¡Bien!
—Venga, David —insiste Willow, poniéndole un bolígrafo en la mano a su hermano—. Tienes que firmarme esto. Necesito que un padre o tutor legal me lo firme. —Mira triunfal mente a su hermano y Stephen, esperando que este último le pregunte a qué se refiere con lo de tutor legal, esperando ver la expresión desencajada de terror en la cara de David.
Pero la escena no ha tenido éxito. Stephen no parece haber pillado las palabras clave y David está demasiado ocupado estudiando el examen como para prestarle demasiada atención. Cuando su hermano asimila el significado del control, lo cierto es que se preocupa, pero también está claro que, a diferencia de Willow, no tiene ninguna intención de montar una escenita delante de su amigo. Willow se da cuenta de que lo único que ha conseguido es parecer una loca o, al menos, una maleducada increíble. —Debería irme —dice Stephen después de una incómoda pausa.
—Que tengas mucha suerte buscando trabajo —dice David mientras garabatea su firma en el control y se lo devuelve a Willow.
Willow mira con una sonrisa en la cara cómo Stephen se aleja de ellos. Seguramente sus acciones no han tenido el efecto que ella esperaba, pero está segura de que al menos habrá provocado alguna reflexión. Por fin David le va a echar la bronca.
Y
no solamente por haber suspendido el examen, sino por haber sido tan grosera. Y en cuanto lo haga, ella tendrá su oportunidad. Finalmente podrán poner las cartas sobre la mesa.
—Vamos a casa —dice David después de un momento. Es más que evidente por la expresión de su cara que está furioso. Pero también lo es que no tiene ninguna intención de llamar la atención a Willow ni por sus notas ni por su comportamiento. Mi siquiera la mira mientras salen por las puertas del campus y se dirigen al parque.
Y Willow no tiene más opciones que seguirle en silencio.
—Vaya, sí que habéis llegado pronto los dos —les llama Cathy desde la cocina mientras entran por la puerta—. Perfecto, porque me estaba muriendo de hambre. De hecho ya he encargado comida.
—Hola, Cath —dice David entrando en la cocina. Deja los libros sobre la mesa y se dirige a la trona de Isabelle para darle un beso antes de acercarse a su mujer y rodearla con los brazos.
—Espero que os apetezca comida japonesa. —Cathy sonríe a Willow por encima del hombro de David—. Llegará en cualquier momento.
—Genial —dice Willow con el mínimo entusiasmo que puede. Desearía poder desaparecer, escapar de la presencia de los dos, subir a su habitación y estar sola un rato. Pero por lo visto eso no es posible. Simplemente, no hay tiempo antes de que se sienten a cenar. Le va a tocar actuar como si todo fuera bien, como siempre hace, aunque no cree que sea capaz de ello esta noche. No después de lo que acaba de pasar.
—Oh, y ¿sabes qué? —continúa Cathy pasándole a Willow el mantel y los cubiertos—. Markie te ha vuelto a llamar y tengo la sensación de que tenía muchas ganas de hablar contigo.
—Ah… —Willow apenas intenta formular una respuesta. Empieza a poner la mesa, dejando los libros de David en el suelo sin ninguna ceremonia.
—Aquí está la comida —dice Cathy al oír el interfono. Se apresura en ir a contestar. —Probablemente te convendría ver a Markie —apunta David mientras saca unos platos del armario y ayuda a Willow a poner la mesa—. ¿Por qué no has contestado a ninguna de sus llamadas? —David está a punto de tropezarse con los libros, pero consigue agarrarse a la mesa justo a tiempo. Los coge y los deja sobre una silla con el ceño fruncido. Luego se sienta y se coloca la servilleta sobre el regazo.
¿Eso es todo lo que le va a decir? ¿Es que va a seguir sin mencionar lo que acaba de pasar? A Willow le parece increíble que ni siquiera saque el tema del control. Al fin y al cabo la faena del instituto es la única cosa de la que pueden hablar. A lo mejor es que la escena le ha afectado más de lo que ella pensaba.
Bien.
—Porque ella no entiende qué significa ser huérfana —responde Willow un momento después. Pronuncia cada una de las palabras sucintamente. Se sienta enfrente de David y, cruzándose de brazos, lo mira impertérrita.
Esa no es la verdadera razón por la que Willow ha perdido el contacto con sus antiguas amigas, pero quiere plantear su situación de la peor manera posible. Quiere pasárselo por la cara a David, hacer que reaccione. No sabe cómo, pero de alguna manera, va a hacerle responder.
David no responde, pero a Willow le queda la satisfacción de poder ver cómo se estremece.
David se apoya en el respaldo de su silla y mira a Willow pensativamente. Se le ve confuso, quizás incluso un poco enfadado. Una cosa está clara, sin embargo, los ataques están empezando a hacer mella.
—He pedido California Maki para nosotros —dice Cathy volviendo a entrar en la cocina—, y tempura para ti, Willow. ¿Os parece bien?
Ni David ni Willow responden.
—Interpretaré eso como un sí —murmura.
Abre la caja de comida y la coloca sobre la mesa.
Aparte del ruido que hace Isabelle jugueteando en la trona, el silencio es total—. Bueno, ¿qué tal en el trabajo, hoy? —le pregunta Cathy a David. La tensión que hay en la mesa es palpable, y espera poder relajar la situación con un poco de charla. —Bien —responde David después de un momento. Aparta la mirada de Willow—. Nada en especial.
Willow se pregunta si debería mencionar el incidente de Stephen. ¿Le sorprenderá a Cathy que David no haya mencionado la muerte de sus padres? ¿Se provocará finalmente una crisis?
—¿No crees que ver a tu amigo… ?
—Pensaba que podríamos…
Willow y Cathy empiezan a hablar a la vez.
—Perdona —dice Willow después de un segundo—. Tú primera.
—Iba a decir que yo sí que he tenido un día terrible en el trabajo y que me encantaría hacer algo esta noche —dice Cathy como si ya no pudiera aguantar más.
Willow mira a Cathy de reojo. Lo cierto es que sí que parece que haya tenido un día duro, tiene unas terribles ojeras y lleva el pelo de cualquier manera. No es extraño, trabaja en un bufete de abogados y tiene una hija de seis meses. Tiene pinta de necesitar un descanso, ir al cine o algo así. Willow piensa que debería ofrecerse a hacer de canguro.
Es extraño que no se lo hayan pedido antes.
De hecho, es extremadamente raro que una pareja joven con una niña de seis meses no le haya pedido a la hermana de diecisiete años que les haga de canguro de vez en cuando. ¿Es que tener una canguro a todas horas no supondría una diferencia más palpable en su vida que los pocos y miserables dólares que les da cada semana?
Pero, ahora que lo piensa, ¿no ha sido Cathy quien ha sugerido más de una vez que Willow se encargue de Isabelle? Pero por alguna razón, siempre han conseguido quedar a la vez con otras parejas que tienen hijos y, o se han llevado a Isabelle con ellos, o han compartido canguro.
Pero no pasa nada, a Willow no le importa que no la hayan dejado antes a cargo de su sobrina. De hecho, se alegra, porque hoy tiene las provisiones que necesita.
—Sí que pareces estresada, Cathy —dice Willow—. Deberías tomarte un descanso. ¿Por qué no salís los dos a ver una película o algo así? —Mira por encima de su gamba frita a David, que es todo ojos grandes e inocencia.
—Me encantaría ir al cine. —A Cathy se le ilumina la cara—. ¿No sería genial? —Sonríe a David.
—Bueno, supongo… —A David se le corta la voz con incertidumbre.
—¿A qué hora te iría bien? —pregunta Cathy mientras coge el periódico que tiene detrás—. Creo que hay una sesión que empieza en media hora.
—¿Esta noche? —David deja el tenedor y mira a Cathy como si estuviera loca—. No podemos ir al cine esta noche. —David hace que la idea parezca ridícula, como si Cathy acabara de sugerir saltar en paracaídas o alguna barbaridad por el estilo.
—¿Y por qué no esta noche? —pregunta Cathy distraídamente mientras hojea el periódico—. ¿Tienes trabajo?
—¿Y por qué no esta noche? —pregunta Willow al unísono.
Willow sabe perfectamente bien por qué David no quiere salir de casa, pero quiere oírselo decir a él. Va a hacérselo decir aunque sea lo último que haga.
—No, no es que tenga trabajo. —David se encoge de hombros—. Es que no me apetece.
—¿Por qué no? —repite Willow.
—No estoy de humor para ir al cine —dice David, pero nunca ha sabido mentir bien y su voz suena apagada.
—¿Por qué no? —Cathy parece molesta—. Sería genial hacer algo así, de improviso. —¿Por qué no? —Willow escupe las palabras. Se levanta arrastrando la silla, que hace un sonido espantoso.
—¿Pero qué te ha dado? —David la mira sin comprender nada—. ¿Por qué tienes tantas ganas de que nos vayamos de casa?
—Willow —dice Cathy—, quizá deberías…
—¿Por qué no le dices a Cathy por qué estás tan desesperado por quedarte? —Willow hace callar a Cathy con un gesto salvaje.
—No estoy desesperado por quedarme…
—Vale. —A Willow le tiemblan las manos. Las apoya en el respaldo de la silla para mantenerlas firmes—. Yo se lo diré.
Se vuelve hacia su cuñada—. ¿Sabes, Cathy? David tiene miedo de dejarme sola con Isabelle. Le asusta demasiado. Supongo que piensa que quiero cargarme al resto de la familia. Con papá y mamá no bastó.
Por un segundo un silencio sepulcral invade la cocina. Incluso Isabelle deja de alborotar en su trona. Willow no se puede creer que haya tenido agallas de decir esto, pero a juzgar por lo pálido que se ha puesto David, parece que por fin le ha tocado la fibra. —¡Willow! —exclama Cathy horrorizada—.¡¿Cómo puedes pensar algo así?! —Mira a los dos hermanos. Es evidente que espera que David diga algo para negarlo, pero él no dice nada.
—Tengo razón, ¿verdad? —dice Willow.
No le quita el ojo de encima a David, pero él está concentrado en su plato y evita su mirada.
—¿Qué? —insiste ella—. ¿Por qué no lo dices sin más? ¿Por qué no le dices simplemente a Cathy que tú…?
—Aquello fue un terrible accidente —le interrumpe David, con la cara incluso más pálida que hace unos momentos. Está claro que le está costando controlar la voz.
—¿De verdad? Entonces por qué tienes miedo de dejarme sola con…
—Aquello fue un terrible accidente —repite—. Pero quedarse con una niña de seis meses… Bueno, tienes que estar al tanto de todo. Es…
—Oh, venga, David —le interrumpe Willow—. ¡Puedes hacerlo mejor que eso! No será porque no haya hecho de canguro mil veces. Admítelo. Te aterra dejarme a solas con ella. Te aterra porque crees que soy una…
—Creo que está todo muy reciente todavía. —David la corta—. Te están pasando un montón de cosas últimamente, sería injusto esperar que tú…
—¡Para! —Willow respira con dificultad—. Por favor, para. —No puede soportar oírle hablar así—. ¡Di la verdad! ¡Solamente dila, de una vez! ¡Admite que me culpas de haberlos matado! ¡Admite que me odias!
Willow se tapa la boca con las manos. Está cerca, peligrosamente cerca de venirse abajo. Si algo le pudiera hacer sentir el más absoluto horror, el dolor de su situación es esto… saber con seguridad que ha perdido el amor de su hermano. Si no se estuviera aferrando a la silla con tanta fuerza, caería al suelo hecha un mar de lágrimas, y eso es algo que simplemente no se puede permitir. No está preparada para asimilar ese tipo de dolor.
Cierra los ojos con fuerza, desesperada por encontrar algún tipo de control. Empuja la silla lejos de ella lanzándola al suelo provocando un fuerte ruido, y se lanza escalera arriba.
Willow sabe que Cathy y David la están llamando, pero no los escucha. Está demasiado ansiosa por llegar a su santuario. Llega a su habitación y cierra la puerta detrás suyo, agradecida de que el anterior propietario hubiera puesto una cerradura.
Todavía puede oírles gritar su nombre mientras se derrumba en el suelo tapándose los oídos con las manos. Cualquier cosa con tal de no oírlo. Porque el ruido amenaza con superarla. No solo las voces de Cathy y David, sino el chirrido de los frenos. El golpe seco al chocar la cabeza de su madre contra el salpicadero. El chasquido del parabrisas al romperse en mil pedazos.
Willow no puede soportarlo más. Tiene que conseguir que pare, tiene que bloquear el alud de sentimientos que la invaden. Por desgracia se ha dejado su mochila abajo, pero en su habitación tiene todo lo que necesita. Se arrastra por el suelo hasta llegar hasta la cama y busca debajo del colchón hasta dar con mis provisiones, tirando el teléfono al suelo en el proceso.
Una parte de ella percibe el sonido de la línea que cruza el aire. Pero no es suficiente, nada lo es en comparación con todos los sonidos que ahora invaden su cabeza. Coge la cuchilla convulsivamente, preparada para hacer lo que tiene que hacer.
Willow hace una brevísima pausa. No sabe en qué está pensando, no sabe qué está haciendo, pero de repente está marcando un número, apretando los botones en el orden que ya se ha aprendido de memoria.
—¿Hola? —La voz de él suena como si viniera de un lugar muy lejano.
—¿Hola? —repite Guy.
Willow no puede hablar. Se apoya contra la cama y se desabrocha la camisa con dedos temblorosos. Se mira el estómago intentando encontrar un lugar apropiado y hace el primer corte, esperando el momento en el que el dolor de la cuchilla borre todo lo demás. No ocurre tan rápido como las otras veces, y su respiración se convierte en pequeños jadeos cuando la cuchilla se va introduciendo más y más profundamente en su piel.
—¿Willow? —pregunta Guy, ahora más fuerte.
Willow cierra los ojos intentando que el sonido la alcance. Es una lucha. No puede dejar de oír el parabrisas haciéndose añicos, y cada vez es peor. Ahora está empezando a recordar las imágenes. Ve la cara de su padre destrozada hasta quedar irreconocible, una masa ensangrentada. Ve la cara de su madre, intacta, pero con los ojos muertos. Hunde la cuchilla más profundamente, como si su sangre pudiera limpiar la de ellos. —¿Willow? —repite Guy.
Willow no habla, apenas respira levemente. Mira la sangre que sale del corte que se acaba de hacer, pero no cambia nada. Esta vez no. Vuelve a cortarse, más profundamente. Siente dolor, pero ¿será suficiente?
—Willow —dice Guy una tercera vez. Pero esta vez no es una pregunta. Está vez está claro que solo quiere hacerle saber que cuenta con su presencia.
Willow intenta concentrarse en su voz, en el salvavidas que le está lanzando. Las imágenes no se borran de su mente pero, mientras escucha la respiración de Guy, los sonidos del accidente se van debilitando.