Al subir por la escalerita de la comisaría, iba yo tiritando. Tampoco yo podía contarle gran cosa al comisario, no me encontraba bien, la verdad.
Habían colocado el cuerpo de Robinson ahí, delante de las filas de enormes archivadores de la comisaría.
Impresos por todos lados en torno a los bancos y a las colillas viejas. Inscripciones de «Muerte a la bofia» no del todo borradas.
«¿Se ha perdido usted, doctor?», me preguntó el secretario, muy cordial, por cierto, cuando por fin llegué. Estábamos todos tan cansados, que farfullamos todos, unos tras otros, un poco.
Por fin, llegamos a un acuerdo sobre los términos y las trayectorias de las balas, una incluso que estaba aún alojada en la columna vertebral. No la encontrábamos. Lo enterrarían con ella. Buscaban las otras. Clavadas en el taxi estaban, las otras. Era un revólver potente.
Sophie vino a reunirse con nosotros, había ido a buscar mi abrigo. Me besaba y me apretaba contra sí, como si yo fuera a morir, a mi vez, o a salir volando. «Pero, ¡si no me voy! —no me cansaba de repetirle—. Pero, bueno, Sophie, ¡que no me voy!» Pero no era posible tranquilizarla.
Nos pusimos a hablar en torno a la camilla con el secretario de la comisaría, que estaba curado de espanto, como él decía, en cuanto a crímenes y no crímenes y catástrofes también e incluso quería contarnos todas sus experiencias a la vez. Ya no nos atrevíamos a irnos para no ofenderlo. Era demasiado amable. Le daba gusto hablar por una vez con gente instruida, no con golfos. Conque, para no desairarlo, nos entretuvimos mucho en la comisaría.
Parapine no llevaba impermeable. Gustave, de oírnos, sentía acunada su inteligencia. Se quedaba con la boca abierta y su gruesa nuca tensa, como si tirara de un carro. Yo no había oído a Parapine pronunciar tantas palabras desde hacía muchos años, desde mi época de estudiante, a decir verdad. Todo lo que acababa de ocurrir aquel día lo embriagaba. Nos decidimos, de todos modos, a regresar a casa.
Nos llevamos con nosotros a Mandamour y también a Sophie, que todavía me daba apretones de vez en cuando, con el cuerpo lleno de las fuerzas de inquietud y de ternura, hermosa, y el corazón también. Yo estaba henchido de su fuerza. Eso me molestaba, no era la mía y la mía era la que yo necesitaba para ir a diñarla magníficamente un día, como Léon. No tenía tiempo que perder en muecas. ¡Manos a la obra!, me decía yo. Pero no me venía.
Ni siquiera quiso Sophie que me volviera a mirarlo por última vez, el cadáver. Conque me fui sin volverme. «Cierren la puerta», decía un cartel. Parapine tenía sed aún. De hablar, seguramente. Demasiado hablar, para él. Al pasar por delante del quiosco de bebidas del canal, llamamos en el cierre un buen rato. Eso me recordaba la carretera de Noirceur durante la guerra. La misma línea de luz encima de la puerta y dispuesta a apagarse. Por fin, llegó el patrón, en persona, para abrirnos. No estaba enterado. Se lo contamos todo nosotros y la noticia del drama también. «Un drama pasional», como lo llamaba Gustave.
La tasca del canal abría justo antes del amanecer para los barqueros. La esclusa empieza a girar sobre su eje despacio hacia el final de la noche. Y después todo el paisaje se reanima y se pone a trabajar. Las planchas se separan del río muy despacio, se alzan, se elevan a ambos lados del agua. El currelo emerge de la sombra. Se empieza a ver todo de nuevo, sencillo, duro. Los tornos aquí, las empalizadas de las obras allá y lejos, por encima de la carretera, ahí vuelven de más lejos los hombres. Se infiltran en el sucio día en grupitos transidos. El día les inunda la cara para empezar, al pasar delante de la aurora. Van más lejos. Sólo se les ve bien la cara pálida y sencilla; el resto está aún en la noche. También ellos tendrán que diñarla un día. ¿Cómo harán?
Suben hacia el puente. Después desaparecen poco a poco en la llanura y llegan otros hombres más, más pálidos aún, a medida que el día se alza por todas partes. ¿En qué piensan?
El patrón de la tasca quería enterarse de todo lo relativo al drama, las circunstancias, que le contáramos todo.
Vaudescal se llamaba, el patrón, un muchacho del norte muy limpio.
Gustave le contó entonces todo y más.
Nos repetía, machacón, las circunstancias, Gustave, y, sin embargo, no era eso lo importante; nos perdíamos ya en las palabras. Y, además, como estaba borracho, volvía a empezar. Sólo, que entonces ya no tenía nada más que decir, la verdad, nada. Yo lo habría escuchado con gusto un poco más, bajito, como un sueño, pero entonces los otros se pusieron a protestar y eso le irritó.
De rabia, fue a dar un patadón a la estufita. Todo se derrumbó, se volcó: el tubo, la rejilla y los carbones en llamas. Era un cachas, Mandamour, como cuatro.
Además, ¡quiso enseñarnos la auténtica Danza del Fuego! Quitarse los zapatos y saltar de lleno en los tizones.
El patrón y él habían hecho un negocio con una «máquina tragaperras» no registrada… Era muy falso, Vaudescal; no había que fiarse de él, con sus camisas siempre demasiado limpias como para ser del todo honrado. Un rencoroso y un chivato. Hay la tira de ésos por los muelles.
Parapine sospechó que iba por Mandamour, para que lo expulsaran del cuerpo, aprovechando que había bebido demasiado.
Le impidió hacerla, su Danza del Fuego, y le avergonzó. Empujamos a Mandamour hasta el extremo de la mesa. Se desplomó ahí, por fin, muy modosito, entre suspiros tremendos y olores. Se quedó dormido.
A lo lejos, pitó el remolcador; su llamada pasó el puente, un arco, otro, la esclusa, otro puente, lejos, más lejos… Llamaba hacia sí a todas las gabarras del río, todas, y la ciudad entera y el cielo y el campo y a nosotros, todo se llevaba, el Sena también, todo, y que no se hablara más de nada.
[1]
Elisabeth Craig era la bailarina americana, nacida en 1902, que Céline había conocido en Ginebra, a finales de 1926 o comienzos de 1927, y con la que vivió en París de 1927 a 1933, en una relación muy libre, interrumpida por las estancias de Elisabeth en los Estados Unidos. Henri Mahé la describe así: «Grandes ojos verde cobalto […]. Naricilla fina… Una boca rectangular y sensual […]. Largos cabellos dorados tirando a rojizos en bucles hasta los hombros»
(La Brinquebale avec Céline.)
En una de las primeras entrevistas después de la publicación de
Viaje al fin de la noche,
Céline la cita como uno de sus tres maestros: «[…] una bailarina americana que me ha enseñado todo lo relativo al ritmo, la música y el movimiento» (entrevista con M. Bromberger,
Cahiers Céline,
I, págs. 31-32).
En junio de 1933, Elisabeth se marchó a los Estados Unidos, temporalmente, pensaba Céline, pero aquella vez no regresó y él aprovechó su viaje a los Estados Unidos en el verano de 1934 para ir a Los Ángeles a intentar convencerla de que volviera a Francia. Pero Elisabeth había decidido romper. Céline siempre recordó aquel último encuentro, sobre el que carecemos de información segura, como una pesadilla. No cabe duda de que Elisabeth fue la mujer a la que se sintió más unido y que desempeñó, más que ninguna otra, un papel en su vida.
[2]
Le Temps
era, en la Tercera República, el equivalente del
Times
inglés o del actual
Le Monde
, que se instaló en sus antiguos locales tras la Liberación. No defendía las posiciones racistas, nacionalistas y revanchistas que Arthur Ganate le atribuye aquí. Con ocasión del caso Dreyfus, apoyó al ministro Waldeck-Rousseau y, en vísperas de la guerra, no manifestaba belicismo alguno.
[3]
Belisario (
circa
490-565), célebre general del Imperio Bizantino, víctima de la ingratitud del emperador Justiniano, después de haber salvado Constantinopla. En una versión legendaria y después literaria e iconográfica de esa desgracia, Belisario aparece ciego y obligado a mendigar en las calles de la capital, tendiendo a los transeúntes su propio casco.
(N. del T.)
[4]
El Alhambra, inaugurado en 1904, fue, durante el Imperio, la mayor sala de
music-hall
de antes de la guerra. En el momento en que Céline escribe, el Alhambra había cambiado: tras un incendio en 1925, fue renovado y volvió a abrir sus puertas en 1932.
(N. del T.)
[5]
El
Mayflower
es el barco que transportó al otro lado del océano a los ingleses que establecieron la primera colonia permanente en América del Norte. Fue en 1620 y el puerto de llegada no fue Boston, sino Plymouth, a unos cincuenta kilómetros al sur.
(N. del T.)
[6]
El
Petit Journal
era, en la preguerra, un periódico de gran difusión. El periódico mismo y su
Suplemento ilustrado
(que en 1895 editaba más de un millón de ejemplares) se caracterizaban por su militarismo, su nacionalismo y su antisemitismo.
(N. del T.)
[7]
«[…] acabaron preguntándome qué pensaba. “Creo”, dije, “que en este lugar y a partir de hoy comienza una nueva época para la historia del mundo y podremos decir: ‘Yo estaba allí’”» (Goethe,
Campaña de Francia
). Ese episodio figura en numerosas páginas escogidas de Goethe para uso escolar, por ejemplo en el
Cours supérieur de langue allemande,
editado por Delagrade a partir de 1888.
[8]
La Cavalière Elsa
es una novela de Pierre Marc Orlan (Gallimard, 1921), pero también una adaptación libre para el teatro de Paul Demazy e interpretada por Marguerite Jamois en 1925. Céline la evoca en 1947 en una carta a Milton Hindus (
Céline tel que je l’ai vu,
p. 172), atribuyéndola, por lo demás, al propio Mac Orlan y fechándola en 1919. No es indiferente saber que la mención que aquí figura puede corresponder a la obra teatral más que a la novela. En ambos casos, Elsa es una «Juana de Arco del comunismo», elegida por los dirigentes soviéticos para encarnar su empresa y galvanizar a sus tropas en el momento en que se lanzan (se trata de una historia de política-ficción, situada hacia 1940) a la conquista de la Europa occidental. En un pasaje de la obra teatral, Elsa atribuye a los franceses la actitud de entrenamiento ideológico que, según Princhard, es propia también de él: «Lo vuestro —dice Elsa a un francés patriota— es el asesinato por persuasión: “¡A las armas, ciudadanos! ¡Que una sangre impura riegue nuestros surcos!”». Y: «Nosotros entraremos en la carrera, cuando nuestros mayores hayan desaparecido. Ése es vuestro estilo, ¿verdad, francesitos? “¡A las armas, proletario, ve a defender mi propiedad!”» (acto II).
Pero, más que la novela, la obra de teatro subraya con insistencia que la mayoría de los dirigentes soviéticos que pone en escena son judíos, como la propia Elsa. Una frase de la presentación anónima, reproducida en
L’Illustration,
expresa perfectamente la acogida que recibió la obra: «El autor, que reconoce en la mayoría de los artífices del bolchevismo el atavismo judaico, ha caracterizado en ellos la mezcla de misticismo, sensualidad y frenesí destructivo propia de la raza judía». No es de extrañar que
La Cavalière Elsa
se quedara grabada en la memoria de Céline.
(N. del T.)
[9]
Céline atribuye aquí a Claude Gellée, llamado Lorrain, cuyos cuadros resaltan con frecuencia el fondo, pero del que se conocen pocas declaraciones, orales o escritas, un lenguaje bastante celiniano. En la época en que Céline escribía, la obra de Lorrain acababa de ponerse de actualidad de diversas formas. En mayo-junio de 1925, una exposición del Petit Palais, «El paisaje francés de Poussin a Corot», le había dedicado un espacio importante. El año siguiente, Élie Faure escribió en el volumen
El arte moderno de su Historia del arte
que emociona «ver tanta inocencia e incesante aspiración a la gloria del día tan decididas a no abandonar jamás esas avenidas irreprochables que llevan hasta la armonía sin confesar la vida mala, la duda, la lucha y el sufrimiento por los que, sin embargo, atraviesan».
(N. del T.)
[10]
De los tres psiquiatras que se citan, el segundo parece ser el único que designa a un personaje históricamente conocido: Ernest Dupré (1862-1921) se dedicó a estudiar, entre muchos otros trabajos, la psicosis alucinatoria crónica y la «constitución emotiva».
(N. del T.)
[11]
En el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios se conserva la copia del prototipo internacional en platino iridiado que sirvió hasta 1961 de patrón legal para Francia.
(N. del T.)
[12]
Los anuarios en que figuraba el personal titular del Ejército, la Marina y diversas administraciones.
(N. del T.)
[13]
No hemos encontrado mención alguna de ese «célebre incendio». En
L’Illustration
, por ejemplo, que registra habitualmente ese tipo de sucesos, no aparece ni en el año 1899 ni en los inmediatamente anteriores o posteriores. Uno de los tíos de Céline, René Destouches, trabajaba en la Compañía de Teléfonos.
(N. del T.)
[14]
Método de curación por sugestión inventado y vulgarizado por Émile Coué (1857-1926).
(N. del T.)
[15]
La Révolte, es decir, no exactamente el «bulevar de la Révolte», sino la «carretera de la Révolte», que Luis XV mandó abrir después de la rebelión de los parisinos en mayo de 1750 para ir de Versalles a Saint-Dénis sin pasar por París. La parte de su recorrido que cruzaba Clichy correpondía a los actuales bulevares de Douaumont y Victor-Hugo.
(N. de. T.)
[16]
No parece existir una canción que lleve exactamente ese título, pero podría tratarse de
Pack up your troubles in your old kit-bag,
que era una de las canciones más célebres en Londres en 1915, en la época en que Céline vivía en esa ciudad:
Pack up your troubles in your old kit-bag
While you’ve a lucifer to light your fag
Smile boys, that’s the style
What’s the use of worrying?
It never was worthwhile, so
Pack up your troubles in your old kit-bag
And smile, smile, smile.
[17]
El bacilo de Eberth es el germen de la fiebre tifoidea, descubierto en 1881 por Karl Eberth.
(N. del T.)
[18]
El «castillo», es decir, el Louvre, visible en la orilla derecha del Sena, cuando se llega a la Rue Bonaparte.
(N. del T.)
[19]
En el centro de la Place Clichy se alza desde 1869 el monumento al mariscal Moncey: encima de un pedestal de seis metros de alto, un grupo de bronce de ocho metros representa la defensa de París por Moncey. En la noche del 29 al 30 de marzo de 1814 (y no 1816), el mariscal Moncey fortificó como pudo la barrera de Clichy y dispuso a sus hombres (jóvenes de la Escuela Politécnica y guardias nacionales). El 30, defendieron heroicamente esa entrada de París frente a los cosacos que mandaba un emigrado, el general conde de Langeron.
(N. del T.)
[20]
El Palacio Dufayel (posteriormente Grandes Almacenes Dufayel y después Palacio de la Novedad) era, en el decenio de 1920, uno de los principales grandes almacenes de París, situado en el distrito XVIII, en el Boulevard Barbès, y su entrada principal se encontraba en la Rue Clignancourt. El edificio, que tiene interés arquitectónico, está coronado por una cúpula monumental visible desde lejos.
(N. del T.)
[21]
El «pequeño cementerio» situado cerca de la Place du Tertre es el de San Pedro o del Calvario. Es el cementerio más antiguo de Montmartre y ningún comunero de 1871 podría estar enterrado en él, ya que está cerrado desde 1823. En cambio, había acogido en una fosa común a casi mil soldados franceses, rusos y alemanes muertos en marzo de 1814.
[22]
El cementerio de San pedro no contiene la sepultura de La Pérouse, cosa imposible, pues La Pérouse murió en el Pacífico en 1788. Varias expediciones en pos de sus restos trajeron algunos vestigios de su barco, que posteriormente se expusieron en el Museo de la Marina. En cambio, yace en el cementerio de San Pedro, en la sepultura familiar, el corazón de Bougainville. En una carta enviada desde Dinamarca a su amigo de Montmartre Victor Carré, Céline preguntaba: «¿Cuál es el navegante famoso enterrado en el cementerio de San Pedro?». En 1930 habían aparecido dos reediciones del
Viaje
de Bougainville.
[23]
No se sabe si fueron enterrados cosacos cerca del molino de la Galette, pero lo que es seguro es que la colina de Montmartre fue teatro, el 30 de marzo de 1814, de los últimos combates de la toma de París por los ejércitos aliados. Los cosacos del conde Langeron encontraron una fuerte resistencia. Unos molineros propietarios del molino de Blute-Fin participaron en la resistencia. Uno de ellos transformó en 1833 el molino en baile público, con el nombre de molino de la Galette.
[24]
A la colonia penitenciaria o presidio de Cayena, suprimida desde aquella época.
(N. del T.)
[25]
Ferme tes jolis yeux
es el título de un vals, cantado por Berthe Sylva. Su estribillo es:
Ferme tes jolis yeux
Car les heures son brèves
Au pays merveilleux,
Au beau pays du rêve;
Ferme tes jolis yeux
Car tout nes’t que mensonge,
Le bonheur est un songe,
Ferme tes jolis yeux.
[26]
De la
Historia de Inglaterra
, publicada en varios tomos por Macaulay en 1848 y años siguientes, se había publicado en Francia en 1875 un volumen de páginas escogidas de la colección escolar de los Classiques Hachette. Se reeditó hasta 1921. En 1910, iba por su decimotercera edición. Miles de jóvenes franceses perfeccionaron su conocimiento del inglés leyéndolo. En dicho volumen ocupa espacio destacado la historia de Monmouth el Pretendiente, que se sitúa en 1685, es decir, al comienzo de la
Historia de Inglaterra
de Macaulay.
(N. del T.)