; "m" es el número de productores de alimento; "t" el número de horas de trabajo por cada productor de alimento; "r" el número de calorías gastadas por hora, por el productor de alimentos; "e" la cantidad media de calorías de alimento por cada calaría gastada en la producción de alimentos. El factor "e" refleja el inventario tecnológico de la producción de alimentos y la aplicación de esta tecnología a la tarea de la producción.

Por tanto "e" revela la productividad del trabajo o el nivel de eficiencia tecnoambiental del que gozan los productores de alimentos de un sistema cultural en su intento de obtener energía alimenticia de su medio ambiente. Es decir, como dice M. Harris, "cuanto mayor es "e", mayor es el número de calorías producidas por cada caloría gastada en la producción de alimentos". Consultar sobre este concepto de energía y ecosistema el capítulo 12, págs. 229255, de la obra de Marvin Harris, Culture People, Nature, Thomas Y. Crowell, Nueva York .) Esta cifra contrasta con la eficiencia energética bruta inferior al 4 por 100 del ganado de carne criado en los pastizales de Occidente. Como dice Oden´hal, la eficiencia relativamente alta de complejo ganadero indio no obedece a que los animales sean especialmente productivos, sino a que los hombres aprovechan con sumo cuidado sus productos. "Los aldeanos son muy utilitaristas y nada se desperdicia."

El despilfarro es más bien una característica de la moderna agricultura mecanizada que de las economías campesinas tradicionales. Por ejemplo, mediante el nuevo sistema de producción automatizada de carne de vaca en Estados Unidos no sólo se desperdicia el estiércol del ganado, sino que se deja que contamine las aguas freáticas en extensas áreas y contribuya a la polución de ríos y lagos cercanos.

El nivel de vida superior que poseen las naciones industrializadas no es consecuencia de una mayor eficiencia productiva, sino de un aumento muy fuerte en la cantidad de energía disponible por persona. En 1970 Estados Unidos consumió el equivalente energético a 12 toneladas de carbón por habitante, mientras que la cifra correspondiente a la India era la quinta parte de una tonelada por habitante. La forma en que se consumió esta energía implica que cada persona despilfarra mucha más energía en Estados Unidos que en la India. Los automóviles y los aviones son más veloces que las carretas de bueyes, pero no utilizan la energía con mayor eficiencia. De hecho el calor y el humo inútiles provocados durante un sólo día de embotellamientos de tráfico en Estados Unidos despilfarran mucha más energía que todas las vacas de la India durante todo el año. La comparación es incluso menos favorable si consideramos el hecho de que los automóviles parados están quemando reservas insustituibles de petróleo para cuya acumulación la Tierra ha requerido decenas de millones de años. Si desean ver una verdadera vaca sagrada, salgan a la calle y observen el automóvil de la familia.

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