Read Visiones Peligrosas III Online

Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas III (15 page)

BOOK: Visiones Peligrosas III
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—¿Antes de las Máquinas…? —empezó.

—…Yo era juez —respondió ella, pasando sus dedos provocativamente por la nuca de él—. ¿Y tú? ¿Qué clase de médico eras tú?

1988

—Fue durante la segunda guerra mundial —dijo Jim Fairchild. Estaba tendido de espaldas en el largo sofá de piel de tigre, con un ejemplar de HotRod Komiks echado sobre sus ojos.

—Creía que había empezado en los sesenta —dijo Mayra.

—Sí, pero el nombre Musulhombre empezó en los campos de exterminio nazis. Había en ellos alguna gente que no podía… soportarlo. Dejaron de comer, de ver y de oír. Todo el mundo empezó a llamarlos «Musulhombres», porque se parecían a los musulmanes, místicos…

Su voz se desvaneció, porque estaba pensando en la segunda guerra mundial. Los buenos viejos días, cuando el hombre dictaba sus propias reglas. Sin Máquinas que te dijeran lo que debías hacer.

Llevaba viviendo con Mayra varios meses. Era su chica, exactamente como la otra Mayra, la de Hot Rod Komiks, era la chica del otro Jim, Jim (Infíerno-sobre-ruedas) White. Ocurría algo divertido con los komiks. Eran como la vida real, y al mismo tiempo eran mejores que la vida.

Mayra —su Mayra— no era intelectual. No le gustaba leer y pensar, como a Jim, pero eso carecía de importancia, ya que se suponía que los hombres eran quienes leían, pensaban, luchaban y mataban. Mayra permanecía sentada en el taburete color lavanda en el rincón, naciendo bocetos con sus lápices de colores. Alzando su largo y delgado cuerpo del sofá, Jim caminó hacia ella, la rodeó y examinó el boceto.

—Su nariz está torcida —dijo.

—Eso no importa, tonto. Es un dibujo de modas. Es sólo el vestido lo que cuenta.

—¿Y cómo es que tiene el pelo rubio? La gente no tiene el pelo rubio.

—Helena Hershee lo tiene.

—¡No, no lo tiene!

—¡Lo tiene!

—No, no es rubio, es… No es rubio.

Entonces ambos se callaron, porque la Muzik estaba interpretando su canción favorita. Cada uno tenía su propia canción favorita; la de Jim era Blap; y la de Mayra, Sí, ya sé que apenas me preocupo por ti; pero ambos tenían una canción favorita común. Se titulaba Kabriolé tragedia, y era una de las canciones en las cuales la Muzik imitaba sus voces, cantando casi en armonía:

Jim Gunn tenía un hermoso kabriolé, y Mayra era su chica.

Se amaban el uno al otro con un amor tan verdadero, el más verdadero de todo el mundo.

Pero a Jim no le dejaban conducir su koche, y Mayra no podía ver.

Kabriolé tragediaaaaaa.

La canción siguió desgranando cómo Jim Gun deseaba más que nada en el mundo pagar una operación de ojos a su chica, que deseaba admirar su koche kabriolé. Así que condujo hasta una tienda y la atracó; pero alguien reconoció su koche. La policía le disparó, pero:

Él besó a su Mayra una última vez; el policía le disparó a ella también.

Pero ella dijo: «¡Puedo ver tu kabriolé, Jim!

¡Es hermoso, todo dorado y azul!».

Él sonrió y murió abrazándola,

feliz de que al fin pudiera ver.

Kabriolé tragediaaaaaa.

Naturalmente, en la vida real Mayra podía ver muy bien. Jim no tenía ningún koche, y no había policías. Pero para ellos era cierto, de todos modos. En cierto sentido que no podían expresar, sentían que su amor era una tragedia.

Notando que Jim se sentía solitario y triste, Mayra se alzó y le besó en la oreja. Se tendió a su lado, e inmediatamente se durmieron.

El censo de MEDCENTRAL señalaba una población de 250.000.000 en NORTAMER, estabilizada. Excepto algunos pocos fallos en las incubadoras, y una cuba de embriones infectados por accidente, todo funcionaba como estaba previsto, con los índices de nacimientos y muertes igualados. La norma se había deslizado una vez más hacia lo asocial, y el CONTROL UTERINO indicaba un 90,2 por ciento de admisiones de adultos en los dos principales hospitales.

A los anormales agudos se les hada regresar a la adolescencia, puesto que no existía ningún otro método completamente satisfactorio de normalizarlos sin terapia de shock, y sus contraindicaciones concurrentes.

Lloyd sacó su reloj de bolsillo de la pechera de su mono de tela escocesa. Las manos del Ratoncito estaban alzadas señalando directamente hacia arriba, indicando que tenía el tiempo justo para ir a buscar el correo antes de que empezaran los dibujos animados campestres en la televisión. Movido por un impulso, Lloyd se metió el reloj en la boca y masticó. Era delicioso, pero le proporcionó muy poco placer. Todo era demasiado fácil, demasiado muelle. Deseaba que le ocurrieran cosas excitantes, como aquella vez en los dibujos animados campestres en la que Angus el Negro intentó matar al héroe, Lloyd el Blanco, rompiendo su Máquina, y Lloyd el Blanco lo había ensartado con una horca jeringa y lo había enviado al hospital.

El Joe máquina, sabiendo que era la hora de ir a buscar el correo, salió corriendo de la casa. Agitó su cola y gimió impaciente. No importaba que no fuera un perro de verdad, pensó Lloyd mientras se dirigían hacia el buzón. A Joe seguía gustándole que le rascaran las orejas. Uno podía afirmarlo con sólo mirar sus ojos. Estaba más vivo y era mucho más divertido que el primer Joe.

Lloyd se detuvo un momento, recordando lo triste que se había sentido cuando Joe murió. Era un pensamiento agradablemente melancólico, pero ahora el Joe máquina estaba bailoteando a su alrededor y ladrando con ansiedad. Siguieron su camino.

El buzón estaba lleno a rebosar de correo. Había un nuevo komik, titulado Lloyd el granjero y Joe, y una caja enorme de juguetes nuevos.

Pero más tarde, cuando Lloyd hubo leído el komik y mirado los dibujos campestres en la televisión y jugado un poco con su juego de construcciones, seguía sintiéndose todavía deprimido. No era bueno estar solo todo el tiempo, decidió. Quizá debería ir a Nueva York y ver a Jim y Mayra. Quizás allí las Máquinas fueran diferentes, no tan autoritarias.

Por primera vez otro pensamiento, más extraño aún, lo invadió. Quizá debería irse a vivir a Nueva York.

QUERIDA DELPHINIA —escribió Dave con letra de imprenta—. ÉSTA SERÁ MI ÚLTIMA CARTA DIRIGIDA A TI, PUESTO QUE YA NO TE QUIERO. AHORA SÉ LO QUE ME HACÍA SENTIRME MAL: ERAS TÚ. Tú ERES REALMENTE MI MÁQUINA NO ES ASÍ JA JA APUESTO A QUE NO SABÍAS QUE YO LO SABÍA.

AHORA QUIERO A HELENA MÁS QUE A TI Y VAMOS A IRNOS A NUEVA YORK Y A VER A MONTONES DE AMIGOS Y A ASISTIR A MONTONES DE FIESTAS Y A DIVERTIRNOS MUCHO Y NO ME PREOCUPARÉ SI NO TE VEO NUNCA MÁS.

BESOS, Y MUCHA SUERTE A UNA BUENA CHICA,

DAVE W.

Después de que un terremoto destruyera a los diecisiete millones de ocupantes del Hospital del Oeste, MEDCENTRAL ordenó que el resto se trasladaran inmediatamente al Este. Todos los anormales que no vivían cerca del Hospital del Este fueron persuadidos también de que evacuaran la zona en dirección a Nueva York. La persuasión fue como sigue:

Gradualmente, fueron incrementadas la humedad y la presión hasta un 0,9 de incomodidad, mientras a nivel subliminal se destellaban imágenes de Nueva York alrededor de cada paciente.

Dave y Helena habían venido en metro desde Los Ángeles, y se sentían cansados y de mal humor. El viaje en metro en sí duraba tan sólo dos o tres horas, pero habían pasado una hora adicional en el taxi hasta casa de Jim y Mayra.

—Es un taxi eléctrico —explicó Dave—, y sólo se mueve a un par de kilómetros por hora. Estoy seguro de que nunca volveré a hacer este viaje.

—Me alegro de que hayáis venido —dijo Mayra—. Nos hemos sentido terriblemente tristes y solitarios.

—Sí —añadió Jim—, y he tenido una idea. Podemos formar un club contra las Máquinas. Lo tengo todo planeado. Nosotros…

—Babay, habíales de los zombies…, quiero decir, de los musul-hombres —dijo Helena.

Dave habló mirando excitada y locamente a su alrededor.

—Sí, eso, tenían como un millón de coches llenos de ellos en el tren, todos empaquetados en botellas de cristal. Al principio no estaba seguro de qué diablos eran, así que me acerqué y miré a uno. Era un hombre sin pelo y todo pellejo, completamente doblado en una botella dentro de otra botella. Era extraño.

Para festejar su llegada, la Muzik interpretaba las canciones favoritas de los cuatro: Zonk, Sí, ya sé que apenas me preocupo por ti, Blap y Ése es mi babay, mientras las paredes se hacían transparentes por un momento, mostrando una impresionante vista de las torres doradas de Nueva York. Lloyd, que no hablaba con nadie, estaba sentado en el rincón, llevando el compás de la música. No tenía ninguna canción preferida.

—Quiero llamarlo el Jim Fairchild Club —dijo Jim—. La finalidad de este club será librarnos de las Máquinas. ¡Fuera de una patada!

Mayra y Dave se sentaron a jugar una partida de ajedrez.

—Sé también cómo podemos hacerlo —prosiguió Jim—. Éste es mi plan: ¿quién instaló las Máquinas originalmente? El gobierno de los Estados Unidos. Bien, ya no hay ningún gobierno de los Estados Unidos, así que las Máquinas son ilegales. ¿Correcto?

—Correcto —dijo Helena.

Lloyd siguió tabaleando con el pie, aunque la Muzik había dejado de sonar.

—Están fuera de la ley —dijo Jim—. ¡Deberíamos matarlas!

—Pero ¿cómo? —preguntó Helena.

—Aún no he estudiado todos los detalles. Dadme tiempo. Porque, como sabéis, las Máquinas nos la han jugado buena.

—¿Cómo ha sido eso? —preguntó Lloyd, como si estuviera muy lejos de allí.

—Todos teníamos buenos trabajos y éramos inteligentes. Hace mucho tiempo. Ahora nos estamos volviendo estúpidos. (¿Entendéis?

—Correcto —admitió Helena.

Abrió una botellita y empezó a pintarse las uñas de los pies.

—Creo que las Máquinas están intentando convertirnos a todos en musulhombres —dijo Jim, mirando intensamente a su alrededor—. ¿Alguno de vosotros desea ser embutido dentro de una botella? ¿Eh?

—Una botella dentro de una botella —corrigió Dave, sin alzar la vista de su juego.

—Creo que las Máquinas nos están drogando para volvernos musulhombres —prosiguió Jim—. O nos están aplicando algún tipo de rayo quizá, que nos hace cada vez más estúpidos. Algo como los rayos X, quizá.

—Tenemos que hacer algo —dijo Helena, admirando su pie. Mayra y Dave empezaron a discutir acerca de los movimientos que tenía el peón.

Lloyd siguió tabaleando con el pie, marcando el compás.

1989

Jimmy tenía una buena idea, pero nadie deseaba escucharla. Recordó que cuando era pequeño había una Máquina de Huevos que sacaba los huevos de sus cascaras y los metía dentro de unas cosas de plástico. Era divertido la forma como la Máquina hacía aquello. Jimmy no sabía por qué era tan divertido, pero reía y reía, simplemente pensando en ello. Tontos, tontos, tontos huevos.

Mary tenía una idea, una idea auténticamente buena. Sólo que no sabía como explicarla, así que tomó un lápiz y dibujó un gran ¡Gran! dibujo de las Máquinas: Mamá Máquina y Papá Máquina y todos los pequeños Bebés Máquina.

Loy-loy estaba hablando. Estaba construyendo una casa de cubos.

—Ahora pongo la puerta —decía—. Ahora pongo la pequeña ven-ta-na. Ahora la… ¿Por qué la ventana es más pequeña que la casa? No lo sé. Esta es la chimenea y ésta es la torre, y ahora abro la puerta y… ¿dónde está toda la gente? No lo sé.

Helena tenía un martillo de madera, y estaba hundiendo todas las clavijas. ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

—¡Una, dos, tres! —dijo—. ¡Banga-banga-bang!

Davie había sacado el ajedrez y alineado todas las figuras, de dos en dos. Quería alinearlas de tres en tres, sólo que por más que lo intentaba no podía. Aquello lo irritó y empezó a llorar.

Entonces una de las Máquinas llegó y le metió algo en la boca, y todos los demás quisieron también, y alguien se puso a gritar y llegaron más Máquinas y…

El mensaje codificado llegó a MEDCENTRAL. Los últimos cinco anormales habían sido curados, y todas las funciones físicas y mentales reducidas a la norma. Todos los datos pertinentes relativos a ellos fueron trasladados a SUMINISTROS UTERINOS, que los cronometró a las 4.00 horas HMG, día 1, año 1989. MEDCENTRAL dio su conformidad a las coordenadas de tiempo, y luego se desconectó.

* * *

La raza feliz plantea una versión de lo que me gusta calificar de Horrible Utopía. La obra de lonesco La soprano calva había mostrado ya un mundo sin mal. En cierto sentido, ése fue mi modelo; intenté mostrar un mundo sin dolor. En ambos casos se obtiene el mismo fenómeno: sin mal o sin dolor, las preferencias y las elecciones carecen de sentido; la personalidad se difumina; los personajes se funden con su entorno, y el pensamiento se vuelve superfluo y desaparece. Creo que ésos son los resultados inevitables de la consecución de la Utopía, si cometemos el error de asumir que Utopía es igual a felicidad perfecta. Después de todo, existe un centro del placer en la cabeza de cada uno. Insertemos un electrodo en él, y presumiblemente conseguiremos una felicidad constante y perfecta al coste de un centavo de electricidad al día.

Si no de felicidad, entonces ¿de qué material construiremos nuestra Utopía? ¿La evitación del dolor, quizá? ¿La perfecta seguridad contra la enfermedad, los accidentes, los desastres naturales?

Obtendremos eso únicamente al precio de perder el contacto con nuestro entorno…, en última instancia al precio de perder nuestra humanidad. Nos veremos «eterizados», en los dos sentidos que Eliot da a la palabra: aturdidos e irreales.

Para algunos, esta historia puede parecer en sí misma irreal e hipotética. Sólo puedo señalar que docenas de firmas electrónicas están actualmente inventando y desarrollando nuevos equipos de diagnóstico; dentro de poco tiempo los médicos dependerán casi por entero de las máquinas para obtener diagnósticos certeros. No hay razón alguna para que debamos detenernos ahí, o en ningún otro punto antes de llegar a los médicos mecánicos.

Si elegimos construir máquinas para que nos curen, debemos estar seguros de que sabemos qué poder les estamos dando y qué es lo que les pedimos a cambio. En La raza feliz el agente a través del cual el mundo anestésico surge a la vida es una especie de genio, el Esclavo del Aprietabotones. Es un genio de mente literal, y nos proporcionará exactamente lo que pidamos, ni más ni menos. Norbert Wiener hizo notar la semejanza entre el comportamiento de las máquinas de mente literal y el de los agentes mágicos de los cuentos de hadas, mitos, historias de fantasmas e incluso chistes modernos.

BOOK: Visiones Peligrosas III
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