—La está dejando allí mismo —dice Guy. Está emocionado—. Se supone que las tienes que devolver, lo sé porque he alquilado una barca un par de veces. Es muy caro, pero ¡el tipo ese la está dejando allí! Vamos. —Se levanta, coge a Willow de la mano y la arrastra detrás de él colina abajo.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —dice Willow cuando Guy se mete en la barca—. Perdona. —Guy la mira fijamente—. Salgo a remar al río tres veces por semana, ¿crees que podré remar en un estanque?
—Lo que tú digas —contesta Willow encogiéndose de hombros. Luego monta en la barca con cuidado y se sienta mientras él coge los remos y la lleva hacia el centro del estanque—. Entonces, ¿Andy y tú conseguisteis bajar tres minutos o el tiempo que fuera —no me acuerdo— de vuestra marca?
—Dirás diez segundos. —Guy sigue remando—. Hacemos los 2500 en ocho minutos y doce segundos ahora mismo. Si bajamos tres minutos estaríamos batiendo el récord mundial con un buen margen. De todos modos, no creo que vayamos a mejorar los ocho con doce. Andy no se esfuerza demasiado y a mí no me importa lo suficiente. Únicamente hago remo porque me gusta salir al río pronto por la mañana.
Willow observa la habilidad de Guy al remar. Hay algo relajante e hipnótico en sus movimientos. No puede apartar la mirada del suave vaivén de sus brazos, fuertes y un poco bronceados.
Sumerge la mano en el agua y deja que el movimiento de la barca la arrastre, formando una pequeña ola. Quizá sea por lo destrozada que está de la noche anterior, o tal vez el suave sonido de los remos entrando en el agua, Willow no lo sabe y no le importa. Lo único de lo que está segura es de la paz que siente en su interior, de que se siente mejor de lo que se ha sentido en días, o incluso semanas. Mira a
Guy
con los ojos entrecerrados y lo último que ve antes de caer dormida es su sonrisa.
—Mira ahora, aquella parece un conejo.
—¿Estás loco? —Willow vuelve la cabeza para mirar a Guy que está estirado junto a ella en la hierba mirando las nubes—. Si se parece a algo, es a un cisne.
—Tú sí que estás loca, mira. —Señala hacia el cielo—. ¿No ves las orejas?
—Eso es el cuello.
—Orejas.
—Oye. —Willow se da la vuelta y apoya la cabeza sobre las manos—. No sé cómo decírtelo, pero me parece que tienes un serio problema.
—¿Ah, sí? ¿Y eso?
—¿Sabes que es la prueba de Roschach? Debes haber leído sobre ella. Es una prueba en la que un psiquiatra te enseña unas manchas de tinta.
—Ah, sí. —Guy se pone de lado para mirarla.
—Vale, pues la cosa funciona aunque la mayoría de gente mira una de las manchas de tinta y dicen que se parece a una casa o algo, pero hay personas que dicen que parece… no sé, una araña…
—O un conejo.
—¡Exactamente! Y a esas personas se les diagnostica algún tipo de locura.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, eso de pensar que una nube parece un conejo… no puede ser buena señal. —Tal vez pensar que se parece a un cisne sea más preocupante —dice con un bostezo y se vuelve a dejar caer sobre su espalda—. Bueno, ¿de qué van esos deberes que deberías estar haciendo ahora?
—Por favor, no me lo recuerdes —gruñe Willow. Por la mañana, cuando había decidido no ir al instituto realmente tenía la intención de pasar el día mirando el examen de francés o poniéndose con el trabajo. Lo que menos esperaba era pasar el día en el parque con Guy. Pero en las tres horas que han pasado desde el desayuno lo más complicado que han hecho ha sido remar, dar un largo paseo y sentarse en la hierba a charlar.
Willow sabe que no debería estar haciendo esto y a pesar de ello, no puede parar. Porque aunque no ha conseguido procesar aún lo que ocurrió la noche anterior, y está muy atrasada con el trabajo, no siente la necesidad de hacer nada que no sea estar allí sentada hablando con él. La chica que mató a sus padres, la chica que se corta, esa chica está a miles de kilómetros de aquí. Aquí y ahora, Willow es simple y llanamente una chica pasando el día en el parque con un chico.
—Bueno. —Guy le da un codazo—. Venga, cuéntame.
—Voy super atrasada en la clase aquella que os gusta tanto a todos, Mitos e Idiotas, o como quiera que se llame —dice Willow arrancando una brizna de hierba—. Tengo un montón que leer y ya debería haber empezado a escribir el trabajo. —Intenta usar la hierba como un silbato—. ¿Por qué no me funciona? Pensaba que se podía usar la hierba como un silbato o algo así.
—¿Mitos e Idiotas? —Guy se ríe—. Está bien, a Andy le gustaría. Y sí, se puede silbar con una brizna de hierba pero no lo he hecho desde que tenía cinco años, así que no me preguntes.
—Eres de gran ayuda. —Willow suelta la hierba que sale volando con el aire—. ¿Sabes de qué se supone que tengo que escribir? Sobre Deméter y Perséfone, pérdida y redención, como después de que Perséfone baje a los infiernos están muertos el uno para el otro. O sea, que esto tendría que ser bastante fácil para mí. Lo más seguro es que sea la única de la clase con experiencia en el tema, ¿no? —Willow hace una pequeña pausa—. Aunque, ¿sabes qué? No se trata de la pérdida, sino sobre el renacimiento, como logran volverse a unir…
—¿Has escogido el tema tú? —Guy parece sorprendido.
—No… ¿cómo se llama? Adams. Él me lo encargó.
—Sí, bueno, toda una muestra de sensibilidad por su parte.
—Bueno, seguramente ni siquiera sabía lo que estaba haciendo.
—Por lo visto no. —Guy vuelve la cabeza y la mira atentamente—. Mira, si realmente te está costando tanto tal vez te pueda ayudar. Debo tener mis apuntes por alguna parte, a lo mejor si los consultas encuentres por dónde empezar. —Se vuelve a girar y observa las nubes.
—Gracias —dice Willow—. ¿Qué… qué estás haciendo? —Guy está estirado boca arriba mirando las nubes, pero con los brazos en alto, estirados. Los mueve como si quisiera…
—¿Qué crees tú?
—Mmm, si tuviera que adivinarlo, diría que estás intentando dirigir el tráfico o una orquesta.
—Casi, casi. En realidad estoy intentando mover las nubes para que estén más cerca la una de la otra —dice, con toda seriedad—. ¿Ves aquella que parece un conejo, vale, un cisne, y la que parece un pastel de cumpleaños? Pues las estoy acercando.
—Vale. —Willow se incorpora de golpe—. Ya te he dicho que ver un conejo no era buena señal, pero es evidente que se te ha ido la olla, esto es precisamente…
—¿Lo has visto? —le interrumpe Guy—. La he movido, ¡no lo puedes negar! Y relájate, no estoy loco. Estoy usando una antigua y respetada técnica.
—¿Eh?
—Es del
Manual de magia para chicos,
descatalogado desde 1878, lo compré en el centro. Este es el truco número diecinueve. Cómo controlar el clima y dejar a tus amigos boquiabiertos en las meriendas al aire libre.
—¿Meriendas al aire libre?
—Ya te lo he dicho, está descatalogado desde 1878. Además, es inglés. Está lleno de referencias a cosas como convites en el jardín, o juegos de criquet, o cómo comportarse cuando hagas trucos para tus mayores.
—Aaah… Y tú… ¿Te lo compraste hace poco?
—Lo compré cuando tenía doce años —dice Guy—, y, vale, me da un poco de vergüenza, pero yo me creía de verdad todas estas cosas de hechizos para controlar el clima. ¡Mira! ¡Has visto eso! Te lo digo, estoy moviendo las nubes.
La mira con una expresión triunfante en la cara.
—Por favor. —Willow ni siquiera se molesta en levantar la mirada hacia el cielo—. Es el viento. En la última hora se ha levantado aire y hace más frío. —Se estira sobré la hierba—.
¿Manual de magia para chicos?
Suena a algo que le hubiera gustado a aquel profesor tuyo.
—Estoy seguro de que lo escribió algún pariente lejano suyo —le responde Guy, aunque sigue totalmente concentrado en el cielo—. De hecho, creo que es el último libro que compré antes de que nos fuéramos a vivir a Kuala Lumpur.
—Imagino que te ayudaría a encajar con todos esos niños.
Británicos —dice Willow mientras le mira. Él es muchísimo más interesante que las nubes. Se pregunta cómo debía ser con doce años.
—Tal vez, si hubiéramos vivido hace cien años, y si yo hubiera aprendido unos cuantos trucos. Pero la única magia que he conseguido hacer en mi vida son los típicos juegos de manos con la baraja de cartas que no hacen más que poner a tus amigos de los nervios y hacerte parecer un memo en las meriendas al aire libre. —Guy hace una mueca—. La verdad es que no había pensado en el libro desde entonces. Enseguida me aburrí de él, pero al leer
La Tempestad
me acordé. ¿Te acuerdas de cómo Próspero conjura una tormenta? ¡Mira! No estás mirando. —Le da un pequeño empujón—. Venga, ¿por qué no me crees? Está claro que el libro no era de mentira, sino que yo era demasiado joven para entender lo difícil que es controlar el tiempo. En serio, las nubes se están moviendo, va a haber una tormenta. —Se para y la mira—. ¿Ves? Igualito que Próspero.
—¡Tú no eres para nada como Próspero! —protesta Willow—. Si tengo que decir uno, tú eres…
Bueno, él es exactamente como Ferdinand.
Willow se queda parada de lo cierto que es esto. Por supuesto que es como Ferdinand: él es el perfecto héroe romántico. También ha recordado las palabras que pronuncia Miranda cuando ve por primera vez a Ferdinand:
Oh, admirable nuevo mundo que posee tales gentes…
A diferencia de Miranda, Willow está en un nuevo mundo y, aunque nunca escogió estar aquí, le sorprende haber encontrado a una persona tan increíble en él.
—Oye —le dice Guy interrumpiendo sus pensamientos—. Me parece que se va a poner a llover de verdad. Deberíamos irnos del parque. A menos que te quieras quedar.
No está mal que te pille la tormenta al aire libre; deberías ver los rayos cayendo sobre el río.
—No —dice Willow tajantemente—, no soporto la lluvia.
—¡No! ¡No digas eso! —Guy parece realmente disgustado—. O sea, esa sí que es una categoría importante: gente que sabe apreciar lo genial que es la lluvia y gente a la que le destroza los nervios solamente porque el tráfico se pone fatal. Por favor, no me digas que odias la lluvia.
—Antes me encantaba. —Willow se pone a recordar todas las veces que, en casa, pasaba horas acurrucada en un sillón con un libro mientras la lluvia repiqueteaba contra las ventanas.
—¿Y entonces por qué no… ?
—Aquella noche estaba lloviendo —dice Willow de repente—. Aunque no parecía que fuera a llover. Y era una lluvia preciosa, como la que tú estás describiendo. Una lluvia torrencial. Siempre me he preguntado qué hubiera ocurrido si el tiempo hubiera sido un poco mejor. —No quiere seguir explicándose. Seguro que él ya ha entendido a qué se refiere.
—Pero ¿por qué conducías tú? —Guy enseguida entiende la referencia. Se acerca ella y le coge de la mano—. No lo entiendo. Me dijiste que ni siquiera tenías el carnet de conducir, y hacía tan mal tiempo. ¿Qué estaba pasando?
—Nada. No pasaba nada. ¿Qué quieres decir? Habíamos salido. A mis padres les apetecía beber. —Willow se encoge de hombros—. Hice algo simplemente horrible.
No hay ninguna manera… Anoche tuve una… escena con mi hermano. La pelea. ¿Sabes cómo empezó? Nos encontramos a un amigo de David que le preguntó por nuestros padres, y David no le dijo nada. No pudo decirle nada. No puede enfrentarse a lo que hice. No puede enfrentarse a lo que soy.
—A lo mejor es que no quería entrar en el tema. A lo mejor estaba intentando protegerte. Ahorrarte tener que escuchar a ese tipo haciendo preguntas.
Willow le mira sin hablar, considerando esta posibilidad un momento antes de rechazarla como imposible.
—Tal vez deberíamos irnos del parque —dice Guy cuando se pone a llover. Se levanta tirando de la mano a Willow para que se levante—. ¿Quieres que volvamos a tu casa, o que vayamos a comer algo? Te diría de ir a la mía pero es que mi madre estará allí y se preguntará qué hago en casa en mitad del día. Es pintora —añade—, así que trabaja en casa.
—Aún no tengo hambre —dice Willow—. Y mi casa está demasiado lejos. —Aceleran el paso para evitar la lluvia, pero parece una batalla perdida.
—¿Sabes adónde podríamos ir? —dice Guy de repente—. Podríamos… —Pero no consigue acabar la frase, y tampoco puede mirarla a los ojos mientras salen del parque a toda prisa y cruzan la calle.
Willow está segura de que sabe en lo que está pensando Guy. Es el lugar más obvio, apenas a una calle, gratis si eres estudiante, un lugar fascinante y, por desgracia para ella, lleno de recuerdos.
Podrían ir al museo. A aquel en el que Guy estuvo para la conferencia de los padres de Willow, el mismo en el que ella ha estado millones de veces.
—Ibas a decir el museo, ¿verdad? Es buena idea, vamos. —Le da un tirón en la manga. —¿Estás segura? —pregunta preocupado.
—No, pero vayamos de todos modos —dice Willow a la vez que suena un trueno. Llueve a mares, es una locura quedarse por la calle y el museo es, de lejos, la mejor opción.
—Vale.
Corren tan rápido como pueden por la calle y suben la escalera del museo.
—¡Estoy empapada! —Willow agita la cabeza y caen gotitas de agua a su alrededor. Guy también está chorreando a su lado sobre el suelo de mármol.
—Tengo la sudadera que te dejé el otro día en la mochila —dice Guy—, podemos usarla de toalla.
—Sí, por favor. —No acaba de pronunciar estas palabras que nota cómo Guy la empieza a frotar vigorosamente con la sudadera—. ¡Oh, para! —Se ríe Willow—. ¡No tan fuerte!
—¿No quieres secarte?
—¡Sí, pero no soy un cachorro!
—No sería tan…
—¡Chist! —Un guardia de seguridad les llama la atención.
Willow para de reír, no tanto por el toque de atención del guarda sino más bien porque, de repente, se ha dado cuenta de dónde está. Mira a su alrededor lentamente, comprueba cómo se siente. ¿Será igual que en la librería?
Sin embargo, al ver a su alrededor el gran vestíbulo de mármol no experimenta ninguna de las sensaciones que le han invadido en la librería. Tal vez sea porque, a diferencia de la librería, el museo es totalmente diferente a como ella lo recordaba. Willow nunca lo había visitado por la tarde entre semana. Está prácticamente vacío. No es que lo haya llegado a ver nunca lleno hasta los topes, pero ahora parece que tengan todo el lugar para ellos solos. A lo mejor es porque aquí tiene muchos recuerdos que no están conectados con sus padres, ya que ha estado muchas veces sin ellos.