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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia-ficción

Vinieron de la Tierra (26 page)

BOOK: Vinieron de la Tierra
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Pero eso pasó y puse una pierna tras las suyas y la derribé de espaldas sobre un montón de escombros. La apunté con la 45, y abrió un poco la boca como una pequeña
o
.

—Ahora voy a ir allí y cogeré uno de esos colchones de lucha, para que resulte mejor, más cómodo, ¿eh? Si haces un solo movimiento te arranco una pierna de un disparo, y te joderé lo mismo, sólo que tendrás una pierna menos.

Esperé a que me indicase que entendía lo que le había dicho, y por fin asintió, así que seguí apuntándola con la automática, y me acerqué al gran montón polvoriento de colchonetas y tiré de una.

La llevé arrastrando hasta donde estaba ella y le di la vuelta para que la parte más limpia quedase arriba y utilicé el cañón de la cuarenta y cinco para obligarla a colocarse encima. Ella simplemente se sentó allí en la colchoneta, con las manos atrás y las rodillas dobladas mirándome fijamente.

Bajé la cremallera de mis pantalones y empecé a quitármelos, cuando vi que ella me miraba de un modo muy raro. Dejé los pantalones.

—¿Qué miras?

Yo estaba furioso. No sabía por qué estaba furioso, pero lo estaba.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó.

Tenía una voz muy suave y como sedosa, como si brotase de una garganta que estuviese forrada de seda o de algo parecido.

No dejaba de mirarme, esperando mi respuesta.

—Vic—dije.

Parecía como si esperara más.

—¿Vic qué?

Durante un minuto no entendí lo que quería decir, luego sí.

—Vic. Sólo Vic. Eso es todo. —Bueno, ¿cómo se llaman tu padre y tu madre? Entonces empecé a reírme y seguí bajándome los pantalones.

—Chica, eres una zorra estúpida —dije, riéndome más. Ella pareció ofendida. Eso me puso furioso otra vez—. ¡Deja de mirarme así o te rompo los dientes!

Ella cruzó las manos sobre el regazo.

Me bajé los pantalones hasta los tobillos. No pasarían por los zapatos. Tuve que apoyarme en un pie y sacar el zapato del otro. Era complicado, pues tenía que seguir apuntándola con la 45 y quitarme el zapato al mismo tiempo. Pero lo hice.

Yo estaba allí de pie en pelotas de la cintura para abajo, empalmado y todo, y ella estaba sentada un poco echada hacia delante, con las piernas cruzadas y las manos aún en el regazo.

—Quítate esas cosas —dije.

Ella permaneció inmóvil un segundo y creí que iba a causar problemas. Pero luego se llevó las manos a la espalda y se soltó el sostén. Se oyó un crac cuando separó las dos costuras. Luego se echó hacia atrás y se quitó las bragas.

De pronto ya no parecía asustada. Me miraba muy fijamente y pude ver entonces que sus ojos eran azules. Pero esto es lo realmente extraño…

No pude hacerlo. Quiero decir, no exactamente. Quiero decir, yo quería joderla, sí, pero ella era tan delicada y bonita y no dejaba de mirarme y aunque ningún
solo
me creería, me oí a mí mismo hablar con ella, aún allí de pie como un imbécil, un zapato fuera y los pantalones en los tobillos.

—¿Cómo te llamas tú?

—Quilla June Holmes.

—Es un nombre extraño.

—Según mi madre es bastante común allá en Oklahoma.

—¿Tu gente vino de ahí? Asintió.

—Antes de la Tercera Guerra.

—Deben de ser muy viejos ya.

—Lo son, pero están muy bien. Supongo.

Estábamos allí simplemente inmovilizados, charlando. Me di cuenta de que ella tenía frío porque temblaba.

—Bueno —dije, disponiéndome a echarme a su lado—, creo que lo mejor será…

¡Maldita sea! ¡Aquel maldito Sangre! Justo en aquel momento entró. Cruzó entre el montón de yeso y listones, alzando polvo, deslizándose sobre el culo hasta que llegó a nosotros.

—¿Ahora qué? —pregunté.

—¿Con quién hablas? —preguntó la chica.

—Con él. Con Sangre.

—¿El perro? Sangre la miró fijamente y luego la ignoró. Empezó a decir algo, pero la chica le interrumpió:

—Entonces es verdad lo que dicen… Todos vosotros podéis hablar con animales…

—¿Vas a estar oyéndola toda la noche o vas a oírme a mí que te explique por qué vine?

—De acuerdo, ¿por qué viniste?

—Estás en un lío, Albert.

—Vamos, déjate de rodeos. ¿De qué se trata?

Sangre torció la cabeza hacia la puerta principal del edificio de la AJC.

—Una banda. Tienen el edificio rodeado. Calculo que serán quince o veinte, quizá más.

—¿Cómo demonios supieron que estábamos aquí? Sangre parecía apesadumbrado. Bajó la cabeza.

—Bueno…

—¿Algún otro perro la olió en el cine?

—Eso mismo. ¿Y ahora qué?

—Tendremos que sacárnoslos de encima, supongo. ¿Se te ocurre alguna otra sugerencia?

—Sólo una.

Esperé. Él hizo una mueca irónica.

—Súbete los pantalones.

4

La chica, Quilla June, estaba bastante segura. Le hice una especie de cobijo con colchonetas de lucha, quizás una docena de ellas. Así no podría alcanzarla ninguna bala perdida; y si no tropezaban directamente con ella, no la encontrarían. Subí por una de las cuerdas que colgaban de las vigas y me situé allí con la Browning y un par de puñados de peines. Pensé que daría cualquier cosa por tener en aquel momento una automática, una Bren o una Thompson. Comprobé la 45, me aseguré de que estaba cargada y de que había una bala en la recámara y coloqué los peines extra sobre la viga. Tenía un ángulo de tiro que cubría perfectamente todo el gimnasio.

Sangre estaba tendido en la sombra junto a la puerta principal. Me había sugerido que liquidase primero a los perros que viniesen con el grupo, si podía. Eso le permitiría actuar libremente.

Esa era la menor de mis preocupaciones. Hubiese preferido atrincherarme en otra habitación, una que tuviese sólo una entrada, pero no tenía medio de saber si los merodeadores estaban ya dentro del edificio, así que aproveché lo mejor que pude lo que tenía.

Todo estaba tranquilo. Hasta aquella Quilla June. Me había costado valiosos minutos convencerla de que estaría mucho mejor oculta y sin hacer ruido, que estaría mucho mejor conmigo que con aquellos otros veinte.

—Si quieres volver a ver alguna vez a tu papá y a tu mamá… —le advertí. Después de eso no me causó más problemas.

Silencio.

Luego oí dos cosas, ambas al mismo tiempo. En el fondo del sector de la piscina oí el roce de unas botas que aplastaban yeso. Un rumor muy suave. Y de un lado de la puerta central me llegó un tintineo de metal golpeando madera. Al parecer intentaban rodearnos. Bien, yo estaba preparado.

Silencio de nuevo.

Apunté con la Browning a la puerta del sector de la piscina. Aún estaba abierta de cuando había pasado yo. Si lo suponía de un metro setenta y bajaba la mira unos cincuenta centímetros podía alcanzarle en el pecho. Había aprendido hacía mucho que no se debe apuntar a la cabeza. Es preferible la parte más ancha del cuerpo: el pecho y el vientre. El tronco.

De pronto oí ladrar un perro fuera, y parte de la oscuridad junto a la puerta de entrada se separó y entró en el gimnasio. Directamente frente a Sangre. No moví la Browning.

El merodeador de la puerta principal se apartó de Sangre. Luego movió el brazo y arrojó algo (una piedra, un trozo de metal, algo) al otro lado de la habitación para atraer la atención. Yo no moví la Browning.

Cuando la cosa que él había arrojado llegó al suelo, irrumpieron dos merodeadores por la puerta del sector de la piscina, uno a cada lado, los rifles dispuestos, preparados para rociar. Antes de que pudiesen abrir fuego, efectué el primer disparo, desvié el arma y disparé sobre el otro. Ambos cayeron. Impactos mortales, justo en el corazón. Quedaron tendidos, ninguno se movió.

El tipo que estaba junto a la puerta dio la vuelta para huir y Sangre se arrojó sobre él. Exactamente así, brotó de la oscuridad, ¡
riiiip
!

Sangre saltó sobre el cañón del rifle del tipo que lo tenía preparado y hundió sus colmillos en su garganta. El tipo lanzó un grito y Sangre se separó de él llevándose en la boca un trozo de carne. El tipo gorgoteaba extraños sonidos y por fin cayó sobre una rodilla. Le atravesé la cabeza con un disparo y cayó de bruces.

Todo quedó tranquilo otra vez.

No estaba mal. No estaba mal en absoluto. Tres atacantes eliminados y aún no conocían nuestras posiciones. Sangre había vuelto a ocultarse en la oscuridad, junto a la entrada. No decía nada, pero yo sabía lo que estaba pensando: quizá fuesen tres eliminados de diecisiete, o de veinte, o de veintidós. No había medio de saberlo; podíamos estar allí metidos toda una semana y no saber si los habíamos liquidado a todos, a alguno o a ninguno. Podían irse y volver otra vez repuestos y yo me encontraría al final sin munición y sin alimento, y aquella chica, aquella Quilla June lloraría y me haría desviar la atención hacia ella, y la claridad del día… y ellos estarían allí aún ocultos esperando a que sintiésemos suficiente hambre como para hacer algo estúpido, o a que se nos acabasen las municiones y entonces caerían sobre nosotros.

Uno de los atacantes cruzó la puerta a toda velocidad, dio un salto, se tiró al suelo, rodó, se levantó siguiendo en una dirección distinta y lanzó tres andanadas a distintos rincones de la estancia antes de que pudiese alcanzarle con la Browning. Estaba por entonces lo bastante próximo debajo de mí como para que no tuviese que desperdiciar un proyectil del 22. Recogí silenciosamente la 45 y le volé la nuca. El proyectil penetró limpiamente, salió y se llevó con él la mayor parte de su pelo. Cayó a plomo.

—¡Sangre! ¡El rifle!

Salió de las sombras, lo cogió con la boca y lo arrastró hasta el montón de colchonetas de lucha del rincón del fondo. Vi que del montón de colchonetas brotaba un brazo y que una mano cogía el rifle y lo arrastraba hacia adentro. Bien, al menos allí estaba seguro, hasta que lo necesitase. Una zorrita muy valiente. Sangre se acercó al atacante muerto y empezó a debatirse con la bandolera de municiones que llevaba. Tardó un rato en poder soltarla; podrían haber disparado contra él desde la puerta o desde una de las ventanas, pero lo consiguió. Un cabroncete valiente. Tenía que acordarme de darle algo bueno para comer en cuanto saliésemos de aquello. Sonreí, allá arriba en la oscuridad. Si conseguíamos salir de aquello no tendría que preocuparme de conseguirle algo tierno. Había bastante sobre el suelo del gimnasio.

Cuando Sangre arrastraba la bandolera retirándose de nuevo hacia las sombras, otros dos con sus perros lo intentaron. Penetraron por una ventana que quedaba a nivel del suelo, uno detrás de otro, dando vueltas y saltando y corriendo en direcciones opuestas, mientras los perros (un horroroso akita, grande como una casa, y una perra doberman color mierda) penetraban por la puerta principal y se separaban en dos direcciones desocupadas. Alcancé con el 45 a uno de los perros, el akita, y cayó pataleando. El doberman quedaba para Sangre.

Pero al disparar había delatado mi posición. Uno de los atacantes disparó desde la cadera y proyectiles 30-06 de punta blanda astillaron las vigas a mi alrededor. Dejé caer la automática, y empezó a deslizarse fuera de la viga mientras yo buscaba la Browning. Intenté coger la 45 y eso me salvó. Caí hacia delante para agarrarla, se me escurrió y golpeó en el suelo del gimnasio con estruendo, y el atacante disparó hacia donde yo había estado. Pero yo estaba pegado a la viga, el brazo colgando, y el estruendo le sorprendió. Disparó hacia el ruido y justo en aquel instante oí otro disparo de un Winchester; el otro atacante, que se había colocado en posición segura en la sombra cayó hacia delante tapándose un gran agujero chorreante en el pecho. Le había disparado aquella tal Quilla June desde detrás de las colchonetas.

No tuve tiempo siquiera de pensar qué demonios pasaba. Sangre luchaba rodando con el doberman, y los rugidos y el rumor de la lucha eran espantosos. El atacante del 30-06 lanzó otro disparo y alcanzó el cañón de la Browning que sobresalía por un lado de la viga, y zas, desapareció, cayendo. El hijo de puta estaba oculto en las sombras, esperándome.

Otro disparo del Winchester y el atacante disparó contra las colchonetas. Quilla June se ocultó, y me di cuenta de que no podía contar con ella para nada más. Pero tampoco lo necesitaba; en aquel segundo, mientras el atacante estaba pendiente de ella, agarré la cuerda y me descolgué de la viga. Aullando como un loco me deslicé cuerda abajo, sintiendo cómo me desollaba las pahuas. Bajé lo suficiente como para poder balancearme. Empecé a bambolearme en el aire, lanzando mi cuerpo en direcciones distintas, variando de dirección constantemente. El hijo de puta seguía disparando, intentando seguir una trayectoria, pero yo logré apartarme de su línea de fuego. Luego, se quedó sin munición y yo me eché hacia atrás con todas mis fuerzas y luego me lancé hacia su esquina en sombras, solté la cuerda y caí sobre aquel rincón y allí estaba él y hundí mis pulgares en sus ojos. Chillaba y los perros chillaban y la chica chillaba y machaqué la cabeza de aquel hijo de puta contra el suelo hasta que dejó de moverse y luego cogí el 30-06 vado y le aticé en la cabeza hasta que me di cuenta de que no podía hacerle más daño. Luego busqué la 45 y liquidé al doberman.

Sangre se levantó y se sacudió. Tenía bastantes cortes.

—Gracias —murmuró, y fue a tenderse en las sombras para lamerse.

Fui hasta dónde estaba Quilla June. Lloraba. Por todos los tipos que habíamos matado. Sobre todo por el que ella había matado. No pude conseguir que dejase de berrear, así que le pegué en la cara y le dije que me había salvado la vida y eso ayudó algo. Sangre vino arrastrando el culo.

—¿Cómo vamos a salir de esto, Albert?

—Déjame pensar.

Pensé y me di cuenta de que no había esperanza. Por muchos que matáramos, habría más. Y ahora era cuestión de machos. Su honor estaba en juego.

—¿Qué te parece un incendio? —sugirió Sangre.

—¿Escapar mientras esto arde? —negué con la cabeza—. Deben de tener todo el lugar rodeado. No sirve.

—¿Y si no nos vamos? ¿Y si ardemos con todo? Le miré. Valiente… y listo como un diablo.

5

Reunimos toda la madera y las colchonetas y las escalerillas y los potros y los bancos y todo cuanto pudiese arder, y apilamos la basura contra una pared divisoria de madera de un extremo del gimnasio. Quilla June encontró una lata de petróleo en el almacén, y prendimos fuego a aquel maldito montón. Luego seguimos a Sangre hasta el lugar que había encontrado para escondernos. Era la sala de calderas situada debajo del edificio. Nos metimos en la caldera vacía y cerramos la portezuela, dejando una abertura de ventilación para el aire. Llevamos una colchoneta con nosotros y todas las municiones que pudimos transportar y los fusiles y las armas cortas extra que habían pertenecido a los atacantes.

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